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Entre el río de aguas claras y la isla de las salamandras azules

Gabriel García Márquez, 1927-2014

Gabriel Garcia Márquez pag 2

León Arled Flórez

La palabra más linda del castellano pudo haber sido Aracataca, la cual, al descomponerse en «Ara», significa río en chimila, y «cataca» agua clara[1. Los datos biográficos, así como la definición de Aracataca, son tomados de: Gerald Martin (2009). Gabriel García Márquez. Una vida. Traducción de Eugenia Vásquez Nacarino, Buenos Aires: Debate.]. La vida literaria de Gabriel García Márquez fue un Aracataca, un río de aguas claras. No en vano nació en ese pueblo costeño, pueblo que inspiró en él un universo imaginario llamado Macondo. Él ahora se fue para allá, no para dejarnos, sino para encontrarse con los personajes de sus relatos, acabando así con los cien años de soledad. Esos años no fueron más que una metáfora del abandono, que padeció siendo pequeñito, cuando sus padres, Luisa Santiaga y Gabriel Eligio, a los pocos meses de nacido, lo abandonaron en casa de sus abuelos.

Gabo, como lo apodaron desde niño, fue criado por ellos, por el coronel Nicolás Márquez y su esposa Tranquilina Iguarán, y en compañía de su hermana Margarita, que se le unió cuando tenía tres años y medio. Sus padres volvieron por él definitivamente, cuando tenía siete años. No obstante, sería el abuelo quien dejaría los recuerdos más indelebles de su vida. En sus obras más destacadas: Los funerales de la Mama grande, El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad, El otoño del patriarca, El amor en los tiempos del cólera, etc., está la impronta de sus años de infancia.

Su gran mérito, creo yo, fue utilizar el realismo fantástico de la infancia, como recurso explicativo de la realidad. De esta forma, Gabo descubrió magia en la tragedia en que se debatía su entorno humano. Una magia asociada a la perseverancia y arraigada al debate de la existencia humana; de ahí construyó ese mundo llamado Macondo. Este último no es sino una metáfora ordenada y maravillosa de nuestro país; una república endémicamente descuadernada y políticamente espantosa.

En mi opinión, es el recurso a la visión precoz del mundo como instrumento explicativo de la debacle humana, su verdadero aporte y su novedosa invención. Es eso mismo que los especialistas en literatura y en la obra de García Márquez llaman realismo mágico, sin explicar a cabalidad sus orígenes.

No resulta raro que esa pluma de magia y subversión generara las suspicacias de unas élites acostumbradas a sus propios relatos hegemónicos. La rebelión semántica de este costeño de agua dulce pronto se vio amenazada por el estado alterno e invisible, que en la Colombia de Macondo denominan «fuerzas oscuras». Desde entonces, México se convirtió en refugio y morada de Gabo, y ahora, en su destino final. Hace un par de años, sin que la coincidencia quepa en el relato, se escogió la palabra más linda del castellano; fue una palabra mejicana: Querétaro, que significa: «isla de las salamandras azules».

La vida de Gabo parece haberse desarrollado entonces, en espacios que no parecen de este mundo, sino del mundo simbólico de las connotaciones semánticas. Su existencia marca una constante de ires y venires, entre el viejo y el nuevo continente, entre los Andes y el Caribe, entre los ríos de aguas claras y las islas de las salamandras azules. Esos ires y venires parecen la constante de los hombres grandes, así como Bolívar, que un día se fue, para quedarse siempre.

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