Alejandro Cifuentes
Desde octubre de 2020 se ha dado un conflicto entre las dos principales formaciones de derecha en España, el Partido Popular y Vox. Pablo Casado, líder del PP, le ha recriminando a Santiago Abascal las posiciones demasiado extremas y “populistas”, que hacen de Vox una derecha funcional al gobierno del PSOE y Unidas Podemos. En contraposición a Vox, Casado y su partido serían la verdadera alternativa a la izquierda, al representar una “vía de centro”, “abierta, moderada y reformista”.
Sí, como lo oyen, el partido que unificó a fuerzas franquistas, que cuando gobernó decidió salvar a los bancos con el erario y del que hace parte Isabel Díaz Ayuso, quien se sorprendía de que el covid-19 hiciera los mismos estragos en el organismo de ibéricos y latinoamericanos, es ahora una opción de centro. ¿Por qué? La respuesta es fácil: al lado de una agrupación como Vox, que no se sonroja al pedir golpes de Estado, con la mano alzada y a la sombra de símbolos nazis, cualquiera puede parecer moderado.
En Colombia el uribismo, como Vox, ha dejado muy abajo los estándares de la política, y a su lado, cualquier otra fuerza parece una alternativa razonable. De esta forma, muchos ciudadanos, especialmente aquellos de las capas medias con formación universitaria de alto nivel, han caído en la trampa de las comparaciones, soslayando que la crítica al uribismo no implica necesariamente una apuesta por la democracia.
En otras palabras, cualquiera puede ser antiuribista, pues su abierto estímulo a la sempiterna corrupción y sus descarados lazos con el paramilitarismo y el narcotráfico pueden ser criticados hasta por personajes como Rafael Pardo, quien como ministro de Defensa autorizó las Convivir, o César Gaviria, que como presidente puso en marcha una reforma tributaria que favoreció el lavado de activos.
En la última década los Coronell, Caballero, Santos y otros tantos elogiados periodistas en los círculos bienpensantes, construyeron una narrativa en la que Uribe es el origen de los problemas del país. Sobre la base de este discurso comenzaron a crecer los partidos que se presentan como “apolíticos”.
En 2010 Mockus, con un programa privatizador y bancarizado y sin propuestas para una salida negociada al conflicto, se presentó como una “alternativa” ante el ungido de Uribe, Juan Manuel Santos. Cuatro años después, sería el mismo Santos la “alternativa” frente al uribista Zuluaga.
En 2016, presentándose como una vía moderada entre la izquierda y el candidato uribista, Peñalosa se hizo con el control de Bogotá, solo para reversar el fortalecimiento de lo público. En 2020, Claudia López, cuyo único capital político eran sus debates públicos contra Uribe, utilizando la misma fórmula de su predecesor, y principal mecenas político, se hizo con la Alcaldía, matizando su programa neoliberal con su fuerte discurso antiuribista.
De cara al 2022 son los Char, Trujillo, Fajardo y Galán los que quieren salirle al paso a una alternativa real mediante la táctica de la comparación. La “alternativa moderada” es lo mismo de siempre, disfrazado de antiurbista. Probablemente algunas de las críticas de estos políticos al “innombrable” sean sinceras -sobre todo porque rechazan sus métodos-, pero cuando vienen de personas con intereses ligados a los grandes emporios bancarios, al capital trasnacional y a las corruptas familias tradicionales, difícilmente representan una alternativa.
El cambio no es una cuestión solo de forma, sino de fondo.
Si te gustó este artículo y quieres apoyar al semanario VOZ, te contamos que ya está disponible la tienda virtual donde podrás suscribirte a la versión online del periódico.