viernes, marzo 29, 2024
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El guión de la guerra

Todo esto se trata del juicioso cumplimiento de las reglas de la propaganda bélica: la simplificación de la información, la exageración y desfiguración de los contenidos, la apelación a la emoción y el tratamiento desequilibrado de las fuentes

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Javier Castro
@castrodice

Los hilos del entramado mediático han superado el estado embrionario de su proyecto hegemónico y hoy se erigen como pieza clave del proceso globalizador de pensamiento único. Para sus fines, la maquinaria que comunica y adoctrina, controla el tráfico de la colosal autopista de la información y el entretenimiento.

De esa manera, rompe paradigmas en busca de nuevas sensaciones que permitan a la humanidad recuperar la capacidad del asombro, ante los difusos límites del mundo real y la ficción, reiteradamente cruzados en los veloces fotogramas del cine, usados en ocasiones para imbuirnos en historias tan coloridas como sangrientas, las cuales tienen el propósito de excitar y distraer. Por otro lado, el séptimo arte se expresa con crudeza para refregarnos con cinismo el carácter infame de nuestra realidad.

Para demostrar lo anterior, me inclino a destacar la película “La cortina de humo” de 1997, dirigida por Barry Levinson, con un excelso reparto encabezado por Dustin Hoffman y el gran Robert De Niro. Este film es una sátira política que narra la invención de una guerra artificial, simulada con el fin de despertar el espíritu patriótico de los estadounidenses para desviar la atención sobre un escándalo sexual del presidente, a pocos días de las votaciones que definirían su reelección.

En el exordio, un asesor de la Casa Blanca llamado Conrad Brean (De Niro) contrata al excéntrico cineasta Stanley Motss (Hoffman) para escribir, dirigir, filmar e incluso musicalizar una guerra ficticia. Ante la premura del caso, Brean realiza una visita a la mansión del señor Motss. Allí le hace un recuento a Motss sobre reales episodios bélicos en los que EEUU fue protagonista a lo largo del siglo XX. En conclusión, Brean termina diciendo: “La guerra es un show y por eso estamos aquí”.

Años después de estrenada “La cortina de humo”, el mundo fue testigo, en 2003, de una guerra creada por la ilimitada imaginación de criminales al servicio del gobierno de EEUU, quienes, en nombre de una amañada cruzada contra el “terrorismo”, despliegan un aplastante poderío militar sobre Irak, acusando a Husein de poseer armas de destrucción masiva, lo cual resultó ser un costoso e irreparable fraude.

A propósito de Irak, lejos de la reflexión autocrítica, Hollywood estrenó en 2014 la película “American Sniper” (Francotirador) dirigida por Clint Eastwood. En esta cinta se cuenta la vida del soldado Chris Kyle. Una historia real acerca de un joven oriundo de Texas, cuna del conservadurismo. Una noche Kyle estaba en un bar observando un noticiero que transmitía, en vivo, el atentado a la embajada norteamericana en Nigeria; en ese instante Kyle llegó a la conclusión de que sólo con enlistarse en el Ejército podría convertirse en un ser de bien.

Es así que el personaje, representado por Bradley Cooper, se convierte en un avezado francotirador en la guerra de Irak, llegando a ser considerado héroe tras asesinar por la espalda a más de 160 rebeldes, civiles e incluso niños, a quienes llama “salvajes” a lo largo de la película. Es una mediocre producción (pues de seis nominaciones al Óscar no obtuvo ninguna) que logró recaudar 107,3 millones de dólares en sus tres primeros días de estreno, sólo en EEUU. Sin duda una rentable pieza propagandística que promueve la islamofobia bajo la cobertura del más vulgar chovinismo, característico de Warner Bros, y, en especial, del vaquero Eastwood.

No estamos ante ligerezas o casualidades. Todo lo anterior es parte de una política impuesta desde la II Guerra Mundial, cuando en Hollywood recibían “recomendaciones” de la Oficce of War Information sobre el cine que debían producir. Esto, sumado al código Hays, catálogo de prácticas de autocensura que se le impuso a la industria cinematográfica[1. Tucho Fernández, Fernando. “La manipulación de la información en los conflictos armados: Tácticas y estrategias”. Profesor de la URJC.]. Todo esto se trata del juicioso cumplimiento de las reglas de la propaganda bélica, tal como señalaría la profesora María J. García, al definir las siguientes: la simplificación de la información, la exageración y desfiguración de los contenidos, la apelación a la emoción y el tratamiento desequilibrado de las fuentes[2. García Orta, María José. “Mecanismos básicos de la propaganda de guerra en los medios informativos. El ejemplo de Kosovo”. Ámbitos. Nº 7-8. 2º Semestre 2001 – 1er Semestre 2002 (pp. 137-149)].

En consecuencia, no solo el cine adhiere al poder y glorifica sus “valores”. También los medios de comunicación radiales, televisivos y escritos son en su inmensa mayoría propiedad de capitales privados, quienes comprometen sus contenidos con el propósito de exaltar la gestión gubernamental, en tanto son favorecidos con onerosas pautas publicitarias, garantías logísticas, reducción y exoneración tributaria, entre muchas otras prebendas.

El servilismo de las más importantes y prestigiosas agencias de prensa, estaciones de radio, cadenas de noticias y periodistas en nombre propio, es cuestión cotidiana en todo el mundo. Los medios están dispuestos a mentir, omitir, desfigurar, exagerar y hacer toda suerte de artimañas en función de garantizar la estabilidad del poder, máxime si se trata de tiempos de guerra.

Luego de los hechos del 11S en Nueva York, el presentador Dan Rater de la cadena CBS hizo uso de las cámaras que transmitían en vivo para declarar: “George Bush es el presidente. Tan solo tiene que decirme dónde alistarme”[3. “Informativos marciales para una nación en guerra”. El País, 25-9-01.]. Lo propio hizo Bill O’Reilly, presentador de FOX News, quien afirmó: “Se trata de un país primitivo (Afganistán). Los alemanes fueron responsables por Hitler. Si no se levantan contra los talibanes… deben morir de hambre. Punto”[4. “Informativos marciales para una nación en guerra”. El País, 25-9-01.].

De manera similar, se puede afirmar que: “CNN llegó a editar un manual para sus corresponsales en Afganistán, con reglas como las siguientes: No hacer énfasis en las víctimas civiles inocentes de los bombardeos aliados, ni en las penurias en que vive la población, y claro, contraponer esas imágenes siempre con las del 11S que dio origen a las represalias”[5. “La CNN fija reglas para cubrir la guerra”. El Mundo, 31/10/01.].

No menos vergüenza mostró el periodista Napoleón Bravo, quien al servicio de la televisora privada Venevisión madrugó el viernes 12 de abril de 2002 a emitir su programa teniendo como invitados a un grupo de militares traidores, quienes en coro se ufanaban de haber violentado la democracia venezolana tras el golpe al gobierno del entonces presidente Hugo Chávez. Agradecían sin pudor a los medios de comunicación vinculados activamente en la conspiración[6. “La revolución no será transmitida”, documental, Kim Bartley. Min. 43:00].

El caso de Colombia es copia y calco de esta receta propagandística que se aplica con el beneplácito de la SIP. Organización siempre alerta, no para defender la libertad de prensa, sino la libertad de empresa. Esta última libertad es la que reclaman los poderosos dueños de los medios de comunicación, en menoscabo del derecho de las personas a tener la información veraz y oportuna, confundida con el amarillismo y el palangre. Esta estrategia, en palabras del profesor Fernando Tucho Fernández: “Mantener a los ciudadanos en la desinformación, facilita enormemente que los medios puedan construir una realidad a su medida”. Es decir, es la realidad fabricada en consejos editoriales y salas de redacción, presentada como verdad absoluta.

La propaganda de guerra ha sido cuidadosamente implementada en nuestro país, haciendo uso de técnicas probadas con éxito desde la I Guerra Mundial. En esa época los ingleses imprimían material con caricaturas donde el káiser alemán descuartizaba niños belgas, mostrando a los germanos como monstruos merecedores del oprobio universal. De igual manera, años más tarde, la técnica de la repetición inserta por Goebbels en sus campañas nazis es emulada en Colombia por todos los medios de comunicación, quienes hacen eco incesante de los términos “terroristas”, “narcoguerrilla”, “bandidos”, “facinerosos”, etc. Además de la malsana dicotomía entre caídos y abatidos.

De allí que el término propaganda sea visto con recelo por políticos y académicos en el siglo XXI, quienes prefieren recurrir a eufemismos como “publicidad política”. De hecho, Domenach destaca que “el uso que de ella hicieron los nazis nos acostumbró a considerar la propaganda como un método de perversión y de mentira. Esta reacción, en el fondo, es sana; pero sus consecuencias son temibles, pues la propaganda, que es una función política natural, se hace vergonzante, se mezcla entonces en la información y se oculta detrás de las “noticias” y las estadísticas”[7. Domenach, Jean Marie: La propaganda política. Editorial Universitaria de Buenos Aires, Argentina, 1986.p. 105].

Aquí en nuestro país, resulta admirable el andamiaje tecnológico de los equipos reporteriles de noticias Caracol y RCN, el cual es movilizado contra reloj ante sucesos propios del conflicto armado. No hay rincón del territorio nacional donde no tengan acceso y desde el lugar de los hechos transmiten en vivo y directo.

Mientras se llevaban a cabo los diálogos entre el gobierno de Pastrana y las FARC-EP, el grupo insurgente atacó un puesto de policía en un municipio caucano. En el fragor del combate, intervinieron aviones de la Fuerza Aérea Colombiana, que lanzaron bombas de manera indiscriminada, dejando serios destrozos en las viviendas de los asustados habitantes.

El corresponsal de un noticiero privado, propiedad de un poderoso grupo económico, cubrió la información con la fuente exclusiva de la Fuerza Pública, que le atribuyó la responsabilidad de la destrucción al fuego insurgente. Cuando una desesperada mujer, interrogada por el enviado especial, aclaró que los daños fueron causados por los aviones de la FAC, el periodista o comunicador la sacó de escena y sin ningún rubor dijo: “Queda claro en el testimonio de los habitantes que los destrozos fueron causados por los guerrilleros de las FARC”[8. Lozano Guillén, Carlos “Medios, sociedad y conflicto” Bogotá, 2005, p.12].

Por último, es necesario comprometer a los medios con el clamor nacional de alcanzar la paz con justicia social, y ello reclama la vocación social inserta en las formas de comunicar la información, recuperando el espíritu ético y el carácter de público de los medios, pues la realidad actual determina que la prensa colombiana se lucra del conflicto armado y le considera un show.

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