Un escalamiento de la guerra en Ucrania y la confrontación económica con China y Rusia, que asfixian las economías europeas, fueron el único saldo de la reunión de las grandes potencias
Ricardo Arenales
La Cumbre en Hiroshima del Grupo de los Siete, G-7, que sesionó entre el 19 y el 21 de mayo pasado, dejó de lado la agenda inicialmente prevista, que pretendía ocuparse de generalidades como el cambio climático, la crisis energética y alimentaria y trazar un camino de mayor cooperación en el comercio, para terminar convirtiéndose en un aquelarre de planes siniestros para escalar la guerra en Ucrania y emprender una cruzada contra Rusia, China y sus aliados.
Objetivos que se vienen debilitando, no solo porque Estados Unidos, en su empeño por derrotar a Rusia ha involucrado a un numeroso grupo de países que pagan un elevado costo por la falta de alimentos y combustibles y el deterioro del comercio internacional, sino porque las sanciones impuestas, tanto a China como a Rusia, no han dado los resultados esperados. Además, la guerra en Ucrania -que está asfixiando las economías europeas- presenta un marcado estancamiento en los avances militares de las partes.
Al término de la cita en Hiroshima, el G-7 expresó su voluntad de seguir alentando la guerra en Ucrania “por todo el tiempo que sea necesario”, tal como lo confirmó en una de sus declaraciones, el anfitrión de la reunión, el primer ministro japonés, Fumio Kishida. El funcionario dijo que el objetivo central de la cumbre era buscar una nueva condena a Rusia por su intervención en Ucrania y hacer más gravosas las sanciones económicas al Kremlin, que hasta ahora parecen inocuas.
Cuestan un ojo de la cara
Estados Unidos aspira a un veto total a las exportaciones a Rusia, mientras la Unión Europea propone prohibir la venta de bienes de doble uso a empresas de terceros países, para evitar que se exporten productos que después pasarían al mercado de consumo ruso.
En esto no hay unanimidad en el bloque de las naciones más poderosas. Estados Unidos podría prescindir por completo de su intercambio comercial con Rusia, pero otros aliados fundamentales de la OTAN, como Alemania siguen dependiendo del gas ruso, y cortarlo en estos momentos sería fatal para su economía, de por sí bastante maltrecha por el costo de la guerra.
Pero ese costo del conflicto en Ucrania para las economías europeas es asunto que a Washington no parece preocuparle, y por el contrario, sueña con que el mundo entero se involucre en la guerra y se alinee con la Casa Blanca.
Chantaje a China
Estrategas norteamericanos presionaron para que la cumbre del G-7 se apropiara de una doctrina Biden denominada la “derrota estratégica de Rusia”. Pero en realidad, lo que afloró en la reunión de Japón fue el temor de numerosos países de que la denominada ‘contraofensiva’ de Ucrania, prevista para la primavera, si no resulta exitosa, llevará a un empantanamiento de la guerra.
Rusia no fue el único objetivo de la cumbre de los países más desarrollados del planeta. En el segundo día de sesiones, el grupo instó a China a atenerse a las reglas internacionales y presionar a Moscú para finalizar la guerra. En un comunicado, llamó a China a que, sobre la base de la rendición de Rusia en el terreno de operaciones militares, apoye “una paz global, justa y duradera” y señalaron que “una China en crecimiento que se atenga a las normas internacionales, sería de interés mundial”.
Una respuesta puntual de Pekín no se hizo esperar. El Ministerio de Relaciones Exteriores de China se quejó de la actitud intervencionista en sus asuntos por parte del G-7 y rechazó “las graves injerencias” de ese organismo. “El G-7 habla de ‘avanzar hacia un mundo pacífico, estable y próspero’ pero lo que hace es entorpecer la paz internacional, dañar la estabilidad regional y suprimir el desarrollo de otros países, acciones que no tienen ninguna credibilidad internacional”, señaló el pronunciamiento.
Retórica fracasada
En el marco de las deliberaciones de Hiroshima, se revelaron datos estremecedores. El Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre, Oxfam, dijo que los países del G-7 adeudan a los de ingresos bajos y medios 13.3 billones de dólares por concepto de ayudas y fondos para la acción climática no pagados, en momentos en que mil millones de personas enfrentan el riesgo de contraer el cólera, precisamente por la brusca reducción, e incluso impago de la asistencia prometida por los países ricos, ayuda que nunca entregaron.
Al finalizar sus deliberaciones, el G-7 emitió una declaración contra China, a la que califica como la mayor amenaza a la paz mundial. Al no existir una amenaza real de Pekín, con su retórica pretenden justificar la política de confrontación de Occidente hacia el gigante asiático. Esta línea de conducta le permite a Estados Unidos someter a sus intereses hegemónicos a sus aliados del G-7 para que no inviertan en China ni contribuyan a su desarrollo tecnológico.
El posicionamiento de China en la economía mundial, el fracaso de las sanciones a Rusia, el papel cada vez más relevante de bloques económicos como los BRICS, de los que hacen parte China y Rusia, indican otra realidad. En el 2000, el aporte del G-7 a la producción mundial era del 44 por ciento; hoy ese aporte es del 30 por ciento. En el mismo período, China incrementó su aporte del 7 al 19 por ciento. Falló la retórica prepotente del G-7.