viernes, abril 19, 2024
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El exilio de los fantasmas

“Si aprisionarte pudiera el verso
fantasmas grises cuando pasáis”.
José Asunción Silva

Armando Orozco Tovar

-“¿Quieres tomarte un whisky?”- Me dijo María Mercedes Carranza al entrar a la Casa de Poesía Silva, donde era directora, con la rapidez como solía hacerlo, sacando los pies hacia afuera e introduciéndose en su despacho para hacerme esa propuesta inusual en ella y menos a esa hora de las cinco de la tarde, de un día que debió ser lunes, porque fuera de los empleados de planta y de mí, como coordinador de los talleres, que todavía no comenzaban, nadie más a esa hora se encontraba.

-¿Un whisky?-“Y hasta dos.”- Me dijo, añadiendo: -“Deseo contarte algo”-. Yo me acomodé en la butaca que estaba frente a su escritorio, mientras traían la bebida prometida que no pidió para ella, porque sólo apetecía una aromática caliente, y fue entonces cuando comenzó a decir. -“Es el colmo que a uno lo amenacen de muerte, teniendo que irse desterrado del país, por tener criterios diferentes sobre lo que está ocurriendo”.

¿Pero a qué te refieres, María Mercedes?- Pregunté. Pues se te nota angustiada y más que molesta. -“Sí lo estoy porque vengo del aeropuerto donde llevé a Fernando Garavito para que exiliado se fuera a los Estados Unidos, o si no, lo matan… Puesto que muchas fueron las amenazas”.

Fernando Garavito
Fernando Garavito

Esto expresaba, mientras por mi reseco gargüero bajaba el licor ingerido en un dos por tres. -“¿Quieres otro?”- Me preguntó. –Bueno. Le contesté y añadí – Con esta noticia la tarde se pone como para muchos más.- “Sí, lo llevé al aeropuerto”- Dijo apesadumbrada.- “O si no, lo asesinan los sicarios como vienen haciéndolo contra todos los de izquierda”.

-¿Pero por qué al maestro Garavito? -Le pregunté con cierta parsimonia, hablando como alguien que ya estaba tocado por el alcohol.-“Te parece poco haber escrito y publicado ‘El señor de las sombras’.- ¿Es qué todavía no lo has leído?”- No, dije- Ya no se consigue. Sí, recalqué. Lo recogieron apresuradamente de las librerías y las calles, pero alguien prometió prestármelo, que lo tiene fotocopiado. -“Espero que lo leas pronto, dijo, y entiendas el por qué de la gravedad de las amenazas contra Fernando”.

Mientras se daba en su oficina esta desacostumbrada conversación, que comenzó puntual a las cinco de la tarde… aparecían por entre la punta de la iglesia de Monserrate que se observaba por encima del tejado de la casa la llegaba del Nadir que anunciaba el arribo de otra noche lúgubre y fría, pero que esta vez se presentaba sin la permanente e insoportable llovizna bogotana de siempre.

De pronto resentida se preguntó: “¿Y ahora qué va a pasar con Fernando, que ya tiene sesenta años y carece de pensión?”- Él es muy capaz- añadí.- Seguramente pronto encontrará empleo como periodista o docente, porque es gran profesional, y también puede trabajar como investigador de las ONG encargadas de denunciar la violación de los derechos humanos en Colombia. Todos conocemos la calidad de su trabajo.

-“Sí”, respondió.-“Yo lo conozco, porque viví siete años con él, y es el padre de mi hija Melibea. Reconozco sus cualidades, capacidades, rigor y dedicación en todas las cosas que emprende, y cuando se le mete una idea en la cabeza no hay quién se la saque, ni quién lo pare en su intento por realizarla, así le cueste la vida”.

A todas estas, y ya con el efecto de los whiskys en mi cabeza, comencé a emitir mis elucubraciones acerca de lo que yo creía iba a ser el futuro colombiano, diciéndole que creía que las guerrillas terminarían siendo las guardabosques de los gringos en las selvas de la Amazonia.

¿Cómo dices, que no te entiendo? Detuvo malgeniada mi arenga y añadí que creía estaba naciendo en ese momento un nuevo país dentro del país, y que se llamaría “Caquetania” como ocurrió a comienzos del siglo XX con la invención por los gringos de Panamá, porque ellos son buenos negociadores y comerciantes.

Ante el fracaso del gobierno para acabar con la insurgencia, terminarán proponiéndoles que pidan lo que quieran: viviendas, carreteras, hospitales, puestos de salud, agroindustrias, escuelas y hasta universidades… y los dejen libremente actuar en esa región tan importante geográficamente, donde ubicarían sus bases dotadas con las últimas tecnologías de punta, puesto que con urgencia necesitan moverse sin contratiempos en ese vasto territorio por constituir una salida importante al Pacífico, para su futura guerra con el Oriente y China.

“A usted mijito ya le cogieron los tragos”.- Dijo cuando terminé mi alucinada e improvisada perorata. –“Porque creo que eso que está diciendo pertenece más a su imaginación que a la realidad. Por eso mejor sigamos hablando de Fernando…” -“Te cuento que el mal genio constituía un atributo de su carácter, sobre todo cuando pillaba errores en un escrito. No perdonaba los que en contra del idioma se cometían. Una vez, ante uno detectado en la nota de un periodista, cuando trabajaba en El Tiempo, lanzó la máquina de escribir por la ventana”.

– Eso me recuerda, dije casi tronado, a una propaganda de televisión donde un jefe que cambia los muebles viejos de su oficina, también arroja por el balcón a su vieja secretaria. Claro, al poco tiempo las organizaciones feministas protestaron, y la misógina propaganda de ese canal televisivo salió del aire.-

“Ahora falta, dijo, que Fernando tire a un gringo por una ventana de un rascacielos de allá. Él no perdona los errores que se cometen contra la lengua, que domina… Es muy cuidadoso y preciso en su uso en cuanto al hablar y escribir. Es por eso que, cuando se trabaja con él, se requiere de mucho cuidado, ya que no hay cosa que lo enfurezca más que una palabra mal empleada. “Las palabras deben nombrar lo que designan con precisión”, siempre recalcaba, no como se hace ahora.

“Existen también múltiples anécdotas alrededor de su paso por revistas y periódicos, donde ocupó todos los cargos. Como aquella cuando se subió sobre su escritorio, gritando como un desesperado, porque se fue la luz en el momento de terminar una extensa entrevista que le hacía a un importante personaje, y que él no guardó a tiempo en la memoria del computador”.

“Cuentan que en otra ocasión se arrastró por el piso de su oficina, indicando que: arroyo con ye era ese pequeño caudal de agua, y no el que había puesto con elle en la cuartilla el periodista. Creo que esto ocurrió en el periódico La Prensa. Él era muy exigente y como editor siempre deseó que sus publicaciones salieran impecables”.

Yo también supe, dije, del conocimiento que tenía sobre los clásicos españoles del Siglo de Oro. Lo supe cuando dictó un taller de poesía aquí en la Silva, que coordiné. Se sabía de memoria a sus principales poetas: Garcilaso, Lope de Vega, Góngora, Quevedo, y sobre todo a San Juan de la Cruz, a quien recitaba de memoria, llevando con los brazos los compases de sus versos, moviéndolos como si dirigiera una orquesta invisible. Luego a sus discípulos los conducía al patio principal prosiguiendo en alta voz su recitación… Se le salía a relucir su gusto por el tema de la muerte presente en Quevedo… Creo que tenía gran predilección por este poeta español.

Antes de comenzar su taller, dedicaba unos minutos a hablar de su paso por Lisboa donde estuvo como diplomático, y de la poesía de su tocayo Fernando Pessoa, Poeta Nacional de Portugal, y del fado, la música tradicional portuguesa. Se le notaba en cada sílaba el amor por esa ciudad. En aquellos días escribí un poema titulado: “Fado”. El que afortunadamente fue de su agrado, porque si no con toda seguridad me arroja a la fuente del patio.

¿Bueno, le pregunté. ¿Y a propósito de su seudónimo cómo se le ocurrió? -¿Por qué escogió el nombre del bicho volador? -“Fue por los Muiscas o Moscas, dijo. Pues se sentía descendiente de ellos, y Juan por el conocido “Juan Pueblo” un personaje de sus escritos y denuncias periodísticas contra Uribe, las que determinaron en últimas su exilio.

¿Por qué titulaste tus últimos poemas sobre las poblaciones donde han ocurrido masacres como: “El país de las moscas?”- ¿Tiene que ver con Juan Mosca?- “Sí, porque él le daba a su seudónimo esa connotación, ya que siempre estaba revoloteando por entre las palabras buscándoles el mal olor ocasionado por los gazapos, y tratando de alcanzar todo tipo de erratas y porquerías idiomáticas, para de inmediato enmendarlos o eliminarlos”.

– “Yo le puse a mi libro ese título puesto que se trata del revolotear de las moscas por todo el país sembrado de fosas comunes, donde yacen innumerables personas asesinadas por los paramilitares. Pero no hay que olvidar que también existen hermosos poemas alusivos a ellas, como ‘Las moscas’ de Antonio Machado, que tú debes conocer”.- Por supuesto, María Mercedes, respondí. -Lo conozco y hasta me sé de memoria pedazos de él, como de este tuyo que tengo copiado en esta libreta que no habla de moscas sino de fantasmas: -“Si nombro a mis fantasmas/tal vez pueda engañar a mi enemigo…” y que titulaste: “No vivo en un jardín de rosas”…

-“Sí, Armando, dijo. Cuando pienso en la violencia y en el deterioro que sufrimos, así como de todas las cosas adversas que soportamos los colombianos por esta causa desde hace muchos años junto a la indolencia y vista gorda de la gente ante los genocidios, y las persecuciones como la de Fernando, me dan ganas de suicidarme”. …Al oírle decir esto, y ya con una serpiente de ronquera trepándome, a causa de los tragos, le advertí que eso no se me hacía raro, porque los poetas todos los días nos suicidábamos. Frase que le gusto mucho, mientras terminaba muy despacio de tomarse su agua aromática, amenizada con diferentes clases de frutas, dizque para aliviar los nervios.

Cuando nos despedimos sobre las siete de la noche, habiendo dialogado más de una hora y media sobre Fernando Garavito y otros tópicos, se quedó en silencio mirando hacia la nada de un cielo, que se oscurecía repentinamente como otro Nocturno de Silva, cayendo sobre el barrio de La Candelaria, donde a esa hora desde los cerros llegaban, para quedarse, los fantasmas del exilio.

A Jorge Marel

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