Un año después de la recesión económica por la no comercialización de la pasta base de la hoja de coca, en el Guayabero no solo hay hambre, sino que aumentan los procesos migratorios por la precarización de la vida. El campesinado se encuentra ante la zozobra de un futuro incierto y en una crisis humanitaria que las instituciones no quieren reconocer
Lina Álvarez y Shirley Forero (*)
Todos corrían, el objetivo era llegar de primeras a la única tienda que estaba mínimamente abastecida. Mi compañera ya iba hacia allá, yo tenía que primero ir al “hotel”.
Doña Eulalia no se había dado cuenta que un gran número de personas desesperadas por poder comprar algo de remesa le llevaban ventaja. Ella casi nunca se aleja demasiado de su casa, que a la vez es uno de los únicos lugares que brinda hospedaje a quienes no viven en Nueva Colombia, vereda de Vista Hermosa, Meta.
Con gramera en mano
–Doña Eulalia, ya abrieron la tienda ¿no necesita comprar nada?
–Ay mija, gracias por decirme. ¡Loco! ¡Venga rápido, Loco, contamos la vaina!
Loco es como le dicen a su hijo menor, un firmante de paz de esta región, siempre sonriente y amable que corrió hacia donde estaba la adulta mayor que sacaba de su habitación una bolsa llena de pasta base de coca. Con gramera en mano, ella le dijo que contara rápido lo equivalente a 300 mil pesos, con eso podrían comprar algunas cosas básicas para sobrevivir.
Parecían eternos los minutos en que con manos temblorosas se demoraron haciendo el cálculo. Cada segundo representaba que no consiguieran lo más importante: sal, azúcar, panela, manteca, arroz, entre otros productos de la canasta familiar.
Loco corría con dificultad la media cuadra que lo alejaba de la tienda, pues desde que en 2017 se acogió al Acuerdo de Paz se había alejado del ejercicio, “pues ya se había matado mucho”. Lo perdí de vista entre la turba de gente. Todas intentando entrar desesperadas a coger algunos víveres. Poco a poco empecé a hablar con los campesinos que con la remesa que ya tenían, esperaban el turno de pagar, pero sin alejarse demasiado de su mercado por el miedo a que alguien más se lo quitara. Ni los primeros en llegar, lograron conseguir todo lo que necesitaban.
El hambre se siente por igual
Esas provisiones les alcanzarían para algunas semanas haciéndolas rendir y guardaban la esperanza de que no tuvieran que pasar semanas para que volviera a llegar mercado, pues sobrevivir a punta de yuca, plátano y pescado “era muy berraco”. Dos meses después, al cierre de esta publicación, no habían llegado productos de primera necesidad a la vereda.
A lo lejos vi a una de mis compañeras, Loco la había dejado encartada cuidándole el mercado, y ella comprendiendo la importancia de la misión encomendada, tenía un ojo puesto en su cámara y otro en las libras de arroz, caja de panela, pasta y productos de aseo.
En el aire casi se podía palpar el desespero. La administradora revisaba el mercado obtenido por sus clientes, escribía todo en su cuaderno y ellos se dirigían hacia Kevin y Chamber, dos jóvenes socios del supermercado, quienes recibían los gramos de coca como pago, después de pasarlos por la gramera.
Y así, estas personas que duraron todo el fin de semana esperando que abrieran el supermercado, podían regresar a sus casas, especialmente a las veredas de Caño Cabra, Caño San José y El Silencio. A muchos les esperarían bastantes horas de viaje, ya que los trayectos más cortos no bajan de una hora, especialmente en moto, pero no todos tienen en qué transportarse.
Este supermercado es un proyecto productivo colectivo de firmantes de paz adscritos especialmente a la ETCR de Colinas, Guaviare. Pero aquí la ley es para todos y todas, hasta sus mismos socios deben hacer fila y lograr adquirir lo que puedan, ya que la responsabilidad que recae en quienes de manera esporádica logran traer productos de San José del Guaviare, Guaviare es muy grande, y el hambre la sienten todos por igual.
El “dinero blanco” no es suficiente
Desde el 2020 entre El Cuarto Mosquetero y Voces del Guayabero hemos investigado cómo el campesinado ha sido el más afectado en la guerra contra las drogas.
En tiempos de fumigación -acciones que no cubrimos de manera presencial pero que aparecen continuamente en los relatos que escuchamos- pasaron el hambre y precariedad de la vida. En periodos como el gobierno de Iván Duque, especialmente entre 2020-2022, los operativos de erradicación forzada representaron violaciones de los derechos humanos, miedo y escasez, al igual que durante la estrategia para frenar la deforestación: la Operación Artemisa.
Pero, en pleno gobierno del cambio, el campesinado que eligió a Gustavo Petro vive la tranquilidad de no estar sufriendo arremetidas militares, con el contraste de estar pasando hambre, teniendo que desplazarse y con una zozobra de si su fuente de sustento seguirá acumulada en los rincones de sus casas en grandes cantidades, sin garantizar condiciones mínimas de vida.
“Pues nadie sabe por qué es que no se compra la mercancía, lo que sale, la pasta. Ese es el problema que hay acá ahorita. Para el campesino es peor que si la estuvieran arrancando, porque está abandonando las fincas. Más de uno se está yendo porque no tiene con qué darles comida a los hijos porque ya, ya qué, las tiendas las que tenían los surtidos pues ya se les acabó, ¿y plata de dónde pa’ surtir más? Este gobierno no nos está atropellando, pero el pueblo se está ya casi muriendo de hambre”, nos contó Disan Daniel Hueso, presidente de la vereda La Reforma de Puerto Rico, Meta.
Es usual que en ciertas épocas no circule el dinero en pesos y que sea la pasta base de coca la que cumpla su rol como moneda local, permitiendo a modo de trueque la compra de productos de la canasta familiar. No obstante, en diciembre que retornamos a la vereda Nueva Colombia se empezaba a vislumbrar lo que hasta marzo del 2023 fue una realidad que el “dinero blanco”, ya no era suficiente, porque no solo las tiendas estaban desabastecidas, sino que los pocos productos existentes solo podrían comprarse con pesos o si no, no se podían adquirir.
Hambre e incertidumbre
Para Cristian Frasser, economista y docente quien ha estudiado el uso de la pasta base de coca como moneda de cambio, se parte de que la fuente de ingreso oficial en estos territorios proviene precisamente de la coca.
“En la medida que se hace más difícil venderla, ese medio de cambio en sí mismo pierde valor, así que no solo hay una reducción en la capacidad de recibir pesos (…) sino en sustituir esa moneda oficial para mejorar sus condiciones, lo que deriva en un efecto desestabilizador”, concluye Frasser recordando que la coca como moneda complementaria se ha usado desde hace más de treinta años por tener un valor intrínseco, ser divisible, fácil de almacenar, transportar y es durable.
Fue en marzo de este año que publicamos Hambre e Incertidumbre en territorios cocaleros, para visibilizar la emergencia humanitaria que se empezaba a vivir en veredas de la región del Guayabero, especialmente del departamento del Meta. Realidad que compartían -aunque de manera diferencial- con territorios donde se comercializa con la pasta base de coca como Guaviare, Caquetá, Norte de Santander, Putumayo, Cauca y Nariño. Hoy la situación es mucho más crítica.
* Equipo periodístico de El Cuarto Mosquetero y Voces del Guayabero
* Este artículo hace parte de la serie de publicaciones resultado del Fondo para investigaciones y nuevas narrativas sobre drogas convocado por la Fundación Gabo.