El reciente incendio de la Cinemateca de São Paulo no solo fue un duro golpe para la cultura brasileña, sino fundamentalmente para el patrimonio de los pueblos latinoamericanos. ¿Cuál es la importancia de preservar la herencia fílmica que ha producido el continente?
Andrés Enrique Alarcón
En la noche del jueves 29 de julio, los noticieros de radio y televisión anunciaron el voraz incendio que consumió parte de la Cinemateca Brasileña en Sao Paulo. Mostraron, para nuestro espanto y consternación, cuatro toneladas de historia ardiendo en llamas. Archivos pertenecientes a órganos ya extintos, como el Instituto Nacional del Cine, INC, o la Embrafilme; acervos con películas producidas por alumnos de la Universidad de São Paulo; copias únicas de obras brasileñas y extranjeras; equipos y otros aparatos cinematográficos; colecciones del reconocido cineasta Glauber Rocha, películas documentales y de ficción.
¿Todo consumido por el fuego? No. Eso fue destruido por el abandono del Estado, por la negligencia del gobierno federal y del Estado de Sao Paulo.
Identidad cinematográfica
El cine es una manera de expresión artística, pero también es una forma de lenguaje y comunicación. Como una posibilidad de representación y construcción social, la imagen nace de la sociedad, pero también tiene un impacto directo en ella. Lo que se ve en pantalla es narrado a la manera de una historia que puede ser ficticia o real, pero las personas comprometidas con ella son las responsables por la transmisión del mensaje.
Las imágenes que el director elige poner al frente de la cámara, sus recortes, sumados a la manera como el director de fotografía ilumina la escena y como el director de arte elige representar el ambiente, nos traen una manera única de mirar determinado momento o situación.
En ese ejercicio cinematográfico un país se identifica y es identificado: los escenarios construidos, el paisaje natural, la manera de portarse y de hablar de la gente, sus gestos, sus características físicas y las representaciones sociales y culturales del lugar. Todo es un sistema lingüístico que transmite las prioridades culturales, sus conjuntos específicos de valores y comprensión del mundo físico y social. Por eso el cine es un poderoso medio de estudio cultural.
El cine explora una comunicación directa entre la realidad representada en la película y su interpretación por parte de los espectadores. Por eso, para existir de forma completa, el producto audiovisual depende de una mente pensante y en movimiento que va a sacar su representación en imagen y mezclarla con otras ya archivadas, generando una nueva imagen. Inédita y de cierto modo, particular.
Algo que sabían muy bien, porque lo intentaron y lo hicieron, Álvaro Cepeda Samudio, Enrique Grau, Luis Vicens y el propio Gabriel García Márquez. Nos referimos a la legendaria obra La Langosta Azul (1954), desconocida por muchos pero que puede verse en la plataforma Retina Latina: https://www.retinalatina.org/video/la-langosta-azul/.
Búsqueda de la memoria
El lugar que ocupan las producciones en el campo de los estudios de la historia nos hace reflexionar acerca de su relación con la memoria. El problema que se ha planteado sobre la velocidad del tiempo y la rápida comunicación global nos lleva a debatir sobre la «pérdida» y la búsqueda de esta memoria.
A cada segundo que pasa, jugamos con el tiempo. El tiempo camina adelante y hacia atrás, lo que llamamos futuro y pasado. En medio de los dos, se construye el presente. Y dentro de ese “juego con el tiempo”, percibimos cada vez más lo fascinante del pasado como una de sus facetas, la que tal vez está cada vez más presente en nuestra vida cotidiana, en las luchas de nuestros pueblos, en su acumulado de experiencias, en las primeras líneas de hoy que conjugan el ayer y que mantienen viva la esperanza. En la vida y en el cine las reinterpretaciones de lo antiguo se convierten en objetos de apreciación contemporáneos.
Sean ficciones o documentales, las películas que retratan el contexto de un determinado lugar pueden y deben ser entendidas como objetos de estudio de este tiempo en específico. Hay ejemplos concretos: Glauber Rocha dirigió Dios y el diablo en la tierra del sol (1964), película fundamental para debatir los procesos de dominación ideológica, apropiación de la tierra y estratificación social, uno de los generadores de la pobreza y la desigualdad en Brasil.
Sus tesis sobre la manera de contar historias con una atención a lo nacional, alejándose de las influencias impuestas por Hollywood, están allí expuestas. Otros ejemplos: la creación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, Icaic, fruto de la Revolución, o los festivales latinoamericanos que ayudaron a construir una estética original de hacer películas.
Estética común
El director Mikhail Kalatozof presentó Soy Cuba (1964), protagonizada por Sergio Corrieri y Salvador Wood, que cuenta cuatro historias cortas acerca del sufrimiento de cubanos en el contexto de la dictadura de Fulgencio Batista. Tres años después, en Brasil, Glauber Rocha lanzaba Tierra en Trance (1967), un marco histórico en la cinematografía de nuestra región.
Las dos historias sustituyen el naturalismo por una manera más poética y antirrealista, y aunque no exista ninguna prueba que Glauber Rocha hubiese visto la película cubana, es innegable su relación. El vínculo entre estos directores y sus proyectos es su idea común de revolución social a través del cine revolucionario. Se establecen comparaciones entre sus dispositivos visuales y narrativos, como la fotografía del paisaje y el retrato de personajes desgarrados.
La preservación de estas y tantas otras obras permitió la construcción a lo largo de los años, de una estética común en películas latinoamericanas. Cineastas contemporáneos reflejan en sus producciones lo que claramente es una influencia de lo que ya se había hecho años atrás. No es una copia, sino una “continuación”, que es apenas posible en la medida en que existan los registros de lo que se hacía y como se lo hacía en el pasado.
Entre estos cineastas y sus películas, podemos destacar algunas como La Ley de Herodes (2002), del mexicano Luis Estrada, Qué tan lejos (2006) de la ecuatoriana Tania Hermida o Una segunda madre (2015) de la brasileña Anna Muylaert. A pesar de que estas películas abordan temas distintos, el punto es que las tres siguen los ideales que proponían Tierra en Trance y Soy Cuba: una manera propia de hacer cine, entendiendo el rodaje como un momento de hacer historia. Registrar por completo un lugar y sus particularidades, exponiendo cuestiones tan particulares y al mismo tiempo comunes entre nuestra gente. Hacer revolución en gran pantalla.
Resistencia
En el pasado, las productoras no tenían muchas condiciones para catalogar estas películas, sobre todo porque su material es muy complicado de almacenar. Tampoco había una noción clara de la importancia de guardar eso para el futuro. Hay una infinidad de películas difíciles -para no decir imposibles- de encontrar. Hay películas que, a lo largo de la historia, se perdieron por completo. Algunas están digitalizadas, otras se pueden encontrar en calidad sospechosa en internet, pero lo más importante es que hoy se debe tener en cuenta la necesidad de recuperar materiales antiguos y conservar muy bien los actuales.
Cultura y arte en las manos de los que luchan por una sociedad de igualdad y justicia, siempre fueron armas. Tenemos que entender y difundir la importancia de la preservación de obras audiovisuales latinoamericanas. Debemos combatir tentativas de supresión por parte de gobiernos autoritarios que rechazan nuestra historia de construcción de una cinematografía de lucha y valor.