Simón Palacio
@Simonhablando
Entre los cálculos de los menos optimistas se obtendría un triunfo apretado entre la opción del Sí sobre la del No, en el plebiscito que refrendaría los acuerdos de La Habana, entre la guerrilla de las FARC-EP y el gobierno Nacional aquel 2 de octubre de 2016. Todo estaba preparado para que el país nacional, los sectores sociales y los ciudadanos respaldaran la terminación de la guerra.
Pero las caras largas y las preocupaciones se apoderaron de millones de colombianos que incrédulos recibían los resultados de un país que votó por la opción de la guerra y de otro país que de nuevo se abstuvo de ejercer su derecho al voto y acabar con la guerra. La batalla mediática de los conglomerados económicos de comunicación alentaron una polarización innecesaria entre los colombianos. El nefasto papel de los medios de comunicación fue entregarle los micrófonos a quienes hacen política con artimañas y mentiras.
La campaña del No ocupó una franja importante del sistema noticioso en los dos canales más vistos en el país. Nadie entendía cómo afirmaciones tan sustraídas de la realidad podían calar en una opinión pública y sobre entre los sectores populares. “El enfoque de género de la paz es dañar la familia” o “se van a volver maricas (homosexuales) nuestros hijos si votamos por la paz de Santos y las FARC”, opiniones que se escuchaban en los lugares más cotidianos de nuestra sociedad como las peluquerías o las panaderías.
Pero los que creyeron que la incertidumbre daba por terminados los esfuerzas de una solución política al conflicto, se equivocaron. Más importante que la campaña de indignación con que sacaron a votar a la gente “verracos”, fue la movilización por un nuevo país que surgió el 5 de octubre de 2016. La juventud se tomó las calles, un hecho nunca antes visto en Bogotá, y en las principales ciudades del país. Los colombianos que decidieron acabar con el dolor y la guerra, no se amilanaron para gritarle al mundo y a los del No, que allí estaban y que los acuerdos se debían implementar.
“Es una victoria de mierda”, decía Hugo Chávez en diciembre del año 2010, cuando por muy poca diferencia la oligarquía venezolana había derrotado el referendo que buscaba profundizar los avances de la revolución que Chávez comandaba. Pues bien, esa victoria de “mierda” se pudo calcar en Colombia, el día en que las ilusiones de los amantes a la guerra quedaron sepultadas entre los gritos de los asistentes a la Plaza de Bolívar y se contaban por miles y miles. El 5 octubre se vivió la democracia en las calles. Ese día terminó la incertidumbre y se abrió de nuevo la paz para Colombia.
De allí se desprendieron todas las iniciativas de paz y por hacer efectivos los acuerdos. El país se sintonizó con la paz y la transición necesaria, de un país con 50 años de violencia, a posibilidad cierta que las diferencias se tramitaran en democracia. No pudieron los medios de comunicación negar la movilización por la paz más importante para Colombia en el último siglo.
Aun se escuchan ecos de las movilizaciones, asambleas y campamentos por la paz en donde la ciudadanía se manifestaba por la pronta renegociación del acuerdo y su pronta implementación. Después de aquel 5 de octubre la paz dejó de ser del presidente Juan Manuel Santos o de las FARC, era la paz que le daría al país un cambio de rumbo a una democracia mejor.
Cuando se trata de ser optimistas en tiempos de incumplimientos de acuerdos de paz por parte de una clase política mezquina, que se aferra a vivir en un capitalismo feudal de siglos pasados, es importante recordar que la movilización social emprendida por el pueblo colombiano por la paz, es el motor de las transformaciones.
Que la movilización del pueblo supera el interés personal y electoral de quienes representan el pasado violento y oscuro de un país lejos de la modernidad, es un hecho comprobado. El 5 de octubre el pueblo ratificó que es un país de paz por encima de su clase dirigente. Repitamos el 5 de octubre.