
Un balance de este primer periodo de virtualidad de la educación arroja que el movimiento estudiantil de educación superior acertó en visibilizar las desigualdades en el acceso y en las condiciones para la virtualidad, pero falló en la elección de la táctica y en el contenido de sus exigencias
Sergio Alejandro Lancheros Cely
La pandemia del Covid-19 ha desnudado las profundas asimetrías y desigualdades de la sociedad capitalista. El terreno de la educación no ha sido ajeno a esta realidad y las estrategias implementadas para hacer frente a la crisis, tales como la virtualidad, más que ofrecer alternativas viables para el conjunto de la comunidad educativa, han puesto de relieve las dificultades y contradicciones del inmaculado Estado Social de Derecho para garantizar el derecho fundamental a la educación de toda la población sin distinción alguna.
Tensiones políticas
Hay que diferenciar dos elementos para ubicar las coordenadas del problema de la educación en medio de esta coyuntura. En primer lugar, la pandemia sobrepasa la idea de que la humanidad puede domar a toda costa las fuerzas y dinámicas de la naturaleza; de no comprenderlo así, caemos en el mismo discurso burgués de reactivar la economía y la dinámica social, aún si se pone en riesgo la vida misma.
No obstante, lo que sí está a disposición de la humanidad es la forma en la que se organizan soluciones y decisiones a este problema de interés público. En el caso del Estado moderno esto se expresa en las diferentes determinaciones de política pública, las cuales reflejan tensiones del plano de la distribución de la riqueza socialmente producida y, en consecuencia, posibilitan o no el cumplimiento de los derechos sociales.
Esto es lo que hay que entender para decantar las banderas y consignas en la disputa por el derecho a la educación en Colombia en medio de esta crisis sanitaria. En el caso de la educación superior, si hacemos un balance de cómo el movimiento estudiantil encaró este primer periodo de “virtualidad de la educación” podemos decir que hizo bien en visibilizar las desigualdades en el acceso y en las condiciones para la virtualidad.
Conocimiento y tecnología
Al contrario de las fantasías de la tan anhelada “sociedad del conocimiento” y del papel que juega en ella la “educación terciaria”, lo que ha venido sucediendo en el mundo es la profundización de las brechas en el acceso al conocimiento y la tecnología.
En Colombia, según las cifras que tiene el MinTic sobre los indicadores básicos de TIC en los hogares, en 2018 el 43,4% de la población tiene acceso a internet fijo o móvil. En el total nacional, 44,9% de las personas de cinco y más años de edad usaron computador y 64,1% usaron internet en cualquier lugar; en el caso de las cabeceras, el 50,9% de las personas usaron computador y 72,4% usaron internet en cualquier lugar, mientras que, para centros poblados y rurales dispersos, el 24,5% usaron computador y 35,8% usaron internet en cualquier lugar.
En una de sus recientes columnas, Julián de Zubiría afirma que el 52% de los hogares en el país tienen conectividad de internet, cifra que llega al 63% en las cabeceras y en la ruralidad apenas al 1%.
Debate sobre la táctica
Sin embargo, el movimiento estudiantil falló a la hora de escoger la táctica y darles contenido a sus exigencias, optando por paros virtuales o la reclamación ambigua de suspender todas las actividades. Sobre la táctica, este era un terreno desfavorable para el movimiento estudiantil, sumado al desgaste de fuertes procesos de movilización precedentes, lo que dio al traste con la poca presión generada, permitiendo que los lineamientos del Mineducación y las administraciones de las IES pasaran sin más.
Además, los anuncios sobre la imposibilidad de volver a la normalidad en varios meses han diluido esta propuesta ya que todo es incertidumbre y se hace necesario tomar medidas para que la educación de millones de jóvenes no quede en el aire.
En cuanto al contenido de las exigencias, poca carne reflejaron las mismas si tenemos en cuenta que el centro del debate parecía la defensa a ultranza de la presencialidad, como si el proceso de aprendizaje convencional en las aulas de clase favoreciera muchas veces la interacción entre los actores e impidiera la transmisión unilateral de información.
Importancia de la virtualidad
En realidad, no estamos ante la educación virtual en stricto sensu, lo que tiene en cuenta el movimiento estudiantil es que estamos ante el trasplante de los problemas de la educación presencial a la educación virtual, como medida improvisada para hacer frente a la crisis sanitaria que restringe las actividades académicas.
Si la educación realmente fuera un derecho en Colombia, la virtualidad sería simplemente una medida de contingencia con la garantía plena del conjunto de las condiciones para todos y todas, pero no, ni por financiamiento ni por una política seria de educación superior.
De hecho, esto abre otros debates más allá de la simple financiación. La ambigüedad de la educación virtual surge al carecer de una noción de Sistema de Educación Superior que defina teórica y conceptualmente cada una de las modalidades y niveles del sistema, lo cual ha resultado en un “sistema piramidal de educación superior, altamente desigual -y segmentado- entre los diversos tipos de instituciones”.
Acá el problema de la educación virtual, que no hay que dejar pasar por alto, es cómo entra el sistema de educación superior, ya que esta sí ha estado contemplada en la política pública como en las elaboraciones del Sistema Nacional de Educación Superior, el Acuerdo por lo Superior 2034, el programa Vive Digital y en los planes de desarrollo de los últimos gobiernos, pero en el marco de una política educativa neoliberal: aumentar artificialmente las cifras de cobertura; focalizar este tipo de modalidades como única alternativa para la población vulnerable y marginada; y adecuar el sistema educativo a las expectativas del mercado laboral, priorizando competencia laborales que descuidan la multidimensionalidad del proceso de aprendizaje y que van en detrimento de modalidades como la universitaria.
La agenda del movimiento
El movimiento estudiantil debe incluir tres elementos esenciales en su agenda de exigencias para hacer frente a la crisis: En primer lugar, alzar con fuerza la bandera de la educación como un derecho, en un contexto de disputa por la asignación urgente del gasto público y por los derechos sociales, tal como está sucediendo con la salud. En segundo lugar, exigir el derecho básico a la conectividad para que estas medidas contingentes se puedan materializar sin perjuicio o sin excluir a grandes sectores de la población.
Y finalmente, más del orden de lo táctico, exigir la constitución de comités o mesas en las IES con la participación de todos los estamentos, en donde realmente se puedan hacer balances sobre la realidad educativa en esta coyuntura y a partir de allí tomar medidas y estrategias que contemplen la realidad de todos y todas: bienestar mental y socioeconómico para los estudiantes, infraestructuras adecuadas para la virtualidad, capacitación docente en el manejo de herramientas informáticas y pedagógicas, contratación de trabajadores y profesores, condonación de la deuda de los estudiantes, gratuidad de las matrículas, etc.
Esta iniciativa que nos debe el gobierno nacional va a depender de la habilidad con la que se posicione en el debate público y de la interacción con los diferentes estamentos de la comunidad educativa. Hasta ahora poco o nada se ha avanzado y realmente, ante la adversidad de las condiciones, es una alternativa viable que nos permite ganar en democracia.
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