jueves, marzo 28, 2024
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Economía política de las relaciones de poder

Latifundio, burguesía y capital transnacional forman una tríada que, históricamente y en la actualidad, tienen que enfrentar la capacidad de lucha y resistencia de un pueblo trabajador crecientemente urbano, el campesino, el indígena y el afrodescendiente.

Foto: Pueblos - Revista de Información y Debate via photopin cc
Foto: Pueblos – Revista de Información y Debate via photopin cc

Nelson Fajardo

Retomar algunos elementos de la historia política y económica de Colombia debe ayudar para identificar las actuales relaciones del poder dominantes.

Desde la historia, entonces, se sabe del poder concentrado en el latifundio, que ha hecho de la reforma agraria algo imposible. Este sector latifundista, cuando siente amenazado su poder, recurre a los métodos más crueles y violentos para sostenerse; también llama al sectarismo, la religión y la ortodoxia, en nombre de los buenos modales y la moral.

Es este sector el que ha impulsado el sabotaje a la reforma, durante el siglo XIX, echando hacia atrás la expropiación de tierras en manos muertas; que descifrado, quería decir, expropiación del latifundio improductivo en manos de los jesuitas, quienes retornarían unas décadas después a recuperar “sus” tierras. Actitud que se volverá a repetir a propósito de la ley 200 de 1936, para abrir espacio a la guerra civil que vivimos entre 1948 y 1954.

Otro sector que controla las relaciones de poder es una burguesía con bajo nivel de identidad y pertenencia que, si bien ha desatado procesos de industrialización reales entre 1870 y 1890, durante la República Liberal de las décadas del 30 y el 40 del siglo XX y el Frente Nacional de 1958 a 1974, es una burguesía, además de su baja identidad y pertenencia con su nación, pusilánime y farisea; así lo demostró con la destrucción de los talleres artesanales a finales del siglo XIX, la traición a las guerrillas liberales durante el armisticio y la amnistía de 1954, y el temor frente al latifundista, con el que ha pactado siempre, traicionando los intereses populares del pueblo liberal y el progreso de la nación.

Y un tercer sector que maneja y manipula las relaciones de poder en Colombia es el capital mundializado o transnacional. Este capital, si bien ha hecho transferencias de conocimientos, técnica y tecnología, lo hace aprovechando sus ventajas comparativas y competitivas, ante todo, cuando concluye un nuevo ciclo de acumulación violenta de capitales, tal como lo comprueban las guerras civiles, preparatorias de nuevos ciclos de acumulación normal y “pacífica”.

Latifundio, burguesía y capital transnacional forman una tríada que, históricamente y en la actualidad, tienen que enfrentar la capacidad de lucha y resistencia de un pueblo trabajador crecientemente urbano, el campesino, el indígena y el afrodescendiente. En ese enfrentamiento se combina la violencia física con la persuasión (violencia intelectual) para doblegar. El dominio de una u otra forma de violencia o la combinación de ambas está en dependencia con las demandas de la acumulación originaria o la ley de la acumulación de capitales.

En Colombia, la pretensión del momento es el ordenamiento y disciplinamiento del pueblo desde los intereses de los núcleos fascistas criollos, que aspiran a manejar un pueblo altamente subordinado y acrítico. Por el lado de la burguesía modernizante y sus aliados, se trata de un reformismo autoritario que somete la población, sin contraprestación alguna a esos amplios contingentes, después a permanecer en estado beligerante.

Políticamente, la tríada oligárquica dominante se divide entre derecha moderada y ultraderecha representante del fascismo macondiano ordinario; y el aglutinamiento de esas luchas y resistencias da vida a una izquierda fragmentada que da muestras, de manera reiterada, de su incapacidad de unirse. Es un drama histórico, que puede revertirse si logramos la unidad para ampliar la democracia a partir de la culminación exitosa del proceso de diálogos hacia una paz estable y duradera.

Podríamos afirmar, que desde el 27 de febrero de 1989, América Latina, con el Caracazo, no es la misma. Vivimos un auge democrático, revolucionario y unitario[1. Prieto, Alberto, Visión integra de América: De Fidel Castro a la integración latinoamericana, tomo 3, China 2013, Ocean Sur, pág. 149.]. Colombia no escapa a esa influencia, que actúa contra tendencia y requiere a gritos ampliar lo más que se pueda la democracia, al ritmo del proceso de los diálogos de paz. Así que debemos ir a las urnas, el próximo 15 de junio, a votar por la continuación de los diálogos por una paz duradera y estable, que abarque los diálogos con el ELN y el EPL, hasta convertir la paz en un clamor nacional.

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