Mientras el mundo proponía un nuevo multilateralismo, la paz duradera y la lucha contra el cambio climático, el presidente despotricaba de Venezuela y describía un país idílico que solo existe en su mente
Alberto Acevedo
El pasado martes 21 de septiembre, el presidente Iván Duque habló ante las Naciones Unidas, en el marco de su asamblea general anual. Fue su última intervención en el foro de naciones en calidad de presidente de la Republica. El mandatario de los colombianos hizo un esfuerzo oratorio supremo y dibujó un país idílico, comparable solo con ese reino de bondad, de amor y de solidaridad de la célebre obra literaria El Principito, del francés Antoine de Saint-Exupéry.
No tuvo empacho en asegurar ante la comunidad internacional, que su gobierno “ha puesto en marcha la más ambiciosa agenda social de este siglo, y tal vez, de la historia”. Mostró como elemento central de esa política, una “renta básica de emergencia”, su ingreso solidario, vigente hasta diciembre de 2022, fecha para la cual seguramente habrán desaparecido los problemas sociales.
Desde luego no aclaró a sus contertulios que ingreso solidario no es lo mismo que renta básica. Que la esencia de la renta básica fue eje central de las formidables movilizaciones sociales de los meses anteriores y que su gobierno siempre se opuso a esa idea solidaria. Se cuidó de mencionar que la síntesis de una verdadera política social está contenida en el pliego de peticiones del Comité Nacional de Paro, el mismo que lanzó a las calles a millones de ciudadanos, en procura de una negociación, y que su gobierno les hizo conejo a las peticiones de los trabajadores y del pueblo.
De los más desiguales
Dijo el gobernante que su política solidaria abarca a más de cuatro millones de hogares vulnerables, “brindando apoyo económico directo a más del 25 por ciento de nuestra población”. La frágil memoria, o su desconexión de la realidad real del país, hacen que Duque olvide que, en 2020, el DANE, el organismo nacional que mide las estadísticas dijo que el porcentaje de personas en situación de pobreza multidimensional fue del 18.1 por ciento en el total nacional.
Con ingreso solidario -una estrategia coyuntural- la pobreza caerá tres puntos porcentuales en este año, es decir, Colombia seguirá siendo uno de los países más desiguales e inequitativos del planeta.
Fue capaz -¡fue capaz!- de poner la reforma tributaria que acaba de aprobarle el congreso, como ejemplo de responsabilidad social en pro de los logros sociales de su política doméstica. Seguramente las enormes cifras de desempleo, los escandalosos dígitos del subempleo, las masacres de excombatientes, de defensores de derechos humanos, de líderes de la diversidad sexual, de ambientalistas, los feminicidios, el trabajo infantil, etc., sean para el presidente Duque la obra social por la cual saca pecho ante el mundo.
Creían con fe en la paz
Habló también, como eje central de su política ‘humanitaria’, de su estrategia de ‘paz con legalidad’, alegando que “el débil acuerdo de paz” firmado en 2016 con las FARC, “tiene hoy progresos significativos”. No precisó lo que significa el ‘débil acuerdo de paz’. Si se refería a que una vez iniciado su mandato se opuso con furia a la existencia de la Justicia Especial de Paz, JEP, y quiso eliminarla. Que su partido aborrece a la Comisión de la Verdad y quisiera desterrarla.
No contó que, de acuerdo a informe rendido en abril pasado por el presidente de la Jurisdicción Especial de Paz, magistrado Eduardo Cifuentes, desde el momento en que se firmaron los Acuerdos de Paz hasta ahora, han sido asesinados al menos 904 líderes sociales y 276 excombatientes que abrazaron el proceso de paz. Y no dijo que el 92 por ciento de los exguerrilleros asesinados -la mayoría bajo el gobierno Duque- eran personas que comparecían ante la JEP, es decir, que respetaban el ‘débil acuerdo’ y creían con fe en la paz.
El sesgo con que presentó el deterioro del proceso de paz, las masacres y el incremento de la violencia social, dan a entender ante la comunidad internacional que el gobierno Duque no tiene responsabilidad alguna en el martirologio del pueblo colombiano. Son otros actores los causantes de la tragedia. No hay responsabilidad, ni siquiera por omisión, de las autoridades colombianas, menos, desde luego, de la Fuerza Pública.
Ni una palabra del Esmad
A propósito, mencionó el presidente que está en marcha una reforma a la policía. Pero no dijo una palabra de la clamorosa exigencia social de que se liquide el Esmad, verdadero escuadrón de la muerte. Ni habló de la responsabilidad de muchos miembros de la fuerza pública en las muertes de decenas de jóvenes durante el paro nacional del año pasado.
Fueron diversos los tópicos que abordó el mandatario colombiano. Pero uno en especial merece destacarse por lo deleznable. El de la situación en Venezuela. Dijo que los diálogos que se adelantan en México entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición, “dan alguna esperanza”, pero no se puede ser ingenuo, “pues el único desenlace efectivo de ese encuentro es la convocatoria cuanto antes de una elección presidencial libre, transparente y con una minuciosa observación internacional”.
Lo que no dijo
Duque va a terminar su mandato y no desaprovechó nunca oportunidad para expresar su odio visceral contra el gobierno bolivariano de Venezuela ni contra el proyecto de transformación social que representa. La oposición venezolana, sentada en una mesa de negociaciones no tiene en su agenda la destitución de Maduro. Tampoco es tema en el cual insista en estos momentos la nueva administración norteamericana. Pero la obsesión de Duque es ver salir a Maduro por la puerta de atrás y que la derecha tradicional de ese país regrese a sus privilegios.
Hay temas que el presidente colombiano no mencionó. En América Latina soplan vientos de renovación, que hablan de una nueva integración, que supere la estrechez de miras de la OEA y su complicidad con regímenes despóticos. En la ONU se habló de un nuevo multilateralismo, de la lucha contra un mundo unipolar.
Se mencionaron los esfuerzos por alcanzar una paz sólida en el manejo de las relaciones internacionales, de desarticular los arsenales de guerra, destruir las armas nucleares, luchar mancomunadamente por resolver los efectos del cambio climático. Mientras el mundo hablaba de eso, Duque despotricaba de Venezuela y mostraba las bellezas de su gobierno en un país que solo existe en su cabeza retorcida.