Pietro Lora Alarcón
Dice el geógrafo marxista David Harvey que comúnmente se habla de la “crisis ambiental” del capitalismo, para luego advertir que muchos gritaron “fuego” muy rápidamente, como Malthus o Ehrlich, proyectando catástrofes a partir del crecimiento exponencial de la población o de los pronósticos de escasez al final de los setenta, cuando la verdad es que el capital se recompone utilizando la propia naturaleza.
La opinión de Harvey no niega que la crisis contemporánea es diferenciada y sus consecuencias agravadas por la pandemia. Lo que observamos es que la geopolítica, los proyectos minero-estratégicos y el discurso falaz envuelven el tema ambiental y ya en el contexto latinoamericano, bufones como Duque y Bolsonaro juegan peligrosamente con la biodiversidad.
Sabemos que a lo largo de la historia personajes pequeños con aires de grandeza y mediocres con aires de superioridad suelen comportarse como si el mundo los estuviera aplaudiendo. Los monigotes de “otros” difícilmente reconocen su papel. En este caso, los “otros” son, obviamente, los que convierten la naturaleza en una mercancía dentro de la rueda de la circulación y acumulación del capital.
En ese sentido, como ejemplifica Harvey, la planta que crece está incorporada al agronegocio y parte de la ganancia generada es reinvertida para que crezca de nuevo el año próximo. Entre la semilla, el abono, los nutrientes y la ingeniería genética, todo se torna un negocio gigantesco.
Las tecnologías ambientales son cotizadas a precios elevados en las bolsas internacionales y el derecho al medio ambiente ecológicamente equilibrado y las condiciones de vida de las comunidades poco importan en esa dinámica carente de cualquier sentido ético.
Grande es por eso el desafío de los que comprenden la naturaleza y la tierra como sujetos de derechos, que reconocen los saberes indígenas, se contraponen a las estructuras de poder y resisten al neoliberalismo privatizador de los recursos ambientales.
Llamamos la atención para el tema porque el 31 de octubre en Glasgow, Escocia, comienza la conferencia de la ONU-COP 26, que realizará un balance de los compromisos asumidos en la Convención del Clima de 1994 y el Acuerdo de París del 2016. Duque y Bolsonaro, reunidos en Brasilia, declararon que llegarán unidos a la reunión.
Serían risibles esas palabras si no fuera porque el cuadro es trágico. En Brasil, por ejemplo, este es el año de mayores índices de destrucción del bioma amazónico. De agosto de 2020 a julio de 2021 se derribaron 8.712 km² de floresta. Y para nadie es un secreto que la agenda ambiental es hostil a las políticas de preservación.
Duque, por su lado, hace esfuerzos por decir que Colombia es líder en el tema, mencionando reuniones burocráticas y acuerdos intrascendentes, mientras que lo que ha quedado claro al mundo es que encabeza un régimen político que no duda en masacrar indígenas y campesinos, que es completamente omiso en la contención de la minería ilegal y el despojo de las tierras, al tiempo que busca oportunidades para promover el ingreso del gran capital en megaproyectos y negocios a espaldas del pueblo.
A propósito, Bolsonaro autorizó el paso de tropas de los Estados Unidos en noviembre de este año para la realización de maniobras militares. Exigencia del almirante Craig Faller en su reciente visita. Pero comentaremos sobre esto después porque por ahora me preparo a presenciar el show de los bufones que estarán en Glasgow.