Lo estuvieron negando durante muchos años, pero el peso de la realidad terminó por inclinar la balanza: hubo estereotipos racistas y otras ofensas, reconoce finalmente la multinacional de los dibujos animados
Rolando Pérez – Granma
Críticos y estudiosos lo señalaron desde siempre, pero los defensores de la casa productora alegaban que tales denuncias eran infundadas, al igual que los reproches de racista y misógino endilgados, en lo personal, al fundador de la empresa, Walt Disney.
Generaciones enteras habían crecido disfrutando esos clásicos del dibujo animado, y no todos estaban dispuestos a revisar un pasado infantil marcado por el entusiasmo, ni pedirle cuenta al bonachón Walter Elias Disney por dejar pasar, o incluir él mismo, escenas de contenidos ofensivos a la condición humana.
Pero los tiempos cambian, y los nietos y bisnietos de aquellos que no se percataron, o a los que no les importó el gato por liebre, comenzaron a darse cuenta de que, no obstante el empaque creativo de esos filmes, Disney no escapaba de la impronta racista, machista y xenófoba que, desde su nacimiento, había marcado a Hollywood.
El propio Walt Disney trató, muy temprano, de eludir responsabilidades declarando: «Hago películas para entretener y después la Academia de Hollywood me dice lo que significan». Pero ya desde los años 30 del pasado siglo, no faltaron especialistas en afirmar que en aquellas bellas historias para niños «había algo oscuro».
Las críticas abarcaban las tergiversaciones culturales de la industria Disney, como sucedió con la leyenda china Mulan (1998), y hace solo cuatro años con Moana, cinta en la que Maui, figura mitológica venerada en la Polinesia, era convertida en un chistoso gordito en taparrabos.
La lucha contra posiciones racistas que se libra en el mundo parece haber sido determinante para que la casa Disney se llamara a contar. En noviembre del pasado año, los filmes exhibidos en su plataforma empezaron a llevar la siguiente advertencia: «Este programa se presenta como se creó originalmente, puede contener representaciones culturales obsoletas».
Una manera de reconocer errores, pero insuficiente, para evitar que las críticas continuaran. De ahí que, desde hace unos días, la nueva etiqueta exprese: «Este programa incluye representaciones negativas y/o un mal tratamiento de personas o culturas».
Para que no haya duda de sus intenciones de rectificación, los representantes de Disney explican la imposibilidad de alterar lo ya realizado: «Estos estereotipos estaban equivocados entonces y lo están ahora. En lugar de eliminar este contenido, queremos reconocer su impacto dañino, aprender de él y generar conversaciones para crear juntos un futuro más inclusivo».
No hubo excesos entonces en denunciar que en Fantasía la centaura negra (Sunflower) tiene un cuerpo pequeño e insignificante en comparación con las centauras blancas, y que su media mitad de animal cuadrúpedo, en lugar de ser de un caballo, es un burro. O que la función de «la negrita» es abrillantar las pezuñas de las opulentas centauras blancas.
En El libro de la selva, los animales hablan con exquisito acento británico, menos los monos, arquetipos del llamado bajo mundo afroamericano, ansiosos ellos por convertirse en hombres blancos. Y en Dumbo, los cuervos amigos del elefante tocan jazz, son marginales representativos de la «raza negra» y los lidera Jim Crow, nombre que en términos despectivos se le adjudicaba a ciudadanos negros en Estados Unidos.
Cenicienta, Blancanieves, La Bella durmiente, bellas, indefensas, con necesidad de ser protegidas –según el estudioso David Payne– significan «la encarnación de todo deseo masculino: un patriarcado de un solo hombre que tiene dominio y propiedad absoluta». Con Pocahontas: algunos creyeron que se vendría a remediar la visión de Peter Pan, en la que los indios aparecían teñidos de rojo, grotescos y hablando en monosílabos, pero terminó siendo un despliegue distorsionado de la realidad histórica, al darse a entender que Disney justificaba las masacres que siguieron al asentamiento de los nativos.
La dama y el vagabundo resultó una clara metáfora de la peligrosa inmigración asiática; Aladino transcurría en un país árabe, donde –como dice la canción introductoria– «te cortan la cabeza si no le caes bien», y en El rey León, se hacen constantes alusiones discriminatorias a las hienas que viven, socarronamente, en un apartheid.
Una larga lista de películas que ahora, finalmente, llevarán una advertencia y una excusa que, como suele suceder, llegarán demasiado tarde para muchos.
📢 Si te gustó este artículo y quieres apoyar al semanario VOZ, te contamos que ya está disponible la tienda virtual donde podrás suscribirte a la versión online del periódico.