Pietro Lora Alarcón
Desde un comienzo los Estados Unidos intentan mostrar que la Revolución Cubana no pasa de una utopía incompetente y una antidemocrática experiencia. Eso justificaría sanciones unilaterales, que en la era Trump fueron 243, además del ignominioso bloqueo condenado en la ONU. Una agresión discursiva sigue siendo reproducida, de forma alevosa, simplista o tergiversadora. Hay, desde luego, quien finja neutralidad y concluya con una milagrosa receta para salvar al pueblo de la “dictadura castrista”, aunque el presidente hoy sea Diaz-Canel.
Todo esto oculta que para debatir con seriedad los alcances y la complejidad de una Revolución que desafía los cánones del sistema predominante, es mínimamente necesario partir de premisas. Nos atrevemos a compartir algunas. Lo primero, es que como estructura económico-social, Cuba fue, continúa y permanece bloqueada. Sin considerar ese factor, condicionante de la política interna y externa, no hay debate posible.
Lo segundo es que una Revolución es un hecho histórico, pero esencialmente un proceso histórico, insustentable si existe una práctica popular conspirativa sólida. Por el contrario, crece y madura cuando sus progresos son resultado de acciones colectivas y transformadoras. En tercera medida, una Revolución no es exportable. Es insensato plantear que escoger votar por uno u otro candidato contrario a los fracasados programas neoliberales, convertirá al país en “otra Cuba”.
En cuarto lugar, la Revolución es una construcción humana con capacidad de rectificación de rumbos porque posee recursos de independencia. En otros casos, cuando un país sobrevive bajo imposiciones, repite fórmulas obsoletas. Finalmente, Cuba democratizó las estructuras de poder social y puede avanzar a mayores niveles de deliberación popular, cuestión inadmisible para regímenes políticos como el colombiano o el estadounidense.
Si de hacer ciencia se trata, entonces cuestionar realidades, formular y comprobar hipótesis permite al final realizar paralelos. Por eso, ejemplificando, si comparamos derechos básicos del pueblo de cualquier Estado, como la salud, para cualquier gobierno le resultaría difícil superar el contraste ofrecido por los datos recolectados. Eso porque, simplemente, a pesar del bloqueo, la Revolución le anunció al mundo la vacuna Abdala contra el Covid-19, la única construida en América Latina y con más de 90% de efectividad comprobada. Cuba se sitúa ante la contradicción fundamental de la época: vida vs mercado de la salud, y continúa desafiando altivamente.
Para los Estados Unidos, el espectro geopolítico multipolar limita la acción y guerras convencionales son un fardo económico. Por eso desarrolla un cambio cualitativo, la guerra indirecta o híbrida sintetizada en el Manual de Guerra TC 18-01. En tal sentido, manifestantes e insurgentes, colados a los reclamos sobre lo cotidiano, deben condicionar las salidas a problemas superables al “fin de la Revolución”; las redes sociales e influencers deben substituir las municiones tradicionales por armas de otro tipo, como palabras que “susciten consensos”, se sugiere, entre otras, “democracia” y “derechos humanos”. Quien está a favor de su significado debe, necesariamente, condenar la Revolución; finalmente, promover los “desplazamientos periféricos”, que funcionen como factor psicológico en el ambiente operacional.
El Manuel concluye: “Actuar aumentando las insatisfacciones contra el régimen hostil, apoyando ingredientes, apelando y mostrando simpatías a los inconformes. Así se obtendrá la conducta deseada de grupos y serán moldadas las percepciones de la población sirviendo de apoyo al futuro elemento militar”.
La Revolución, con toda seguridad, dialoga y aprende de su experiencia. Los revolucionarios no se pueden dar el lujo de ser acríticos, pero mucho menos podemos ser ingenuos.