Sergio Salazar
@seansaga
A nivel mundial se han dado lentos pasos en materia de coordinación para la acción política en materia de protección de los recursos naturales, conservación de la biodiversidad y reducción del calentamiento global. Su evolución ha estado mediada por los conflictos sociales entre la implementación del paradigma económico de crecer en la acumulación de riqueza, sin tener en cuenta los límites de los recursos del planeta, y los efectos negativos que sobre ellos hemos venido causando, principalmente, desde que se empezaron a utilizar combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural) como principal fuente para satisfacer las necesidades de energía del sistema económico imperante desde la revolución industrial. A la vez que se ha avanzado en marcos de política pública ambiental más sólidos, gracias a la evidencia y el avance en la ciencia, las contradicciones entre el desarrollo económico y sus efectos en el soporte natural para provisión de materias primas se han ido agudizando, principalmente desde la era neoliberal. En el actual contexto de crisis sistémica, acelerada por la pandemia de la COVID-19, se han implementado medidas drásticas que dan un respiro a la Madre Tierra al reducir la contaminación atmosférica y la de los ecosistemas, pero surge la inquietud del qué pasará después de la crisis en términos de producción masiva de bienes y servicios. La opción que predomine en la salida a la crisis tendrá efectos a escala planetaria y ayudará a frenar, o por el contrario, agravará más la actual crisis climática y ambiental.
Antecedentes de acción global frente a la crisis climática
La revolución industrial a la vez que significó un acelerador al modo de producción capitalista también significó un acelerador en el consumo de recursos naturales y un aumento en los impactos ambientales negativos por las actividades socioeconómicas. Tal problema se ha venido agravando y ya es un problema para el modo de producción que fue concebido sin límites físicos para su expansión. Debido a ello se han dado pasos para intentar paliar tal contradicción y mantener en pie el sistema, avanzando a paradigmas como el del desarrollo sostenible, el cual ha venido siendo el paraguas para seguir actuando en detrimento de los recursos naturales y biodiversidad cada vez más escasos. Toda una paradoja ya que tal paradigma se define como “aquel que garantiza las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades”.
La noción de “desarrollo sostenible” y acciones frente al cambio climático fueron discutidas en la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano (Estocolmo, 1972), conferencia científica también conocida como la Primera Cumbre de la Tierra. Sin embargo, sólo después de la Segunda Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro, 1992) se empezaron a incorporar en la planificación estatal el paradigma del desarrollo sostenible y a “implementar” las acciones que la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) empezó a impulsar como el Protocolo de Kyoto de 1997. En este instrumento se marcó el objetivo de reducir las emisiones totales de gases de efecto invernadero (GEI) de los países industrializados en al menos un 5% respecto de los niveles de 1990 durante el periodo de compromiso de 2008 a 2012. A pesar de ese gran acuerdo que entró en vigor en 2005, los intereses económicos de las grandes potencias económicas evidenciadas en los vaivenes de las diferentes sesiones de las Conferencias de las Partes (COP), limitaron su efectividad de hasta llegar con dificultades al Acuerdo de París de 2015. Este segundo hito, marcó como objetivo central “reforzar la respuesta mundial a la amenaza del cambio climático, en el contexto del desarrollo sostenible y de los esfuerzos por erradicar la pobreza”. Sin embargo, parece que tampoco será posible lograr tal objetivo dada la posición negacionista del actual gobierno de los Estados Unidos, primer país en emisiones de dióxido de carbono (CO2) en el período 1850-2011 y el que mayor emisión per-cápita tiene, así como de la tendencia creciente en emisiones de GEI a nivel global. Se siguen marcando récords sin precedentes en los niveles de los GEI que atrapan el calor en la atmósfera, de los cuales el CO2 es uno de los principales responsables.
Recientemente la Organización Meteorológica Mundial (OMM) en su Declaración sobre el estado del clima mundial en 2019, insistió en que hay señales físicas crecientes relacionadas al cambio climático, como el aumento del contenido calorífico de los océanos y de la tierra, la aceleración de la subida del nivel del mar y la fusión de los hielos. También, la OMM insistió en los efectos adversos asociados a fenómenos meteorológicos y climáticos extremos en términos de vidas e impactos socioeconómicos y ecosistémicos. A ello deben sumarse efectos tales como la pérdida de esperanza de vida (3 años en promedio) y la tasa de muertes prematuras que ocasiona la contaminación atmosférica (poco menos de 9 millones de personas/año) así como los efectos de la agroindustria como principal sector emisor de GEI y principal contaminante de suelos, agua y pérdida de biodiversidad a nivel mundial. Tales ejemplos reflejan que no se están dando soluciones efectivas, y por el contrario acciones como los mercados de carbono y medidas tecnológicas como la geoingeniería pueden ser un maquillaje donde el fondo real es mantener la renta de capital bajo el mismo modelo económico. En tal sentido, si se quiere avanzar en acciones efectivas a nivel global, es necesario un cambio de paradigma tanto en el uso de energías provenientes de combustibles fósiles como también en la agroindustria y en los modelos de ocupación territorial. Tales elementos son parte integral del sostén del sistema económico imperante, en recurrentes crisis, que en la fase actual se debe, entre otros, a factores tales como la especulación financiera y la guerra por los precios del petróleo con el agravante de la pandemia del coronavirus.
Reducción de la contaminación en tiempos de pandemia
Un freno en la producción mundial de bienes y servicios por la pandemia ha provocado efectos positivos en términos climáticos y ambientales. Por ejemplo, se han revelado reducciones drásticas de emisiones de GEI en China, principal país emisor desde 2012. En 2020, los valores de uno de los GEI (dióxido de Nitrógeno – NO2) en China oriental y central fueron significativamente más bajos (de 10 a 30 por ciento más bajos) que lo que normalmente se observa para este período de tiempo. Igualmente, en Europa se han observado reducciones importante de dicho compuesto en ciudades como Milán, París o Madrid. Tal compuesto, es parte de una familia contaminantes que interviene en el Cambio Climático a través de la destrucción de la vegetación y la eutrofización de lagos y océanos, además de ser sustancias irritantes y corrosivas que van a afectar a la salud humana, provocando enfermedades respiratorias, cardiovasculares, e irritaciones oculares y de la piel, pudiendo llegar a causar incluso muertes prematuras como ya se ha demostrado. También se han visto imágenes de animales silvestres circulando en las ciudades así como imágenes inéditas de los canales de Venecia con sus aguas limpias y con peces circulando a sus anchas gracias al freno en el turismo masivo. En Bogotá, se reportó una mejoría en un 81% en la calidad del aire tras las medidas tomadas en el marco de la pandemia. Sin embargo, esos efectos son puntuales, que seguro está aliviando los daños que estamos produciendo en nuestra casa común, pero los cambios estructurales, los de largo plazo, son los que se ponen sobre la mesa como una necesidad vital para que el alivio también sea definitivo.
El reto inmediato post-pandemia
Un análisis reciente de Carbon Brief sugiere que la pandemia podría causar este año una reducción drástica de las emisiones de CO2, más que durante cualquier crisis económica o período de guerra anterior, pero que a pesar de ello, se espera que los niveles totales de carbono atmosférico sigan aumentando también en 2020. Los datos así lo revelan. La OMM menciona que los niveles de dióxido de carbono en las estaciones de observación clave han sido, hasta ahora, más altos que el año pasado. Tal tendencia, podría verse agravada a la evidencia de anteriores crisis en que las emisiones de GEI y los efectos negativos sobre el ambiente crecieron al poner en marcha medidas principalmente pensadas en la recuperación económica con la estela de la especulación financiera detrás.
El reinicio gradual de la fábrica del mundo, China, ya empieza a reflejar que la contaminación atmosférica empieza a incrementar. El gobierno de los Estados Unidos ha tomado medidas que apuntan a agravar la situación. Por ejemplo, derogó legislación que obligaba a la industria automotriz a cumplir con estándares para reducir la contaminación atmosférica, lo que equivaldrá en aproximadamente un 20% de las emisiones anuales de CO2 de dicho país. También, desbloqueó la construcción del polémico oleoducto de 1900 Kms entre Estados Unidos y Canadá, y aprobó un billonario rescate a la industria aeronáutica así como ayudas para la industria de dicho país para seguir jugando con la especulación financiera. Incluso, considerando las señales de sobreproducción, en que el precio del petróleo no hace rentable el uso del “fracking”, principal soporte de sus rentas petroleras, Estados Unidos amenazó con intervenir militarmente “en nombre de la democracia” a Venezuela, país que tiene la reserva petrolera más grande del mundo. Otro ejemplo está en Andalucía, la región más grande de España, en la que el gobierno regional aprobó, con el pretexto de la reactivación económica post-pandemia, unas medidas regresivas sin precedentes en cuanto a desregularización de actividades económicas, control ambiental y participación pública, lo cual puede facilitar impactos ambientales y territoriales negativos así como fomentar el incremento de la especulación urbanística con sus respectivos impactos.
En definitiva, el telón de fondo es la reconfiguración mundial para rentabilizar la crisis a favor del capital. La evidencia empieza a mostrar que las acciones para frenar la crisis climática y ambiental global se quieren poner en cuarentena o incluso aprovecharse de la situación para arrebatar pequeños logros ya conseguidos. Con ello, las tensiones sociales incrementarán a todo nivel. El reto inmediato es lograr, desde la acción colectiva de masas, un cambio estructural hacia un modelo económico de transición ecológica y justicia social que priorice los intereses de la humanidad y nuestra casa común y siente las bases de otro modo de producción.