“Cerca de 60 coches circulan por la zona colonial y por las avenidas bordadas por el encaje blanco que el Mar Caribe le obsequia a Cartagena de manera incesante”
Libardo Muñoz
Un caballo, que tiraba de un coche lleno de turistas de visita en Cartagena hace pocos días, se desplomó extenuado, en Bocagrande, quedó casi muerto y pudo ser salvado, pero el incidente, que no es el primero, revivió un debate cívico que merece profundizarse.
Activistas de la defensa de los animales se pronunciaron y dicen que una apreciable cantidad de caballos son sometidos a largas jornadas, mal alimentados, flacos, sin atención veterinaria y que, por eso, caen fatigados bajo el implacable sol del trópico y el calor del pavimento, creando episodios que hablan por sí solos de la falta de políticas institucionales, en un renglón turístico parte de la tradición centenaria de Cartagena. Muchas canciones mencionan al cochero chambaculero, deben ser millones las fotografías que dan la vuelta al mundo mostrando divertidos visitantes de Cartagena en lo alto de un coche.
Cerca de 60 coches circulan por la zona colonial y por las avenidas bordadas por el encaje blanco que el Mar Caribe le obsequia a Cartagena de manera incesante.
Una parte de los caballos de tiro empleados en el recreo del turismo cartagenero se mantiene en corrales improvisados, en un rincón casi desapercibido de la Isla de Elba, nombre original de Chambacú.
La presión de quienes se hacen llamar “animalistas” logró que la Procuraduría Delegada de Asuntos Ambientales ordenara la suspensión de la actividad de los coches, hasta cuando se garanticen normas de protección, alimentación e higiene de unos establos para los caballos, pero no dice de qué van a vivir los cocheros mientras eso se realiza. Cada caballo uncido a un coche con unas siete personas encima debe halar casi 400 kilos, en un recorrido de un poco más de una hora por las calles históricas de Cartagena.
La Alcaldía pretende prohibir la presencia de coches en la Plaza de Los Coches, que son precisamente los que le dan el nombre al lugar, al pie de la soberbia Torre del Reloj en la Boca del Puente.
La otra faceta del debate la integran los cocheros, muchos de ellos herederos del oficio de padres o abuelos, constructores de sus propios coches, con piezas y ruedas que cuelgan en los viejos corrales. Un fallo del juzgado 7° Civil de Cartagena declaró que los cocheros son “un gremio en debilidad manifiesta”: no tienen sueldo, prestaciones sociales, seguridad en salud ni nada parecido.
La Asociación de Cocheros la preside Julio Martínez, quien, con absoluto conocimiento del tema, dice que la desprotección social afecta tanto a los animales como a los humanos, pero que la solución no es prohibir una llamativa y elegante tradición de Cartagena, como lo pretenden los exacerbados animalistas.
Otras ciudades del Caribe y de Europa muestran con orgullo coches de tiro, halados por caballos robustos, guiados por cocheros de chistera respaldados por condiciones laborales quizás más justas que las de Cartagena.