Germán Ávila
El proceso constituyente votado en Chile ha sido una de las más claras muestras de la capacidad que tiene la movilización. Los alcances de una ciudadanía organizada y actuante son enormes, aun en los contextos más adversos.
El movimiento que se inició en octubre de 2019, tenía como objetivo protestar por el alza en el costo del boleto en el metro de Santiago, uno de los transportes públicos más caros del continente. Los estudiantes secundaristas y universitarios empezaron con jornadas de desobediencia por medio de ingresos masivos a las estaciones del metro sin pagar el boleto.
No se trató, como suele ocurrir en muchos otros lugares, Bogotá incluida, de evadir sistemáticamente el pago del costo del pasaje como fin último. Fueron movimientos acompañados con asambleas populares y protestas en las afueras de las estaciones principales. El movimiento pronto se extendió a otros sectores de la población y en algunas semanas, las calles estaban desbordadas de gente que protestaba, ya no solamente contra el alza en el precio del boleto, sino contra todo el sistema económico.
Chile es la cuna del neoliberalismo en Latinoamérica, también ha sido el laboratorio en que se ha probado que ese sistema no puede ser aplicado sin un sólido componente represivo. El neoliberalismo existe con el fin de que una minoría acumule fortunas enormes en detrimento de las mayorías, y esas mayorías en algún momento van a entrar en conflicto con el sistema. Llega un punto de fractura en que los aparatos ideológicos y de propaganda del sistema no pueden sostener la fantasía, que choca contra la realidad cotidiana. La gente inevitablemente va a protestar y terminarán siendo violentamente reprimida.
Así lo hizo Piñera, soltó a sus perros de caza. Los carabineros son la fuerza policial de ese país que, dentro de sí, alberga una unidad especial antidisturbios, que durante años ha recibido entrenamiento del ESMAD de Colombia, por lo que sus métodos y resultados son increíblemente similares: mutilados, personas que han perdido uno o los dos ojos y asesinados, todo con armamento no convencional como munición recalzada y perdigones improvisados.
Por su parte, se generó también la respuesta por parte de quienes quisieron defender su derecho a la protesta, luego de años de conocer el accionar de los “pacos”, como se conocen popularmente los carabineros, se crearon equipos de personas que se organizaron para resistir sus ataques. Se han hecho llamar los de “La primera línea”, usan escudos, máscaras y caucheras, palos y guantes para devolver los gases.
La represión desatada por Piñera, lejos de disolver las protestas, terminó aumentando la indignación y cada día salió más y más gente a la calle. Finalmente, en diciembre la Plaza Italia, en el centro de Santiago, terminó cambiando su nombre por Plaza de la Dignidad y logró movilizaciones de más de tres millones de personas.
Para finales de diciembre, no solo la decisión del alza en el boleto del metro se había echado para atrás, sino que el poder ejecutivo tomó la decisión de convocar una constituyente que reformara la Carta Magna vigente desde 1980.
Esta constitución tiene una serie de características interesantes, la principal es que fue elaborada por la dictadura de Pinochet en 1980, a puerta cerrada y por expertos constitucionalistas, como Jaime Guzmán, quien en 1991 afirmó que Pinochet y los militares no perdieron el poder, sino que lo entregaron cuando y como quisieron dentro del marco de la constitución elaborada por ellos mismos.
Por otro lado, fue una constitución diseñada para mantenerse intacta, era un documento cerrado y sellado por dentro. Se refrendó en un plebiscito en 1980 donde la única alternativa que tenía difusión por los medios de comunicación era la oficialista para su aprobación, mientras que el sector que luchaba por rechazarla, era perseguido y relegado. Aun así, lograron la mayor movilización realizada en el periodo de la dictadura, llamada el Caupolicanazo, ya que se llevó a cabo en el Teatro Caupolicán.
Luego de aprobada, la constitución chilena estaba diseñada para no ser modificada, pues los recursos que tiene previstos para sus modificaciones son extremadamente complejos y las cifras de quorum requeridas para realizar cambios es muy alta, por lo que se requeriría un parlamento con una mayoría abrumadora de oposición para lograr cambiarla por vía parlamentaria.
Ahí radica la gran ganancia de las movilizaciones y protestas desarrolladas desde octubre de 2019. Finalmente se votó el pasado 25 de octubre el plebiscito para su derogación y cambio. Las preguntas eran dos. Una, si se aprobaba cambiarla y dos, qué tipo de organismo debería hacer ese cambio, una comisión mixta compuesta por 50% de miembros del congreso actual y 50% de constituyentes elegidos por voto, o un 100% de constituyentes elegidos por voto.
Los resultados fueron abrumadores a favor del cambio constitucional, casi 80% aprobó, mientras que más del 70% se inclinó por la constituyente elegida 100% por voto popular.
Es importante recordar que el proceso que ha resultado con una constituyente en Chile no ha sido lineal para las fuerzas democráticas, que también tienen en su interior fuertes debates. Un ejemplo de esto es que varias fuerzas, dentro de las que se encuentra el Partido Comunista de Chile, decidieron apoyar el plebiscito, pero se mostraron contrarias a los mecanismos del proceso de reforma.
La razón es válida, pues sí es importante dar por tierra la constitución heredada de la dictadura. Sin embargo, es mucho más importante garantizar que la constitución que la reemplace, tenga en cuenta los intereses de las clases más sumergidas, y que no sea una constitución redactada por y para beneficio de los sectores económicos que pueden sacar más provecho de ella.
Estas razones, junto con las que plantean la necesidad de establecer mecanismos participativos para el control y cuidado de la nueva constitución hacen parte de lo que ahora entra en juego en el país austral.
Por lo pronto, la historia escribió una página nueva en Chile, página escrita con la sangre que puso la población organizada y movilizándose. En Colombia hay sectores de la socialdemocracia que celebran las contundentes cifras del plebiscito en Chile, pero convenientemente olvidan que ese plebiscito se logró con la gente protestando en la calle, eso que tanto les molesta cuando las calles ocupadas son las propias.