Es una derecha diferente. No es futurista, como el viejo fascismo italiano o el nazismo alemán, que prometía la gloria de un Tercer Reich. Es reactiva y busca en lo fundamental apaciguar miedos. En el fondo, no surge contra la democracia ‘burguesa’ liberal
Alberto Acevedo
Ni los éxitos electorales de Alberto Núñez Feijóo en España y de Javier Milei en Argentina, ni la campaña mediática del expresidente Trump para regresar al manejo del mando en la Casa Blanca, pese a los escándalos judiciales que lo agobian, son hechos que pasen desapercibidos en el mundo de la política actual.
Hay una línea ideológica que une, como un denominador común, el pensamiento de los tres líderes políticos. No representan los intereses de la derecha clásica en sus respectivos países. Defienden una especie de ruptura con el Establecimiento, en lo que el líder argentino denomina ‘la casta’.
No es la derecha ordinaria que representa, por ejemplo, la señora Meloni, en Italia, su programa se identifica con una extrema derecha dura, disruptiva, con un hálito de neofascismo en sus postulados programáticos.
Para los líderes de esta nueva derecha se necesitan políticas centradas en la seguridad. Como lo fueron por ejemplo los programas de la casi totalidad de los candidatos presidenciales a las elecciones de Ecuador, aunque su caso no es el que nos ocupa.
Nuevos enemigos
Previo a este planteamiento, se hace una apología del miedo como el ingrediente principal del que se alimenta la extrema derecha, que ofrece luego un discurso más tranquilizante, estructurado en torno al regreso de los valores, y de Estados fuertes, aunque pequeños y menos intervencionistas.
Para algunos observadores, el nuevo fascismo se remonta a los sucesos del 11 de septiembre de 2001, con el derribo de las torres gemelas de Nueva York, que marcó el carácter apocalíptico del nuevo siglo. El hecho permitió a la geopolítica imperial el diseño de nuevos enemigos, buscando afianzar un mundo unipolar.
Esos miedos fueron creciendo. El colapso del sistema financiero, la crisis climática, el covid-19, la guerra en Ucrania, las oleadas de inmigrantes, el calentamiento global, la crisis alimentaria, el peligro de una guerra nuclear, la humillación al mundo islámico, la incertidumbre hacia un futuro cada vez más incierto, fueron canalizados por los profetas de la ultraderecha. Y los nuevos representantes de este sector, se presentan como Mesías salvadores. Margaret Thatcher decía en su momento: “la sociedad no existe, solo los individuos”.
Toma el timón del barco
Es lo que el politólogo y escritor francés Dominique Moîse denomina la “geopolítica de las emociones”, que describe en detalle en una obra suya con el mismo nombre. Se refiere a cómo las culturas del miedo, la humillación y la esperanza, están reconfigurando el mundo.
Existen narrativas -dice-, que configuran los grandes estados de ánimo de las naciones. Distintas potencias actúan bajo la influencia de sentimientos diferentes. El miedo sería la emoción dominante en Occidente. Y la nueva derecha entra a jugar el rol de la salvación.
Pero es una derecha diferente. No es futurista, como el viejo fascismo italiano o el nazismo alemán, que prometía la gloria de un Tercer Reich. Es una derecha reactiva que busca en lo fundamental apaciguar miedos. En el fondo, no surge contra la democracia ‘burguesa’ liberal. No abandona, simplemente toma el timón del barco.
Y en tal propósito combina una especie de populismo con fundamentalismo mesiánico. Es ahí donde aparece Javier Milei en Argentina, diciendo en sus discursos de campaña que su programa económico de gobierno ha sido conversado directamente con Dios, a través de médiums, en los que han jugado un papel decisivo, sus mascotas, tres perros que colman sus afectos, y con los que también dice que habla con frecuencia.
Minimalismo estatal
Y bajo ese manto divino, que evoca la figura del Espíritu Santo descendiendo en lenguas de fuego sobre la melena alborotada de Milei, el aspirante dice que bajo su gobierno impulsará la venta de órganos, el libre uso de armas de fuego, la privatización de la educación, la liquidación del Banco de la República. Promete reducir un número considerable de ministerios, un minimalismo estatal que no es otra cosa que el descuartizamiento del Estado. Pero no gratuito, sino en favor de las grandes empresas transnacionales.
En Estados Unidos, entre tanto, los desafueros del expresidente Donald Trump, que anunció su intención de aspirar a un segundo mandato presidencial a pesar de que enfrenta diversos procesos penales con al menos 41 cargos criminales en su contra, refuerzan la impresión de que el líder republicano mira a la ley con desprecio. Ignora la gravedad de la situación que él mismo creó, y una vez más antepone sus necesidades personales y políticas inmediatas al interés nacional.
Su apuesta por recuperar la Casa Blanca ya no es una mera campaña política, sino que se ha convertido en un asunto de autoconservación. “No se postula para salvar a Estados Unidos, sino para salvarse a sí mismo, y eso significa derribar el sistema judicial y al fiscal especial, lo hará”, señala el comentarista de CNN Van Jones.
Política grandilocuente
La presidencia de Trump y las dos campañas presidenciales, la anterior y la actual suponen en diversos aspectos una ruptura con las prácticas, usos, modos y formas tradicionales en la política occidental.
La apelación constante a los sentimientos (y las bajas pasiones) de los votantes, la relativización de los hechos, las declaraciones racistas, machistas, xenófobas y hostiles a las minorías, una política interior rupturista con el pasado y una política exterior grandilocuente (“si vuelvo al poder acabo la guerra de Ucrania en una semana”) han sido elemento de su acción de gobierno, calificada por observadores como caótica e impulsiva.
Y en este escenario, entra en acción el discurso radical del aspirante Alberto Núñez Feijóo a la jefatura del gobierno español, en representación del ultraderechista Partido Popular. Bajo unos postulados de defensa de valores tradicionales como la familia, la fe católica y la unidad de la nación, su partido europeísta se muestra contrario al aborto y partidario de la libertad individual.
Feijóo, de llegar al gobierno, promete barrer con cualquier vestigio de ‘socialismo’ representado en lo que denomina como en ‘sanchismo’, haciendo referencia al gobierno del Partido Socialista Obrero Español, PSOE, de Pedro Sánchez. A partir de allí, derogar la actual Ley de Vivienda y otras reformas, en un discurso en el que coincide con las propuestas descabelladas de Milei en Argentina.