Bicentenario: Blanco y negro

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Representación dela batalla del Puente de Pienta 4 de agosto de 1819.

José Ramón Llanos

En este texto inicialmente destacamos algunas expresiones de las rebeldías de la población granadina y mencionamos dos combates que influyeron en la victoria definitiva de la Batalla de Boyacá. Finalmente haremos una valoración de lo acontecido en los doscientos años de dominio de la élite gobernante en el siglo XIX y la acción política jurídica de la burguesía nacional.

El largo proceso de rebelión y lucha, debidamente documentado, del pueblo granadino contra la colonización y explotación española, se inicia en la primera mitad del siglo XVIII con la rebelión de las alcabalas en 1733; con un motín contra los impuestos en 1740 en Vélez; levantamiento en 1765 en Tunja y dos levantamientos en 1780 en Mogotes.

De igual manera los esclavizados y los indígenas, de diferentes maneras protestaron contra la explotación, los primeros formando sus palenques en las proximidades de Cartagena y rebeliones en las haciendas situadas en territorios que corresponden a los actuales departamentos de Chocó, Antioquia, Valle del Cauca; los indígenas se amotinaron en 1752 en Tuta y en Cota en 1779.

Ejército español contra campesinos

De todas estas rebeldías del siglo XVIII, la más importante, por la amplia participación popular y el contenido de sus reivindicaciones fue La rebelión de los Comuneros que estalló el 16 de marzo de 1881, encabezada por la cigarrera Manuela Beltrán, José A. Galán e Isidro Molina. Es sabido cómo terminó esta verdadera revolución que incluso, arrancó las Capitulaciones al virrey español y cómo fueron incumplidas y ajusticiados sus líderes Manuela Beltrán, José Antonio Galán, Isidro Molina, Lorenzo Alcantuz y Manuel Ortiz, en enero de 1882.

Sin embargo, dada las consecuencias de su resultado, son las batallas del Pantano de Vargas y la del puente de Boyacá las de mayor trascendencia. Antes de referirnos a los resultados de esta última batalla, consideramos justo destacar dos batallas que incidieron positivamente en el desenlace de la Batalla de Boyacá, la de la Quesera del Medio debilitó material y psicológicamente a las tropas comandadas por Morillo y la gesta de los campesinos de Charalá, el puente de Pienta con machetes, piedras, hondas y a puño se  enfrentaron a los 800 soldados realistas dirigidos por el coronel Lucas González que marchaban a reforzar al coronel Barreiro después la derrota de la Batalla del Pantano de Vargas. Esa contienda se desarrolló en la llamada Quesera del Medio el 2 de abril de 1819.

Simón Bolívar testigo presencial de la batalla, la valoró en la Proclama de Arauca así:

“Cuartel general en Los Potreritos Marrereños, a 3 de abril de 1819.

A los bravos del ejército de Apure.

“Soldados! Acabáis de ejecutar la proeza más extraordinaria que puede celebrar la historia militar de las naciones. Ciento y cincuenta hombres, mejor diré, ciento y cincuenta héroes, guiados por el impertérrito General Páez, de propósito deliberado han atacado de frente a todo el ejército español de Morillo. Artillería, infantería, caballería, nada ha bastado al enemigo para defenderse de los ciento y cincuenta compañeros del intrepidísimo Páez. Las columnas de caballería han sucumbido al golpe de nuestras lanzas: la infantería ha buscado un asilo en el bosque: los fuegos de sus cañones han cesado delante de los pechos de nuestros caballos. Sólo las tinieblas habrían preservado a ese ejército de viles tiranos de una completa y absoluta destrucción.

¡Soldados! Lo que se ha hecho no es más que un preludio de lo que podéis hacer. Preparaos al combate y contad con la victoria que lleváis en las puntas de vuestras lanzas y de vuestras bayonetas.

Blanco y negro

Después de la Batalla de Boyacá, según calificación de Simón Bolívar, “la más completa Victoria que acabo de obtener, ha decidido a la suerte de estos habitantes y después de haber destruido hasta en sus elementos el ejército del Rey”, y muerto el Libertador quedó en manos de la élite criolla hacer realidad los sueños bolivarianos contenidos en la Carta de Jamaica y en el Discurso de Angostura y es a partir de ese momento que debemos evaluar lo construido por la élite dividida en conservadores y liberales.

Con la suficiente perspectiva que nos dan los dos cientos años transcurridos desde la Independencia, hoy podemos y debemos valorar los resultados de la acción política jurídica y la organización económica construida por la élite dirigente en el siglo XIX y la burguesía colombiana a lo largo del siglo XX y los inicios del siglo XXI.

De manera sintética, podemos decir que la formación del estado-nación en Colombia, desde 1810 hasta 1830, el proceso político – jurídico estuvo signado por la polémica y las acciones de las facciones de las élites centralistas y federalistas, las centralistas hasta esa fecha orientadas y lideradas por Simón Bolívar. Posteriormente, la disputa sobre el federalismo y centralismo se trataron de resolver mediante las guerras civiles- 21 en total entre liberales y conservadores, estos contaron con la ayuda de las altas jerarquías de la iglesia Católica.

En todas estas contiendas hasta 1850 los esclavizados y los peones de las grandes fincas eran arrastrados por sus propietarios a una guerra en que no tenían ningun tipo de beneficio.

Un Estado excluyente

Independiente de quien ganara la guerra, los objetivos del Estado organizado por la facción triunfadora eran excluyentes de las mayorías y en beneficio de los latifundistas y de otros sectores de las élites privilegiadas.

Si excluimos la fase heroica del proceso independentista, el balance del ejercicio del poder de la clase gobernante colombiana es altamente negativo, en el siglo XIX esclavitud y explotación de la mayor parte de la población, negación de los derechos políticos y sumisión humillante de la mujer; ausencia casi total de educación del pueblo.

El Ejército Nacional durante una buena parte del siglo XX fue convertido en un fuerza armada partidista, incluida la policía, que durante los regímenes conservadores iniciados en el año cuarenta y seis cometió numerosos genocidios en el Tolima, Boyacá y Valle del Cauca. Consúltense los libros La violencia en Colombia, de Germán Guzamán Campos, Eduardo Umaña Luna y Orlando Fals Borda y Tortura, lágrimas y sangre, de Edison Peralta.

Desde los inicios del siglo actual las impolutas banderas del Ejército Libertador fueron reemplazadas por lábaros que se resienten al ondear al viento debido a que ante la JEP, altos oficiales reconocen su participación en los crímenes de estado, llamados eufemísticamente falsos positivos. Los sectores progresistas, la academia y los jóvenes deben asumir el compromiso de luchar para evitar que en el Tricentenario las futuras generaciones sin máculas en nuestras banderas y con plena democracia puedan celebrar ese acontecimiento jubilosamente.