Arturo Sanín

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Arturo Sanín. Foto archivo

Falleció el pasado 4 de noviembre uno de los históricos militantes del Partido Comunista en Risaralda. Homenaje a un indispensable

Eduardo Pulido

Golpe duro es ese de perder a los viejos, no tanto por la pérdida física inevitable, sino por la experiencia vital intransferida.

El viejo Sanín era de esas personas que daba gusto escucharlas, cascarrabias y algo intransigente en su ser y decir, tal vez se podría decir que era un ser humano vehemente hasta las últimas consecuencias, claro, lo obstinado no lo hacía acrítico, después de debates infatigables, al final cuando perdía -rara vez pasaba- asumía como suya la otra postura sin afanes ni dolor alguno.

Era un melómano consumado, o mejor: era audiófilo, que es en cierta medida, algo paradójico para él que padecía de sordera, tenía una colección de miles de acetatos, todos organizados cuidadosamente, lustrosos; escuchar música con él era todo un rito lleno de pausas y silencios, no se podía ir a visitarlo con afán, un vino seco para las visitas y un café era el rigor de tertulias que se prolongaban hasta después de la medianoche. Amaba las zarzuelas y a los tenores, aunque por supuesto, tenía espacio para tangos y boleros, su biblioteca ocupaba dos cuartos de su casa y recitaba de memoria varios libros.

Y por demás: comunista, pero comunista hasta la médula, comunista en intestinos y cerebro, cada dedo, cada uña, destilaba una vida entera dedicada al proyecto enmancipador de la clase obrera, en sus palabras, siempre le dije que me permitiera narrar en crónicas algunas de sus experiencias militantes, como la vez que en sus épocas de la UP le arrojaron mientras iban en el carro a él y su asistente una granada, como la sacaron del vehículo y evitaron la muerte, quedándoles de recuerdo una platina en uno de sus brazos y la sordera de un oído.

-Eso no es nada compañero, no merece la pena ser contado-, me desautorizaba de inmediato, a malhaya mía, escribirlo ahora sin su consentimiento.

Había otras historias que parecían fábulas macondianas: para donde iba, valga decir que era abogado, siempre trasteaba consigo sus tesoros: sus libros y su música, y varias veces en embarcaciones por las selvas más túpidas las transportó bien por barco, bien por tierra, pagan cuantiosos montos, mientras anduvo de funcionario público en el Caquetá y otros departamentos.

Se nos fue el viejo y se quedaron a medio camino entre la garganta y la boca miles de historias; tertulias musicales, recomendaciones de libros, debates políticos.

Que la tierra te sea leve Arturo Sanín, saludos a Gardel, pregúntale si es cierto que de nacimiento era francés y no argentino.