Apuntes sobre fútbol, pueblo y mercado

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Jugadores de la selección Colombia asitirán a Rusa 2018.

Óscar Daniel Sotelo Ortiz
@oscarsopos 

A las 9:30 pm del martes 10 de octubre, el país futbolero respiró. La selección Colombia había clasificado de manera agónica al mundial de Rusia 2018. La derrota en los últimos minutos contra Paraguay en Barranquilla, transitaría a un sentimiento colectivo de calma, pues con el 1 – 1 en Lima contra una aguerrida selección peruana y teniendo en cuenta los resultados externos favorables, bastaba con el empate para entrar a la máxima competencia del fútbol internacional.

El fútbol cumple con el objetivo de ser un articulador del agotado sentimiento patrio y un referente débil de unidad nacional. Como industria, este deporte canaliza y captura pasiones de un pueblo cansado de lo mismo, desmoralizado y desmovilizado. Con él la gente vibra y con ello el mercado saca cuantiosas ganancias. ¿Culpa del balompié nacional? Por supuesto que no. El problema es mucho más complejo, involucra diferentes variables y múltiples procesos.

El juego

Lo primero es el juego, la pelota y los sueños. La niñez está marcada por los deseos de patear el balón, lograr el deseado gol en cualquier potrero y llegar a ser alguien parecido al que deleita por televisión con la magia del buen fútbol. Presa de la estructura patriarcal, el fútbol orienta a que miles de niños sueñen con él como un proyecto de vida, mientras que alguna niña rebelde de la imposición de muñecas y estereotipos de lo “femenino”, se anima a patear, pegar, gritar y jugar.

Pocos llegan a convertirse en profesionales, mientras los otros se conforman con el juego de barrio, el natural gusto y pasión que produce el deporte más popular en el mundo occidental. Ellas, con un camino a todas luces más difícil, también logran la profesional, con poco apoyo institucional y el desagradable desconocimiento de un oficio que se trazó como entretenimiento de hombres y para hombres.

En la cancha, tanto en el estadio profesional como en cualquier rincón del mundo donde existan dos arcos, los jugadores compiten, sudan y se matan por lograr la victoria. Danza del cuerpo y fiesta en los ojos espectadores, el ritual del juego apasiona y enamora.

La gente

Si algo caracteriza al fútbol es su vocación de masas. Alrededor de él como espectáculo, se desdibujan las diferenciaciones de clase, género, raza y posición política. Tanto ricos como pobres, ciudadanía del común y elites, acuden un domingo cualquiera al estadio local a ver jugar al equipo de los amores o sintonizan algún canal para seguirle el paso a la fecha deportiva. Se configuran rivalidades territoriales o regionales, de colores, historias y posiciones.

Por cerca de tres o cuatro horas, la afición futbolera se desinhibe de su cotidianidad y desenfunda su pasión por lograr la épica de la gloria. Estadios llenos o vacios, dependiendo a la situación del equipo, complementan el espectáculo. El llamado jugador número 12, que en su composición es plural y diverso, le agrega el componente contradictorio de alegría o sufrimiento, victoria o derrota, triunfo o fracaso. El fútbol es un patrimonio de la gente y una pasión inexplicable de los pueblos.

Los jugadores

Como en el teatro, en los jugadores de fútbol, en sus cabezas y cuerpos, está el éxito o ruina de la función. Son obreros del deporte, que con el tiempo han cambiado su rol social y su lugar en la comunidad.

Los viejos futboleros nos hablan de jugadores como Jairo Arboleda, Willington Ortiz o Alfonso Cañón, que en medio de la precariedad del otrora fútbol en nuestro país, jugaban por el placer de jugar, sin posibilidades de demostrar la magia y el talento al espectáculo internacional. Hoy se tienen otro tipo de “ídolos”, que como James Rodríguez o Radamel Falcao, no sólo son jugadores de fútbol internacional sino también multimillonarios que construyen un universo alrededor de la imagen, la pauta publicitaria y las masivas redes sociales. Una fotocopia del cliché del “rockstar”.

Sin embargo, tienen responsabilidad con el público, sus empresarios y sus patronos. Tanto las viejas glorias como los nuevos héroes o los jugadores comunes, tienen el propósito de salir a la cancha a ganar o ganar. Sus contratos, la exigente afición y los objetivos deportivos, les exigen resultados, victorias, títulos, epopeyas que queden en la historia. Algunos logran sus propósitos y se guardan un lugar en la memoria colectiva, otros consiguen objetivos modestos y recordaciones selectivas, y otros simplemente pasan de forma desapercibida en los recuerdos de una época.

Eso sí, existe una conexión frágil entre los jugadores y su afición. El juego debe ser vistoso, bello, único, indescriptible.

El negocio

La realidad nos plantea que es el fútbol uno de los negocios más lucrativos que existen en la actualidad. La Federación Internacional de Fútbol Asociado, FIFA, organización supranacional comparable a la Organización Mundial de Comercio, OMC, monopoliza en su estructura el universo del deporte, la industria y sus jugosas ganancias. Ejemplos del poder que ostenta esta organización es que a ella están afiliados más países que a las mismas Naciones Unidas o los casi 16 torneos internacionales organizados alrededor de su marca.

Pero el negocio va más allá de su monopolio organizativo. Federaciones regionales como la UEFA o la Conmebol, clubes súper poderosos como el Real Madrid, marcas deportivas como Adidas o Nike, y empresarios de gran calado como Jorge Méndez, hacen del fútbol uno de los deportes con mayor tasa de ganancia económica y social en el mundo. De hecho en Colombia, el cacao Carlos Ardila Lulle o el clan de los Char estimulan exitosamente el cóctel fútbol, negocios, medios de comunicación, política y dominación.

Reflexión

La invitación es alejarnos de una doble apreciación nociva. La conservadora, que ve en el fútbol un “opio del pueblo” ignorando su arraigo de masas y su lugar en el sentimiento de los pueblos que lo practican, lo disfrutan, lo gozan. La intelectualidad de izquierdas no puede despreciar o ignorar la pasión de un pueblo que vibra eufórico con las canchas llenas, los goles y las atajadas.

La segunda es la posición folclórica y chovinista, incitada por los medios de comunicación y las industrias culturales, que hace del fútbol la herramienta ideal para ocultar y desnaturalizar las injusticias, las desigualdades y problemáticas que en el día a día se tejen, con o sin partido de la selección nacional.

El objetivo debe ser apreciar y potenciar las escuelas populares de fútbol que germinan en distintos procesos militantes. Formar nuevas generaciones de deportistas, que un día cualquiera en el partido que sea, se saquen la camiseta con un mensaje como “Libertad para Simón” o “Fuerza Tumaco”. Versátil e impactante, qué mejor forma de llegar a la mayoría social que desde la pasión de un orgasmo colectivo que solo el gol puede lograr.