miércoles, abril 24, 2024
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Andrés Mauricio Muñoz: “Un lugar para que rece Adela”

Este escritor nació en Popayán, en 1974. Es ganador de varios concursos nacionales de cuento y traducido a varios idiomas. Su más reciente libro de cuentos, simboliza una de las voces más particulares de la narrativa colombiana

Juan David Aguilar Ariza

Había terminado de leer el libro “Un lugar para que rece Adela” y sentí que ante los desafíos que exige la actualidad no existe, tal vez, otra escapatoria, otra forma de luchar, que el fracaso. Pero esto no quiere decir que el resultado de la lectura sea desesperanzador, una actitud pesimista, sino más bien es una forma de ver el día a día de cada humano en el que perdemos o nos despojan de algo. ¿Quién nos despoja? Irremediablemente, la vida misma. Y es así como define su creación Andrés Mauricio Muñoz, una pesquisa constante para develar esa suerte de días que configuran la imposibilidad de un hombre de ser todo aquello que ha soñado.

El encuentro

Cuando conocí a Andrés Mauricio Muñoz sabía de antemano que el diálogo iba a ser ameno, sin apariencias, sin aires intelectuales; todo lo contrario, la conversación iba a ser sobre el oficio de escribir, porque así lo ve él, un oficio que hay que ejercer con disciplina.

—De Isaías Peña aprendí que esto va más allá de tener pasión, —me dice señalando el lomo del libro “El universo de la creación literaria” de Isaías Peña, director del pregrado de creación literaria de la Universidad Central— más allá de tener talento, de disposición, de voluntad. Me di cuenta que existían unas herramientas, un algo que debía tener el relato para hacer que la idea, que estaba en la cabeza, pudiera ser plasmada en el papel. Hay un trabajo al que hay que entregarse con mucho rigor.

Sus personajes

Sus ojos negros y la expresión de su rostro me revelan a alguien que está mirando más allá de la simple apariencia, estoy frente a un observador profesional de las acciones humanas, alguien que puede unir un gesto a la armazón psíquica que define un acto. De otra forma no se explica que construya estos personajes tan reales.

—Cuando me siento a escribir una historia siento que conozco al personaje, que he convivido con él. Sé en ese momento qué lo abate, qué lo frustra, sé cómo reaccionaría ante una situación particular, y toda esa arquitectura que puede parecer trivial, todo esos elementos, ayudan para que el personaje sienta que en realidad está frente a una historia, que escucha al personaje, que sufre con él.

Los giros internos de cada relato permiten configurar al personaje, no son pensados para la historia, sino para definir la personalidad. ¿Cómo reaccionaría alguien ante una posibilidad de acostarse con la mujer que desea? En el cuento Adriana en el Andén, el protagonista que aparece allí, no es el tipo de hombre que aprovecharía un momento de intimidad, sino que concluye haciendo algo que determina su carácter, qué tan débil o fuerte se siente frente a ella, qué grado de amistad hay entre ellos.

Nos sentamos en la banca de un parque. A él no le gustan los clichés de escritores, me dice que un escritor se hace solo, lejos del bullicio, de la parafernalia, de los halagos, y aunque sé que como cualquier otro hombre necesita de esa dosis mínima de reconocimientos, entiendo que para él ese no es el fin.

Andrés Mauricio Muñoz busca otra cosa, tal vez ser un escritor titánico, mitológico, de esos seres que se entregaron en cuerpo y alma a las letras. Y sabe que para ello necesita trabajar, demasiado trabajo. Por eso se levanta a las cuatro de la mañana cuando toda su familia duerme, cuando todos dormimos, y empieza su trabajo de releer lo que escribió, para volver sobre lo que estaba. En algún lugar de Bogotá resuenan las teclas de su computador cuando aún no han comenzado a trinar los copetones.

La voz del ingeniero

Un ingeniero que escribe literatura en las madrugadas. Muchos son los casos, para no ir muy lejos, Kafka, quien al terminar su labor asfixiante de abogado, se encerraba para construir un mundo o para destruirlo. Sujetos que buscan respirar a través de sus letras ante una sociedad racional, institucionalizada, procesual.

—Ese rasgo particular de mi personalidad me llevó a ser ingeniero, me llevó, de igual forma, a ser un observador, y ese mismo rasgo de la personalidad me llevó a que esa meticulosidad, esa observación, se refleje en los cuentos.

Los despojos

Veo que sus cuentos giran en torno a un personaje, y no es que solo pretenda la mera aparición de un individuo sino que este hace que la historia cobre vida. Ellos son la columna vertebral de la historia. Los que permiten que el lector se sienta próximo y que pueda sentir ese dejo de frustración que atañe a cualquier ser humano.

—No me gusta que se vean las costuras en los cuentos, no me gusta que se vea la intención del autor. Y esto lo aplico a la construcción de personajes, no es que realice una labor de cronista persiguiendo a un sujeto, sino más bien observo comportamientos, gestos, y voy armándolos, no para formar un Frankestein, sino para que adquieran vida, su identidad.

Sus personajes presentan una coherencia psicológica que recuerdan a otros personajes que justamente son los de una de sus autoras favoritos, Alice Munro, actos que encierran una trascendencia psicológica y que nos permiten constatar que cada acción presenta implícitamente un sistema mental que muchas veces no es necesario explicarlo de forma racional, freudiana, sino más bien revelarlos a través del abismo del significado que son en sí mismos.

—Escribí muchísimo hasta los quince años y dejé de hacerlo hasta los 28, a los 28 años me cuestionó la necesidad de decir, ¿qué hubiera sido de mí si me hubiera dedicado a la escritura? Me agobió no tener una respuesta. Asistido por mi esposa que me decía “no dejes que llegues a los cincuenta y que la pregunta te siga atormentando”, empecé de nuevo y poco a poco he venido logrando acercarme a mis intereses.

¿Es necesario entonces denunciar, mostrar un sistema incoherente para que se haga evidente su anquilosamiento? No. Andrés Mauricio Muñoz nos habla entonces de una sociedad que determina sujetos, que moldea fracasos y hace que el mundo siga como en un drama donde la única certeza es el despojo.

—No pienso la literatura atada a nada. No pienso que la literatura deba estar comprometida con, sino que sencillamente pienso en unos personajes, y me gusta construirlos muy reales. Desde esa perspectiva estos personajes viven en un entorno y es un entorno que está determinado por una serie de condicionamientos políticos, condicionados a una historia que llevan a sus espaldas, es decir, de alguna manera están influidos por el acontecer político por la historia que hemos tenido que vivir en este país, pero no necesariamente planteo un personaje para responder a una postura política, sino que es un ser humano.

Asumir ese despojo ¿No será otra forma de resistencia?

—Porque los personajes se dan cuenta que pueden seguir luchando, que aunque creían que ya no había nada por hacer aún hay algo por hacer.

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