A propósito del artículo publicado en VOZ, titulado: “Estados Unidos. Otra derrota del neoliberalismo progresista”, se propone una reflexión en clave de respuesta, debate y crítica
Laura Ligarreto Barrientos
No cabe duda de que el Partido Demócrata representa el neoliberalismo progresista. Este partido es además un proyecto militarista, imperialista y elitista como lo han dejado claro los gobiernos de Clinton, Obama y Biden en los últimos 30 años y hoy su patrocinio a Ucrania y su silencio ante el genocidio en Gaza.
Como el Partido Demócrata, muchos proyectos políticos neoliberales han querido funcionalizar las luchas de género, raza, orientación sexual, entre otras, como parte del proyecto consumista del modelo económico neoliberal que simula la incorporación de los valores de la libertad y la diversidad en la lógica del mercado global.
El error
Entonces no radica ahí la crítica al artículo. Radica, en el craso error del autor en confundir Partido Demócrata con izquierda; pues no solo desconoce las luchas que organizaciones y pueblos subalternos dan al interior del imperio por ser una alternativa, sino que desde la superficialidad resume las luchas que denomina identitarias a lo “políticamente correcto” y a la batalla por el lenguaje, cuando en cada espacio de convergencia nuestros camaradas disputan las agendas para que estas no se agoten en los espacios de resistencia neoliberal.
Esa profundidad es la que se refleja en los debates del feminismo para el 99%, o en el antirracismo decolonial y feminista, solo por citar un par de ejemplos en los que como revolucionarios estamos comprometidos.
Es completamente superficial y vergonzosamente simplista la pretendida lectura de resistencias identitarias que hace el artículo. Veamos, por ejemplo, las noticias de hoy, 19 de noviembre. Una es la que narra la muerte de la menor de cinco años, a quien su padre lanzó por la ventana desde un tercer piso en medio de una discusión con su madre. La segunda es la que indica el avance del juicio de la vergüenza, en el que 51 hombres están siendo procesados por violar a una mujer, siendo esto facilitado por su esposo; la Corte debate si hay legítima defensa en que una mujer, que era reiteradamente violada por su esposo, lo haya asesinado de un golpe contundente mientras dormía.
La homofobia mata, mata de verdad
Ante este panorama, vale la pena preguntarse si realmente la lucha de las mujeres por vivir libres de violencia es solo lo políticamente correcto, si acaso la discriminación, el desconocimiento de la economía del cuidado, la guerra contra nuestros cuerpos que a diario se libra en cada calle, es un invento de unas cuantas extremistas.
En el caso de las disidencias sexuales, ¿será acaso que las terapias de conversión, la imposibilidad de empezar tratamientos hormonales para el cambio de sexo, los asesinatos, las violaciones, la desproporcionada victimización en contexto del conflicto armado son un invento de los maricas chapinerunos? No. La homofobia mata, mata de verdad y mata a quienes menos tienen la oportunidad de expresarse según los cánones estéticos del lenguaje, los pobres, los desposeídos que se atreven a amar libremente.
Y ni qué decir del racismo. Los migrantes haitianos, africanos, latinoamericanos que son esclavizados en redes de tratas de personas, que son esclavizados y vendidos como mercancía aún hoy, son acaso un debate accesorio al modo de acumulación, o parte de lo políticamente correcto, o son en realidad el centro de la lucha revolucionaria porque son sus vidas, su dignidad y sus culturas las que quieren ser acabadas en el capitalismo y las que deben ser abrazadas, protegidas y potenciadas como parte de la construcción de nuevas sociedades.
Revolución antipatriarcal
Los comunistas entendemos que la lucha de clases se desarrolla contra el capital porque las condiciones materiales de producción de la vida determinan las formas ideológicas de dominación como las que se expresan en las leyes, la religión, la ideología dominante. Esto, sin embargo, no significa que la lucha se reduzca a la redistribución de las ganancias socialmente producidas; nuestra perspectiva revolucionaria implica el fin de la dominación, la emancipación y el logro de la libertad en el seno de una nueva sociedad donde seamos verdaderamente libres, verdaderamente solidarios, donde amemos verdaderamente.
El racismo y el patriarcalismo son dispositivos de dominación que han configurado la sociedad capitalista hasta nuestros días, por lo que luchar contra ellos es avanzar en la verdadera revolución; sin embargo, ellos no son accesorios del capitalismo ni posteriores a él. Tienen lógicas y prácticas que además de diferentes son anteriores a este modo de producción como se evidencia en textos como El Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
En consecuencia, las luchas que se desarrollan contra estos dispositivos son la dialéctica revolucionaria materializada, pues al tiempo que se combate la raíz material de las contradicciones, se atacan también sus soportes ideológicos, lo que ha permitido la regeneración del sistema pese a sus múltiples crisis sistémicas. En otras palabras, sin feminismo, sin lucha antirracista, sin lucha por la libertad sexual, no hay, ni habrá revolución porque esta es al tiempo anticapitalista, antirracista y antipatriarcal.