
La dupla Uribe-Duque ya es un estorbo para los intereses de los Estados Unidos. En otras palabras: el imperio no quiere resultar untado de la vergüenza y la sangre que inundan a Colombia
Leonidas Arango
En mis años de periodista nunca he comentado sobre política, pero esta vez no aguanto porque me preocupa el futuro inmediato de Colombia. Comienzo por enumerar algunos hechos recientes:
Las actuaciones del presidente Iván Duque lo muestran incapaz y desesperado ante la movilización popular: represión en 2019, parálisis pandémica + represión en 2020, para saltar este año de «dialogar» + represión a «negociar» + represión, abrumado por los hechos.
El ex-senador Álvaro Uribe declaró el 3 de mayo, vía trino, sus afectos por un galimatías neonazi de moda. Esa metida de pata le está pasando factura.
Dos días después, el periodista de CNN Fernando del Rincón abordó a Uribe y le reclamó: «Los colombianos y colombianas se sienten ofendidos por su retórica». Acorralado, Uribe replicó: «Esto no es una entrevista, es una emboscada». Dejemos claro que el periodista Fernando del Rincón es buen amigo de Jeanine Áñez, de Enrique Peña Nieto, de Juan Guaidó y otras solemnidades del basurero político latinoamericano. ¿A quién le hacía el mandado?
El pasado 11 de mayo dio el expresidente una insólita entrevista a Caracol Radio donde se declaró enemigo del proyecto de reforma tributaria hundido, aseguró haberle recomendado a Duque negociar para levantar el paro, clamó por matrículas universitarias gratuitas y por recaudar impuestos entre los más ricos, y pidió compasión por los campesinos pobres. Llamó a negociar con el ELN y afirmó –lo escuchamos millones– que los disparos de civiles armados en Cali muestran que el paramilitarismo está vivo. Uribe no estaba borracho ni drogado, pero las declaraciones ponen contra la pared a su pupilo Duque.
Pesadilla de la derecha
Me atrevo a formular una conclusión: Uribe y sus más fieles dejan a Duque solo, sumido en el desprestigio y señalado desde todo el planeta como genocida. La dupleta Uribe-Duque ya es un estorbo para los intereses de los Estados Unidos. En otras palabras: el imperio no quiere resultar untado de la vergüenza y la sangre que inundan a Colombia y decide tirar el binomio al basurero.
La consigna oficial de negociar antes que sea demasiado tarde busca impedir que se haga realidad la peor pesadilla de la derecha: que el año próximo tenga Colombia un gobierno de origen popular.
Ahora me las doy de futurólogo: Descartemos que la crisis lleve a un golpe militar. Hay sectores con ganas, pero nadie los apoyaría, ni el presidente Biden, ni Almagro, ni la OEA. (O casi nadie, de pronto Bolsonaro.) Calculan que la respuesta en el interior del país podría encender una insurrección.
Queda el camino del golpe blando: Duque atiende la cordial invitación de sus amigos de Colombia y de los superiores del Norte y se hace a un lado.
Asumiría la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez (si no ha renunciado antes para quedar libre de aspirar a sacrificarse por la Patria), pero es un personaje tóxico: ex-ministra de Defensa y de otras carteras, ex-candidata presidencial y muchos otros ex, anda rodeada por un escandaloso entorno familiar de gran empresaria con al menos un socio narco (un tal Memo Fantasma), sin olvidar que pagó 150 mil dólares de su bolsillo para rebajar la pena de un hermano suyo condenado por narcotráfico en Estados Unidos. Todo permaneció en riguroso secreto hasta cuando lo destapó la prensa.
Recordando aquello de «dime con quién andas…», Biden podría negarse a respaldarla y con eso evitaría que Marta Lucía se sacrifique otra vez por la Patria. Pero Colombia quedaría sin el presidente Duque y sin la vicepresidenta Ramírez. Una catástrofe.
Cualquier cosa pudo ocurrir antes de la publicación de esta nota, pero yo tenía que botar corriente.