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175 años del Manifiesto Comunista

Las ideas plasmadas en el Manifiesto son más un reconocimiento de las tendencias del desarrollo histórico a largo plazo del capitalismo. De hecho, muchos de los argumentos de Marx y Engels al respecto de un capitalismo globalizado son más comprensibles para un lector del siglo XXI

Alejandro Cifuentes

La ciencia ficción hollywoodense, cuando mira al futuro, parece cada vez más carente de creatividad, pues resulta incapaz de concebir un mundo sin capitalismo y le vaticina a la humanidad un futuro negro y desolador. En algunos casos, una debacle ambiental o nuclear se hace ineludible; en algunos otros un capitalismo hiperdesarrollado termina sometiendo a la humanidad a una existencia paupérrima. Pero en ningún caso le resulta plausible a esta ciencia ficción pensar en que la humanidad pueda trascender al capital.

Esta visión fatalista circula por todo tipo de productos culturales que son consumidos masivamente, ha venido instalando en la mentalidad colectiva una suerte de corolario que consistiría en la idea de que el capitalismo necesariamente es el fin de la historia, así este nos conduzca a la extinción.

A 175 años de la publicación del Manifiesto del Partido Comunista por Karl Marx y Friedrich Engels, hay que señalar que su vigencia en el siglo XXI consiste precisamente en demostrar que la sociedad burguesa tiene un desarrollo histórico. Esto significa que, como ocurrió con otras formaciones sociales, el capitalismo se formó por la acción humana en condiciones históricas concretas, y por lo tanto, inevitablemente será sustituido, en buena medida, gracias a las condiciones que él mismo ha creado.

Si el Manifiesto nos habla, luego de casi dos siglos, es porque precisamente nuestra sociedad, más que ninguna otra, necesita considerar seriamente la posibilidad de avanzar hacia un futuro no signado por la explotación y el afán de acumulación.

La concepción del Manifiesto

A principios de 1847, Marx y Engels, quienes se habían conocido por primera vez cinco años antes en medio de los círculos intelectuales alemanes radicales, decidieron unirse a la llamada “Liga de los Justos”. Esta organización se había formado a partir de la “Liga de los Proscritos”, una sociedad secreta revolucionaria que había sido fundada por trabajadores y artesanos alemanes exiliados en Francia, quienes se planteaban la necesidad de la creación de un nuevo Estado en su país, el cual debería crear un régimen social que hiciera imposible la miseria.

La “Liga de los Justos” se movía en función de la idea de un comunismo crítico, y les solicitó a Marx y Engels la redacción de un manifiesto que contuviera los principales lineamientos con los cuales la organización quería modernizarse. A mediados de 1947, la “Liga” decidió renombrarse como “Liga de los Comunistas”, lo cual no era un simple cambio de denominación. El nuevo nombre expresaba sus nuevos objetivos: el derrocamiento de la burguesía, la instauración de un gobierno del proletariado, la liquidación de la vieja sociedad apoyada en la contradicción de clases y la creación de una nueva sociedad sin propiedad privada.

Entre noviembre y diciembre de 1947, la “Liga de los Comunistas” celebró un congreso en Londres y en el encuentro se acordó que Marx y Engels deberían redactar un documento que expusiera las metas de la organización en coherencia con los nuevos estatutos y objetivos que se había trazado.

En un tiempo relativamente corto para los estándares de Marx, se redactó el documento, el cual fue finalmente publicado en febrero de 1848. Este hecho prácticamente coincidió, felizmente, con el estallido de la revolución en Francia, la cual se difundió rápidamente por Europa, dando forma al movimiento conocido como la Primavera de los Pueblos.

El Manifiesto rápidamente se convirtió en un documento protagónico en la revolución alemana de 1848-1849, y a través de la segunda mitad del siglo XIX, este se fue convirtiendo en un referente del movimiento obrero, por lo cual sus autores, conscientes de las ideas allí plasmadas provenían de una época anterior a los trascendentales cambios que se dieron a partir de 1848, decidieron hacer algunas actualizaciones y aclaraciones mediante diversos prólogos que se elaboraron entre las décadas de 1870 y 1890.

Las actualizaciones del Manifiesto respondieron a su vez a la idea de sus autores de que el texto era un documento histórico, anticuado en algunos aspectos, preparado para una época en que el partido comunista, que no era precisamente alguna forma de organización específica, se fundía en el movimiento obrero, cuando ni siquiera se pensaba en la figura de la Internacional.

El Manifiesto y la filosofía de la historia

Si bien es cierto que, a más de siglo y medio después de su publicación, el Manifiesto podría parecerle una colección de predicciones erradas a un lector del mundo de la posguerra fría, lo cierto es que este documento es de una gran vigencia ante una sociedad a la cual le han dicho que el fin de la historia llegó tras la caída del llamado socialismo real.

El Manifiesto contiene una serie de afirmaciones sobre el desarrollo del capitalismo y la sociedad burguesa, que, entre otras cosas, son un reconocimiento del potencial revolucionario de la nueva economía. Sin embargo, el capitalismo imperante en algunas sociedades de Europa occidental para mediados del siglo XIX distaba de ser tan sorprendente.

Buena parte de la población seguía siendo rural, la “revolución industrial” había significado logros técnicos y tecnológicos más modestos de lo que nos suelen contar, y las transformaciones en el ámbito de las comunicaciones y el transporte aún no eran tan profundas como lo serían en el siglo XX.

Las ideas plasmadas en el Manifiesto son más un reconocimiento de las tendencias del desarrollo histórico a largo plazo del capitalismo. De hecho, muchos de los argumentos de Marx y Engels al respecto de un capitalismo globalizado son más comprensibles para un lector del siglo XXI.

Por eso mismo, uno de los argumentos centrales del Manifiesto resulta sumamente potente: este modo de producción no sería para siempre. Marx y Engels nos plantean en un trabajo de 1848 la idea de que el capitalismo no es el fin de la historia, el punto último de llegada de la historia humana.

El capitalismo no es estable ni permanente, es solo una fase más, temporal, en la historia de la humanidad, y como otras sociedades que le precedieron, será sustituido por una nueva de organización social. Afirmar semejante cosa en los albores de la sociedad burguesa, cuando marchaba triunfal, muestra la potencia que aún hoy reviste el Manifiesto.

Todo esto tiene que ver con el hecho de que el documento en cuestión se constituye en un trabajo definitorio del pensamiento de Marx, pues en él se ha plasmado una concepción de la historia, en la cual la acción humana era fundamental, y que planteaba que las mismas sociedades creaban las condiciones para que surgieran nuevos y distintos modos de producción.

Marx, por incidencia de su colaborador, Engels, había comenzado a estudiar la economía política desde 1843. Pero aún pasarían un par de décadas para que el autor alemán consumara su ruptura con el pensamiento de los economistas clásicos para así lograr plantear su contribución fundamental: la teoría de la plusvalía.

No obstante, el Manifiesto contenía ya en 1848 una conclusión general que sería más elaborada tras los estudios económicos: “Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró […] Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada”.

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