viernes, abril 19, 2024
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Un día con Aída Avella, la incansable

No se cansa de soñar, le apuesta a la paz y a un nuevo país. Un ejemplo de honradez, resistencia y coherencia para las nuevas generaciones

Juan Carlos Hurtado Fonseca
@aurelianolatino

Con rosas blancas y rojas llegó Aída Avella a la tumba de su amigo Manuel Cepeda Vargas en el Cementerio Central de Bogotá, el pasado 9 de agosto. Desde tempranas horas estuvo en la plaza de mercado de Paloquemao buscando los mejores ramos para ofrendarle. Era el inicio de un día emocionalmente difícil.

Revivió los momentos del sepelio cuando 21 años atrás fue una de las pocas dirigentes del Partido que pudo entrar: “Ese día cerraron las puertas del cementerio. Había mucho nerviosismo. A Motta lo estaban siguiendo, mis escoltas decían que me estaban siguiendo. Sobre las tumbas había gente rara”.

Luego del acto de conmemoración visitó las tumbas de dirigentes políticos de izquierda como Francisco Mosquera del Moir, Carlos Pizarro del M-19, y por supuesto, Gilberto Vieira del Partido Comunista. Mientras caminaba, lamentaba el abandono de los sepulcros y comentaba sobre una conversación que sostuvo con la Ministra de Cultura, Mariana Garcés Córdoba, a quien le reclamó por el estado del cementerio al ser éste un monumento nacional. “Le dije que me dejara adoptar la tumba de Rafael Pombo. Esto es un monumento, pero a la vergüenza nacional”.

Sabores lejanos

Los domingos de Aída ya no son tranquilos como cuando en Suiza cocinaba en familia. Al mejor estilo de Tita, el apasionado personaje de Laura Esquivel, mezclaba sabores, recuerdos y sentimientos que la transportaban a su tierra. Vivía la colombianidad a la distancia. Era como si los recuerdos remitidos por cada plato no permitieran que le arrancaran su identidad de sus entrañas.

Le gustaba hacer papas chalequeadas con guiso y carne en bistec. “Nos inventamos una manera de hacer cuchuco de trigo; cocinábamos un poquito de trigo y luego en la licuadora lo partíamos y le echábamos el espinazo de cerdo y el resto de aditamentos”, recuerda.

Al mediodía asiste a un homenaje a Manuel Cepeda que jóvenes de la Unión Patriótica, UP, le hacen en la localidad de Kennedy. Son nuevas generaciones comprometidas con las banderas de esa organización y ven en Aída un ejemplo de coherencia y resistencia.

Con la proyección de un video, Aída recuerda. Ve a sus amigos inmolados, a muchos de los mejores hijos de Colombia quienes pagaron con su vida la osadía de soñar con un país distinto. Producto de la tristeza e impotencia causada por la proyección, como varios de quienes están en la sala, llora. “Lloré para recargar energías y seguir”, dice después en voz baja.

Uno de los jóvenes de esa localidad, Frederick Santoyo, ve en Aída a “una mujer valiente, guerrera, decidida, capaz de mover sentimientos de lucha y construcción, que visualiza un futuro con garantías para quienes soñamos con la paz. Aída es una sonrisa”.

Un hombre de unos 60 años se le acerca para contarle que gracias a ella está vivo. Le dice que en los años de furor de la UP fue bajado por el Ejército de un bus urbano en Ciudad Bolívar. Por el escándalo de unas desconocidas señoras quienes se enfrentaron a los militares cuando el hombre gritaba que se lo llevaban por ser de esa organización, dieron rápido aviso al Partido. En ese momento la dirección nacional estaba reunida con el Gobierno y se reclamó. El hombre fue liberado momentos después.

Así mismo, otras personas se acercan para saludarla, para conocerla, para expresarle apoyo a la campaña. Son gente humilde que le piden soluciones a distintos problemas. “Quieren que hagamos cosas como si fuéramos concejales; la gente tiene el chip de que nosotros hacíamos cosas”, comenta la candidata que encabeza la lista al concejo de Bogotá por la UP.

Barrios de periferia

Después de un suculento “sancocho unitario” continúa su itinerario. Dirigentes barriales la esperan en Ciudad Bolívar para ratificarle acompañamiento en el propósito de regresar al Concejo de la Capital. Se desplaza en su “oficina”, como le dice al vehículo con escoltas asignados por el Estado. Mientras maquilla sus labios con un tono rosado, dice: “Aquí se deben atender y ayudar a resolver problemas que se presentan en la organización. Entrevistas, consultas y hasta cuestiones de dinero, del que andamos muy mal para la campaña”.

Al ver por la ventana del vehículo descubre algunas cosas nuevas: hay mucho más comercio y calles que hace años eran destapadas. Se distrae con un cielo multicolor pintado por cometas que se elevan desde el Parque el Tunal. Las ve y se pierde en sus recuerdos cuando era niña y en familia las hacían y echaban a volar con sus hermanos.

El día anterior, Aída había estado en cuatro barrios de Puente Aranda recibiendo impresiones sobre la contaminación del río Fucha, problemática que ve como reto para el Concejo con la recuperación de los caudales que atraviesan la ciudad. “En todas las localidades debe haber plantas de tratamiento de las aguas residuales. Los ríos no pueden seguir como alcantarillas a cielo abierto”, anota.

Luego estuvo en Boyacá en Corferias en donde almorzó con algunas autoridades de ese departamento, y como oriunda de allá, “debía ir a hacer el gasto, ver cómo están las cosas, a hablar con la gente, a comprar dulces, sabajón, génovas y almojábanas.”

Al recordar el atentado que la obligó a salir del país dice que no tiene rencor, pero que se debe conocer toda la verdad. Sabe que su atentado lo planeó el paramilitar HH quien lo confesó en Justicia y Paz: “Todo por orden de Carlos Castaño y favores que le pedía el Ejército. Quisiera hablar un día con él para saber intimidades como por ejemplo quiénes los apoyaron en Bogotá, porque ellos no actuaban solos”.

La izquierda puede

En Ciudad Bolívar la gente le comentó que solo en las tres últimas administraciones de la ciudad los habían volteado a mirar, les habían puesto atención y pudieron acceder a algunos derechos. “El país debe reconocer que fueron los gobiernos alternativos los que sacaron a los niños que había en la calle, los que dormían en las alcantarillas, los que pedían limosna, los que consumían pegante. Eso hay muchos que no quieren verlo”.

Cuando mira al futuro se empeña en que la inversión en educación en todos los niveles es lo mejor que se puede hacer por los jóvenes. “La ciudad necesita más inversión en todas las áreas y en todos los barrios: la movilidad, el empleo, la educación, la seguridad. Hacen mucha falta trabajadores de la salud: enfermeras, médicos, fisioterapeutas, que estén yendo a los barrios. Hay que invertir en recreación, hay que invertir en gente que cuide el medio ambiente, los cerros, los bosques, los páramos; se requieren muchos profesionales”.

Aída vive con intensidad, con energía y con mucha ilusión por el resurgir, la reconstrucción de la Unión Patriótica y las posibilidades de una paz duradera. Dice que no le interesa sacrificar su tranquilidad si es para que la tengan las futuras generaciones. Se entrega, como lo dijera alguna vez la dramaturga Patricia Ariza: “Con la experiencia de todos estos años y con el entusiasmo del primer día”. Así son los días de Aída Avella.

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