martes, abril 23, 2024
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Trayectoria de las ideas anticomunistas en Colombia

Las dirigencias colombianas, al frente de un país al que habían sumido en guerras civiles aún antes de la independencia de España, tendieron a converger en torno a un proyecto de estado autoritario e ideológicamente orientado hacia los valores de la “hispanidad” y la sumisión al Vaticano

Se encuadraría de manera profunda y hasta el presente a las fuerzas armadas del país en los dispositivos militares norteamericanos. Foto: DVIDSHUB via photopin cc
Se encuadraría de manera profunda y hasta el presente a las fuerzas armadas del país en los dispositivos militares norteamericanos. Foto: DVIDSHUB via photopin cc

Darío Fajardo M.

En el escenario de las conversaciones de paz de La Habana y cuando avanzan procesos de movilización y unidad de sectores populares con dimensiones no alcanzadas en decenios, reiteran su presencia orientaciones del pensamiento anticomunista como factor de conflictos y fracturas en el interior de esos sectores. Su trayectoria se inicia frente a las primeras manifestaciones de las propuestas socialistas en la segunda mitad del siglo XIX con el impulso que dio el Papa Pío IX a las ideas más recalcitrantes contra el liberalismo y el pensamiento de avanzada.

Las dirigencias colombianas, al frente de un país al que habían sumido en guerras civiles aún antes de la independencia de España, tendieron a converger en torno a un proyecto de estado autoritario e ideológicamente orientado hacia los valores de la “hispanidad” y la sumisión al Vaticano, expresada en un concordato periódicamente renovado que reforzó la sumisión histórica al pensamiento católico implantada durante el régimen colonial (ver Rubén Jaramillo, 1998, “¿Qué universidad para qué sociedad?. Las implicaciones de la mentalidad hispánica”, en Colombia: la modernidad postergada).

Esta fue la opción ideológica y cultural finalmente asumida por las dirigencias para orientar la construcción de su proyecto de nación, expresada institucionalmente en la Constitución de 1886 y en el régimen de la Regeneración que dirigiera Rafael Núñez y que tendría continuidad bajo la hegemonía conservadora que hizo el puente hasta la tercera década del siglo XX.

Su huella quedaría impresa en la sujeción del estado a la Iglesia católica, expresada en la imposición de su culto en prácticas de los diezmos, el bautizo, el matrimonio, la educación y los cementerios, que excluyeron a las instituciones civiles del impuesto, el registro y el matrimonio civiles, la educación laica, el cementerio universal. También quedaría la marca de la exclusión de otras religiones y con mayor razón al pensamiento no confesional, procesos expresados en la persecución a intelectuales como José María Vargas Vila (vilipendiado por el historiador y agente inglés Malcolm Deas) y cuyas raíces y alcances han sido estudiados por varios pensadores, entre ellos el filósofo Rubén Jaramillo.

Los mandatarios que ejercieron la hegemonía conservadora expresaron este ideario sin alteración llegando a arropar la doctrina de la “Estrella polar” (réspice polum) proclamada por Marco Fidel Suárez, según la cual Colombia debería orientar su política internacional de acuerdo con la guía de los Estados Unidos, país hacia el cual estaban dirigidas sus principales exportaciones y el cual recibía el grueso de la inversión externa dedicada fundamentalmente a la exportación bananera y las explotaciones petroleras.

Los intentos de avanzar en la construcción de un estado laico promovidos por el reformismo liberal de Alfonso López Pumarejo, de alguna manera expresados en su concepción de la Universidad Nacional serían atajados aun en su primer mandato (ver Ramón Manrique, 1938, Bajo el signo de la hoz. La conjura del comunismo en Colombia).

Durante la Segunda Guerra Mundial Colombia se encontraba entre la influencia del fascismo alemán que tenía sus bases en las importantes venturas comerciales de las empresas de esa nación (ver Silvia Galvis, Alberto Donadío, 1986, Colombia Nazi) y el franquismo que lo sobrevivió, en medio de la acogida que le ofrecieron políticos como Laureano Gómez (ver James Henderson, La modernización en Colombia. Los años de Laureano Gómez, 1889-1965), Gilberto Alzate, Eduardo Carranza, así como las comunidades religiosas católicas, en particular los jesuitas, determinantes en la educación y la política de las élites colombianas[1. Una anotación textual: el Catecismo del padre Astete, guía imprescindible de la educación católica, pregunta: “¿Quienes pecan contra el primer mandamiento de la ley de Dios? …Los que usan hechicerías o cosas supersticiosas y los que entran en sociedades prohibidas por la Iglesia como la masonería y el comunismo…”.].

Colombia entró a la guerra de la mano y al servicio de los Estados Unidos y, una vez terminado el conflicto, este marco de referencia habría de afianzarse conduciendo a Laureano Gómez a reorientar sus lealtades políticas del franquismo a la potencia norteamericana embarcada en la guerra fría.

Bajo esta influencia Colombia transitaría hacia los acuerdos bilaterales, la participación en la guerra contra Corea y las expresiones más fervientes del pensamiento anticomunista, apoyado de manera entusiasta por la Iglesia católica y los partidos Liberal y Conservador, ahora enganchados en la guerra civil en la cual se producirían expresiones como las prédicas del obispo Miguel A. Builes (y otros) llamado al exterminio de liberales y comunistas.

De esta manera, los crímenes de estado desatados desde antes del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (1948) vinieron acompañados por una creciente influencia del pensamiento fascista y luego del franquismo, de amplia acogida en los medios dominados por el pensamiento católico y ultraconservador. Luego del 9 de abril el gobierno envió comunicadores a Pamplona (España) para ser preparados en labores de radio dentro de las orientaciones impartidas por el franquismo y que luego adquirirían preponderancia en este medio de comunicación.

La década de 1950 se inaugura para Colombia en este escenario con su participación en la guerra contra Corea, circunstancia que encuadraría de manera profunda y hasta el presente a las fuerzas armadas del país en los dispositivos militares norteamericanos. En estos años tomó fuerza considerable la confluencia del pensamiento ultraconservador dominante y la propaganda de la guerra fría, transmitida por todos los medios, desde el cine y las emisoras, que incluían los programas de la Radio Sutatenza, destacada en esta orientación ideológica, hasta los cómics y la formación escolar.

En los medios militares se hizo particularmente perdurable con la transmisión de la doctrina militar norteamericana de la Seguridad Nacional (ver Francisco Leal, 2003, La doctrina de Seguridad nacional: materialización de la guerra fría en América del Sur). Para mediados de la década de 1960 en el mundo occidental y en este marco hizo plena irrupción la “guerra fría cultural” (ver Frances S. Saunders, 2013, La CIA y la guerra fría cultural; ver también Domenico Losurdo, 2008, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra) de la mano de las acciones encubiertas de la OTAN (ver Daniele Ganser 2005, Los ejércitos secretos de la OTAN).

En Colombia, sin vacilaciones, podría afirmarse que en esos años tomó forma una academia “hija de la guerra fría”: el país transitaba a una nueva etapa de su historia, luego de las fases más cruentas de la guerra civil: en medio de una urbanización acelerada se abría paso el crecimiento de las clases medias cuyos vástagos comenzaban a ingresar masivamente a las universidades en busca de formación profesional. Recién venían de una experiencia política inquietante como fue la de haber participado en el derrocamiento del gobierno militar, en el marco de los continuos “estados de excepción”, en tanto que en el hemisferio ocurría una sacudida trascendental representada por la revolución cubana.

La derecha advertía con preocupación que las capas medias y sus estudiosos traían trayectorias intelectuales alimentadas por el pensamiento liberal de avanzada y marxista (Baldomero Sanín Cano, Luis Eduardo Nieto Arteta, Tomás Uribe Márquez, Ignacio Torres Giraldo) alcanzado en un clima político avasallado por las corrientes ultraconservadoras, estaban ante el “peligro inminente” de ser ganadas por la amenaza comunista, la cual tomaba nuevos ímpetus que habrían de ser respondidos.

Reforzaron entonces su arsenal ideológico, ahora con el apoyo del Opus Dei, recién venido de la España franquista (1951), al tiempo que se comenzaban a recibir los aportes de las academias de los Estados Unidos y Europa, las cuales asumieron la construcción teórica y política de la guerra fría.

Para esta tarea las universidades norteamericanas diseñaron y lanzaron sus programas de formación en ciencias básicas para preparar dentro de las “teorías del desarrollo” y con generosos programas de becas a los profesionales de carreras técnicas que irían a desempeñarse en los proyectos del Programa del Punto IV y la Alianza para el Progreso, así como a los profesionales de las ciencias sociales que habrían de ser educados en las “nuevas” escuelas de pensamiento.

En Europa, particularmente en Francia y con amplios apoyos de iniciativas derivadas del “Congreso por la Libertad Cultural” (ver Saunders) se construyeron los nuevos bastiones del anticomunismo que serían alimentados por las tensiones surgidas en las difíciles condiciones de “socialismo real” y en los que se formarían los representantes de una encubierta “nueva derecha”. En Colombia la “amenaza comunista”, en particular en las universidades públicas y dentro de ellas la Universidad Nacional, fue encarada a través de la promoción de orientaciones marcadas con el sello ideológico anticomunista, acción que encontraría resonancia entre jóvenes educados dentro de la matriz ideológico-religiosa que hunde sus raíces en la cultura de la sociedad colonial.

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