jueves, marzo 28, 2024
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Sobre ingresos y salarios

Nuestra crisis es de toda una vida de explotación, agudizada desde los noventa por las políticas neoliberales que destruyeron el aparato productivo y concentraron el poder económico y político sobre los especuladores financieros, parásitos de la sociedad

Trabajadores de empresa minera de oro en El Bagre, Antioquia.
Trabajadores de empresa minera de oro en El Bagre, Antioquia.

Alfonso Conde C.

No es necesario, a estas alturas del paseo, repasar las cifras ya conocidas por todos de la inflación y el reajuste del salario mínimo, y la gran diferencia entre este ingreso laboral y el costo real de la canasta familiar. Tampoco es necesario reiterar el incremento actual de la desocupación, la informalidad, la tercerización y los contratos basura. Todo eso lo sentimos los colombianos aunque a veces nos falte la información concreta. Lo conocen los trabajadores petroleros y los miles de despedidos de ese sector que aún hoy algunos consideran de los “privilegiados oligarcas de overol”; pero lo constatan también los tenderos cuyas ventas se reducen con las dificultades generales de la población. En paralelo se destapan ollas podridas de corrupción en el Estado y sus empresas, en alianzas con particulares, pero también en el propio sector privado que afecta servicios como la salud y otros. Hasta se habla de la quiebra inminente de algunas universidades.

Esta situación, cuando se reconocen sus efectos sobre la generalidad de la población, induce a la protesta social. Es una de las múltiples motivaciones del paro nacional programado para el 17 de marzo.

“Es que estamos en crisis y toca apretarnos el cinturón”, dicen los gurúes y con timidez comienzan a plantearlo los funcionarios gubernamentales que durante años se engolosinaron con las exportaciones mineras capaces de rellenar algunos huecos de la economía y los bolsillos de los cacaos; una crisis que ha afectado a la mayoría de los países capitalistas desde 2008 y que “afortunadamente”, nos dicen, a Colombia sólo ha tocado de manera tangencial. Pues nuestra crisis es de toda una vida de explotación, agudizada desde los noventa por las políticas neoliberales que destruyeron el aparato productivo y concentraron el poder económico y político sobre los especuladores financieros, parásitos de la sociedad; crisis convertida en crítica a raíz de la caída drástica de los precios internacionales de las materias primas, principalmente energéticas, sustento de la “locomotora” de este gobierno.

Y como siempre, en momentos de dificultades los “pagapatos” son quienes viven de la venta de su fuerza de trabajo. Sobre ellos siempre se ha ejercido la violencia económica llevada hasta el extremo de la violencia física asesina, causante de guerras internas que aún no terminan, y todo con el fin de sostener o incrementar los ingresos de aquellos “llamados por la providencia” a ser los conductores de la sociedad.

La demanda de incremento general de salarios, uno de los múltiples temas que sustentan el paro del 17, es definitivamente justa. Pero además su concreción contribuiría a la reanimación de la economía nacional. Desde aquella época cuando algún gobernante nos convidó a convertirnos en el Japón de Sur América, se definió el menosprecio al mercado interno, es decir, a la realización en Colombia del valor creado por los colombianos. Nuestra producción, se planteó, debe ser para vender en el extranjero y así contar con divisas suficientes para comprar, también en el extranjero, los productos que requiriéramos.

Pues ese planteamiento también hizo crisis: durante los últimos años las exportaciones colombianas, aún sin contar el sector de la minería afectada seriamente por los precios internacionales, han sufrido un descenso importante. Mientras en 2012 la industria manufacturera exportaba 23.200 millones de dólares, en 2015 sólo pudo exportar 15.900; mientras en 2012 el sector agropecuario exportaba 2.616 millones, en 2015 sólo 2.415. La producción nacional cada vez encuentra menos espacio para su realización en el exterior. Consecuentemente se reduce el ingreso de divisas, que por tanto se encarecen, y se disminuyen las posibilidades de importar bienes del exterior, de esos que por el desestímulo ya no se producen en Colombia y sí se consumen. Así se pasó de 64 mil millones de dólares importados en 2014 a 54 mil en 2015. La conclusión global es el deterioro del nivel de vida de la población.

Se podría pensar entonces que, ante tales dificultades en el mercado externo se debería favorecer el interno para activar la economía; ello requeriría un mejoramiento del poder adquisitivo promedio de los colombianos, es decir, un incremento de los ingresos y salarios. Con mayores ingresos crecería la demanda nacional de productos, de esos que hoy no se pueden colocar en el exterior, y esa mayor demanda estimularía el desarrollo de la producción, única fuente de valor. Pero la orientación actual es otra: ante las dificultades los dueños del país reducen los salarios, despiden trabajadores, desestabilizan el empleo, lo cual trae como consecuencia la reducción adicional de la demanda interna por menor capacidad de compra de la población; ello se une a la realidad negativa de la demanda externa ya disminuida, para agudizar la crisis. Los dueños del capital, sin embargo, prefieren actuar contra los trabajadores por su efecto a corto plazo de reducción de costos antes que la expectativa de reactivación por incremento de la demanda. Se ahorcan con su propio lazo.

Se necesitan paros y movilizaciones para hacerles entender. La población explotada empieza a despertar de su temor y su letargo, estimulados además por el nuevo clima que se construye con los acuerdos que se discuten en La Habana que, como se ha dicho son “la base de la convivencia en una sociedad donde van a persistir las diferencias y las desigualdades, pero donde pueden existir normas justas para el ejercicio de la política con respeto al derecho a la vida, el derecho a la igualdad política para todos y todas, el derecho a los medios de vida, el derecho a disentir, a luchar y a rebelarse contra todo aquello que daña la dignidad humana”.

A parar y a movilizarnos el próximo jueves 17 de marzo.

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