jueves, abril 18, 2024
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Se han perdido mis amores

La historia de Judith, una madre como muchas en el conflicto colombiano

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Reencuentro de Judith con su hijo Willinton, un guerrillero de las FARC. Foto Andrés Cardona.

Ana Elsa Rojas Rey

Con la presencia de más de 30 reporteros y reporteras de distintas partes del mundo, que se disponían a llegar al corregimiento del Diamante de los llanos del Yarí, donde se realizaría la X Conferencia de las FARC-EP, observando el rostro de quienes se disponían a cubrir tan importante evento, se percibía la ansiedad por llegar al sitio de los acontecimientos. Entre los conocidos se hacían chistes, que los celebraban con risas nerviosas; los extranjeros, que ni siquiera hablaban español, miraban con asombro las carcajadas de los demás.

En medio de morrales, maletas, bultos y cámaras se encontraba una señora humilde de aproximadamente 60 años, de aspecto campesino, que no le hacía eco a lo que ocurría entre los asistentes del viaje. Su mirada que denotaba angustia, se extendía hacia el horizonte y, como el lente de las cámaras, dirigía sus ojos a la inmensidad de la llanura del Yarí. Ella sobresalía entre los viajantes, no por su aspecto humilde, sino por el dolor que la embargaba y se reflejaba en su adusto rostro.

Al salir de San Vicente del Caguán hacia el mediodía, en sus afueras, se encontraba un retén militar que hizo bajar a los pasajeros para registrar las cédulas y cuando se les dijo que ya estábamos en un proceso de paz y que ese tipo de medidas no eran acordes con lo que estaba ocurriendo, que no era más que un empadronamiento militar, ellos contestaban que estaban protegiendo a los subversivos, que necesitaban saber quiénes viajaban. Todos pasamos la cédula a dos soldados que se encontraban en medio de unos bultos de arena, en medio de un calor infernal, menos la señora que viajaba con los reporteros. Ella se bajó, dio la vuelta y volvió a subir al bus escalera en que viajábamos todos y todas.

Las Damas

Las Damas era el último caserío para llegar al sitio tan deseado por quienes viajábamos, cada uno con un interés distinto. Estaba allí nuevamente Judith. Ella no se bajó porque lo único que deseaba era llegar al lugar para encontrar a su hijo, pero además no tenía para comprar ni un tinto, venía en ayunas, y se subió al transporte con el apoyo de quienes habíamos pagado ese expreso. Eran las cuatro de la tarde. Los reporteros del periódico VOZ le brindamos parte de nuestro fiambre. Fue la oportunidad para iniciar nuestra conversación.

–¿Cómo te llamas?

–Judith Sánchez.

–¿Cuál es el motivo de tu viaje?

–¿Usted quién es y por qué me pregunta cosas? Me preguntó a manera de respuesta.

–Bueno yo soy reportera de un periódico que siempre ha estado al lado de quienes no tienen voz y así se llama precisamente, nuestro medio de comunicación.

–¿O sea que usted es periodista? Sí. Bueno voy para la X conferencia de las FARC.

–¿Cómo te enteraste del este evento?

–Eso lo avisan por la emisora de las FARC y uno de campesino tiene que ser organizado. Cuando escuché la noticia no lo pensé dos veces, me vine a buscar a mi hijo que hace cuatro años que no lo veo.

–¿Por qué piensa que él va a estar en ese evento?

–Voy a buscarlo o que alguien me dé razón. Señora, yo soy una persona que he sufrido mucho a causa de esta guerra. Llegué a La Uribe, Meta, cuando tenía 11 años, nos tocó trabajar muy duro, luego me organicé y tuve ocho hijos de los cuales me han matado cuatro, creo que uno está en la cárcel y el que vengo a buscar.

–¿Cómo murieron sus cuatro hijos?

–Ellos se fueron muy jóvenes para las FARC por la falta de oportunidades, dos murieron en un bombardeo y una de mis hijas me la mataron en un asalto. Yo cumplía años el 22 de julio y a la niña me la mataron el 22 por la noche, comentaba la gente de la misma vereda. Pero años después, un señor que lo apodaban Juan Paraco, era un mayor del Ejército, de Puerto Toledo, Meta, y con él estaba un soldado que decía llenarse Wili Apolonio García. Él siempre llegaba y me buscaba la conversa, me decía, madre donde están tus hijas. Yo le decía: ¿la que tiene esposo? No, la bebé. Yo le decía: ¿la que tengo estudiando? Y me decía, no, la otra; siempre me preguntaba por la otra. Yo pensaba para mis adentros: ¿por qué me preguntará por la otra?

Resulta que él en el pueblo comentaba de los permisos que le daban cuando matan a un guerrillero, y según él, en un asalto mi niña cayó en manos suyas viva, y la acabó de matar. A través de este medio yo le pido con mucho dolor a Apolonio que me diga dónde enterró a mi hija. Yo al Gobierno colombiano le ruego que por favor me diga donde están mis hijos para darles cristiana sepultura y que este soldado, Apolonio García, que se ponga la mano en el corazón, que si tiene a su madre viva, se acuerde de mí y me diga donde enterró a mi otra hija, la menor.

–¿Cómo se llamaban tu hijos?

–Una hija se llamaba Ángela, mis hijos Wilington y el otro Carlitos, debido a los bombardeos, le dio un derrame cerebral y mi hija menor que me la mató este soldado, dicho por él mismo.

A las nueve de la noche de ese mismo día llegamos al Diamante, cada una cogimos por nuestro lado.

22 de septiembre

8 días después nos volvimos a encontrar con Judith.

¿Qué hay de ti, mujer hermosa? La saludé celebrando nuestro encuentro.

Me respondió con una gran sonrisa y rostro radiante: Me estoy quedando donde duermen los guerrilleros, después del puente, ahí estoy con mi hijo, lo encontré. No se imagina la felicidad que sentí al abrazarlo. Nunca perdí la esperanza de tenerlo entre mis brazos. Él, después de que se firme la paz, sigue en el partido político que van a conformar, pero va a estar en la casa. ¡Gracias, Dios mío, que esto se dio! Son muchas las madre que como yo han sufrido, aún las mamás de los soldados. ¡Gracias, Dios mío, que esto se acabó!

–¿Cómo encontraste a tu hijo, habiendo tanta gente en este sitio?

–Yo traía anotado el nombre que me habían dicho, y pregunté y pregunté, y ellos saben a dónde preguntar y me dijeron que esperara, fueron eternos esos momentos antes de encontrarlo.

–¿Tu hijo te esperaba?

–No, cuando me vio me dijo: mamita, mamita ¿que hace por acá? Yo lo abracé muy duro, lloré pero de alegría, usted no sabe cómo estoy de feliz.

Como aquí hay servicio de teléfono, llamé a la otra hermana menor y le dije mi amor véngase, que encontré a su hermano; ella ya está aquí con nosotros.

–¿Qué piensa hacer ahora que se inicia el proceso de paz?

–Seguir apoyando a mis hijos en sus cosas, apoyar la paz. Muchos periodistas y amistades me han aconsejado que vaya a una comisión de la verdad para que me hablen de mis hijitos, que me digan por qué mataron a mi hija y no me la entregaron. Yo perdono a este hombre, no le guardo rencor, solo deseo que me diga donde botó a mi hija. Por favor comuníquese conmigo que usted sabe dónde encontrarme, Apolonio.

Los amores de mis entrañas se han perdido, los recordaré siempre y los que me quedan los cuidaré hasta donde me alcance la vida, como yo di mis hijos a esta guerra, los tres restantes darán la paz, por siempre, a sus generaciones.

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