miércoles, abril 24, 2024
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Rescatar la práctica bolivariana para una nueva doctrina militar

Un proceso de terminación del conflicto armado interno hacia la firma y consolidación de una paz estable y duradera, democrática e incluyente, implica –así las élites no estén en favor– introducir cambios en la doctrina militar, recuperando los preceptos del Padre de la Patria.

Detalle del Bolívar Desnudo de Rodrigo Arenas Betancur, en Pereira. Foto: Yohan via photopin cc
Detalle del Bolívar Desnudo de Rodrigo Arenas Betancur, en Pereira. Foto: Yohan via photopin cc

Alfredo Valdivieso

“Un ejército solo es grande cuando sirve a una nación que no le teme” Salvador Camacho Roldán

A comienzos de los años 80 del siglo XX, el hoy recién fallecido general Álvaro Valencia Tovar, militar colombiano (secuestrador del cadáver del padre Camilo Torres Restrepo) escribió una importante obra que fue publicada en la Biblioteca de Oro del oficial colombiano. Se llama “El ser guerrero del Libertador”. El jefe e ideólogo de las FARC, Jacobo Arenas, ordenó a sus gentes adquirir profusamente el libro, y por eso el ejército colombiano, además de retirar a las volandas de las librerías la obra, dejó de reeditarla. Algunos ejemplares sueltos se consiguen con libreros viejos, y las propias FARC lo reeditaron sin alterarle ni una coma; también se baja por internet en edición digital en formato PDF.

Tras hacer un largo recuento de la acción militar del Libertador Simón Bolívar, adobarlo con excelentes mapas de las principales batallas, recordar los desarrollos de la táctica y la estrategia de comienzos del siglo XIX, con la audacia y las innovaciones de Napoleón, fija lo que fue el escenario de la participación de Bolívar en las gestas de independencia para transformarse de guerrero en militar:

“A la luz del criterio expresado, el militar se forma en un proceso de enseñanza y disciplina intelectual continuadas. El guerrero, en cambio, es el hombre envuelto en la contienda, devorado por ella, inmerso en su tremenda confrontación, de la cual quedan como saldo la vida o la muerte, la victoria o la derrota… Bolívar fue de los segundos. Guerrero porque hubo de llenar el título prestado de coronel con determinación y no con aprendizaje”.

“El revolucionario y el guerrero comienzan a fusionarse en el joven espíritu… El primero es luchador de la idea. El segundo de las armas. Cada uno precisa del otro para alcanzar su meta. Ambos acarician un sueño, desean realizar un propósito. Son luchadores en distinto campo, iluminado por una misma luz. Pero también pueden ser diferentes. El revolucionario desea derribar, el guerrero destruir”.

La trayectoria de Bolívar

En esos párrafos Valencia Tovar nos da una pista: Bolívar nace siendo coronel. De las milicias de los voluntarios blancos de los valles de Aragua. Regimiento de milicia auxiliar creado por su bisabuelo que se arrogó, con la anuencia y posterior ratificación de la Corona española, el grado de coronel, rango militar legado por herencia a sus descendientes, como se estilaba por la sociedad feudal y monárquica española.

Entonces el joven Bolívar ingresa a la actividad bélica como coronel, aunque su aprendizaje parte de ceros: “Así surge Simón Bolívar sobre el campo iluminado y trepidante de una guerra. Coronel de milicias de un regimiento que dista mucho de serlo. Nada ha aprendido en el arte de librar batallas y conducir ejércitos. Al grado sonoro no corresponde formación alguna para mandar”, nos dice Valencia Tovar.

Alcanza su grado de brigadier general de la Unión (otorgado por el Congreso de Tunja) cuando, tras la batalla de Cúcuta –que culmina la acción en suelo granadino–, da inicio a la Campaña Admirable. Pero una vez en la guerra, con la idea elaborada del terrible decreto para terminar la ficción de que esa era una guerra civil y deslindar claramente los bandos español y americano, inicia una revolución sin precedentes en la táctica y la estrategia militares, pero también en lo que sería la doctrina. En pleno desarrollo de la Campaña Admirable introduce modificaciones substanciales al sistema de ascensos colonial en vigor en el ejército libertador.

Con el Decreto de la Guerra a Muerte decidido por la barbarie española, no duda en vincular a las filas republicanas en Mérida, a fin de mayo de 1813, a los militares adversarios, los españoles Vicente Campo Elías y Vicente Ponce de León, a quienes asciende en rango militar y que en corto tiempo serán generales del Ejército Libertador. Y en las propias filas: los capitanes Atanasio Girardot y Hermógenes Maza, por valerosos hechos de guerra, son ascendidos de inmediato a coroneles. Es decir el ascenso militar con base en las aptitudes, en las operaciones y no en la formación de escuela, propia del ejército colonial.

Sustenta su doctrina exclusivamente en los méritos, en el valor de sus tropas, en el entusiasmo por el aprendizaje, en la innovación y en ningún caso en nexos familiares, extracción social u origen de clase, ni en supuestos rangos que pudiesen existir con anterioridad. Es casi mitológico, aunque repudiado por las clases dominantes, el ejemplo de Pedro Camejo, más conocido como Negro Primero, antiguo esclavo que se destacó en diferentes batallas como las Queseras del Medio, perdiendo la vida en la Batalla de Carabobo con el grado de teniente, que no sobrepasó por su falta de interés en la preparación intelectual; lo que en las épocas coloniales era impensable, pues un ex esclavo no podía servir más que como soldado.

Gustav Hippisley

Es reiterado el ejemplo de José María Córdova, ascendido por Bolívar de capitán a general de división con solo 22 años de edad por los méritos de la Batalla de Ayacucho. Pero así mismo la negativa a Gustav Hippisley, quien llegó de Inglaterra con el grado de mayor, y fue ascendido a coronel y a quien –por falta de cualidades– el propio Bolívar negó su ascenso a general, lo que motivó que el señor Hippisley escribiera un pasquín contra el Libertador: ‘Historia de la expedición a las riveras del Orinoco y el Apure en la América meridional’ (que por desgracia sirvió a Marx para su libelo contra Bolívar).

Es además sustento de su doctrina la utilización del aprendizaje militar en el desarrollo de la sociedad, en resolver problemas de la naciente patria y en ningún momento el acuartelamiento general alejado de la población. En el espíritu internacionalista, que lo lleva incluso a espetarle a Fernando VII, en carta del 24 de enero de 1821: “Es nuestra ambición ofrecer a los españoles una segunda patria, pero erguida, no abrumada de cadenas”. Pero sobre todo en el precepto de que el ejército no puede servir los intereses de una clase o un sector, sino de toda la población. Y que “el destino del ejército es guarnecer la frontera. ¡Dios nos preserve de que vuelva sus armas contra los ciudadanos!” (Proyecto de Constitución para Bolivia, 25 mayo de 1828).

Es decir: una combinación de defensa de la independencia y la integridad territorial, una práctica política derivada de la igualdad y no de la acción de la fuerza para defender los intereses de un sector en particular. “Es glorioso, sin duda, servir a la Patria, salvarla en el combate, pero es muy odioso el encargo del mando sin otros enemigos que los propios ciudadanos y los hombres del pueblo, que se llaman víctimas” (Carta a Santander, 7 de junio de 1826).

Formula claramente la necesidad de establecer un gobierno incluyente –de acuerdo con su propia práctica– en que todos los sectores de la naciente nacionalidad ejerzan las funciones del mando: “El modo de gobernar bien es el de emplear hombres honrados, aunque sean enemigos” (carta a José A. Páez, 26 de marzo de 1828).

Cambios en la doctrina militar

Tras la muerte del Libertador y con el ascenso al poder de una burguesía cicatera que le temía al pueblo y no a los intentos reconquistadores de la Santa Alianza (podemos leer la carta de Santander a Azuero en la Convención de Ocaña) la doctrina formulada por Bolívar comienza a ser desmontada, lo que se logra con la sangrienta derrota de la República Artesana en diciembre de 1854 y con la andadura como vagón de cola de esa élite a los intereses del expansionismo norteamericano que ya vislumbraba lo que sería el imperialismo yanqui.

La nueva doctrina impuesta es la de los mandos surgidos exclusivamente de las clases y castas dominantes; un ejército de montoneras de peones al servicio de feudales; un ejército a semejanza del colonial español en que los títulos y grados militares casi se heredan y en que las dinastías, como en el resto de la sociedad, son pilares. Un ejército acuartelado, divorciado de los intereses de las mayorías. En que el pueblo es carne de cañón: soldado conscripto o reclutado con un mísero salario como ‘profesional’, donde tiene negado ascender; y donde a los hijos del pueblo solo se les permite ingresar a escuelas de suboficiales, rangos en los cuales, así sirvan toda la vida, a lo más que pueden aspirar es a sargento furriel.

Los oficiales son reclutados de entre la gran burguesía, los terratenientes y los familiares de la cúpula militar. Mírese el caso del bandido coronel Róbinson González del Río, sobrino del sanguinario Rito Alejo del Río, y la larga lista de grandes oficiales hijos, nietos, sobrinos de los que han mandado las FFMM.

Pero además, desde comienzos del siglo XX, cuando se introduce la doctrina prusiana, y desde la segunda mitad del siglo XX cuando se imponen la Doctrina de Seguridad Nacional y el anticomunismo con la fuerza militar como partido armado, todas las concepciones bolivarianas se dislocaron. Este ejército, por el concepto de enemigo interno, es ya una especie de fuerza de ocupación.

Un proceso de terminación del conflicto armado interno hacia la firma y consolidación de una paz estable y duradera, democrática e incluyente, implica –así las élites no estén en favor– introducir cambios en la doctrina militar, recuperando los preceptos del Padre de la Patria.

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