jueves, abril 18, 2024
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“Que mi nombre no se borre de la historia…”

Contra el muro de un cementerio, trece mujeres fueron asesinadas. Eran los albores de la dictadura del general Francisco Franco. La matanza fue hace 75 años. La sangre derramada conmovió a España. Hoy la historia las recuerda como ‘Las Trece Rosas’

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Ricardo Arenales

El trece es un número cabalístico. Hay gente que le tiene agüero, entendiendo la palabra como mal presagio, que no le gusta, que le inspira temor. Otros lo conmemoran. “Los panidas éramos trece”, recuerda en sus memorias el gran poeta antioqueño León de Greiff, haciendo referencia a su grupo de literatos bohemios.

En España, la de la resistencia antifascista, la que enfrentó la naciente dictadura del generalísimo Francisco Franco, que se prolongó por cuatro décadas, el trece es una cifra que a menudo se recuerda con tristeza.

El 5 de agosto de 1939, hace 75 años, las tropas fascistas de la dictadura del general Francisco Franco, que apenas comenzaba, después de la derrota de la resistencia republicana, asesinaron a trece mujeres, militantes de la resistencia, la mitad de ellas menores de edad, para que España expiara en su sangre el recuerdo de una lucha patriótica fallida.

Fueron fusiladas contra el muro del cementerio de Ventas, al este de Madrid. Las fosas ya estaban dispuestas. Un tribunal militar de guerra, sumarísimo, las juzgó y condenó a muerte por el delito de ‘adhesión a la rebelión’. “Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados a la pena de muerte”, decía el veredicto del tribunal de juzgamiento. La condena se había dictaminado apenas un día antes y menos de 24 horas después fue ejecutada.

Las estaciones de radio difundían en esos momentos en forma persistente el mensaje del nuevo gobernante: “Juro aplastar y hundir al que se interponga en nuestro camino”. Hacía cuatro meses había terminado la guerra civil española. Las victoriosas tropas fascistas del general Franco se infiltraban en las filas de los movimientos sociales y políticos. Se había desatado una carnicería. El día en que fusilaron a las Trece Rosas, como comenzaron a llamar a aquellas muchachas, en alusión a su valentía y juventud, también fueron fusilados 43 hombres, la mayoría familiares de estas.

Las ejecuciones eran frecuentes por esos días. En junio fueron fusilados 227 patriotas; en julio 193; en septiembre 106; en octubre 123; en noviembre 201. Las Trece Rosas eran mujeres con edades entre los 18 y los 23 años. Todas militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), organización nacida en 1936 de la fusión de la Unión de Jóvenes Comunistas y la Federación de Juventudes Socialistas.

Símbolo de la resistencia

Para esa época, muchos hombres de la resistencia habían muerto en combate o estaban en prisión. Las mujeres y los jóvenes se encargaban de la reorganización de las fuerzas rebeldes y la JSU se había transformado en una estructura clandestina. Las muchachas condenadas eran, pues, conscientes de su trabajo, pero su juventud y tenacidad constituían un peligro para el régimen, que a menudo las presentaba como la antítesis de la mujer, destinada al hogar y a la procreación.

Sobrevivientes de la prisión cuentan que las muchachas iban serenas, en filas de dos en dos, orgullosas de su lucha. Inclusive, algunas de ellas ilusionadas en que iban a verse con sus novios o sus esposos, también condenados a muerte, en el último aliento de vida. Pero se encontraron con que ellos ya habían sido fusilados.

Tras conocer el fallo condenatorio, un día antes de le ejecución, Julia Conesa, una de las ejecutadas, escribió a su progenitora: “madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá, al otro lado del mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar. Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia”.

Novelas, relatos, reconstrucción de testimonios, películas, documentales, recuerdan por siempre esta historia. Como quiso Julia, sus nombres no se borrarán de la historia. Con Federico García Lorca decimos: “¡Qué sería la vida sin rosas! Una senda sin ritmo ni sangre, un abismo sin noche ni día. Ellas prestan al alma sus alas, que sin ellas el alma moría, sin estrellas, sin fe, sin las claras ilusiones que el alma quería”.

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