jueves, marzo 28, 2024
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¿Por qué editar el “¿Qué hacer?” en Euskal Herria?

No leer el ¿Qué hacer? es perder el tiempo porque entonces, por la ignorancia no superada, se repetirán trágicos errores que luego, para superarlos, exigirán a las futuras generaciones hacer enormes esfuerzos y sacrificios. Practicar el marxismo es ahorrar tiempo y energía.

Foto: Px4u by Team Cu29 via photopin cc
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Iñaki Gil de San Vicente

“Repetir a Lenin al pie de la letra es la mejor manera de traicionarlo […] Lenin nunca se repitió a sí mismo […] es un hombre que se hace autocríticas en la medida en que la realidad critica su teoría”[1].

1. Presentación

De la mano de Boltxe Liburuak tenemos a nuestra disposición una edición vasca de este odiado y desconocido libro que lleva el título de ¿Qué hacer?, obra sin embargo admirada por quienes lo han estudiado con rigor suficiente, ubicándolo en su contexto sociohistórico e integrándolo en el proceso revolucionario mundial. Para cuando lo redactó con 32 años de edad, Lenin tenía una base teórica superior a la media de las personas que luchaban contra el zarismo aunque por imponderables históricos y políticos desconocía obras marxistas muy importantes, algunas de las cuales no llegaría a leer nunca. Una de las cosas que llaman la atención del ¿Qué hacer? y en general de toda la obra del «joven» Lenin es precisamente su capacidad para compensar esas limitaciones objetivas e insuperables en aquella época con el desarrollo de un método esencialmente marxista a pesar de las inevitables lagunas de su pensamiento.

Lenin militaba en grupos ilegales con muchas dificultades para crear una visión teórica que hiciera de hilo de Ariadna a pesar de que la intelectualidad académica reformista publicaba textos abstrusos e inofensivos, tolerados en buena medida por la censura zarista. Fue en este caldo de cultivo, en medio de la represión y la clandestinidad, siempre entre debates y discusiones, en donde tras casi una década de estudios socioeconómicos y políticos, redactó el ¿Qué hacer?: aquí radica uno de los secretos de su fuerza y a la vez del odio que suscita. Las obras marxistas que delimitan las fronteras insalvables con la burguesía, han sido escritas en estas condiciones, o en peores. Mientras que la clase dominante dispone de rebaños de intelectuales asalariados «progresistas» e incluso «críticos» que fabrican las mercancías ideológicas de usar y tirar, las clases y naciones explotadas han de elaborar sus teorías y estrategias en las peores condiciones imaginables.

Algo parecido sucedía medio siglo después en un contexto muy diferente. Leamos lo que dice un documento de 1968 en el que se narra el origen de ETA:

En 1952 un grupo de estudiantes de Guipuzcoa y Bizkaia se reúnen en Bilbao. Absolutamente solos sin ningún apoyo, sin ninguna ayuda, se plantean el problema vasco. […] Y desde esta primera charla se exigen unos métodos de seguridad (incógnito, puntualidad, trabajo metódico, etcétera) que hoy nos parece el ABC de la organización clandestina, pero que entonces eran radicalmente nuevos en los ambientes abertzales y no solamente en los juveniles.

Desde los primeros tiempos se comenzó a redactar un órgano interno EKIN (padre del KEMEN actual) para uso exclusivo de los militantes que se confeccionaba también a máquina. Por eso al principio se nos conoció «como los de EKIN» y después simplemente como EKIN. Durante los primeros cuatro años, nuestra actividad fue totalmente cerrada, de pura formación, sin ninguna propaganda y menos aún, sin ninguna acción. Nuestra actividad se centraba en crear grupos y más grupos (abiertos y cerrados) con una doble misión: 1) formación intelectual de los miembros de la organización; 2) comienzo de la creación de las bases de un movimiento vasco verdaderamente clandestino[2].

Aquí aparecen parte de los rudimentos de la teoría marxista de la organización. No tenemos suficientes datos, pero nos extrañaría mucho que aquellos estudiantes tuvieran acceso a una copiosa y plural bibliografía marxista que les permitiera disponer de un conocimiento más profundo de la problemática organizativa. Posiblemente sin saberlo, o en base a una muy pequeña base teórica, los miembros del grupo EKIN acertaron con componentes de la teoría marxista del partido. Tal vez alguno de ellos o varios leyeran el ¿Qué hacer? pero el problema radicaba, como ahora, en que este texto de Lenin solo es plenamente comprensible si se estudia bajo el prisma dialéctico de lo particular y de lo general, es decir, en su contexto histórico particular y a la vez en su contenido nuclear que permite y obliga a trascender lo particular, lo específico de la situación rusa de entre 1893-1902, incluso 1905 como fecha del salto cualitativo que no podemos detallar aquí, y a comprender el innegable aporte general del libro.

Algo parecido debemos hacer, por ejemplo, con la teoría de J. Martí sobre el Partido Revolucionario Cubano escrita en 1892 en la que aun manteniéndose dentro de una concepción democrático-radical se acerca a algunas tesis marxistas[3]. Todavía más próximo está el sistema organizativo llevado a la práctica por, entre otros, Babeuf, Buonarrotti y Blanqui, representantes del comunismo utópico que defendían la necesidad de la dictadura del proletariado y de una organización clandestina que llevase a cabo la insurrección revolucionaria pero sin contar apenas con el pueblo explotado[4].

Incluso podemos retroceder hasta las sectas secretas que organizaban las insurrecciones populares en el norte de Italia, como la de los Ciompi en la Florencia de 1378, contra las que solo la tortura más salvaje podía destrozar el secreto de la insurrección, aplastándola[5]. Queremos decir que la experiencia de lucha clandestina y política más o menos organizada recorre la historia de la lucha contra la explotación desde los antiguos tiempos, como narra Tucídides sobre las tácticas represivas espartanas para acabar con la resistencia clandestina de los pueblos esclavizados[6]. Como veremos, en el ¿Qué hacer? Lenin reconoce abiertamente la capacidad del pueblo para aprender formas de lucha política clandestina más o menos efectivas ante la represión, antes de que apareciera el marxismo. En un libro de próxima aparición se expondrá con más detalle esta problemática con efectos directos sobre la capacidad no solo de lucha práctica, como es obvio, sino también sobre la capacidad de crear teoría revolucionaria que argumente el porqué de los objetivos históricos por los que se lucha.

Dicho lo anterior, volvamos a los estudiantes vascos que en lo más duro de la represión franquista crearon EKIN. Podemos resumir en cinco puntos los rudimentos de la teoría de la organización que aparecen en el párrafo citado: el origen de clase de los primeros militantes, es decir, el debate sobre el «origen exterior de la conciencia revolucionaria»; la importancia de la clandestinidad; la importancia de un órgano central de lucha teórico-política; la importancia de la formación teórica y política; y la importancia del trabajo estratégicamente planificado. En el texto de próxima aparición veremos cómo EKIN acertó de pleno en lo básico de la teoría marxista aunque lo hiciera en sus embriones y parcialmente, y también cómo la evolución posterior de las formas tácticas organizativas desarrolló y adaptó estos puntos a la realidad vasca cambiante. Sin duda este fue uno de los grandes logros del decisivo proceso histórico que ya se está definiendo como «largo V Biltzar». Logro porque la base que recorre los cinco puntos no es otra que la teoría de la organización como instrumento decisivo para la existencia de la conciencia política teóricamente asentada.

Poco después en otro documento en el que se expone brevemente el por qué, el para qué y el cómo de la revolución vasca, y tras explicarse tres normas básicas de la práctica militante en aquella época -formación, disciplina y clandestinidad- se argumentan cinco razones que demuestran la necesidad de la conciencia política, de la «politización» del militante: una, porque la no politización hace la «cabeza inmóvil y dura como las rocas»; dos, porque la no politización crea «militantes-veletas» que se dejan llevar por cualquier idea; tres, porque la no politización incapacita al militante para pasar buena información a la dirección; cuatro, porque la no politización frena la iniciativa ya que impide la formación, y «la formación nos da objetividad en grandes dosis»; y cinco, porque «el militante no politizado es mucho más peligroso que el politizado en las caídas y en los interrogatorios». En síntesis, concluye el texto: «La respiración es al hombre como la politización es al militante» [7].Es difícil encontrar una síntesis tan exacta de partes fundamentales del ¿Qué hacer? y del pensamiento de Lenin en su generalidad.

Sin profundizar ahora mucho en el enriquecimiento teórico del «largo V Biltzar» en lo que concierne a la teoría del partido, sí debemos detenernos en el Zutik! nº 65 de 1975, en el que, de nuevo, se confirma el marxismo profundo del «largo V Biltzar» en esta cuestión, es decir, integrar la teoría del partido dentro de la teoría de la revolución como práctica presente, como táctica cotidiana y no solo como estrategia a largo plazo. Efectivamente, en este Zutik! se debate con la corriente p-m escindida de ETA, y se debate sobre cómo ha de ser la organización atendiendo, antes que nada, a la previa definición del proceso revolucionario en el contexto de la época. O sea, primero hay que definir el «frente antioligárquico» que ha de aglutinar a la mayor cantidad posible de fuerzas democráticas, progresistas y revolucionarias que se oponen a la dictadura de la oligarquía franquista, y después ha de caracterizarse la organización que debe impulsarlo, y no a la inversa. Es muy significativo que la primera condición del partido revolucionario ha de ser la de poseer una teoría asentada en el materialismo dialéctico[8].

Al margen de las grandes diferencias espacio-temporales que separaban a los reducidos y débiles grupos bolcheviques de 1902 de los débiles y reducidos grupos abertzales medio siglo más tarde, sorprende la identidad sustantiva con el leninismo tal cual lo ha resumido muy correctamente C. Bértolo en un texto que luego veremos: información-formación y acción clandestina. En las condiciones represivas brutales de 1952 el solo hecho de realizar cursos clandestinos de información-formación era ya una acción combativa. Pero lo más significativo en la confirmación práctica de las tesis leninistas es que esa juventud vasca no había recibido previamente ninguna formación teórico-política sobre la clandestinidad, porque el nacionalismo burgués de la época apenas lo sentía en sus carnes debido a su pasividad, y porque las organizaciones marxistas y socialistas apenas existían.

Fue, en primera instancia, un aprendizaje empírico reforzado al poco tiempo por la lectura de textos adecuados, pero también impulsado desde un inicio por la memoria antirrepresiva y de lucha del pueblo vasco construida tras mucho tiempo de sacrificio. Y sorprende también el que la evolución de la izquierda abertzale posterior siguiera las mismas pautas de las organizaciones bolcheviques de abrirse a las masas, de relacionar permanentemente la «organización» con el «movimiento» a pesar de todas las dificultades y errores.

Empleo ambos términos entrecomillados y en cursivas porque es así como lo hace Lenin cuando dice en el ¿Qué hacer?: «La centralización de las funciones clandestinas de la organización no implica en modo alguno la centralización de todas las funciones del movimiento»[9]. En las estrictas exigencias de clandestinidad la imprescindible centralización organizativa de la vanguardia no debía suponer la correspondiente centralización estricta del movimiento obrero, popular, cultural, social, etcétera, sino que debía respetar su libertad de acción como única garantía de avance revolucionario.

Cuando se atenuaba la represión y la burguesía toleraba más libertades bajo la presión movilizada de las masas, entonces la «organización» se abría al «movimiento», estrechaba lazos con este pero manteniendo su originalidad y especificidad política y los suficientes hábitos clandestinos, porque el militante que se guía por el ¿Qué hacer? «está siempre en primera línea, excitando el descontento político en todas las clases, despertando a los dormidos, espoleando a los rezagados y proporcionando hechos y datos de todo género para desarrollar la conciencia política y la actividad política del proletariado»[10]. El ¿Qué hacer? es parte de la historia y de la naturaleza del independentismo socialista vasco aunque ahora haya sectores del soberanismo y del independentismo interclasista que renieguen del pasado. Por esto y por más hay que releer a Lenin, y no solo el ¿Qué hacer?; pero antes de pasar directamente a este libro es muy conveniente fijar algunas bases.

2. Bases teóricas en Marx y Engels

Determinadas corrientes políticas contrarias a la necesidad del partido revolucionario han criticado que exista una ligazón interna entre babeuvismo, jacobinismo, blanquismo, marxismo y leninismo en lo concerniente a la teoría de la organización[11]. No es este espacio para desbaratar esta tesis cuyo principal error es desconocer el cambio cualitativo introducido por el marxismo con respecto a la creencia anterior de que las revoluciones las pueden organizar, realizar y dirigir reducidas minorías organizadas en sectas secretas no implantas en el seno del pueblo. Las breves citas arriba ofrecidas, que podemos ampliar hasta el cansancio, sobre las relaciones entre las clases explotadas y las organizaciones revolucionaras deben ser suficientes para desautorizar ese tópico, pero conviene releer lo que explica G. Procacci sobre qué entendían por jacobinismo los marxistas de esta época para comprender la total diferencia entre la definición oficial, académica y burguesa de jacobinismo, y la marxista, sobre todo la de Lenin y Gramsci[12], en la que lo fundamental radica en la ágil interacción permanente entre el partido y las masas. G. Achcar[13], por su parte, demuestra cómo Marx y Engels conocían las diferencias entre la versión dominante del jacobinismo y los aspectos positivos del babeuvismo, desautorizando toda superficialidad a la hora de meter estas corrientes en un mismo saco.

Jacqueline Russ ha investigado las relaciones entre el comunismo utópico y el marxismo. En lo que respecta a Blanqui, la autora sostiene que el utopismo blanquista muestra una de sus diferencias fundamentales con el marxismo en la cuestión de las relaciones del partido clandestino insurreccionalista con la clase trabajadora, con el pueblo explotado. Afirma que el blanquismo tiene dosis de autoritarismo, de «socialismo “por arriba”», de paternalismo dirigista con respecto a las clases explotadas[14]. E. Mandel ha mostrado por un lado las continuidades y discontinuidades entre Babeuf, Weitling, Blanqui y otros, y Marx y Engels. El autor sintetiza tres méritos de estas corrientes en lo político-organizativo: la conciencia de la necesidad de la acción política; la defensa de la organización revolucionaria; y la defensa de la tradición y la continuidad revolucionaria. Pero a la vez sintetiza cinco errores: creer que la lucha política emana de una minoría reducidísima secretamente organizada; una organización secreta y elitista; con una visión insurreccionalista en la que el pueblo no dirige la insurrección; y el desdén por la economía hacen que los objetivos a alcanzar por la insurrección sean utópicos como en Blanqui o reformistas como en Weitling. Por su parte, Mandel resume en cuatro puntos su interpretación de la teoría político-organizativa de Marx y Engels: la acción política, la conquista del poder, ha de ser obra de las clases explotadas; por esto, la mejor forma organizativa es la legal, aunque la ilegal ha de aplicarse en condiciones de represión y mientras esta dure; es prioritaria la autoorganización del proletariado, rechazando el autoritarismo y el elitismo; la emancipación política y la emancipación socioeconómica están estrechamente combinadas[15].

Antes de pasar a lo esencial de la teoría de Marx y Engels sobre la organización, hay que decir que en su tiempo el sentido de la palabra «partido» «…era el de tomar partido en un conflicto, participar en una corriente de ideas, a menudo ligada a una publicación más que a una forma de organización bien definida»[16]. En aquella época todavía no existía el sistema parlamentario actual, ni sus instituciones y sistemas legales correspondientes, y el sufragio universal estaba restringido a la burguesía y a las fracciones más integradas y alienadas de la clase obrera, las que cobraban determinados sueldos, estando excluidas las mujeres, etcétera.

Es muy frecuente leer que «existe un vacío» en Marx sobre tal o cual cuestión; en el caso de la teoría del partido también se sostiene lo mismo aunque esta generalización excesiva se corrige al advertir que: «La equivocidad del término partido en el discurso de Marx debe tomarse en cuenta para no incurrir en lecturas anacrónicas, es decir, para no atribuir al vocablo valor semántico diferente al que tiene en el uso que el autor le asigna»[17], error garrafal muy frecuente en quienes desconocen o rechazan la flexibilidad conceptual de la dialéctica marxista. Pese a esto, ya en los primeros textos de Marx y Engels podemos encontrar ideas básicas de la función del sistema organizativo, lo que explica una de las bases permanentes de la teoría marxista de la organización o del partido. Al margen, ahora, de que se aplique en una nación oprimida o no, radica en salvar los problemas y obstáculos que impiden o retrasan que la «conciencia para sí» de la clase trabajadora se una con su «conciencia en sí».

Esta dificultad recorre toda la obra de Marx y Engels y aparece nítidamente expuesta en La ideología alemana, a pesar de las limitaciones de este texto, en la insistencia que hacen sus autores en que «lo que al verdadero comunista le importa es derrocar lo que existe»[18]. Sentada esta base esencial que recorrerá toda la obra posterior, afirman:

La ausencia de verdaderas luchas de partido, prácticas y apasionadas, en Alemania, hizo que el movimiento social se convirtiera también, al principio, en un movimiento puramente literario. El verdadero socialismo es el movimiento literario social más acabado, que, habiendo surgido sin ningún interés real de partido, se empeña, ahora que se ha formado el partido comunista, en subsistir a pesar de él. Es fácil de comprender que, desde que existe un verdadero partido comunista en Alemania, los verdaderos socialistas irán convirtiéndose cada vez más en pequeños burgueses como público y en impotentes y encanallados literatos como representantes de ese público[19].

Este voluminoso texto fue escrito en 1845. Nos hemos limitado a exponer lo que entendemos como las características centrales que en él aparecen escritas sobre lo básico de la teoría del partido: una, su objetivo histórico irrenunciable; y otra, y a partir de aquí, la tendencia histórica a que cualquier movimiento o partido «socialista» degenere en una canalla pequeño burguesa impotente si abandona la lucha práctica y deriva en simple acción propagandística. Tengamos en cuenta que en 1845 lo que Marx y Engels denominaban «movimiento puramente literario» era lo mismo que lo que ahora denominamos «movimiento puramente propagandístico», es decir, un movimiento exclusivamente dedicado a la propaganda ideológica, en vez del dedicado a la lucha práctica y teórica orientada a «derrocar lo que existe».

La propaganda culturalista, al estilo del socialismo utópico, no debe ser el método del partido comunista, sino que este debe ser las luchas prácticas y apasionadas. Aparece aquí una característica que será mil veces negada por las creencias reformistas y positivistas: que la pasión, la ilusión, la dedicación plena, no deben ser componentes de la vida partidaria. Por tanto, cualquier idea del partido que rompa la unidad entre las emociones y las luchas prácticas, y que únicamente se centre en la propaganda, como la socialdemocracia y el reformismo en general, esta idea no cabe en la teoría de la organización.

Pero como sucede con la problemática de las clases sociales, del Estado, del poder, de la dialéctica, por ejemplo, en la extensa obra de Marx y Engels no aparece sistematizada una especie de «teoría del partido revolucionario». Sin embargo, sí existen abundantísimos comentarios, análisis y sugerencias que, sintetizadas y reforzadas por las también muy abundantes aportaciones de Engels al respecto, permiten elaborar al menos la esencia de una teoría marxista de la organización revolucionaria. De hecho, parte de esta esencia ya aparece expuesta en el segundo capítulo del Manifiesto del Partido Comunista, parte que según M. Johnstone consiste en «la pretensión de los comunistas al liderazgo de la clase trabajadora sobre la base de su conciencia teórica, lo que pertenece a la esencia de esta concepción»[20].

Durante estos pocos años, van perfilando el núcleo de la teoría del partido, núcleo que L. Magri en su célebre y necesario texto expone así: «Que el problema de la organización de un partido revolucionario -decía Marx- solo puede abordarse a partir de una teoría de la revolución», y por tanto, ha de mantenerse siempre una permanente interacción entre la teoría y la práctica, «nunca pueden fijarse dogmáticamente» exigiendo siempre una reelaboración continua y un desarrollo permanente[21]. Pero este núcleo no es inmóvil, pétreo, sino que lleva en su interior una muy rica flexibilidad que le permite desplegar una compleja dialéctica de esencia y fenómeno, de contenido y continente respondiendo a las necesidades de cada período, apareciendo nuevos modelos organizativos que nos remiten a las expresiones del núcleo básico. Según M. Johnstone estos momentos o modelos concretos son: «a) la pequeña organización internacional de cuadros comunistas (la Liga de los Comunistas (1847-1852); b) el «partido» carente de organización (durante el reflujo del movimiento obrero – década de 1850 y principios de la de 1860); c) la amplia federación internacional de organizaciones obreras (Primera Internacional – 1864-1872); d) el partido marxista nacional de masas (Socialdemocracia alemana – décadas de 1870, 1880 y principios de la de 1890); e) el amplio partido nacional de los trabajadores (Gran Bretaña y los Estados Unidos – década de 1880 y comienzos de la de 1890) basado en el modelo cartista»[22].

Desde una perspectiva algo diferente, Balibar viene a decir lo mismo que M. Johnstone al analizar la teoría del partido en Marx y en Engels. Según él, en ambos revolucionarios coexisten dos modelos no contradictorios sino complementarios de partido político: el real, cogido de los partidos y organizaciones existentes en su época, y el que hay que construir, el necesario política y teóricamente para hacer la revolución. Esta visión dialéctica del partido es inseparable de la visión crítica que ambos tenían del Estado burgués, al que también analizan dialécticamente. De este modo, la teoría del partido y la teoría del Estado están unidas inextricablemente, dando paso a la dialéctica entre el «partido-conciencia» y el «partido-organización»[23]. Un componente de esta dialéctica, el de la conciencia, tiene la función de acelerar el salto de la conciencia-en-sí a conciencia-para-sí, y el otro componente, el organizativo, el de acelerar el avance de la conciencia-para-sí, conciencia política revolucionaria, hacia la toma del poder y la destrucción del Estado burgués.

D. Bensaïd sostiene que ambos amigos concebían el partido como algo intermedio entre la rigurosa seriedad militante, teórica, política, clandestina, etcétera, de las organizaciones revolucionarias que ellos habían conocido y en la que habían militado, La Liga de los Justos, y la forma organizativa de la socialdemocracia de su época. Un algo intermedio que fuese la resultante de la negación de sus limitaciones y la síntesis dialéctica de sus cualidades. Además, no hacían un fetiche pétreo e intocable de la forma externa de ese modelo, propiciando los cambios que fueran necesarios al variar las condiciones de la lucha de clases, pero en esta ágil flexibilidad nunca renunciaron al derecho de la libertad de crítica y a la necesidad del rigor y firmeza teórico-política, porque, según el autor: «Para Marx y Engels las formas pasan y permanece el espíritu»[24].

Las aparentes diferencias absolutas que incomunicarían entre sí a estas fases, momentos o modelos, a estas «formas», anulando toda posibilidad de una teoría básica, de un «espíritu», desaparecen cuando comprendemos que es la permanente interconexión entre «despotismo del capital, revolución política y emancipación social del trabajo»[25] la que nos explica la importancia clave de la teoría de la organización que llega a expresarse y materializarse en las formas organizativas político-estatales y económicas antagónicas a las burguesas, como fue la Comuna de 1871. Apreciamos las insalvables diferencias que separa la teoría marxista del partido de la teoría burguesa leyendo a A. Penabianco, en especial el capítulo dedicado a la historia de la socialdemocracia alemana y de los partidos comunistas francés y alemán[26], en donde no se hace ninguna referencia a los criterios teóricos arriba expuestos, desconociéndolos u olvidándolos.

En la obra de estos dos revolucionarios, la cuestión de la organización, aunque parcializada, sí mantiene la constante de la esencia y el fenómeno, de lo general y de lo particular. Según A. Prior Olmos la constante radicaría en que:

El partido no es para Marx el heredero del «salvador supremo» burgués, propio de los utopistas, es la vanguardia del proletariado que lucha por emanciparse; es el instrumento de la toma de conciencia y de la acción revolucionaria de las masas. Su papel no es el de obrar en lugar o «por encima» de la clase obrera, sino el de orientar a esta hacia el camino de su autoliberación, hacia la revolución comunista de masas.

Cabe entender el partido como instancia intermedia entre el individuo y la clase. El individuo no puede referirse a la totalidad de la realidad. Solo la clase puede hacerlo. El partido, en tanto portador de la conciencia de clase, puede mediar entre el individuo y la clase. De esta forma, la voluntad colectiva puede ser un factor activo y consciente de desarrollo histórico. […] con la intervención del partido, el proceso histórico cobra nuevas perspectivas, lo que no deja de tener relación con el propio método dialéctico[27].

En este asunto, como en todos, lo genético-estructural de la organización revolucionaria se mantiene en lo básico, pero apareciendo con formas específicas según momentos y circunstancias, es decir, debemos descubrir la esencia de la teoría investigando las constantes que aparecen en lo histórico-genético. Por ejemplo, tenemos el silenciado Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, de 1850, en el que desde el primer párrafo se reconoce la efectividad práctica de la «primitiva y sólida organización de la Liga» que actuó como «vanguardia», pero que sin embargo se fue debilitando mientras se fortalecía la organización política de la pequeña burguesía. No dicen en qué medida ese debilitamiento fue debido a la represión y/o a otros factores pero sí hablan de los muertos en combate, de los huidos y refugiados en Londres y de su reorganización posterior tras la derrota; pero sí argumentan críticamente que gran parte de los comunistas «creían que ya había pasado la época de las sociedades secretas y que bastaba con la sola actividad pública»[28].

Siguen diciendo que por este debilitamiento interno, el «partido obrero perdía su única base firme, a lo sumo conservaba su organización en algunas localidades, para fines puramente locales, y por eso, en el movimiento general, cayó por entero bajo la influencia y la dirección de los demócratas pequeñoburgueses», e insisten en que hay que reorganizar el partido obrero sobre una base firme, «de la manera más organizada, más unánime y más independiente si no quiere ser de nuevo explotado por la burguesía»[29], y que para poder vencer en la oleada revolucionaria que se avecina y no ser aplastados por la traición de la pequeña burguesía, el pueblo debe estar armado y tener su propia organización, con la «creación de una organización independiente y armada de la clase obrera»[30].

Todo el documento está recorrido por una lección aprendida en la derrota de 1848-1849: la decisiva independencia política de la clase trabajadora, del pueblo en su conjunto, porque también se integran los proletarios agrícolas, está unida a la existencia de un partido obrero de vanguardia, la Liga de los Comunistas, organizado de tal forma que no pueda ser debilitado por los ataques represivos, y dotado de una conciencia política y teórica clara que le impida caer en el canto de sirena de la democracia burguesa: «Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases, no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva»[31].

Engels apura la investigación crítica sobre las causas de la derrota para encontrar lecciones revolucionarias en dos vibrantes artículos escritos a finales de junio de 1848. En el primero de ellos, adelanta magistralmente una de las constantes propagandísticas justificadoras de todas las represiones posteriores: la descalificación ético-moral absoluta de la causa revolucionaria: «La burguesía no declaró que los obreros fuesen enemigos comunes a los que hay que vencer, sino que los consideró enemigos de la sociedad, a los cuales se destruye. Difundió la afirmación absurda que a los obreros -a los cuales ellos mismos habían empujado violentamente a la insurrección- solo les habría interesado el saqueo, el incendio y el asesinato»[32]. En mayor o en menor medida, todas las represiones concretas por pequeñas que sean se basan en esa acusación: las personas reprimidas son enemigas de la sociedad y deben ser destruidas. La demagogia burguesa sobre el supuesto objetivo humanitario de «reinserción social» del sistema carcelario, es una mentira. Inmediatamente después Engels hace un comentario de permanente valor histórico, al que volveremos luego, sobre el error desastroso del pueblo insurgente al ser débil en su respuesta a la barbarie burguesa.

En el este mismo artículo, Engels adelanta también una constante que reaparece siempre que las represiones se endurecen: la formación de grupos de matones y asesinos de extrema derecha, extraídos de las capas sociales más empobrecidas y embrutecidas: «La Guardia Nacional, reclutada en su mayor parte en los lumpen de París, se ha transformado ya, al poco tiempo de existir, gracias a los buenos sueldos que recibe, en la guardia pretoriana de los gobernantes actuales. Los lumpen organizados han dado su batalla contra los proletarios desorganizados […] solo algunos grupos de la Guardia Móvil, compuestos de obreros verdaderos, se pasaron al otro lado»[33].

En el segundo artículo, Engels aplaude el efectivo sistema organizativo del pueblo antes de la revolución[34], sistema casi para-militar que le facilitó responder desde el inicio de la lucha. Sin embargo, cuando Engels analiza la especial ferocidad de la contrarrevolución, afirma que: «El pueblo no estaba preparado para luchar contra tales procedimientos. Se encontraba indefenso y rechazaba la única reacción eficaz, el incendio, porque contrariaba sus nobles sentimientos. El pueblo desconocía hasta entonces este método argelino de hacer la guerra en el corazón de París. Por eso cedió, y su primer retroceso significó su derrota»[35]. Aunque Engels no estudia explícitamente el problema represivo, sí abre tres vías de investigación teórica decisivas: una, que el pueblo debe conocer los sistemas represivos burgueses para no ser sorprendido y derrotado, para vencerlos; dos, que no hay que retroceder nunca, repitiendo lo que había dicho ya en el artículo precedente; y tres, que su directa referencia a la ferocidad francesa contra el pueblo argelino nos prepara para lo que luego veremos acerca de las doctrinas de contrainsurgencia y de su directa relación con las represiones.

Se ha sostenido que Marx y Engels, impactados por el fracaso de sus expectativas, abandonaron deliberadamente la militancia política organizada durante la década de 1850 y comienzos de la de 1860 para dedicarse al estudio del capitalismo, con lo que se demostraría que no es necesario pertenecer siquiera a un pequeñito grupo organizado políticamente para poder seguir definiéndose como revolucionario. En realidad, nunca abandonaron las relaciones políticos-intelectuales con un eficaz grupo, pero sobre todo volcaron su vida en la militancia teórico-política en grupo con disciplina interna asumida por sus miembros, ya que sin esta disciplina interna «todo se irá al demonio…» según el propio Marx[36].

Muchos años después Engels se vengó de quienes les habían criticado por «traidores» recordando que: «La democracia vulgar esperaba que el estallido volviese a producirse de la noche a la mañana; nosotros declaramos ya en otoño de 1850, que por lo menos la primeraetapa del período revolucionario había terminado y que hasta que no estallase una nueva crisis económica mundial no había nada que esperar. Y esto nos valió el ser proscritos y anatematizados como traidores a la revolución por los mismos que luego, casi sin excepción, hicieron las paces con Bismarck, siempre que Bismarck creyó que merecían ser tomados en consideración»[37].

Ese «no había nada que hacer» se refiere a las muy penosas condiciones en las que tendría que realizarse una muy limitada acción política en un entorno tan hostil y podrido internamente como el de la emigración forzada tras una derrota aplastante. Ambos amigos, sobre todo Marx, conocían las condiciones de la emigración, endurecidas por la realidad de la derrota. Alguna correspondencia epistolar entre ellos mantenida en aquel tiempo leída sin contextualizar, puede dar la sensación de que abandonaron toda militancia, pero F. Mehring, el mejor biógrafo, se ha encargado de demostrar que: «Marx y Engels no tenían, ni por asomo, la intención de apartarse totalmente de las luchas políticas, aunque no quisieran mezclarse en las discordias de los emigrados. No abandonaban su colaboración con los órganos cartistas ni pensaban tampoco, ni mucho menos, en resignarse a la desaparición de la Nueva Revista del Rin»[38]. No hace falta decir que los servicios policiales estaban muy al corriente de sus actividades.

Marx dejó claro lo decisivo que había sido este tercer período para su militancia intelectual, y lo que había sacrificado durante años. Contestando a la carta de un viejo amigo, dijo: «… ¿Qué por qué nunca le contesté? Porque estuve durante todo este tiempo con un pie en la tumba. Por eso tenía que emplear todo momento en que podía trabajar para poder terminar el trabajo al cual he sacrificado mi salud, mi felicidad en la vida y mi familia. Espero que esta explicación no requiera más detalles. Me río de los llamados hombres “prácticos” y de su sabiduría. Si uno resolviera ser un buey, podría, desde luego, dar la espalda a las agonías de la humanidad y mirar por su propio pellejo. Pero yo me habría considerado realmente no práctico si no hubiese terminado por completo mi libro, por lo menos en borrador»[39]. Aquí tenemos una explicación brillante de lo que es la militancia teórico-política.

3. Aportaciones del último Engels

Para no extendernos demasiado vamos a dar un salto hasta enero de 1882 cuando en una carta a Bernstein, Engels sostiene que «nunca he ocultado mi opinión de que las masas alemanas son mucho mejores que los señores que las conducen, en especial desde que el manejo de la prensa y la agitación había hecho que el partido se transformase en una vaca lechera que les proveía de manteca; y esto en el preciso instante en que Bismarck y la burguesía carneaban repentinamente a la vaca»[40]. La necesidad de la organización revolucionaria de vanguardia aparece expuesta de forma indirecta en la carta de Engels a Bebel de agosto de 1883:

No se deje engañar a ningún precio creyendo que aquí hay un verdadero movimiento proletario. Sé que Liebknecht trata de engañarse a sí mismo sobre esto y a todo el mundo, sin fundamento alguno. Los elementos actualmente activos pueden adquirir importancia desde el momento en que han aceptado nuestro programa teórico adquiriendo así una base, pero siempre que surja un movimiento espontáneo entre los obreros y que logren obtener su control. Mientras tanto seguirán siendo seres individuales, tras los cuales no hay otra cosa que una mezcolanza de sectas confusas, restos del gran movimiento cartista. Y, aparte de lo imprevisible, aparecerá aquí un movimiento obrero realmente general, solo cuando los obreros se den cuenta que el monopolio mundial ejercido por Inglaterra se ha quebrado.

La participación en el dominio del mercado mundial fue y sigue siendo la base de la incapacidad política de los obreros ingleses. Cola de la burguesía en la explotación económica de ese monopolio, pero compartiendo con todo sus ventajas, en política son naturalmente la cola del «gran Partido Liberal», que por su parte les dedica pequeñas atenciones, reconoce que los sindicatos y las huelgas son factores legítimos, ha abandonado su lucha a favor de la jornada de trabajo ilimitada y le ha concedido el voto a la mayoría de los obreros de buena posición. Pero una vez que Norteamérica y la competencia combinada de los demás países industriales hayan provocado una buena brecha en este monopolio (y en el hierro esto está sucediendo rápidamente, pero por desgracia todavía no ha ocurrido en el algodón) usted verá algo aquí[41].

En verano de 1884 Engels le dice por escrito a Kautsky que no supondría problema alguno el cierre de la revista oficial del partido Neue Zeit porque se ha convertido en el medio de expresión de una casta intelectual que escribe lo que quiere en medio de la represión, mientras que las fuerzas revolucionarias no pueden hacerlo al estar fuera de la ley, por lo que la revista oficial del partido ha sido «gradualmente infectada de filantropía, humanitarismo, sentimentalismo y todos los demás vicios contrarrevolucionarios […] Gente que no quiere aprender nada a fondo, y que solo quiere hacer literatura sobre la literatura y con motivo de la literatura»[42]. Pocos meses después arremete de nuevo contra los «cultos» pequeño burgueses e intelectuales que copan aparatos y direcciones del partido; se congratula de que en las elecciones recientes hayan sido elegidos muchos obreros, y sostiene que si hay que elaborar programas para legislar se realicen «sin consideración alguna con los prejuicios pequeñoburgueses», proponiendo que los cambios tácticos que habrá que introducir cuando desaparezca la Ley antisocialista faciliten «la conducción de las masas sin que, con ello, queden en sus puestos los malos dirigentes»[43]. O sea, Engels propone la depuración de los dirigentes reformistas.

Una exposición adelantada en diecisiete años de lo que será la teoría leninista del partido de vanguardia, aparece en una carta de Engels a Sorge de finales de 1886. En ella Engels estudia la evolución de la lucha de clases en los Estados Unidos; advierte que: «Las masas deben tener tiempo y oportunidad para desarrollarse y únicamente pueden tener la oportunidad de hacerlo si tienen su propio movimiento -no importa en qué forma siempre que tengan su propio movimiento- al que hacen progresar por sus propios errores y aprendiendo de sus heridas»[44]. Compara la situación norteamericana con la francesa y recuerda el papel de la Liga Comunista en las asociaciones obreras de 1848, y dice:

Pero es precisamente ahora que se hace doblemente necesario tener ahí unas pocas personas que estén de nuestro lado, bien firmes en lo que respecta a la teoría y a la táctica, y que también sepan escribir y hablar en inglés; porque, por buenas razones históricas, los norteamericanos son un mundo remoto en todas las cuestiones teóricas, y si bien no arrastran instituciones medievales europeas, siguen estando en cambio bajo el peso de cantidad de tradiciones medievales, religión, derecho inglés común (feudal), supersticiones, espiritismo: en una palabra, toda clase de imbecilidades que no perjudican directamente a los negocios y que son ahora muy útiles para volver estúpidas a las masas. Y si hay cerca gente de mentalidad teóricamente clara, que pueda explicarles a tiempo las consecuencias de sus propios errores y hacerles comprender que todo movimiento que no tenga en vista constantemente y como objetivo final la destrucción del sistema asalariado está destinado a descarrilarse y fracasar, entonces pueden evitarse muchas tonterías y puede acortarse considerablemente el proceso[45].

En enero de 1887 Engels es aún más preciso sobre la teoría de la organización aplicada, también en este caso, a la lucha de clases en Estados Unidos: tras insistir en que la clase obrera norteamericana en formación ha de aprender por ella misma, con la ayuda de otras experiencias europeas más desarrolladas, afirma que: «Creo que toda nuestra experiencia ha mostrado que es posible trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera en cada una de sus etapas sin ceder u ocultar nuestra propia posición e incluso nuestra organización, y temo que si los alemanes norteamericanos eligen una línea distinta cometerán un grave error»[46].

Siete años más tarde, Engels sigue manteniendo la misma teoría sobre la organización de vanguardia. En una carta a Turati reconoce que el partido socialista italiano es aún demasiado joven y demasiado débil en una economía con fuerte presencia campesina y un proletariado pequeño, y añade:

En consecuencia, los socialistas toman parte activa en todas las fases de la lucha entre las dos clases, sin perder de vista con ello el hecho de que esas fases son tan solo otros tantos pasos preliminares para el gran objetivo primordial: la conquista del poder político por el proletariado, como medio para organizar una nueva sociedad. Su puesto está al lado de quienes luchan por la obtención de un progreso inmediato que al mismo tiempo sirva a los intereses de la clase obrera. Aceptan todos esos pasos políticos o sociales progresivos, pero únicamente como cuotas. Por lo tanto, consideran a todo movimiento revolucionario o progresista como un paso más en el logro de su finalidad propia; y es tarea especial de ellos impulsar más hacia adelante a otros partidos revolucionarios y, en el caso de que uno de ellos resulte vencedor, cuidar los intereses del proletariado. Esta táctica, que nunca pierde de vista el gran objetivo final, nos ahorra a los socialistas el desengaño a los cuales los demás partidos de menor visión -sean republicanos o socialistas sentimentales que confunden lo que es una mera etapa con el objetivo final del avance- sucumben inevitablemente[47].

Elvira Concheiro, que presta especial atención a las aportaciones de Engels, sostiene que este revolucionario, y también Marx, desarrolla una teoría del partido en dos niveles, la del «partido en sentido efímero» y la del «partido en sentido histórico» La autora describe el contexto socioeconómico del capitalismo industrial europeo de la segunda mitad del siglo XIX y sostiene que en estas condiciones la forma efímera del partido responde a las necesidades tácticas, cambiantes, de modo que esas formas aparecen, se adaptan y cambian, y desaparecen, extinguiéndose para dejar espacio a nuevas formas efímeras. Sin embargo, las formas fugaces y caducas, cambiantes, del partido tienen en su interior tres constantes que dan cuerpo al «partido en sentido histórico»: «1) la conceptualización del proletariado como una clase específica del capitalismo, con intereses definidos pero de proyección universal; 2) el análisis de los partidos políticos como expresión de intereses materiales que se confrontan en la sociedad, y 3) el reconocimiento de la capacidad propia de los trabajadores para organizarse y actuar con el fin de superar el orden social prevaleciente»[48].

La autora sostiene, con razón, que lo esencial del «partido en sentido histórico» ya está enunciado en los primeros textos de Engels. Si nos fijamos, la triple caracterización del partido en su sentido histórico se centra en un punto decisivo que marca la diferencia insalvable entre la teoría revolucionaria y la reformista en su esencia básica: existe un antagonismo irreconciliable entre la clase burguesa y la clase trabajadora que afecta a la totalidad de las formas de expresión, aunque estas se muestren con apariencias tan distintas que, a simple vista, sea muy difícil descubrir su denominador común, su identidad sustantiva.

A lo largo de su vida, Engels, y Marx, insistieron incansablemente en esta contradicción irresoluble y en sus efectos políticos y organizativos, y en la necesidad de que cualquier «forma efímera», transitoria y pasajera de organización política tenía sin embargo que partir de esa contradicción objetiva y volver a ella. El papel de la conciencia revolucionaria organizada políticamente tiene como objetivo fundamental mantener visible en todo momento esa contradicción objetiva en cualquiera de las múltiples formas diferentes de expresión externa.

4. Crítica, fetichismo y burocracia

Ahora debemos estudiar otra característica esencial del concepto marxista de partido que aparece como constante irrenunciable a lo largo de toda la vida de Marx y de Engels, y que Lenin asumió y desarrolló. Nos referimos a la organización como instrumento clave en la lucha contra el fetichismo, contra la mentalidad burocrática y sumisa, obediente, contra la alienación, por decirlo de manera harto comprensible. Desde el inicio de sus obras, desde sus críticas a la monarquía, a la religión, a la burocracia, el derecho/necesidad de la libertad de crítica es un elemento consustancial al marxismo, y por tanto a todas y cada una de las formas tácticas y transitorias de organización política.

No es casualidad que el llamado «joven» Marx escogiera a Epicuro como modelo de sus reflexiones críticas. F. Markovits ha mostrado la relación entre la praxis atea, crítica y científica -salvando las distancias- de Epicuro[49], perseguido por todos los poderes más reaccionarios, y la posterior praxis marxista que fusiona la ciencia con la política y la ética. Sin duda, la teoría de la organización de Marx y Engels se basa también en este epicureísmo de digna y ética lucha radical contra la oscuridad supersticiosa. Y si bien el epicureísmo posterior nunca fue un movimiento de resistencia política[50], también es cierto que la crítica epicureana «a la totalidad de las supersticiones»[51] es un elemento vital en la política marxista organizada.

La teoría del partido de Marx y Engels, incluye por tanto e inevitablemente una radical crítica de la inercia burocrática presente incluso en la personalidad colectiva e individual, y también en las organizaciones revolucionarias. Desde muy pronto Marx escribió:

La burocracia es un círculo del que nadie puede escapar. Su jerarquía es una jerarquía de saber. La cúspide confía a los círculos inferiores el conocimiento de lo singular, mientras que los círculos inferiores confían a la cúspide el conocimiento de lo general; y así se engañan mutuamente […] La burocracia posee en propiedad privada el ser del Estado, la esencia espiritual de la sociedad. El espíritu general de la burocracia es el secreto, el misterio guardado hacia dentro por la jerarquía, hacia fuera por la solidaridad del Cuerpo. Mostrar el espíritu del Estado, incluso la convicción cívica le parece así a la burocracia una traición a su misterio. La autoridades por tanto el principio de su saber y la divinización de la autoridad su convicción. Solo que en el seno de la burocracia el espiritualismo se convierte en crasomaterialismo, en el materialismo de la obediencia pasiva, de la fe en la autoridad, del mecanismo de una acción formal fija, de principios, opiniones y costumbres inmobles […] El Estado solo existe en la forma de diversos espíritus burocráticos fijos, cuya única coherencia es la subordinación y la obediencia pasiva[52].

Cambiamos la palabra «Estado» por las de «partido» u «organización» y apenas notaremos diferencias sustanciales. Como vemos, una de las características de la burocracia política es el secretismo informativo, el control del conocimiento y del saber, su monopolización. Otra, unida a la anterior, es que la burocracia solo funciona con gente de orden, en definitiva, con seres despersonalizados y carentes de voluntad que obedecen y callan, pero que también defienden sus intereses de casta. La experiencia muestra el enorme poder de la burocracia de los partidos; peor, muestra cómo va seleccionando a los miembros elegidos para trabajar a sueldo del partido, asalariados de la burocracia; cómo va de-formando su mentalidad antes crítica hasta volverlos sumisos y egoístas debido a los sueldos que cobran. La «postración supersticiosa ante la autoridad», además de recordarnos a Epicuro, nos remite a la asunción pasiva y obediente de la autoridad en general, o por decirlo crudamente, de «la figura del Amo»[53].

¿Cómo vencer a la burocracia desde el instante en que empieza a surgir en el seno de la organización, del partido? De varias formas, todas ellas interrelacionadas y a la vez inseparables de la máxima potenciación de la democracia socialista en la sociedad, en las clases explotadas y en el partido, cuestión que por obvia y extensa no la desarrollamos aquí. Ambos amigos sabían muy bien por experiencia propia que siempre es necesaria una disciplina consciente para el buen funcionamiento de una organización, para que esta no sea una jaula de grillos y en 1859 Marx insiste en la disciplina interna «o todo se irá al demonio…»[54]. Pero la disciplina interna no puede basarse en la obediencia sumisa, en la ausencia de crítica constructiva, al contrario: En 1868 Marx fue contundente: «Donde el obrero es burocráticamente disciplinado desde la infancia y cree en la autoridad y en los organismos ubicados por encima de él, lo más importante es enseñarle a actuar con independencia»[55], independencia sin la cual no romperá con la «figura del Amo» que pudre su conciencia. Actuar con independencia es actuar con libertad, es superar mediante la praxis la disciplina burocrática a la autoridad superior, burocracia mental introducida desde la infancia.

Marx y Engels eran muy conscientes del terrible poder de deglución y asimilación del capitalismo ya que, entre otras muchas razones, «junto a las miserias modernas, nos agobia toda una serie de miserias heredadas, fruto de la supervivencia de tipos de producción antiquísimos y ya caducos, con todo su séquito de relaciones políticas y sociales anacrónicas. No solo nos atormentan los vivos, sino también los muertos. Le mort saisit le vif!»[56]. La organización revolucionaria ha de propagar la consciencia lúcida y crítica que supere las miserias heredadas. Para aprender a actuar independientemente, liberada de la disciplina burocrática, de la creencia en la autoridad y en los poderes superiores, el movimiento revolucionario ha de impulsar «una revolución dentro de las cabezas de las masas obreras»[57], como afirmaba Engels tras analizar muchas experiencias anteriores y constatar la limitada efectividad concienciadora de medidas incluso progresistas como las nacionalizaciones de empresas por el Estado burgués.

En 1877 Marx vuelve sobre el mismo problema de la obediencia a la autoridad y haciendo extensible a Engels su opinión afirma que ellos nunca han buscado la popularidad, que sienten repugnancia por todo culto a la personalidad, que siempre se negaron a dar publicidad a las numerosas loas que recibieron, y que desde que iniciaron de jóvenes su militancia comunista pusieron la condición de que se eliminarían de sus Estatutos todo lo relacionado con el «culto a la autoridad»:

[…] No me enojo (según dice Heine) y Engels tampoco. No damos un penique por la popularidad. Como prueba de ello citaré, por ejemplo, el siguiente hecho: por repugnancia a todo culto a la personalidad yo, durante la existencia de la Internacional, nunca permitía que llegasen a la publicidad los numerosos mensajes con el reconocimiento de mis méritos, con que me molestaban desde distintos países: incluso nunca les respondía, si prescindimos de las amonestaciones que les hacía. La primera afiliación, mía y de Engels, a la sociedad secreta de los comunistas se realizó bajo la condición de que se eliminaría de los Estatutos todo lo que contribuía a la postración supersticiosa ante la autoridad. (Lassalle procedía más tarde de modo exactamente contrario)[58].

A. Prior Olmos es autor de una profunda investigación sobre el problema de la libertad en el marxismo, y concretamente en Marx. En un momento de su obra afirma que: «Marx hubiera rechazado sin duda el aberrante culto a la personalidad a que ha sido sometida su figura durante generaciones enteras y que tiene mucho que ver con el estancamiento y aun retroceso (por las deformaciones tan comunes) que la metodología “marxista” ha sufrido durante el siglo XX, al punto que son contadas las obras originales y frescas producidas por sus seguidores»[59]. Aunque aquí la anuncia, desgraciadamente este autor desarrolla poco la maligna conexión entre burocracia y culto a la personalidad, el empobrecimiento teórico y político, y la deriva primero reformista y luego frecuentemente reaccionaria de la burocracia aduladora de la «figura del Amo» antes referida.

En 1882, Engels reivindica la necesidad de aprender y atreverse a estar en minoría cuando lo que está en juego es la esencia revolucionaria de la organización amenazada por la burocratización pacifista y reformista: «Hallarse por un momento en minoría con un programa correcto -en tanto organización- es mejor que tener un gran número de seguidores, que solo nominalmente pueden ser considerados como partidarios»[60]. Y en 1889 insiste en que «el partido obrero se basa en las críticas más agudas de la sociedad existente; la crítica es su elemento vital; ¿cómo puede, entonces, evitar él mismo las críticas, prohibir las controversias? ¿Es posible que demandemos de los demás libertad de palabra solo para eliminarla inmediatamente dentro de nuestras propias filas?»[61].

La defensa de la libertad y de la necesidad del debate colectivo se expresó en la crítica «bastante acerba»[62] que Engels hizo al borrador del Programa de Erfurt cuyo Congreso se celebró en 1891, crítica que fue suavizada por la burocracia del partido, la misma que censuró y ocultó imprescindibles opiniones de Engels sobre la valía de la violencia revolucionaria a pesar de las transformaciones externas en los sistemas de dominación capitalista escritas en 1894-1895, pese a las protestas de aquél[63]. Estas y otras muchas referencias a la libertad y al pensamiento crítico dentro de la militancia revolucionaria entroncan directamente con el problema de la represión en su globalidad, ya que hacen referencia a que el ideal de vida de un revolucionario es la lucha por la libertad, a que la sumisión es una desgracia, a que el servilismo es el peor defecto humano según Marx[64], es decir justo lo opuesto que la acomodaticia tranquilidad politiquera que acepta la «normalidad democrática» tal cual la define el orden burgués.

Sin duda, es la multi-causal mezcolanza astuta y perversa entre miedo, tranquilidad, sumisión y servilismo, normalidad y disfrute pasivo de los «derechos democráticos», la que explica la facilidad con la que triunfa la infiltración policial en la dirección de las organizaciones, sindicatos y partidos de la oposición legal para impulsar en su interior el pacifismo sociopolítico, cultural y ético. El embrión del partido socialdemócrata alemán estaba controlado políticamente por los servicios secretos de Bismarck que habían infiltrado al pintor Eichler nada menos que en el cargo de presidente del comité organizador[65] del primer Partido Socialista alemán en 1863. Este agente infiltrado propagó la idea de que el Estado era un instrumento neutral que podía y quería ayudar al proletariado a mejorar su suerte por medio del cooperativismo y otros métodos, de manera que la instauración de la «justicia social» se realizaría pacífica y normalmente.

5. Pacifismo y socialdemocracia

Aprovechando los efectos de este cáncer pacifista, Bismarck, en representación de la burguesía alemana, recurrió a la provocación mediática para reprimir a la socialdemocracia alemana entre 1878 y 1890. Dos revolucionarios no socialistas pusieron algunas bombas dando así la posibilidad a la prensa para que, «fomentando el histerismo»[66], exigiese un golpe represivo ilegalizador de la socialdemocracia en un contexto de creciente lucha de clases por los efectos de la crisis socioeconómica. Bismarck se había adelantado a los acontecimientos instigando el miedo y la histeria en sectores conservadores y poco concienciados, pillando desprevenida a la socialdemocracia[67]. Además, fue una ley que puede definirse como «golpe blando» si por «golpe duro» entendemos el terror nazi de medio siglo más tarde. Ahora se mantuvieron abiertas las «instituciones democráticas básicas» del «Estado social» como el parlamento, los ayuntamientos, la vida sindical, toda la prensa excepto la ilegalizada, etcétera. Sin embargo, el que fuera un «golpe blando» no impidió la «rápida desorganización del partido, así como de los sindicatos sospechosos de ideas socialistas. Pero la represión fue mucho más amplia, puesto que numerosos hombres de empresa encontraron en dicha ley el pretexto para despedir a obreros socialistas o para hacerles firmar, amenazándoles con el despido, declaraciones condenatorias del socialismo»[68].

El partido socialdemócrata, pasados los primeros golpes, respondió de varias formas, de las cuales vamos a citar dos: una, fue organizar grupos clandestinos que formaban una organización ilegal que distribuía entre la militancia y los grupos obreros simpatizantes la prensa del partido, sus periódicos y revistas, repartidos «por hombres de confianza a los que un servicio de seguridad, la «Máscara de Acero», protegía contra los agentes de la policía imperial y los esquiroles»[69]. Y la otra, consistió en impulsar la mayor cantidad posible de movimientos sociales, populares, culturales, etcétera, que formaron una densa y extensa red de clase en la que los militantes clandestinos podían actuar con suma facilidad: «Se multiplicaron las asociaciones corales y deportivas, los clubs de jugadores de cartas y fumadores, y las cajas de socorro voluntario, a la vez que una gran cantidad de literatura aparentemente recreativa, como Unterhaltungsbaltt (Periódico Recreativo) de Brunswick, mantenía en las conciencias el concepto de socialismo. Los métodos de lucha clandestina fueron perfeccionados en los congresos de Zurich (1882) y de Copenhague (1883). Y así como las elecciones de 1881 habían supuesto un grave retroceso de los votos socialistas (312.000), las de 1884, con 550.000 votos y 24 escaños, constituyeron un resonante éxito»[70].

Engels ha dejado varias opiniones sobre este largo período represivo. En la carta a J. P. Becker muestra su júbilo por el hecho de que la represión ha alejado del partido a buena parte de la casta intelectual que crecía en su interior y ha servido para que la juventud obrera que: «es mucho mejor que casi todos sus líderes» demuestre su capacidad logrando así que «las cosas van mejor que nunca»[71]. Nueve meses más tarde, Engels envía otra carta a Becker en la que sostiene que:

La policía le ha abierto a nuestra gente un campo realmente espléndido: la ininterrumpida lucha contra la policía misma. Esta se realiza siempre y en todas partes con gran éxito y, lo que es mejor, con gran humor. Los policías son derrotados y obligados a buscar desesperadamente una transacción. Y yo creo que esta lucha es la más útil en las actuales circunstancias. Sobre todo mantiene encendido en nuestros muchachos el odio al enemigo. Peores tropas que la policía alemana no podrían enviarse a nuestro encuentro; incluso allí donde tienen todas las posibilidades de ganar sufren una derrota moral, y entre nuestros muchachos crece día a día la confianza en la victoria[72].

Todo indicaba que la juventud obrera y las masas trabajadoras estaban desbordando la muy estrecha legalidad tolerada por el «golpe blando» a pesar de que, como hemos visto, la patronal aprovechase el miedo al desempleo y a la represión para imponer abjuraciones del socialismo. El gobierno alemán se basó en la misma política patronal pero a escala de todo el Estado, al exigir a la socialdemocracia que abjurase del derecho a la revolución para poder ser legalizada. Engels se opuso frontal y decididamente a semejante claudicación, explicando que aceptar esa exigencia supondría un golpe demoledor para el ascenso de la conciencia radical de la clase trabajadora. Sostuvo además que «el derecho a la revolución existió -de lo contrario los gobernantes actuales no serían legales- pero a partir de ahora no podrá existir más»[73] si se acepta la exigencia burguesa. Y tras explicar quienes son los burgueses y cómo han llegado al poder, continúa:

Y esos son los partidos que nos exigen que nosotros, solo a nosotros de entre todos, declaremos que en ninguna circunstancia recurriremos a la fuerza, y que nos someteremos a toda opresión, a todo acto de violencia, no solo cuando sea legal meramente en la forma -legal según lo juzgan nuestros adversarios- sino también cuando sea directamente ilegal.

Por cierto que ningún partido ha renunciado al derecho de resistencia armada, en ciertas circunstancias, sin mentir. Ninguno ha sido capaz de renunciar jamás a ese derecho al que se llega en última instancia.

Pero una vez que se llegue a discutir las circunstancias en las cuales un partido se reserva este derecho, el juego está ganado. Entonces puede hablarse con claridad. Y especialmente un partido al que se ha declarado que no tiene derechos, un partido, en consecuencia, al que se ha indicado directamente, desde arriba, el camino de la revolución. Tal declaración de ilegalidad puede repetirse diariamente en la forma en que ocurrió una vez. Exigir una declaración incondicional de esta clase de un partido tal, es totalmente absurdo.

Solo el poder es respetado, y únicamente mientras seamos un poder seremos respetados por el filisteo. Quien haga concesiones no podrá seguir siendo una potencia y será despreciado por él. La mano de hierro puede hacerse sentir en un guante de terciopelo, pero debe hacerse sentir. El proletariado alemán se ha convertido en un partido poderoso, que sus representantes sean dignos de él[74].

A mediados de la década de 1880 era todavía reducido el sector del partido dispuesto a cumplir la exigencia burguesa de abjuración del derecho a la revolución para poder volver a la legalidad, pero ese sector ya existía y con el tiempo iría creciendo hasta salir en defensa del imperialismo alemán en 1914. Su aumento iba unido al fortalecimiento del revisionismo. Una de las bases sociales del legalismo revisionista y claudicacionista era el aumento de los parlamentarios socialdemócratas de extracción pequeñoburguesa en las condiciones represivas de la ley antisocialista: «Pero el “elemento pequeño-burgués” en sentido propio se hallaba representado sobre todo en la fracción parlamentaria. Sus componentes habían alcanzado su posición dentro del partido en la época de la ley contra los socialistas ya que a ellos no les afectaban las represalias en forma de despidos dada su independencia económica»[75].

Una independencia económica que les permitía disponer de tiempo libre y de cierta experiencia administrativa[76], dos ventajas que les facilitan acceder a puestos internos en el partido, funcionarizándose. Ventajas decisivas reforzadas por la casi inexistente formación teórica marxista del partido: en 1905 apenas el 10% de sus miembros poseían algún conocimiento de marxismo[77], mientras que los subscriptores a la revista teórica Neue Zeit no sobrepasaba el 1,5% de la militancia.

Para los objetivos de nuestra investigación, lo fundamental del problema que tratamos, la relación entre revisionismo, represión y derrota, radica en que el aumento del revisionismo en el partido socialdemócrata alemán no se debió tanto a las medidas de reforma social decididas por la fracción dominante de la burguesía, como sobre todo a la misma fuerza integradora que empieza en el reformismo parlamentarista y acaba en el revisionismo práctico que apoya al imperialismo y que asesina a los excompañeros de militancia en 1918. Tiene razón J. Droz cuando argumenta que la causa determinante de la victoria del revisionismo fue la creciente voluntad de alianza parlamentaria con la pequeña-burguesía para obtener mejoras sociales, en una fase de expansión económica y de tensiones interimperialistas en aumento a comienzos del siglo XX[78]. El nacionalismo colonialista y luego imperialista alemán fue otra fuerza que aceleró la deriva revisionista: ya en 1871 Wilhelm Liebknecht se vio obligado a declarar que: «Nos acusáis de no tener patria, vosotros que nos la habéis quitado»[79], en denuncia de la propaganda nacionalista burguesa que acusaba al socialismo de ser enemigo de Alemania.

Por último, la represión también jugó un papel central en el fortalecimiento del legalismo y del pacifismo parlamentarista, como ha demostrado M. Galceran al explicar que la controversia con Engels, en la que el partido censuró y manipuló su pensamiento, demuestra los límites de la democracia burguesa de la época y «saca a relucir el miedo constante a un nuevo período de excepción»[80] que destrozaría el aparato burocrático reinstaurando la dura lucha clandestina. La política del miedo y la represión física se mantuvieron después de 1894, cuando Guillermo II abandonó las «veleidades reformistas» y volvió al conservadurismo, de modo que «el inmovilismo político y la represión contra los sindicatos y el partido socialista fueron rasgos dominantes de la nueva etapa. Su efecto, la extensión del descontento, visible tanto en el incremento de la conflictividad social y en el fortalecimiento de las filas sindicalistas y socialdemócratas como en las campañas promovidas por los sectores progresistas»[81], aunque sin resultados significativos debido a la cerrazón burguesa. Recordemos que fue en este período cuando tuvo lugar la oleada revolucionaria de 1905. Pues bien, el miedo a la represión, si bien no paralizó la lucha de clases sino al contrario, sí reforzó la burocratización revisionista y legalista del partido socialdemócrata.

Las corrientes pacifistas intelectualistas eran mayoritariamente dominantes, si no totalmente, en los grupos que se definían socialistas y «marxistas» en Rusia e Italia a finales del siglo XIX. Como ha explicado B. Gustafsson en la dirección del partido socialista italiano no había ningún obrero antes de 1890 y después siguió siendo ampliamente mayoritaria la tesis pacifista de que «a muchos les parecía llegar al socialismo “con l’accordo di tutti, con la persuasiones e con l’amore”». Y en Italia como en Rusia se consideró en esta época al marxismo «como una forma pacífica y legal del socialismo»[82]. Y si del pacifismo avanzamos a la función del sindicalismo y del cooperativismo en socialistas de la época como Sorel, Croce, Sombart y otros, nos encontramos con que, para esta poderosa corriente: «el núcleo del socialismo era precisamente la lucha económica del movimiento obrero y no la lucha política»[83].

Las tesis pacifistas y apolíticas dominantes en esta época en el movimiento socialista europeo venías reforzadas por el comportamiento anterior del partido socialdemócrata durante su ilegalización. Entre 1879 y 1890 la dirección del partido alemán ilegalizado tomó la vía de la desmovilización y del apaciguamiento: «En ningún momento hay llamamientos concretos, ni referencias a la precariedad de la legalidad alemana de la época, como si realmente existiera un Estado de derecho que ahora se veía amenazado por el decreto y como si el sufragio universal fuera una realidad que hubiera que preservar por encima de todo, sin ningún análisis de los modos y objetivos políticos con que en su momento había sido introducido. Bebel, y lo mismo la prensa, hablaba en el mismo espacio político que la burguesía, a la cual, claramente iban dirigidos sus discursos»[84]. Este lenguaje hueco y pomposo servía también para reforzar la integración en la «normalidad democrática» del aparato interno y del aparato institucional, incluido el sindicalista, cada vez más absorbido por la política burguesa, por los acuerdos, pactos y cesiones permanentes en parlamentos y alcaldías[85], y cada vez con mejores sueldos y condiciones de trabajo comparados con el resto de la clase obrera.

6. Contextualizando el ¿Qué hacer?

El ¿Qué hacer?, y la entera obra de Lenin, solo es comprensible si se le analiza en el proceso general de enriquecimiento del marxismo en las nuevas condiciones de la lucha revolucionaria rusa y mundial en pleno tránsito de la fase colonialista a la fase imperialista. Conforme estudiaban más profundamente el capitalismo, Marx y Engels fueron dándose cuenta de que la revolución comenzaría no en Inglaterra, como habían creído en un principio, sino en Oriente. En 1877 Marx advirtió a Sorge que: «Esta vez la revolución empezará en Oriente, que ha sido hasta ahora fortaleza inexpugnable y ejército de reserva de la contrarrevolución»[86]. Según Levrero, ambos amigos:

Supieron descubrir correctamente el significado del progresivo desplazamiento del núcleo del movimiento socialista revolucionario del centro hacia la periferia del mundo capitalista: no solo no se opusieron, en nombre de alguna ideología obrerista, a dicho desarrollo, sino que, al contrario, supieron indicar a la totalidad del movimiento los profundos motivos -el desarrollo desigual y la crisis del capitalismo- que presidían esa histórica evolución. […] Marx y Engels reconocieron abiertamente y teorizaron que el desarrollo del movimiento revolucionario señalaba la tendencia de que «el campo» asediaba las «ciudades» del capitalismo. Deducían de esta tendencia la certeza de la crisis del capitalismo y la ineluctabilidad de la revolución socialista. Los hechos posteriores a 1917 han confirmado plenamente su previsión científica[87].

Una mezcla de deliberada mentira e ignorancia docta oculta interesadamente este decisivo acierto estratégico del marxismo que explica la evolución mundial de la lucha de clases. Los reducidos grupos de marxistas rusos reciben sobre sus espaldas y sus conciencias la ingente tarea de luchar en un contexto minado por todas las contradicciones posibles del modo de producción capitalista a finales del siglo XIX. Lenin es consciente de esta realidad y la asume casi desde que inicio mismo del ¿Qué hacer?:

Al proletariado ruso le esperan pruebas inconmensurablemente más duras: tendrá que luchar contra un monstruo, en comparación con el cual parece un verdadero pigmeo la ley de excepción de un país constitucional. La historia nos ha impuesto ahora una tarea inmediata, que es la más revolucionaria de todas las tareas inmediatas del proletariado de cualquier otro país. El cumplimiento de esta tarea, la demolición del más poderoso baluarte no solo de la reacción europea, sino también (podemos decirlo hoy) de la reacción asiática, convertiría al proletariado ruso en la vanguardia del proletariado revolucionario internacional. Y tenemos derecho a esperar que conquistaremos este título de honor, que se merecieron ya nuestros predecesores, los revolucionarios de los años setenta, si sabemos infundir a nuestro movimiento, mil veces más vasto y profundo, la misma decisión abnegada y la misma energía[88].

Fue precisamente en esos años setenta del siglo XIX cuando Marx y Engels comprendieron que la revolución se desplazaba a Oriente desarrollando así lo esencial de la teoría que más adelante desarrollaría Lenin, como hemos visto, insistiendo en otra idea básica igualmente marxista:

De la revolución misma no debe uno formarse la idea de que sea un acto único (como, por lo visto se imaginan los Narodniki), sino de que es una sucesión rápida de explosiones más o menos violentas, alternando como períodos de calma más o menos profunda. Por tanto, el contenido fundamental de las actividades de la organización de nuestro partido, el centro de gravedad de estas actividades debe consistir en una labor que es posible y necesaria tanto durante el período de la explosión más violenta como durante el de la calma más completa, a saber: en una labor de agitación política unificada en toda Rusia que arroje luz sobre todos los aspectos de la vida y que se dirija a las más grandes masas[89].

La teoría del partido revolucionario que Lenin pergeña embrionariamente en el ¿Qué hacer? está pensada para una larga época revolucionaria en la que se intercalan fases explosivas o de ascenso de las luchas y fases de calma profunda o de retroceso de las luchas y de aparente victoria burguesa. Los militantes del partido han de guiarse, consiguientemente, por una teoría capaz de asumir esa dureza, sus fluctuaciones y sus cambios pero también la persistencia de una explotación que forma la esencia del capitalismo al que se combate. Por esto, Lenin rechaza la blanda y reformista tesis de Martov sobre que cualquiera puede pertenecer al partido con tal de reconocerlo. Con las vulgarizaciones simplificadoras posteriores, se ha reducido este debate estratégico al choque entre dos modelos de partido, el del «partido militar» supuestamente teorizado por Lenin, y el del «partido de masas» de Martov[90]. Se ha abusado interesadamente de la terminología de combate empleada por Lenin para, desde un pacifismo rendido, quitarle carga y potencial teórico y fuerza política y ética al ¿Qué hacer?

Los mencheviques «sostenían que el partido, cuyos miembros se reclutarían por adhesión, debía estar ampliamente abierto a los simpatizantes; desde el punto de vista teórico, se inclinaban hacia la democracia liberal y creían que debían mostrarse “acogedores”, sin exigir que cada afiliado perteneciese efectivamente a una organización del partido […] querían formar un partido similar a la socialdemocracia alemana»[91]. Según N. Geras: «En la concepción de Lenin, el partido no es un cuerpo amorfo y difuso de simpatizantes ocasionales, es un partido de activistas, de cuadros, que pretende, dicho de otro modo, reunir a la vanguardia proletaria con conciencia de clase, y no simplemente disolverse en el nivel de conciencia de la clase tal cual es»[92]. Pensamos que no es casualidad que la forma organizativa menchevique atrajera más a los intelectuales progresistas que a los obreros revolucionarios, y viceversa, que la bolchevique atrajese más a los obreros revolucionarios que a intelectuales progresistas[93].

Lenin propone algo totalmente distinto: «La concepción de partido de Lenin tenía dos polos unidos dialécticamente: a) una estricta selección de los miembros del partido sobre la base de su conciencia de clase; b) la total solidaridad con y el apoyo a todos los oprimidos y explotados en el seno de la sociedad capitalista. Lenin insistía en que no había que mezclar cosas distintas: era militante de la organización el que efectivamente asumía un compromiso político organizado»[94] sabiendo que se enfrentaba a una muy larga y compleja lucha revolucionaria en la que podía ser detenido, torturado y desterrado, o asesinado.

Partiendo de esta realidad, la teoría que se elabore debe ser ágil, flexible, adaptable a los cambios de fases, a los avances y retrocesos, o sea una teoría elaborada con el método dialéctico, o lo que es lo mismo, los militantes bolcheviques han de tener una especial formación filosófica, política y ética. Como veremos, este esencial contenido dialéctico hace que el ¿Qué hacer? fuera solo el inicio de una teoría más amplia y en permanente adaptación y enriquecimiento hasta la muerte de Lenin, no pudiéndose reducir su teoría del partido solo a este libro como tan frecuentemente se ha hecho, y menos aún al término de «partido militar». Tiene, por tanto, plena razón F. Vercammen cuando sostiene que:

En el Tercer Congreso (1905), Lenin polemizó con violencia contra los que, en nombre del mismo texto -(el ¿Qué hacer?)-, se oponían a la afiliación masiva de trabajadores y a la elección democrática de los órganos de dirección. En 1907, aceptó que se reeditara el folleto en una colección de artículos, Doce años, pero añadiendo un prólogo que lo sitúa totalmente en el pasado. Cualquier intento posterior de reimprimirlo con fines educativos tropezó con su rechazo. Así, en 1920, cuando en los círculos dirigentes de la Internacional Comunista (IC) se volvió a proponer la reedición para educar a los «jóvenes» comunistas, prefirió, en medio de la guerra civil, escribir otro folleto: El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo (primavera de 1920), más circunstancial pero con algunas síntesis maduradas durante veinte años.

En 1921, en el Tercer Congreso de la IC, el comunista alemán Koenen, con el apoyo de Lenin, presento e hizo aprobar una resolución sobre La estructura, los métodos y las actividades de los partidos comunistas, que un año más tarde Lenin (auto) criticará duramente[95].

Lo dicho por F. Vercammen ha sido también adelantado por otros historiadores, de entre los cuales ahora solo recurrimos a N. Geras al afirmar que «en 1905, cuando Lenin quería abrir el partido en el sentido de que había a la sazón masas de obreros en lucha que en su opinión debían tener un lugar en un partido más abierto y mayor, encontró oposición entre los cuadros bolcheviques, los hombres de los comités, educados en los argumentos del ¿Qué hacer? que acusaban a Lenin de querer jugar a la democracia. Otro ejemplo, la reacción sectaria de muchos cuadros bolcheviques al surgimiento de aquellas instituciones espontáneas, no-partidarias, que fueron los soviet»[96]. Hemos escogido esta cita de este investigador, entre las muchas idénticas de otros estudiosos, porque esta anuncia una constante que reaparecerá en los años posteriores y que no podemos analizar en este texto: los frecuentes choques entre la mayoría de la dirección bolchevique y una minoría dirigida por Lenin, que a veces fue una minoría muy minoritaria, o sea, el apego de la mayoría de la dirección a las tesis del pasado y su dificultad para comprender y aceptar las nuevas ideas del grupito de Lenin.

Sobre la tan manipulada historia del bolchevismo es necesario leer a P. Broué cuando advierte de que han existido tres organizaciones distintas bajo la denominación de «partido bolchevique»: el partido entre 1903-1911, la fracción bolchevique interna a este partido, y el partido desde 1912 que daría un salto en 1917 al cambiar de nombre e integrar otras fuerzas políticas[97]. Insiste en el debate de 1905 sobre si abrir o no el partido a los obreros sin partido, entre Lenin partidario de hacerlo y Rykov partidario de no hacerlo: el debate lo perdió Lenin pero la dinámica revolucionaria en la calle va convenciendo al partido que hay que abrirse a la clase obrera[98]. La formación clandestina, y la adaptabilidad y capacidad de aprender de sus errores y de abrirse a lo nuevo permitirá a los bolcheviques superar uno a uno los devastadores golpes represivos, de modo que: «El partido que toma el poder en octubre de 1917 es la prolongación del partido nacido en 1912 y de la fracción posterior a 1903. Es sin embargo completamente distinto […] Los bolcheviques muestran buena cara a las corrientes extrañas que se unen a su organización. Es verdad que ellos mismos no forman un bloque monolítico: sobre quince titulares que vienen directamente de la organización propiamente bolchevique, siete por lo menos, han, en el pasado, estado en conflicto con Lenin sobre tal o cual cuestión»[99].

Si la evolución del partido socialdemócrata ruso es mucho más compleja y enrevesada de lo que se cree, otro tanto sucede con el pensamiento de Lenin sobre el partido. Dicho a muy grandes rasgos, es innegable que existen tres grandes fases generales en la evolución teórica de su práctica organizativa: la primera, la que se expresa en el ¿Qué hacer?, escrito en la primera mitad de 1902; la segunda, la que se expresa en el aprendizaje tras la revolución de 1905 y los cambios posteriores; y, la tercera y última, la que se expresa en el aprendizaje de la revolución de 1917, que se mantiene hasta su muerte a comienzos de 1924. Pero en las tres se mantiene una identidad básica: cerrarse ante la represión en los momentos de reflujo y abrirse a la clase obrera y a otras izquierdas revolucionarias con las que se ha discutido en el pasado en los momentos de ascenso de la lucha de clases.

Por eso, si tuviéramos que sintetizar en dos palabras su aportación, diríamos forzando un poco el símil, que es un «partido acordeón» en su forma externa, es decir, flexible, dúctil, adaptable a las necesidades de cada momento, capaz de cerrarse como un puño frente a la represión que está a punto de exterminarlo, y de abrirse al poco tiempo a las nuevas necesidades, integrándolas, pero manteniendo su identidad de vanguardia centralizada. También podríamos hacerlo diciendo que, desde otra perspectiva, es una «organización red» ya que incluso en los peores momentos represivos, en el inmenso y mal comunicado imperio zarista, los escasos grupitos bolcheviques actuaban como nudos de red en el débil flujo de informaciones, propuestas, críticas y acciones clandestinas. Pero en el interior y al margen de esas adaptaciones, conserva unas constantes fundamentales. Así se comprende que:

Es sin duda el carácter de masa del partido en los centros industriales la confianza que le dan la mayoría de los obreros conscientes lo que explica la atmósfera ultra-democrática que prevalece en sus filas durante los meses que preceden y los que siguen inmediatamente a la toma del poder. El partido bolchevique -hay que admitirlo aun si eso contradice la imagen de Epinal- conoce y acepta la indisciplina: Zinoviev y Kamenev divulgan y desaprueban la decisión de pasar a la insurrección: el Comité Central los intima… a no volver a empezar. Recomienzan sin embargo, y Kamenev encabeza durante algunos días, una oposición más amplia contra la decisión de constituir un gobierno puramente bolchevique: comisarios del pueblo y miembros del Comité Central votan en el Congreso de los soviets contra las posiciones de la mayoría, las posiciones del partido. No es sino después de esta extravagancia que el Comité Central toma la iniciativa de reemplazar a Kamenev por Sverdlov en la presidencia del Comité ejecutivo de los soviets. Los ataques más violentos de Lenin caerán sobre los «desertores», los que renuncian: no se trata de excluir, sino de atraer de vuelta al partido a los indisciplinados. Los mismos fenómenos se reproducen durante la discusión sobre la paz y las tratativas de Brest-Litovsk en 1918. La oficina regional de Moscú y su diario combaten públicamente la posición gubernamental, Bujarin y su grupo de «comunistas de izquierda» publican un diario que ataca con balas rojas a la dirección del partido y de los soviets. El Comité Central les garantiza la libertad de expresión total en el interior: esperará, sin tomar sanciones, que los opositores abandonen por ellos mismos su iniciativa exterior y se esfuerza por convencerlos.

En realidad, durante ese período revolucionario, la política bolchevique es sometida todos los días a la crítica o a la aprobación de los obreros, de los soldados y de los campesinos en las asambleas generales, los mítines, las reuniones de sindicatos o de soviet[100].

V. Serge escribe que en los peores momentos de 1918-1919, el partido «se adapta rigurosamente a las necesidades del momento […] Pero su pensamiento continua vigoroso y libre. Acoge a los que hasta el día anterior habían sido anarquistas y socialrevolucionarios de izquierda […] Era tan poco forzada la autoridad de Lenin, y las costumbres democráticas eran tan vigorosas dentro de la revolución, que nadie discutía el derecho de cualquier revolucionario recién llegado a manifestar rotundamente su pensamiento frente al jefe del partido»[101]. La capacidad de adaptación se verá confirmada poco tiempo después, cuando haya que responder con extrema urgencia a la debacle socioeconómica causada por la guerra, por el sabotaje y el terrorismo blanco, por el secular atraso cultural, etcétera. Hay que abrir el partido al exterior para movilizar todas las fuerzas democráticas y por eso la consigna en verano de 1921 es: «Más iniciativa e independencia local, más fuerzas para las localidades, más atención a la experiencia práctica»[102]. No es posible activar un plan así sin una organización suficientemente preparada para absorber creativa y autocríticamente el tsunami de nuevas críticas, reproches y aportaciones de todo tipo que le llegaran del exterior.

Lenin sustentó la teoría del partido en un profundo estudio del modo de producción capitalista en general y de la formación económico-social rusa en concreto, estudio realizado en los años anteriores a la publicación del ¿Qué hacer? no con un fin abstractamente teoricista, al estilo de los realizados por los «marxistas legales», sino con un objetivo estratégico para la práctica política: definir el sujeto revolucionario y el carácter de clase de la revolución, o sea, dilucidar si el sujeto era el campesinado abrumadoramente dominante o el muy reducido proletariado, y si, por tanto, la revolución sería estrictamente democrático-burguesa o socialista en esencia, al margen de sus fases internas. El ¿Qué hacer? no podía ser escrito antes de haber resuelto ese problema decisivo. Para ello Lenin se embarcó en una sistemática investigación y a la vez en un implacable debate político con las corrientes populistas y legalistas, ambas cosas a la vez porque van unidas dentro de la definición del marxismo como filosofía de la praxis, dentro de la teoría marxista del conocimiento en suma.

Siendo cierto que en aquella época Lenin tenía en muy alta estima a Plejanov, Kautsky y otros, caracterizados por su mecanicismo economicista barnizado por una muy débil pátina de dialéctica mal comprendida, no lo es menos que también desarrolló un «original» método dialéctico que anulaba el determinismo: «Desde su primera intervención teórica, por consiguiente, Lenin toma una posición de cierta originalidad. Aunque en sus trabajos se advierte la influencia del enfoque cientista, positivista […] la marca de esta influencia coexiste en Lenin, contradictoriamente, con una dialéctica viva, muy marxiana»[103]. Fue esa dialéctica viva la que le permitió demostrar que la clase obrera era el sujeto revolucionario, que aun siendo una reducida minoría portaba en su interior todos los valores sociales, por lo que podía guiar al campesinado y al resto del pueblo al socialismo: «La distinción que ahí hace Lenin entre la figura del obrero (el proletariado fabril) y el conjunto de la masa proletaria es esencial para ver que esa visión estratégica tiene una sólida fundamentación sociológica»[104].

Al definir al campesinado como el aliado esencial de la clase obrera Lenin se distanció del marxismo academicista, «legal», para acercarse a los populistas rusos, abriendo así una muy fructífera vía que demostraría su efectividad práctica y teórica en las revoluciones campesinas y de liberación antiimperialista en las que el llamado «populismo» jugó un papel clave[105]. Sustentó este logro en una muy acertada aplicación del método marxista a la expansión capitalista en Rusia, insistiendo en el papel del Estado-nación burgués en la expansión del capitalismo[106] y a la vez en la ciega necesidad del capitalismo de desbordar los estrechos límites del Estado-nación para expandirse colonizando, explotando y subyugando otros pueblos como elementos consustancial a su «misión histórica». Lenin da tanta importancia a este segundo componente de la depredación capitalista que dice que su investigación requiere de otra «obra especial»[107]. Sin duda, nos encontramos aquí ante la primera exposición embrionaria pero sistemática del vital papel de la liberación nacional de los pueblos oprimidos para el triunfo socialista, como se confirmará muy poco después, en 1900, cuando la invasión de China por Rusia, que además de ser una agresión inaceptable contra el pueblo chino, también iba en detrimento del «pueblo trabajador» ruso[108].

La originalidad de la viva dialéctica de Lenin choca frontalmente con el rechazo total de la dialéctica materialista por el «marxismo legal»[109] que acepta un neokantismo y el positivismo cientista; la originalidad de Lenin aparece también en su permanente atención al denominado «factor subjetivo» mediante un estudio crítico de las contradicciones sociales insertas en la «herencia»[110] cultural y política de las masas oprimidas en las duras condiciones de la explotación dictatorial zarista. El valor dado al «factor subjetivo» como fuerza material es reafirmado en el ¿Qué hacer? justo cuando reflexionaba, debatía y escribía sobre el potencial liberador de la «larga historia» de la experiencia clandestina antizarista que había forjado pautas de comportamiento válidas[111]. Semejante reflexión no fue casual ni única, sino que se inscribía en una comprensión dialéctica del marxismo en la que, como veremos, facultades del pensamiento humano menospreciadas como «subjetivas» tienen un fundamental papel en la teoría del conocimiento.

Comparado con los marxistas rusos de aquella época, Lenin fue un adelanto en todos los sentidos, aunque ahora sea puesto en cuestión hasta su marxismo sobrevalorando su acercamiento al populismo y reduciendo prácticamente a nada la originalidad de su viva dialéctica[112], denuncia realizada desde una perspectiva exterior y descontextualizada. Sin embargo, fueron las contradicciones sociales las que facilitaron a Lenin su distanciamiento teórico del populismo: por un lado, las aportaciones de Martov en 1894; por otro lado, la inutilidad política de la heroica oleada de luchas en 1895-1896; y, por último, las conversaciones con Axelrod sobre la evolución capitalista[113]. Estas reflexiones fueron simultáneas a la elaboración de sus escritos económicos entre 1893 y 1899 en los que el populismo y el «marxismo legal» son criticados implacablemente.

Aquí tenemos un ejemplo del método intelectual de Lenin una y otra vez aplicado: recoger toda la información posible sobre las contradicciones de la realidad, sumergirse hasta la raíz en ellas y en su mismo interior elaborar una alternativa sintética superior que era de nuevo sometida a autocrítica. Resultado de este método fue que acertó como nadie lo hizo en las líneas tendenciales fuertes que se agudizaron hasta estallar en 1905, viéndose confirmada en la impresionante modernidad del muy concentrado foco industrial ruso que formaba un archipiélago en un océano capitalista: «Las grandes empresas con mil o más trabajadores empleaban solo al 18 por 100 de los trabajadores en Estados Unidos, pero más del 41 por 100 en Rusia»[114], y esta concentración y modernización se intensificó hasta la revolución de 1917. El ¿Qué hacer?, escrito en la primera mitad de 1902, es producto de ese método, y por eso Lenin sometió a autocrítica su propia obra nada más aparecer realidades nueva en 1905 y posteriormente, como hemos dicho arriba.

Teniendo en cuenta todo esto, J. Salem puede afirmar que para Lenin, «una revolución está hecha por una “serie” de batallas; corresponde al partido de vanguardia facilitar en cada etapa una consigna adaptada a la situación objetiva; a él incumbe reconocer el “momento oportuno” de la insurrección»[115]. El ¿Qué hacer? es la base sobre la que descansará la flexibilidad del partido para captar los «momentos oportunos» e incidir en ellos; sobre todo en la era de las masas, en la que la política comienza allí donde se encuentran millones de hombres, incluso decenas de millones, lo que produce un «desplazamiento tendencial de los focos de la revolución hacia los países dominados»[116].

El poderío praxístico de Lenin se sustenta a su vez en lo decisivo, en lo que ni la burguesía ni el reformismo perdonan a Lenin: «La revolución es una guerra, y la política es, de manera general, comparable al arte militar»[117]. Es esto exactamente lo que sostiene D. Bensaïd al definir la teoría de Lenin sobre el partido como la teoría que eleva lo político al centro del problema, por lo que el partido ha de ser una realidad organizativa permanente que actúe como «partido estratega»[118], y también es idéntico en el fondo a la muy conocida tesis de que el partido leninista es un «instrumento de combate»[119]. Ahora bien, las relaciones entre guerra, estrategia, poder y política, que son ciertas, en modo alguno autorizan a cometer el error simplificador de reducir el partido bolchevique a «partido militar».

Muy pocos marxistas hasta entonces tenían una concepción tan lúcida y radical, es decir, correcta, de lo que es, cómo se organiza tácticamente y se piensa estratégicamente la revolución comunista. Arriba hemos hablado de la necesidad de la formación teórica, política y ética del militante necesario para la teoría de Lenin de la organización revolucionaria, veamos por qué es así leyendo al propio Lenin precisamente en esta cuestión de la «guerra» y de la «estrategia militar» en su profundo sentido político: «Las denuncias políticas son precisamente una declaración de guerra al gobierno, de la misma manera que las denuncias de tipo económico son una declaración de guerra al fabricante. Y la importancia moral de esta declaración de guerra es tanto mayor cuanto más amplia y vigorosa es la campaña de denuncias, cuanto más numerosa y decidida es la clase social que declara la guerra para empezarla»[120].

7. ¿Qué dice realmente el ¿Qué hacer??

Una lectura del ¿Qué hacer? sin gafas de plomo, sin ninguno de los dos errores típicos del dogmatismo, el que le idolatra y el que le odia, muestra que:

Primero, Lenin elaboró su primera versión de la teoría organizativa, el ¿Qué hacer?, pensando en aplicar a la Rusia de entonces lo básico del marxismo sobre todo en lo relacionado con la dirección revolucionaria de un amplísimo bloque social compuesto por las amplias masas trabajadoras y explotadas, por el pueblo trabajador, por todas aquellas personas que sufren cualquier forma de opresión, represión y dominación, que pasan hambre y miseria porque son la ««plebe» de las ciudades, que sufren incultura, que padecen persecución religiosa, malos tratos en los cuarteles y el «trato cuartelero» a estudiantes e intelectuales, etcétera, es decir, contra «todas estas manifestaciones de opresión y miles de otras análogas que no tienen relación directa con la lucha «económica»»[121]. Es muy importante reseñar que son luchas contra injusticias no directamente relacionadas con la lucha «económica» porque así se insiste en el concepto clave de la totalidad social formada por realidades que si bien en último análisis nos remiten a la estructura económica, también tienen otras características específicas pero no opuestas a la lucha económica; entendido esto, comprenderemos más fácilmente el papel decisivo de la conciencia política como quintaesencia de todas esas injusticias, vejaciones y oprobios.

Sobre todo entenderemos que la conciencia política es imprescindible para dirigir las alianzas con la pequeña burguesía, clase emocionalmente inestable, económicamente egoísta y políticamente conservadora. Mientras que Lenin redactaba el ¿Qué hacer? también escribía que: «Podemos (y debemos) señalar de forma positiva el carácter conservador de la pequeña burguesía. Y únicamente en forma condicional debemos hablar de su carácter revolucionario. solo tal formulación responderá exactamente a todo el espíritu de la doctrina de Marx»[122].Pero el mayoritario carácter conservador de la pequeña burguesía, y su minoritario carácter revolucionario, no debe ser obstáculo para intentar integrar esta clase en la estrategia de las masas trabajadoras y explotadas. La condición que exigía Lenin menos de un mes después del texto citado no era otra de que se demarcarse con rigor e insistencia en que era el proletariado, la clase obrera, la que debe dirigir clara y decididamente al pueblo y a los pequeños productores[123].

Pues bien, esta misma preocupación básica sigue estando presente dos décadas más tarde aunque en un contexto diferente. En marzo de 1922, con el poder estatal en manos de un partido y un proletariado agotados por las sucesivas guerras y desastres naturales sostenidos desde 1914, Lenin insiste en varias cuestiones que nos remiten siempre al estrechamiento de relaciones entre la organización proletaria y las amplias masas explotadas, incluso sectores de la burguesía: formación teórica y estudio de la nueva realidad, capacitación, lucha contra la burocracia y sobre todo, integrar en el partido a los que no militan en él[124]. Nada sustancial a la teoría organizativa ha cambiado en veinte años, aunque sí lo han hecho aspectos concretos que adquieren o pierden importancia según las circunstancias.

Segundo, como ya hemos dicho arriba, en ningún momento quiso imponer su modelo organizativo al resto de partidos y movimientos revolucionarios, sino que varias veces insistió en que era la aplicación de la teoría marxista a las excepcionales condiciones concretas de la lucha en el imperio zarista. Un ejemplo muy ilustrativo y esclarecedor lo tenemos en el temas de las relaciones entre la organización revolucionaria, o partido -Lenin emplea indistintamente ambos términos, y en un momento hasta llega a decir que «para mí la denominación no tiene importancia»[125]-, y los sindicatos, precisando que el «yugo de la autocracia»[126] impone condiciones especiales que no existen en países con democracia burguesa más o menos asentada; y otro lo tenemos cuando poco antes, al hablar de las relaciones entre la clandestinidad de los revolucionarios y la no clandestinidad de las organizaciones sindicales y populares, insiste en que se refiere «claro está, solo a la Rusia autocrática»[127].

Podríamos citar una docena, como mínimo, de precisiones idénticas de Lenin sobre la especificidad rusa de su propuesta organizativa, lo cual no anula el que sí asumiera los principios generales de la teoría organizativa desarrollada desde Marx y Engels, así como las lecciones que podían extraerse de la memoria de lucha de los pueblos. Una de las razones de fondo que explican por qué Lenin rechazaba toda dogmatización sagrada e inmovilista del ¿Qué hacer? no es otra que su radical oposición a toda burocracia, más en concreto: «Si hay un objetivo que cruza permanentemente el itinerario de Lenin es el combate contra todos los obstáculos burocráticos que se interponen al desarrollo revolucionario del movimiento obrero y de las masas. Es una lucha contra todo tipo de regimentación»[128]. Hemos leído abundantes tesis del «último Engels» sobre la necesidad de respetar las experiencias y necesidades de cada pueblo en el momento de crear sus organizaciones, y Lenin era total y conscientemente engelsiano en esta cuestión, como en todas: al igual que el resto de marxistas, ellos sabían que toda imposición organizativa degenera rápidamente en el burocratismo, y por eso se negaron siempre a imponer falsas soluciones mágicas.

Tercero, en contra de lo que se afirma, el ¿Qué hacer? se basa en una noción marxista nada cerrada, ni mecánica, ni dogmática, sino precisamente en todo lo contrario, en una visión de la praxis revolucionaria en la que la valentía intelectual e investigadora sirven para crear nuevas realidades. Criticando el miedo a pensar y hacer que se esconde en el culto a la espontaneidad, afirma: «El culto a la espontaneidad origina una especie de temor de apartarnos un poquitín de lo que sea “accesible” a las masas, un temor de subir demasiado por encima de la simple satisfacción de sus necesidades directas e inmediatas. ¡No tengan miedo, señores! ¡Recuerden ustedes que en materia de organización estamos a un nivel tan bajo que es absurda hasta la propia idea de que podamos subir demasiado alto!»[129]. Hay que perder el miedo a pensar más allá de lo visible y de lo permitido entrando en lo invisible y prohibido, en lo real en definitiva.

Lenin rezumaba heurística: escribió «¡Hay que soñar!», y sigue diciendo: «He escrito estas palabras y me he asustado»[130] para de inmediato parodiar ácidamente la cuadratura mental y cegata de quienes no aceptan la vital tarea de la imaginación y del sueño, del deseo, en la elaboración teórica, denunciando la pobreza mental y la impotencia en la imaginación de un mundo nuevo que ahoga al movimiento revolucionario en aquel tiempo. Años después, vuelve a insistir en el papel de la imaginación, la fantasía y hasta la capacidad onírica en el proceso de pensamiento al leer a Aristóteles[131], como elementos necesarios para el método dialéctico. Y más tarde: «Debemos estudiar minuciosamente los brotes de lo nuevo, prestarles la mayor atención, favorecer y “cuidar” por todos los medios el crecimiento de estos débiles brotes […] Es preciso apoyar todos los brotes de lo nuevo, entre los cuales la vida se encargará de seleccionar los más vivaces»[132].

Cuarto, la capacidad heurística tiende a fallar, o a ser muy limitada en las organizaciones revolucionarias. Al inicio del ¿Qué hacer? critica el conservadurismo de las izquierdas: «En efecto, parece que nadie ha puesto en duda hasta ahora que la fuerza del movimiento contemporáneo reside en el despertar de las masas (y, principalmente del proletariado industrial), y su debilidad en la falta de conciencia y de espíritu de iniciativa de las direcciones revolucionarias»[133]. Marxistas anteriores ya se habían dado cuenta de que la activación de las masas desborda a las débiles direcciones carentes de iniciativa; luego, en otras muchas ocasiones volvería a repetirse el retraso de las organizaciones con respecto a la iniciativa popular. Lenin acierta en un punto crítico y advierte de sus demoledores riesgos; para evitarlos, para corregirlos: «Cuanto más crece la lucha espontánea de las masas, incomparablemente mayor, es el imperativo de elevar con rapidez la conciencia en la labor teórica, política y orgánica de la socialdemocracia»[134].

El ¿Qué hacer? reitera la necesidad de que las organizaciones tengan iniciativa, tomen la dirección de los procesos, aporten soluciones revolucionarias a las preguntas de las clases explotadas, no tengan miedo a pensar, y es tremendamente duro en esa crítica: «Pero los revolucionarios se han rezagado de la creciente actividad de las masas tanto en sus “teorías” como en su labor, no han logrado crear una organización permanente que funcione sin interrupciones y sea capaz de dirigir todo el movimiento»[135]. Lenin entrecomilla la palabra «teorías» para ridiculizar precisamente eso, las «teorías» que van por detrás de las masas.

Quinto, no hay que echar nunca las culpas de los errores y limitaciones del partido al pueblo. Más aún: «Debemos culparnos a nosotros mismos, a nuestro retraso con respecto al movimiento de las masas, de no haber sabido aún organizar denuncias lo suficientemente amplias, sugestivas y rápidas contra todas esas ignominias. Si lo hacemos (y debemos y podemos hacerlo) el obrero más atrasado comprenderá o sentirá que el estudiante y el miembro de una secta religiosa, el mujik o el escritor son vejados y atropellados por esa misma fuerza tenebrosa que tanto le oprime y le sojuzga a él en cada paso de su vida […] Hemos hecho todavía muy poco, casi nada, para lanzar entre las masas obreras denuncias de actualidad y en todos los dominios. Muchos de nosotros ni siquiera comprendemos aún esta obligación nuestra y seguimos espontáneamente tras la «monótona lucha cotidiana» en el estrecho marco de la lucha fabril […] Y nuestra misión de publicistas socialdemócratas consiste en ahondar, extender e intensificar las denuncias políticas y la agitación política»[136].

Sexto, uno de esos dogmas era el de que la teoría del partido hasta ese momento dominante no tenía apenas relación con los objetivos revolucionarios y con la evolución del contexto histórico-político, siendo en cierta forma intemporal, estática, válida siempre al margen de los cambios sociales. Lenin destruye este dogma y vuelve a lo básico de Marx y Engels: la organización ha de evolucionar dentro de la evolución real, y lo teoriza desde el inicio del ¿Qué hacer?, mostrando la lenta construcción del partido, sus dificultades, la exigencia de una visión internacional de la teoría organizativa y de la formación teórica para superar las dificultades que surjan, y es muy significativo que recurra al ejemplo de la represión de la socialdemocracia alemana[137]. En las páginas posteriores Lenin vuelve a la permanente evolución de las cuestiones que propone a la vez que denuncia la pasividad y quietud intelectual de los populistas. Al final del libro sintetiza el recorrido histórico en tres períodos de lucha política explicando sus peculiaridades, acertando en el resultado último:

«Ignoramos cuando acabará el tercer período y empezará el cuarto (que anuncian ya, en todo caso, numerosos presagios). Del campo de la historia pasamos aquí al terreno de lo presente y, en parte, de lo futuro. Pero tenemos la firme convicción de que el cuarto período ha de conducir al afianzamiento del marxismo militante, que la socialdemocracia rusa saldrá vigorizada de la crisis, que la retaguardia oportunista será «relevada» por un verdadero destacamento de vanguardia de la clase más revolucionaria»[138]. Lo más significativo es que Lenin es consciente desde el inicio de que ese cuarto período o fase histórica que comienza va a someter a las clases explotadas rusas a brutales situaciones y pruebas que ha de superar organizándose porque se enfrenta a lo más poderoso de la reacción europea y asiática, y que esta lucha podría convertirlas «en la vanguardia del proletariado revolucionario internacional»[139].

Séptimo, por tanto, su teoría organizativa busca adaptar al especial contexto zarista lo esencial del marxismo. Y aquí aparece el crucial debate sobre los límites del «economismo», es decir, de reducir la lucha de clases a la simple lucha por las reformas estrictamente económicas, de mejoras salariales y sindicales, las que se ciñen a las cuestiones laborales entre la patronal y el proletariado, desdeñando y rechazando totalmente otras formas de lucha, fundamental y decisivamente la lucha política por la toma del poder y por la destrucción del Estado opresor. Lenin insiste machaconamente en que el partido ha de politizar la lucha obrera y popular, ha de mostrar a las clases explotadas que la simple acción sindical reformista, siempre necesaria pero subordinada a la lucha revolucionaria como la parte lo está al todo[140], no conduce a nada decisivo si está aislada porque el problema clave es la posesión del «Estado como fuerza política organizada», porque lo decisivo es «destruir el régimen social que obliga a los desposeídos a venderse a los ricos», para lo cual «debemos emprender una intensa labor de educación política de la clase obrera, de desarrollo de su conciencia política»[141].

Lenin no había leído las obras de Marx y Engels sobre la ideología como visión invertida, falsa pero «históricamente necesaria» de la realidad, y debido a la influencia del positivismo economicista tampoco prestó atención a la fundamental crítica marxista del fetichismo de la mercancía, por lo que es comprensible su creencia de que el apego a la lucha salarial, economicista, sindical-reformista y apolítica se basara en el poder de la ideología burguesa y en la debilidad de la ideología socialista[142], tesis insuficiente pero comprensible en su contexto teórico e histórico. Sin embargo, esta debilidad -que ha traído efectos negativos en los que no podemos entrar ahora- es parcialmente contestada en partes desconocidas del ¿Qué hacer? como la extensa nota en la que insiste en la necesidad de estudiar los datos legales y oficiales para denunciar la explotación obrera por debajo de la primera impresión parcial y aislada, ya que los obreros «solo conocen una sección de una gran fábrica»[143]. Aquí Lenin se acerca mucho al proceso de concienciación antifetichista que, entre otras cosas, busca aprehender la totalidad contradictoria lo que exige superar la parcialidad superficial y por ello engañosa, falsa, ideológica en el sentido marxista de ideología como «conciencia invertida», como «falsa conciencia necesaria».

Para poner sobre sus pies a la conciencia y para superar la postrada adoración fetichista al salario, al reformismo sindicalista y al apoliticismo, la clase obrera ha de conocer el proceso entero de su alienación vital, que no solo su explotación económica, también su opresión política y dominación cultural. Lenin no se cansa de insistir en esta alternativa aún desconociendo que así se acerca a la crítica marxista del fetichismo. Si bien en esta época Lenin todavía no ha estudiado plenamente la dialéctica de la totalidad -lo hará desde 1914-, sí la emplea en la práctica:

Al obrero se le puede dotar de conciencia política de clase solo desde fuera, es decir, desde fuera de la lucha económica, desde fuera del campo de las relaciones entre obreros y patronos. La única esfera de que se pueden extraer esos conocimientos es la esfera de las relaciones de todas las clases y sectores sociales con el Estado y el Gobierno, la esfera de las relaciones de todas las clases entre sí. Por eso, a la pregunta de qué hacer para dotar de conocimientos políticos a los obreros no se puede dar únicamente la respuesta con que se contentan, en la mayoría de los casos, los militantes dedicados a la labor práctica, sin hablar ya de quienes, entre ellos, son propensos al «economismo», a saber: «Hay que ir a los obreros». Para aportar a los obreros conocimientos políticos, los socialdemócratas deben ir a todas las clases de la población, deben enviar a todas partes destacamentos de su ejército[144].

Lenin habla de esferas separadas, la económica, la política, etcétera, sugiriendo que existe exterioridad entre ellas, lo que da pie a una interpretación facilona en el sentido de absoluta incomunicación. Como ahora nos centramos en el ¿Qué hacer?, más adelante volveremos al problema de las esferas. Una lectura de principio a fin del párrafo muestra que no es así, que Lenin plantea claramente la existencia de una totalidad englobante de cada una de las esferas en particular. El falso problema del «afuera» se resuelve entendiendo que Lenin se refiere a unas sub-esferas con autonomía relativa pero integradas, subsumidas en una esfera superior que las determina fundamentalmente gracias al poder del Estado y del gobierno, que garantizan con su poder que la burguesía siga siendo la propietaria de las fuerzas productivas. Visto el falso problema desde la dialéctica de la totalidad, Lenin está en lo cierto, como lo ha demostrado la historia. Aquí nos encontramos ante el mismo método tramposo que emplean con Marx en el crucial tema de si la clase obrera tiene patria o no: trocean el párrafo completo, aíslan el que les conviene y excomulgan al enemigo.

Por si fuera poco, en el ¿Qué hacer? sí aparecen explicaciones más abiertamente basadas en la dialéctica de la totalidad: «Pues también los obreros cultos de nuestro país han desplegado en estos últimos años “de modo casi exclusivo una lucha económica”. Esto por una parte. Por otra, tampoco las masas aprenderán jamás a desplegar la lucha política mientras no ayudemos a formarse a los dirigentes de esta lucha, procedentes tanto de los obreros cultos como de los intelectuales; y estos dirigentes pueden formarse exclusivamente enjuiciando de modo sistemático y cotidiano todos los aspectos de nuestra vida política, todas las tentativas de protesta y lucha de las distintas clases y por diversos motivos»[145]. Queda claro aquí que Lenin tiene una visión totalizante de la realidad social, que no separa e incomunica arbitrariamente sub-totalidades, sub-esferas, sino que siempre las ve como partes de un sistema superior.

Octavo, guiándose por el método dialéctico y antes de profundizar en la propuesta organizativa, Lenin insiste en dos cosas interrelacionadas: que siempre hay condiciones para aumentar la conciencia política porque siempre existen varios tipos de conciencia espontánea, de espontaneismo, ya que «en el fondo, el “elemento espontáneo” no es sino la forma embrionaria de lo consciente»[146]; dicho de otro modo, siempre existen posibilidades de concienciación y lucha política porque ésta late embrionariamente en el espontaneismo de las masas, por lo tanto, la organización ha de estar capacitada para intervenir en el interior del espontaneismo. Unido a esto y recalcando lo que ya se ha dicho, la segunda cosa en la que insiste es que la organización ha de estar presente en todas las realidades en la que el pueblo y todas las clases son explotadas, sufren injusticias y opresiones: «…por el derecho de huelga, por la supresión de todos los obstáculos jurídicos que se oponen al movimiento cooperativista y sindical, por la promulgación de leyes de protección de la mujer y del niño, por el mejoramiento de las condiciones de trabajo mediante una legislación sanitaria y fabril, etcétera»[147].

Noveno, Lenin es muy preciso al insistir en que el partido revolucionario ha de impulsar el «desarrollo polifacético de la conciencia política del proletariado […] Debemos “ir a todas las clases de la población” como teóricos, como propagandistas, como agitadores y como organizadores»[148]. Quiere decir esto que la organización ha de ser polivalente y su militancia polifacética, multilateral, capaz de practicar todas las expresiones de concienciación política en formas teóricas, propagandísticas, agitadoras y organizadoras, porque sus militantes han de ser «líderes políticos en todas las manifestaciones de la lucha múltiple, que sepan, en el momento necesario, “dictar un programa positivo de acción” a los estudiantes en efervescencia, a los descontentos de los zemstvos, a los miembros indignados de las sectas religiosas, a los maestros de escuela lesionados en sus intereses, etcétera»[149]. Arriba hemos hablado del militante omnisciente y ubicuo, y volvemos ahora sobre este mismo asunto pero con más profundidad

Décimo, el partido leninista no rechaza la lucha por la reforma, por la conquista de derechos democráticos y mejoras de todo tipo: «La socialdemocracia revolucionaria siempre ha incluido e incluye en sus actividades las luchas por las reformas. Pero no utiliza la agitación “económica” exclusivamente para reclamar al gobierno toda clase de medidas; la utiliza también (y en primer término) para exigir que deje de ser un gobierno autocrático. Además, considera un deber presentar al gobierno esta exigencia no solo en el terreno de la lucha económica, sino a sí mismo en el terreno de todas las manifestaciones en general de la vida sociopolítica. En una palabra, subordina la lucha por las reformas, como la parte al todo, a la lucha revolucionaria por la libertad y el socialismo»[150].

Undécimo, llegado a este punto de su estudio sobre la organización, Lenin añade que «la policía, como es natural, conoce casi siempre a todos los dirigentes principales»[151], debido sobre todo a los «métodos artesanales» de la lucha clandestina. Sostiene que los obreros dan ejemplos de energía y abnegación prodigiosas, que pueden decidir y son los únicos que lo pueden hacer, el proceso revolucionario, pero que la «lucha contra la policía política exige cualidades especiales, exige revolucionarios profesionales»[152], y hace hincapié en que el partido ha de preocuparse de que su militancia especializada surja precisamente de esos obreros tan combativos y enérgicos. ¿Qué entiende Lenin por revolucionarios profesionales y cómo es y debe ser el proceso de su surgimiento desde el interior de la lucha obrera y popular?:

Una huelga secreta es imposible para quienes participan en ella o tengan relación inmediata con ella. Pero para las masas de obreros rusos, esta huelga puede ser (y lo es en la mayoría de los casos) «secreta» porque el gobierno se preocupará de cortar toda relación con los huelguistas, se preocupará de hacer imposible toda difusión de noticias sobre la huelga. Y aquí es necesaria «la lucha contra la policía política», una lucha especial, una lucha que jamás podrá sostener activamente una masas tan amplia como la que participa en las huelgas. Esta lucha deben organizarla, «según todas las reglas del arte», personas cuya profesión sea la actividad revolucionaria. La organización de esta lucha no se ha hecho menos necesaria porque las masas se incorporen espontáneamente al movimiento. Al contrario: la organización se hace, por eso, más necesaria, porque nosotros, los socialistas, faltaríamos a nuestras obligaciones directas ante las masas si no supiéramos impedir que la policía haga secreta (y si a veces nos preparásemos nosotros mismos en secreto) cualquier huelga o manifestación. Y sabremos hacerlo precisamente porque las masas que se despiertan espontáneamente destacarán también de su seno a más y más «revolucionarios profesionales» (siempre que no se nos ocurra invitar a los obreros de diferentes maneras, al inmovilismo)[153].

Aunque aquí Lenin hable en un contexto de represión y dictadura zarista, en la que las huelgas están prohibidas y las ilegales que se realizan son silenciadas e invisibilizadas por los medios de prensa burgueses y por el gobierno, sin embargo, no por ello pierde vigencia lo esencial de su tesis: la organización revolucionaria es necesaria incluso dentro de una democracia burguesa. Pero Lenin no se limita al ejemplo de la huelga, valioso por sí mismo, extiende su argumento a la totalidad de la lucha de clases sintetizándolo en cinco puntos: 1) no puede haber movimiento revolucionario sólido sin una organización revolucionaria estable; 2) cuanto más amplio sea el movimiento más necesaria es la organización; 3) esa organización ha de estar compuesta, «en lo fundamental», por revolucionarios profesionales; 4) en una dictadura la organización ha de ser selecta para no dejarse «cazar» por la policía; y 5) tanto «mayor» será entonces el número de personas que puedan colaborar de alguna forma con el movimiento revolucionario[154]. Dicho de otro modo: «Un ejército de hombres obligados “por oficio” a ser ubicuos y omniscios. Y nosotros, partido de lucha contra toda opresión económica, política, social y nacional, podemos y debemos encontrar, reunir, formar, movilizar y poner en campaña un ejército así de hombres omnisapientes ¡pero eso está todavía por hacer!»[155].

Y duodécimo, la teoría leninista de la organización también abarca el decisivo problema de las organizaciones legales, sean sindicales u otras, abiertas a todos los sectores, sosteniendo que debe existir una dialéctica entre la amplitud de masas de estas organizaciones con la rigurosa selectividad de la organización revolucionaria. Lenin critica implacablemente la idea de los economicistas de regular hasta el mínimo detalle -«consta de cincuenta y dos artículos»[156]- la forma y el contenido de estas organizaciones legales, confiando por su parte en la sabia experiencia de las masas en lucha; pero sí insiste en crear organizaciones intermedias, más selectas que las de masas y menos que la revolucionaria estricta, que sirvan de puente entre las luchas autoorganizadas y la organización comunista[157].

Aquí Lenin vuelve a demostrarnos su enorme capacidad de aprender de la experiencia colectiva y de otros tesis incluso enfrentadas a las suyas, pero de las que aprende, ya que esta propuesta tiene su basamento teórico incuestionable en el análisis realizado por dos obreros sobre los tres niveles de conciencia en la clase explotada: revolucionarios conscientes; sector intermedio, que a menudo se interesa más por los problemas políticos que por los económicos; y el resto de las masas explotadas[158]. Una de las funciones de este sector intermedio es crear organizaciones puente entre el partido y la clase trabajadora menos consciente.

8. Profundizando en el ¿Qué hacer?

Podríamos hacernos una idea de la naturaleza dialéctica del método de Lenin en el concreto problema de la organización revolucionaria, si estudiásemos los debates sostenidos con los mencheviques a raíz la revolución de 1905 que puso a prueba el ¿Qué hacer? V. Strada ha estudiado este período y precisamente en el aspecto de la flexibilidad de Lenin lo extiende hasta 1917 cuando Trotsky comprende la valía de las tesis organizativas de Lenin y Lenin la valía de las tesis de Trotsky sobre la revolución bolchevique: «…las posiciones de Lenin estaban en continuo movimiento, aunque eran fieles a una rigurosa lógica interna»[159].

Semejante capacidad de adaptarse a los cambios formales manteniendo su riguroso método de pensamiento, su lógica interna, era y es la que sostiene la corrección de las tesis de Lenin. La elasticidad y adaptabilidad de la forma organizativa bolchevique, respetuosa siempre hasta lo máximo posible en cada contexto de lucha de las discusiones más abiertas y democráticas en su interior, exceptuando, lógicamente, la imprescindible seguridad interna en cada período, fue uno de los secretos de su decisiva capacidad de recuperación práctica, política y teórica después de cada período de debilidad causada por la represión, por el bajón de las luchas sociales y populares, etcétera. La propia Rosa Luxemburg reconoció esta virtud bolchevique[160].

Para sintetizar lo esencial de la teoría leninista de la organización antes que nada tendríamos que llegar hasta el «último» Lenin para disponer de la suficiente perspectiva histórica, objetivo que desborda a este ensayo. Solo con esta panorámica general podríamos captar la hondura de su pensamiento, y tendríamos además que recurrir siempre a su dominio de la dialéctica de los contrarios «como principio destructivo»[161], de la ley de la negación de la negación, de su visión «no mecanicista ni economicista de la realidad -compleja, movible, contradictoria»[162], ya que Lenin sabía perfectamente que «la revolución es la negación de una negación que se llama capitalismo»[163]. Según Raya Dunayevskaya un mérito de Lenin fue aplicar la negación de la negación como núcleo de su método dialéctico, sin el cual no hubiera elaborado sus teorías del imperialismo, de la opresión nacional, del Estado, de la filosofía revolucionaria, etcétera, desde 1914 hasta su Testamento[164] pasando por la teoría de la «organización»[165].

Tampoco podemos extendernos en el significado de la ley de la negación de la negación, y por tanto en el sentido de la negación del capitalismo como «negatividad absoluta». Dicho de otro modo, la dialéctica de la organización es la práctica de la negatividad absoluta del capitalismo, su negación radical, y es así por la misma esencia del método, o en palabras de Raya Dunayevskaya: «¿Qué es la dialéctica sino el movimiento tanto de las ideas como de las masas en movimiento para lograr la transformación de la sociedad?»[166]. La autoorganización de las masas en movimiento es inseparable del movimiento de la organización inserta en las masas, como demuestra el ¿Qué hacer?

F. Jameson también plantea las relaciones entre la negación de la negación y el ¿Qué hacer? Para este autor la «insidiosa negatividad hegeliana» es «ese poder de la negación que para Hegel es el motor mismo de la historia -el “trabajo y el sufrimiento de lo negativo”- y el corazón de la contradicción, el principio ontológico de Hegel, para decirlo de algún modo, que es la fuerza primaria del mundo»[167]. Más adelante, tras explicar que la teoría de Lenin sobre el partido debe ser adecuada al capitalismo contemporáneo, sostiene que sin embargo es sometida a un silencio y ocultación sistemática por las fuerzas políticas e intelectuales[168]. La respuesta a las razones que explican semejante cerco asfixiante contra Lenin en general y contra su teoría del partido, nos la ofrece F. Jameson un poco más adelante al decirnos que «la lección del ¿Qué hacer?» es una lección estratégica que consiste en «captar el valor continuo de una estrategia que consiste en subrayar incansablemente la diferencia entre objetivos sistémicos y graduales, la milenaria diferenciación (¿y hasta dónde se remonta la historia?), entre revolución y reforma»[169].

El valor crucial de la negatividad ha sido expuesto por A. Prior Olmedo en su núcleo:

«Lo esencial de la teoría de Marx procede de su consideración del proletariado como negatividad, como elemento consciente que puede alterar, con su actividad, la base objetiva en la que se halla inserto […] De su propia negatividad, de su contestación del estado de cosas existentes (incluidos sus amos, la burguesía), el proletariado obtiene su fuerza y pone las condiciones que permitirán la construcción de la nueva sociedad sobre las ruinas de la actual. […] En la lucha de clases, el proletariado se convierte en sujeto histórico, produciendo la negación de su existencia y su reemplazo por otro estado de cosas»[170]. Si el proletariado es la negatividad absoluta del orden explotador, su sistema organizativo ha de ser la negatividad absoluta de la organización burguesa.

A partir de esto, sí podemos sintetizar a Lenin en esta cuestión diciendo que, primero, es una teoría para la concienciación política revolucionaria que, como tal, no puede surgir automáticamente de la conciencia reformista de la clase trabajadora, sino que requiere y exige una preparación teórico-política especial; en sí misma, esta teoría ya estaba elaborada en el marxismo de finales del siglo XIX[171]. Y segundo, como hemos visto al hablar de la teoría de Marx sobre la dialéctica entre partido y Estado, en Lenin esta dialéctica avanza un paso más, profundiza hasta el núcleo del problema organizativo como problema revolucionario, es decir y empleando aquí la tesis de Lukács, el partido como el medio organizado para hacer presente entre las clases explotadas el problema de «la actualidad de la revolución», es decir, que «la revolución se ha convertido en el problema crucial del movimiento obrero»[172] aunque la revolución concreta en un país concreto no esté en ese período inmediato a la vuelta de la esquina. Volveremos al final a esta cuestión nada su importancia estratégica.

Pero esta realidad objetiva no es subjetivamente visualizada en un principio por la mayoría de la clase explotada sino solo por sectores concienciados relativamente pequeños. Para acelerar la concienciación de la mayoría hacia la toma del poder, la organización revolucionaria se ha de caracterizar, primero, por «la claridad teórica y la firmeza suficientes» para no desviarse del camino aunque se quede en minoría, y segundo, el partido «debe seguir siendo elástico y receptivo» para iluminar todas las situaciones ambiguas, confusas y nuevas, porque «en la esencia de la historia radica la producción constante de lo nuevo» por lo que «todo dogmatismo en la teoría y toda rigidez en la organización sean funestas para el partido»[173].

Lukács, además de demostrar que Lenin fue el primero y durante mucho tiempo el único[174] revolucionario que se atrevió con la tarea de adecuar, a las condiciones del capitalismo de comienzos del siglo XX, las ideas socialistas, marxistas y socialdemócratas sobre el partido, sobre la teoría de la organización revolucionaria, valentía y mérito teórico-político apenas reconocido, también aclaró que existen, entre otras, dos grandes diferencias de su teoría del partido comparada con el resto: una, que la leninista insiste en la creciente «diferenciación económica» dentro del proletariado, es decir, en la complejización creciente de las fracciones que forman la clases obrera en su conjunto; y, otra, que la teoría del partido de Lenin insiste en la necesaria «cooperación revolucionaria del proletariado con las otras clases en el marco de la nueva perspectiva histórica trazada»[175]. Y más en concreto: «Si el proletariado quiere vencer en esta lucha, debe apoyar y sostener toda lucha, debe apoyar y sostener toda corriente que coadyuve a la descomposición de la sociedad burguesa, procurando integrar todo movimiento elemental, de cualquier capa oprimida, por poco claro que sea, en el movimiento revolucionario general»[176].

Por su parte, M. Johnstone expone la degeneración economicista de los partidos de la II Internacional, de su visión «casi fatalista, de un crecimiento inexorable», y la contrapone a la de Lenin: «Por contraste, en la concepción del partido por parte de Lenin hubo siempre un fuerte elemento activista al que el propio Lenin atribuía una gran importancia teórica y práctica. Tal como en Marx y Engels, en Lenin es posible encontrar también más de un “modelo” de partido, aunque todos ellos consideran la existencia de una vanguardia centralizada que trabaje para fundir la teoría y la conciencia socialista con el movimiento obrero espontáneo»[177]. No hace falta forzar la lógica para encontrar los estrechos lazos que conectan la pasión con el activismo; como tampoco es necesario para descubrir los que existen entre la insistencia en la organización pública y secreta a la vez que plantean Marx y Engels en su célebre Mensaje al Comité Central arriba citado y la vanguardia centralizada propuesta por Lenin. Y en otro texto Johnstone afirma:

Sería un error grave considerar a Lenin como un simple «organizador», o reducir su modelo de partido a un simple modelo organizativo. Como veremos más adelante, en Lenin, como también en Marx y Engels, los modelos de partido son más de uno. Basándose en sus análisis teóricos y en su valoración política de las diversas condiciones predominantes en un momento dado en un determinado país, Lenin se orientó unas veces hacia un partido restringido de cuadros y otras hacia un gran partido de masas, con estructuras internas que fueron desde el verticismo conspirativo hasta la más amplia democracia. Aun conservando siempre sus características de fondo -escribía Lenin en 1913-, el partido «ha sabido adecuar sus formas a las condiciones cambiantes, ha sabido modificarlas según las exigencias del momento». Común a todos estos modelos era la idea de una vanguardia centralizada comprometida con la tarea de fundir la teoría y la conciencia socialista con el movimiento espontáneo de los trabajadores[178].

Mandel habla de ««vicios» del bolchevismo»[179] presentes ya en los marxistas anteriores a Lenin, que podemos resumir en varios puntos: la necesidad de una organización centralizada y disciplinada; la necesidad de la independencia política del partido obrero; la necesidad de la lucha político-teórica del partido contra la ideología pequeño-burguesa; la necesidad de seleccionar a la militancia en base a su formación político-teórica para que no se diluyan los objetivos revolucionarios y reforzar la disciplina consciente y centralizada en los períodos de represión y cerco político-policial. Este mismo autor sostiene que Lenin basa su teoría de la organización en tres teorías concretas: que la revolución estallará temprano o tarde, y que hay que prepararse para ello; que la conciencia revolucionaria se desarrolla de forma discontinua y contradictoria; y que el marxismo fusiona el método científico de pensar con la práctica de la lucha de clases mediante la praxis paciente de la organización revolucionaria[180].

L. Magri también insiste en las aportaciones específicas de Lenin, en su capacidad para dar una respuesta «mucho más radical»[181] que la de Marx al problema de la fusión entre la conciencia política revolucionaria que la aporta el partido y la conciencia reformista-salarial, economicista, de la clase obrera. La radicalidad de la respuesta y su acierto histórico innegable confirman que «los principios que regularon el partido leninista, de modo coherente con las premisas teóricas de las que este parte, son sobre todo los siguientes: partido de clase, partido de vanguardia, partido de lucha y, por lo tanto, unitario y disciplinado. Pues bien, a nuestro juicio, estos principios, en forma renovada, no solo pueden continuar rigiendo el partido revolucionario de nuevo tipo, sino que incluso pueden encontrar en él una aplicación práctica más amplia y coherente de la que era posible en el pasado»[182].

Partiendo de estas bases podemos ya reflexionar sobre el falso problema de la supuesta «conciencia desde fuera» tan achacado a Lenin, conciencia que penetraría en la esfera económica desde la esfera política, etcétera. Antes que nada es necesario aclarar qué se entiende por «esfera política», como hemos dicho arriba, porque la ideología burguesa nos lleva a un grave error. J. P. García Brigos define así el concepto marxista de «esfera política»:

La esfera política identifica procesos complejos (conjunto de procesos políticos) de aprehensión (identificación, valoración, sistematización,…) de las necesidades sociales (de un grupo sector, estrato, clase, institución, organismo social en general) y de organización y dirección de los recursos (objetuales y humanos) de los actores sociales (individuos, grupos, organizaciones, partidos, instituciones de todo tipo, organismos sociales en general) para dar respuestas a esas necesidades, sobre las bases de las posibilidades del sistema dado y el cumplimiento de los objetivos del proyecto colectivo en cuestión[183].

Como se aprecia, por un lado, el concepto de esfera política es tan amplio y a la vez concreto que a la fuerza tiene interrelaciones e interconexiones con otras «esferas exteriores» como la estrictamente económica, cultural, etcétera, y, por otro lado, plantea directamente el problema de la solución de las necesidades sociales de toda índole, lo que le convierte en el punto central que cohesiona a todas las sub-esferas restantes. Desde esta perspectiva, entendemos mejor a A. Shandro cuando desmenuza las críticas antileninistas y plantea la solución en el nudo gordiano de la lucha de clases como choque mortal entre fuerzas políticas irreconciliables en su unidad y lucha de contrarios, nivel éste en el que tanto el partido revolucionario como la clase trabajadora deben ser conscientes de que se juegan su futuro. Vista así la historia, desde la negatividad absoluta del sistema explotador que supone la revolución comunista, el partido juega un papel clave en el interior de las masas:

Cualquier limitación de la perspectiva estratégica del movimiento obrero puede conceder a sus adversarios no solo objetivos políticos cruciales, sino también las materias primas necesarias para el duro trabajo de la autodeterminación política. Cualquier limitación en las posibilidades de preocupación política del proletariado le da a sus adversarios estratégicos la posibilidad de realizar una actividad política e ideológica que podría refractar la dinámica del antagonismo de clases hacia una reconciliación inestable o más o menos provisional de los «antagonismos irreconciliables» de los intereses proletarios con «el todo de la política moderna y el sistema social». Es imposible escapar a la influencia de la ideología burguesa en una sociedad capitalista. El punto de Lenin es que la formación teórica es condición necesaria pero no suficiente para una lucha efectiva en su contra. Segundo, puesto que el proceso eneo que se presenta al analista político marxista no refleja simplemente la lógica de la lucha de clases económica, las limitaciones de este proceso no pueden definirse simplemente en términos de esta lógica. También están relacionadas con la lógica de la lucha política, o tal vez sería mejor decir que son relativizadas por la segunda: así como no hay un umbral antes del cual se origina un movimiento absolutamente espontáneo, no puede haber ningún punto fijo más allá del cual pueda decirse que el movimiento obrero haya superado definitivamente la espontaneidad. El proceso de lucha es entonces un proceso abierto, puesto que cualquier nuevo movimiento puede alterar de manera significativa el contexto socio-político de la respuesta del adversario, puede proveer material para la innovación. Dado que el antagonismo de los intereses de clase es el principio que subyace en el juego, los jugadores pueden no tener razón para obedecer las reglas existentes; y dado que son capaces de innovación, no hay razón para asumir que el próximo movimiento estará sujeto a las mismas reglas que el último[184].

Es decir, dado que la lucha de clases está en permanente alteración en su decisivo nivel político, del problema del poder, del Estado y de la propiedad privada de las fuerzas productivas, por esto mismo la acción concienciadora del partido revolucionario a la fuerza ha de ir un poco por delante del nivel medio de conciencia de las masas. La experiencia histórica ha dado la razón a esta tesis de forma aplastante, y a la vez alarmante. Ahora bien, ir un poco por delante de las masas exige al partido una capacidad interna de debate, de discusión y de «pensamiento colectivo» que no puede existir si está bajo el control burocrático. En un extenso y profundo texto, Sanmsartino y Socca destrozan el mito del «partido leninista monolítico», pétreo, de acero, y afirman que:

Como el marxismo para Lenin es la «ciencia de lo concreto» no hay tampoco aquí un modelo universal de partido. Que los desplazamientos entre el ser social y la conciencia puedan expresarse de manera más compleja que la que parecía evidente en el siglo XIX, no autorizó a Lenin a recetar al movimiento socialista de la época alguna fórmula definitiva; después de todo, sin la disposición de masas a la lucha revolucionaria no hay ni puede haber acontecimiento revolucionario. El Que hacer está restringido, por este motivo, a una polémica muy precisa, que en realidad no tiene un efecto real más que durante dos años y algo más, hasta que un ascenso de masas y la formación de los soviets le exigen un tratamiento mucho más «luxemburguiano» de la cuestión de la socialdemocracia rusa, e incluso, no hay que olvidarlo, Lenin pensaba que el partido Alemán, tan distinto a las medidas propuestas en su folleto de 1902, era un «modelo» para los socialistas.

¿Qué Lenin debemos resaltar? ¿Qué costado, qué momento de la historia bolchevique precisamos destacar? ¿El que supo aprender de las masas en los soviets, el de la intransigencia en los fines perseguidos y flexibilidad táctica y organizativa, el de la astucia y perspicacia en los momentos críticos de la toma del poder? ¿El Lenin libertario de El Estado y la revolución, y el que denuncia las tendencia a la burocratización del partido al final de su vida? O por el contrario aquel que desprecia durante meses los soviets de 1905, de las expulsiones del extremismo bolchevique de 1910, el que avala la separación de líderes alemanes o italianos en la Internacional Comunista y prohíbe las fracciones y los grupos en los terribles y excepcionales días de 1921? ¿El democrático y pluralista revolucionario o el monolítico y autoritario conspirador? Los héroes míticos se encuentran solo en el género de la literatura fantástica, no en el de la historia viva. Encontraremos rastros de ambas perspectivas, fruto de las contradicciones y vicisitudes de la historia de aquel período. Pero en la medida en que encaramos un balance, una evaluación de su legado, no es posible hacerlo mediante sumas y restas. Sobre todo porque la recuperación histórica está impregnada de lucha teórica y política. ¿Fue el bolchevismo, como método, cómo sistema político, un movimiento monolítico, sectario y organizativamente implacable? Nuestra respuesta es que no, aunque Lenin haya atravesado períodos monolíticos y sectarios[185].

Entonces, siendo verdad que hay cambios y tensiones dentro del modelo, que no es estático, y que el propio Lenin tiene facetas diferentes, partiendo de esta verdad ¿qué modelo básico, mínimo pero general de organización aplicable al capitalismo actual existe en Lenin? La respuesta nos la ofrece C. Bértolo:

En realidad, el modelo de partido que Lenin tiene en la cabeza se estructura alrededor de las dos tareas fundamentales que se le adjudican: la información-formación y el combate. El partido que Lenin diseña en el Qué hacer, más allá de las características que se proponen para el momento histórico concreto, es un organismo vivo por el que debe circular la mayor cantidad de información relevante posible al tiempo que trata de conservar su estabilidad protegiéndose contra las amenazas externas o internas, físicas o ideológicas. Una organización que se estructura en «tela de araña», combinando una composición en red con la consistencia que le otorga un filamento maestro que funciona como canal jerarquizado que criba, transmite y redirecciona la información relevante hacia los puntos de red que tienen relación directa con el entorno. Esa estructura dual pero simultánea, en red pero con una línea central que la recorre, recibe y elabora información sobre y para el entorno al tiempo que atiende al mantenimiento de la necesaria tensión, fiabilidad y resistencia de los hilos procurando la combinación de conexiones estables y flexibles capaces de adoptar las configuraciones más convenientes. Lo que Lenin pretende es una organización capaz de responder a la emergencia de lo nuevo. El partido como un sistema de comunicación diseñado para recoger, analizar, elaborar y transmitir información significativa de cara a la puesta en práctica de las acciones evaluadas como más convenientes para actuar sobre el entorno. Redes, agentes, nudos, un lenguaje que nos hace imaginar el interés con que Lenin analizaría las posibilidades organizativas que las actuales tecnologías de la comunicación permiten. En este sentido, el partido de Lenin responde o se aproxima al concepto de «intelectual orgánico» que más tarde acuñará Gramsci[186].

9. Lenin, bolchevismo y burocracia

C. Bértolo dice también que «en sus escritos últimos Lenin hace hincapié en “la necesidad de no saber”, es decir, en el reconocimiento de la necesidad de estudiar, de aprender, y subraya con insistencia que el partido debe buscar nuevas formas de dirigir las luchas a través de la organización multiforme de las masas. Lenin insiste incluso en la necesidad de que las masas controlen el partido a través de la incorporación a las tareas y órganos de control de miembros del proletariado no militante»[187]. Todo depende de lo que entendamos como sus «escritos últimos» pues, en realidad, la insistencia en la exigencia de aprender y estudiar recorre toda la obra de Lenin desde su primerísima página cuando habla sobre la necesidad de estudiar las estadísticas sobre los campesino porque «ofrece de por sí un interés inmenso»[188] hasta la última. Y para que pueda crearse una teoría revolucionaria debe existir una libertad de debate teórico, una democracia organizativa que facilite la creatividad teórica colectiva: «Un ingrediente vital de la teoría leninista de la organización es la democracia interna más vibrante en el partido»[189]. Por esto, según constata que el partido se anquilosa, pierde creatividad, conforme va cerciorándose de que la revolución empieza a torcerse hacia la burocratización y el desaliento, desde ese mismo instante Lenin multiplica sus esfuerzos para reconducirla hacia la izquierda, no mediante un desesperado acto desconocido en su vida política, sino precisamente porque esa es su permanente idea de organización.

No es este el momento para analizar exhaustivamente la larga lucha de Lenin contra la burocratización, por lo que ofrecemos solo algunos ejemplos significativos sobre sus ideas al respecto de estrechar las relaciones entre las clases explotadas y el partido: ya en enero de 1920 Lenin planteó la necesidad de que fueran los obreros «no calificados y sobre todo las mujeres»[190] quienes reforzaran la inspección obrera que debía vigilar el funcionamiento de las instituciones. El feminismo reformista y el burgués, con todas sus infinitas escuelas, huyen del estudio de la lucha de Lenin a favor de los derechos socialistas de la mujer, pero aquí tenemos uno de tantos ejemplos sobre la radicalidad del feminismo bolchevique. Al igual que en los debates en 1905, que hemos visto arriba, en los que la mayoría de los bolchevique no comprendían las tesis de Lenin sobre la necesidad de abrir el partido a la nueva, fresca y crítica militancia obrera, ahora sucede otro tanto.

En noviembre de 1920 Lenin explica con exquisito detalle por qué «se ha producido un resurgimiento del burocratismo. Todos lo reconocen. Es cometido del partido soviético desguazar pieza a pieza el viejo aparato, destruirlo como fue destruido en octubre, y transferir el poder a los soviets; pero reconocemos ya en nuestro programa que se ha producido un renacimiento del burocratismo»[191]. Lenin reconoce que la lucha contra la burocratización es «asunto difícil»[192] por las extremas dificultades que atraviesa Rusia. Pero una vez más vuelve a aparecer el papel central que Lenin otorga a la crítica constructiva dentro del partido, ahora en la decisiva lucha contra su burocratización interna:

Y al llegar a este punto preciso es necesario reconocer algo lamentable: no se ve el contenido de la crítica. Visita uno un distrito y piensa en cuál es el contenido de la crítica. Las organizaciones del partido no pueden vencer el analfabetismo utilizando viejos métodos burocráticos. ¿Qué otro método puede haber para acabar con el burocratismo que no sea el de la participación de los obreros y campesinos? Pero en las reuniones distritales el contenido de la crítica concierne a minucias, mientras no he oído ni una palabra sobre la Inspección Obrera y Campesina. No he oído que este o aquel distrito recabe la participación de los obreros o campesinos en este trabajo. Un trabajo de auténtica construcción consiste en aplicar la crítica y cuidar de su contenido […] Si queremos combatir el burocratismo debemos requerir la participación común de la gente […] Es hora de plantear no solo la libertad de crítica, sino también el contenido […] Porque ahora ni al obrero ni al campesino se le puede convencer con palabras, no hay más que el ejemplo para convencerles[193].

Para estas fechas empezaba a ser frecuente hablar de la burocracia, pero pocas personas como Lenin habían llegado tan lejos en sus propuestas para combatirlas. A comienzos de 1921, en los debates del X Congreso del partido, A. Kolontai en representación de la Oposición Obrera, critica los superficiales análisis de Zinoviev que solo veía una causa de la burocratización al alza: la miseria y atraso de Rusia, olvidando otras más como los efectos no controlados de la militarización, la política sindical, la penetración en el partido de grupos extraños al comunismo, etcétera, porque en sí la burocratización es un fenómeno profundo[194], y afirma:

La esencia de la burocracia y su mal no consisten solo en la lentitud, como pretenden nuestros camaradas que llevan la discusión al terreno de la «reanimación del aparato soviético», sino en que todos los problemas se resuelven no por el intercambio de opiniones, ni por la acción directa e inmediata de las personas interesadas sino por una vía formal, por decisiones desde arriba, por un individuo y un colegiado reducido al extremo, en ausencia completa o casi completa de las personas interesadas. La esencia de la burocracia es que una tercera persona decide nuestra suerte […] La iniciativa de los obreros nos es indispensable. Pero le cerramos los caminos. El temor a la crítica y al pensamiento libre, unido al sistema burocrático llega a veces, entre nosotros, a la caricatura. ¿Qué iniciativa es posible, sin embargo, sin libertad de opinión y de pensamiento? […] Para curarnos de la burocracia que anida en las administraciones del Estado tenemos que curarnos ante todo de la burocracia que alienta en el seno del Partido. Para combatir la burocracia hay que combatir a todo el sistema»[195].

En junio de 1921 Lenin propone endurecer en extremo las condiciones de admisión en el partido a todos aquellos solicitantes que no sean proletarios y campesinos, pero a la vez propone «reducir al mínimo el formalismo cuando se trate de auténticos obreros, que realmente trabajen su fábrica, y de campesinos que trabajen en su parcela»[196] para facilitar su afiliación. La apertura al pueblo trabajador, el aumento de los controles para evitar la entrada de arrivistas y oportunistas, la insistencia en la formación interna y en el debate crítico constructivo, estas y otras medidas antiburocráticas tendrían poca eficacia si no van acompañadas de otras que Lenin propone en agosto de 1921, entre ellas, la explicación pedagógica y muy entendible de los enormes atrasos sociales ya existentes antes de la revolución de 1917 y su agravamiento posterior por los ataques contrarrevolucionarios y por el cerco imperialista mundial; y, también, unido a lo anterior: «Más iniciativa e independencia local, más fuerzas para las localidades, más atención a la experiencia práctica»[197].

En septiembre de 1921 Lenin escribe el opúsculo Acerca de la depuración del Partido que define como «labor seria y de gigantesca importancia» la tarea que hay que hacer «apoyándose principalmente en la experiencia y en las indicaciones de obreros sin partido, guiándose por ellas, tomando en consideración a los representantes de las masas proletarias sin partido. Y eso es lo más valioso, lo más importante, y hay que hacerlo “sin contemplaciones”»[198]. Como siempre, Lenin reafirma su confianza en el pueblo trabajador: «La masa trabajadora percibe con extraordinaria sensibilidad la diferencia entre comunistas honrados y fieles y los que inspiran repugnancia al hombre que se gana el pan con el sudor de su frente, al hombre que no tiene ningún privilegio ni “acceso a los jefes”»[199]. La sensibilidad crítica del pueblo trabajador ha de ser integrada en el partido. El «acceso a los jefes» ha de ser directo para las masas trabajadoras no afiliadas al partido. Como siempre, Lenin va a la raíz del problema:

[…] de los mencheviques que han ingresado en el Partido después de comenzar el año 1918 habría que dejar en él no más de una centésima parte, aproximadamente, y eso después de probar tres y cuatro veces a cada uno de los que dejemos. ¿Por qué? Porque los mencheviques, como tendencia, han demostrado durante el período de 1918 a 1921 dos cualidades propias: primera, la de adaptarse hábilmente, la de «pegarse» a la tendencia dominante entre los obreros; segunda, la de servir más hábilmente aún, en cuerpo y alma, a los guardias blancos, la de serviles de hecho renegando de ellos de palabra. Ambas cualidades dimanan de toda la historia del menchevismo […] Todo oportunista se distingue por su capacidad de adaptación (pero no toda adaptabilidad es oportunismo), y los mencheviques, como oportunistas, se adaptan, digámoslo así, «por principio» a la tendencia dominante entre los obrero, cambian de color para protegerse, como la liebre que se vuelve blanca en invierno[200].

En octubre de ese año, Lenin llegó a la conclusión básica de que el partido debía volcarse en la lucha cultural contra el burocratismo, la ignorancia y el atraso, contra las costumbres reaccionarias heredadas del pasado, utilizadas como poderosas armas contrarrevolucionarias por el capitalismo. Para vencer en la lucha cultural son imprescindible «las mismas masas populares», pero el partido está debilitado por «tres enemigos principales» que limitan sobremanera la posibilidad de fusión entre los comunistas y las masas populares. Los tres enemigos son: la altanería comunista, el analfabetismo y el soborno[201], y procede a criticarlos con radical coherencia. Además, advierte al partido que no debe cometer el error de aplicar el mismo método a las tareas militares que a las culturales, que requieren «mayor tenacidad, perseverancia y consecuencia»[202]. Lenin seguía fiel a lo esencial de la doctrina bolchevique sobre la organización elaborada desde hacía veintidos años: la militancia revolucionaria ha de ser altamente cualificada en todos los aspectos, teóricos, éticos, políticos, militares.

Un Lenin enfermo redobla en 1922 la lucha contra burocratización del partido, y por ello se opuso a la pretensión de la corriente reformista de reducir los controles de admisión, el tiempo de prueba, y, por el contrario, propuso aumentarlos, como había hecho inútilmente antes:

No hay duda de que constantemente consideramos como obreros a gente que no ha pasado por la más mínima escuela seria en la gran industria. A casa paso se califica como obreros a verdaderos pequeños burgueses que se han convertido en obreros por casualidad y solo por un muy breve tiempo […] Teniendo en cuenta la negligencia y falta de sistema que predominan en nuestro trabajo, los breves períodos de prueba significarán, en la práctica, no efectuar control serio alguno, no verificar si los candidatos son realmente comunistas más o menos probados.

[…] No hay duda de que ahora nuestro Partido no es, por la mayoría de sus componentes, lo suficientemente proletario. Creo que nadie podrá discutir esto, pues la simple consulta de la estadística lo confirmará. Desde la guerra, los obreros industriales de Rusia son mucho menos proletarios de lo que eran antes, pues durante la guerra todos aquellos que querían eludir el servicio militar entraron en las fábricas. Esto es del conocimiento público. Por otra parte, es igualmente indudable, en términos generales (si consideramos el nivel de la inmensa mayoría de de los militantes), nuestro Partido tiene ahora una educación política mucho menor que la necesaria para una genuina dirección proletaria en esta situación tan difícil, especialmente en vista de la inmensa preponderancia del campesinado, que despierta con rapidez a una política de clase independiente. Además, debe tenerse en cuenta que en la actualidad es muy grande la tentación de ingresar en el partido dominante. Es suficiente recordar toda la literatura de los adeptos de Smena Vej para ver que un sector de la población que ha estado muy alejado de todo lo proletario se entusiasma ahora por los éxitos políticos de los bolcheviques. Si la Conferencia de Génova nos da otro nuevo éxito político, habrá una intensificación del esfuerzo de los elementos pequeño-burgueses y directamente hostiles a todo lo proletario por entrar en el Partido[203].

Muy sintéticamente, vamos a resumir en tres puntos las lecciones teóricas extraíbles de este texto y de otros muchos que tratan sobre la misma problemática: primera, que Lenin emplea el término de «proletariado» en el sentido de conciencia de clase-para-sí, es decir, de conciencia política revolucionaria y no como simple conciencia de clase-en-sí, meramente economicista y de mejora salarial y laboral, o dicho de otra forma, «proletariado» es igual a clase con subjetividad revolucionaria, mientras que usa el de «obreros» como clase-en-sí, incluso con conciencia pequeño-burguesa. Una vez más, queda claro que en 1922 continuaba siendo fiel tanto al método marxista general de interrelacionar la conciencia subjetiva con la realidad objetiva para definir a las clases sociales, como a su método empleado para distinguir la conciencia política de la conciencia economicista.

Segundo, Lenin adelanta otra de las bases de la teoría de la burocratización, la que reconoce que la pérdida de calidad política comunista de la militancia aceleró la burocratización del partido y el ascenso a puestos de poder efectivo de oportunistas, arribistas y egoístas que se plegaron a las exigencias del aparato, formando la fuerza de choque que exterminó a la «vieja guardia» bolchevique. A los trepadores sin conciencia comunista Lenin los llamó «granujas» en una de sus decisivas últimas obras[204] que a punto estuvo de ser censurada por la burocracia ya en el poder, como veremos.

Y tercero, la sustitución del poder proletario por el poder de los «granujas» burocráticos como tendencia fuerte que amenaza el futuro del socialismo desde su propio interior es debida también al debilitamiento de la conciencia política de la militancia, inseparable del debilitamiento de la democracia socialista, de la libertad de debate y de investigación crítica[205]. Es innegable la existencia de un proceso sistémico hacia la burocratización formada por subsistemas interactivos como la despolitización, la ignorancia, el egoísmo y la sumisión y culto idolátrico al estamento superior en la escala burocrática. Una de las pocas fuerzas que pueden detener este cáncer es la conciencia comunista de la militancia seleccionada con rigor, y formada en el método dialéctico materialista, militante[206], como Lenin insistía.

No sin amargura, Lenin va aprendiendo que la «cultura», en general, es una poderosa arma opresora, y que es urgente acelerar la «obra cultural» entre las clases trabajadoras, sobre todo en el campesinado. Como siempre, Lenin va a la raíz del problema que en esta cuestión tiene dos facetas: una, la necesidad «de rehacer nuestra administración pública, que ahora no sirve para nada en absoluto y que tomamos íntegramente de la época anterior; no hemos conseguido rehacerla íntegramente en cinco años de lucha, y no podríamos conseguirlo. La otra estriba en nuestra labor cultural entre los campesinos» mediante cooperativas[207]. Pero no se trataba de una mera labor cultural como otra cualquiera. Siguiendo la línea de toda su vida y reafirmada en el texto arriba citado sobre el materialismo militante, Lenin habla de la «revolución cultural»que garantice el avance de la revolución social, pero insistiendo en las enormes dificultades a vencer, entre ellas el analfabetismo y la pobreza industrial[208].

Cometeríamos un serio error si redujéramos la «revolución cultural» a un intensa lucha contra el analfabetismo, que también lo era. En realidad, en la Rusia de 1917-1922 la «revolución cultural» que se estaba llevando en la vida cotidiana afectaba a la totalidad de la vida social, con especial impacto en las libertades socialistas de las mujeres en todos los sentidos, y de la creatividad artística, en un proceso que sería largo detallar aquí. Para entender cabalmente qué sentido tiene la expresión de «revolución cultural» en el marxismo, primero debemos empezar definiendo qué se entiende por «prefiguración de una sociedad socialista», o dicho más exactamente: «El papel del o de los partidos, así como de las otras organizaciones de la clase obrera, es el de servir de prototipo, el de prefigurar la sociedad futura, de servir de punto de reencuentro y de confrontación entre las diferentes corrientes del pensamiento y de la acción socialista. En cada país, en cada etapa de la marcha al socialismo, aparecerán las formas originales de de organización social, correspondientes a la diversidad de las necesidades y de las opiniones. No existe un modelo único de partido ni un modelo único de Estado obrero»[209].

Desde el ¿Qué hacer? hasta el final de sus días, Lenin nunca dejó de insistir de mil modos en esta prefiguración. Hemos visto cómo poco después de 1917 redobló esos esfuerzos y avisos, pero sus lúcidas y premonitorias advertencias fueron infructuosas, cayeron en saco roto y de hecho fueron directamente contradichas en la práctica cuando, tras su muerte, la burocracia en ascenso hizo todo lo contrario: dar masiva entrada a mencheviques y a otros sectores apolíticos y advenedizos, cuando no antibolcheviques en el pasado, que constituirían la fuerza de choque del exterminio de la vieja guardia bolchevique. Un Lenin ya enfermo en septiembre de 1921 pedía la depuración de los mencheviques, pero pocos años después oportunistas mencheviques reprimieron a los incorruptibles bolcheviques. ¿Por qué? Por la degeneración burocrática del partido, por su retroceso cualitativo, que no podemos analizar aquí. P. Broué define así el proceso que empezaba a formar el grupo interno que aglutinaba a las nuevas levas de trepadores:

La persistencia y agravamiento de la práctica del nombramiento, contrariamente a las resoluciones del X Congreso, hace a los secretarios responsables no ya ante la base sino ante el aparato y el secretariado. Se genera una auténtica jerarquía de secretarios autónoma que hace gala de un acentuado espíritu de corporación […] ahora existe una capa superior puesto que son los apparatchiki, los que abren el acceso a todas las responsabilidades, las de los departamentos y las de la pirámide de los secretarios. […] Todos ellos tienen además en común un mismo estado de ánimo, así como una determinada concepción de la existencia y de la acción que les distingue de los otros bolcheviques: entre ellos no hay ningún teórico, ningún tribuno, ni siquiera un dirigente de masas de origen obrero, todos ellos son hombres hábiles, eficaces y pacientes, organizadores discretos, personajes de despacho y aparato, prudentes, rutinarios, trabajadores, obstinados y conscientes de su importancia, gentes de orden en definitiva. Stalin es el que los aglutina y los integra; a su alrededor comienza a constituirse una facción que no proclama su nombre pero que actúa y extiende su influencia[210].

Los mencheviques[211] denunciados por Lenin vieron en los apparatchikis unos jefes dispuestos a respaldarlos y auparlos en la estructura interna del partido siempre que obedeciesen eficaz y fielmente sus órdenes. Se ha estudiado con mucho detalle el proceso degenerativo del bolchevismo así que no vamos a extendernos aquí. Solo decir que «fue Lenin el primero»[212]en tomar conciencia crítica de la gravedad total de la burocratización, aunque ya había habido advertencias críticas parciales. Un Lenin enfermo que encontraba cada vez más resistencias internas que dificultaban lo máximo la edición de los textos en los que criticaba la burocratización imparable, en los que se condensa su batalla contra la burocratización mediante una serie de medidas destinadas a aumentar la democracia soviética, la economía social y cooperativa, la participación rectora del pueblo, la proletarización del partido y politización del Estado, el reconocimiento efectivo de los derechos nacionales de los pueblos no rusos, etcétera, con el fin de acabar con el cáncer burocrático que ya pudría internamente a la revolución[213].

Por poner solo dos ejemplos: uno, el imprescindible artículo Más vale poco pero bueno[214] de marzo de 1923, del que hemos hablado arriba, se encontró con la oposición de todos los miembros del Buró Político, excepto de Trotsky, de modo que no fue publicado. Lenin, desde su cama, insistió en que se editase y Kuíbishev propuso hacer una edición falsa en Pravda, pero fue por fin hecho público gracias a que Kámenev se sumó a la postura de Trotsky[215]. No fue la primera vez que sucedía esto en la historia del bolchevismo, aunque con algunas diferencias, las decisivas Tesis de Abril de primavera de 1917 también debieron superar las resistencias de la mayoría de la dirección de entonces, que los calificaba de ultraizquierdistas, anarquistas, trotskistas[216] y hasta escritos por un Lenin que se había vuelto loco. El otro ejemplo es el de la manipulación del llamado «Testamento de Lenin»[217], sobre la que tampoco podemos extendernos ahora.

Lo cierto es que Lenin y otros sectores minoritarios del partido, que habían iniciado su lucha contra la burocracia muy pronto, sabían por experiencia propia que «el partido se había llenado de arribistas después de la revolución, porque la pertenencia a él se había convertido en salvoconducto para obtener un puesto pagado en el gobierno, el ejército o la industria. Ya en 1922 solo uno de cada cuarenta miembros pertenecía al partido antes de la revolución de febrero […] En 1939 solo uno de cada 14 miembros del partido bolchevique en 1917 seguía perteneciendo al Partido Comunista de la Unión Soviética; prácticamente todos los demás habían muerto»[218].

10. La actualidad de la revolución

Hemos visto con rapidez la magistral idea lukcasiana de la «actualidad de la revolución», tesis básica para comprender el alcance de la teoría organizativa de Lenin. Aunque la gran mayoría de la dirección del partido que dirigió la revolución de 1917 fue exterminada por la burocracia ya antes de 1939, y aunque miles de «viejos bolcheviques» que lograron sobrevivir fueron desterrados a Siberia, no es menos cierto que a pesar de todo sobrevivió una de las cualidades del partido: la consciencia de que la lucha revolucionaria es larga, con altibajos y vaivenes como sostuviera Lenin en el ¿Qué hacer? Fue esta consciencia la que hizo que esos miles de bolcheviques sobrevivientes en las penosas condiciones de Siberia volvieran con renovado esfuerzo a la lucha cuando la invasión alemana de 1941 hizo imprescindible su aportación cualificada. Dentro de la consciencia de que la lucha revolucionaria es un proceso permanente, está también la consciencia de que los momentos de «paz social» y «normalidad política», de democracia burguesa en suma, al margen de su deteriorada calidad, son solo eso, fases más o menos cortas y pasajeras que dejan paso a períodos de incrementada dureza represiva que tienden a alargarse y endurecerse en la historia del capitalismo.

La rapidez con la que los bolcheviques volvieron a la lucha en Rusia es parte de la demostrada capacidad de todas las organizaciones leninistas para, en el momento crítico, volver a la lucha clandestina o a formas de lucha violenta tras años de lucha legal dentro del sistema burgués. Una de las razones que lo explican es la que veremos luego sobre las precauciones organizativas de la Internacional Comunista, pero otra anterior y más importante es la que se expresa en la tesis lukcsiana de la «actualidad de la revolución», como hemos dicho. En efecto: «al hombre medio la revolución proletaria solo le resulta visible cuando las masas obreras se encuentran ya luchando en las barricadas. Y si este hombre medio ha recibido una formación marxista vulgar, ni siquiera entonces. Porque a los ojos del marxismo vulgar los fundamentos de la sociedad burguesa son tan inamovibles, que aún en los momentos de su conmoción más evidente no desea otra cosa que el regreso a una situación “normal”, no viendo en sus crisis sino episodios pasajeros y considerando la lucha, incluso en tales períodos, como la nada razonable rebelión de unos irresponsables contra el, a pesar del todo, invencible capitalismo»[219].

Por «marxismo vulgar» Lukács entiende el determinismo socialdemócrata y menchevique. Sin embargo, para el marxismo dialéctico, la actualidad de la revolución es la consecuencia lógica del desarrollo de las contradicciones antagónicas, que hace que la cuestión del poder aparezca como decisiva para dirigir la unidad y lucha de contrarios en la dirección comunista. La teoría de la organización es así la expresión del hecho de que las contradicciones han llegado a tal grado de antagonismo que aplastar cualquier atisbo la revolución socialista sea una obsesiva necesidad de la burguesía mundial. El capital sabe mejor que el reformismo y que la enorme masa trabajadora alienada y fetichizada que por actualidad de la revolución se entiende «el estudio de todos y cada uno de los problemas particulares del momento en su concreta relación con la totalidad histórico-social; su consideración como momento de la liberación del proletariado […] todo problema actual -por de pronto ya como el problema actual- se ha convertido, a la vez, en un problema fundamental de la revolución»[220].

Porque la burguesía sabe esto, intenta por todos los medios acabar con los procesos revolucionarios cuando están germinando, bien mediante divisiones, trampas y promesas que no va a cumplir, bien con crecientes grados de terror represivo y contrarrevolucionario si la revolución sigue su ascenso, o lo que es más frecuente simultaneando ambos métodos. La teoría marxista de la organización no se cansa de advertir sobre este decisivo proceso una y otra vez repetido. La teoría del partido sostiene que la militancia ha de saber que «cada situación tiene un problema central, de cuya resolución dependen tanto los otros problemas contemporáneos como el desarrollo ulterior de todas las tendencias sociales del futuro»[221]. La clase dominante hace y hará de ese problema central el casus belli para desencadenar la represión al nivel necesario a cada momento.

La clase explotada ha de conocer esta dialéctica de la lucha de clases y adelantarse a la burguesía, siendo aquí fundamental la sostenida y pedagógica acción del partido, para que llegado el momento culmen del casus belli -que se resumen históricamente en dos: propiedad privada de las fuerzas productivas y propiedad del Estado y de su violencia-, el pueblo no sea sorprendido, dividido, desmoralizados y destrozado. Desde esta recurrencia histórica, por actualidad de la revolución hay que entender también actualidad del Estado represor, que nunca duerme, que siempre está vigilante y presto a golpear porque: «No se lucha únicamente contra el Estado, sino que el Estado mismo se revela como un arma de la lucha de clases, como uno de los instrumentos esenciales para el mantenimiento de la dominación clasista»[222]. La teoría leninista de la organización siempre tiene en cuenta la actualidad de la revolución y del Estado represor.

Con otras palabras pero refiriéndose a la misma problemática, F. Jameson sostiene que la teoría de Lenin es incomprensible sin la dialéctica entre, por un lado, el Acontecimiento, es decir, el acto revolucionario en sí mismo, la sublevación insurreccional del pueblo contra la opresión y su violencia criminal y represiva porque «es crucial decir y repetir que, en la situación revolucionaria, la violencia viene primero de la derecha, de la reacción, y que la violencia de izquierda es una reacción contra esa reacción»[223]; y, por otro lado, el proceso revolucionario como «todo el largo, complejo y contradictorio proceso de transformación sistémica; un proceso amenazado a cada momento por el olvido, el agotamiento, la retirada hacia la ontología individual, la desesperada invención de “incentivos morales”, y, sobre todo, la urgencia de la pedagogía colectiva»[224]. Tras repetir la teoría marxista de la violencia, es decir, del Estado, en el mismo párrafo sobre el proceso revolucionario, F. Jameson escribe:

Tal vez ahora resulte más claro por qué el verdadero significado de Lenin no es ni político ni económico, sino más bien una fusión de ambas dimensiones en ese Acontecimiento-como-proceso y proceso-como-Acontecimiento que llamamos revolución. El verdadero significado de Lenin es el mandato perpetuo de mantener viva la revolución: mantenerla viva como una posibilidad aun antes de que haya sucedido, mantenerla viva como proceso en todos estos momentos en que está amenazada por la derrota, o peor aún, por la rutinización, el compromiso, o el olvido […] el mantener viva la idea de revolución propiamente dicha, en un tiempo en el que esta palabra e idea se ha convertido en un escollo o escándalo prácticamente bíblico[225].

El principio de la actualidad de la revolución y la teoría de la represión como naturaleza interna del Estado capitalista, forman una unidad estratégica más que táctica porque, como se ha visto, atañe a la esencia misma del proyecto histórico comunista de superación mundial del modo de producción capitalista. Esto y más debemos aprender de los bolcheviques cuando desarrollaron el ¿Qué hacer? en condiciones difíciles en extremo. La unidad estratégica entre la teoría del Estado burgués, y el principio de actualidad de la revolución, fue y es decisiva cada vez que reaparece la vieja mentira del pacifismo como «única vía efectiva» para «transformar» el capitalismo, mentira recreada muy frecuentemente por los servicios secretos del Estado burgués[226].

Ya hemos visto anteriormente cómo la policía alemana infiltró a su agente Eichler en la dirección del congreso socialista alemán de 1863 para impulsar el pacifismo, lo que en buena medida facilitó el prestigio de Lassalle, cuya ideología no se diferenciaba mucho en lo esencial de este modelo, aunque era más «radical» de palabra, pero, por un lado, asumía la idea del «Estado protector»; por otro lado, era muy limitada y errónea su visión de la teoría de Marx y muy mecanicista su interpretación de Hegel; y, por último, su fuerte nacionalismo interclasista y burgués fortaleció el reformismo en la clase obrera alemana, una clase obrera que admiraba profundamente a Lassalle[227] mientras que desconocía prácticamente a Marx.

La muy reducida implantación marxista efectiva en la socialdemocracia alemana y en la II Internacional, exceptuando minorías conocidas por todos, propicio que la ideología burguesa fuese incuestionable en su práctica cotidiana. Tras doce años de ilegalidad, la socialdemocracia alemana fue readmitida en la legalidad burguesa en 1890 y en poco tiempo las tendencias reformistas reaparecieron con fuerza creciente, según hemos visto. Peor aún, la oleada revolucionaria de 1905 cogió totalmente rota[228] la II Internacional porque en su esquema teórico-político y en su estructura psicológica burocratizada y normalizada apenas existían espacios para comprender la irrupción de la libertad y, lo que es más grave, para responder a la agresiónde las fuerzas represivas del Estado, error suicida que en Alemania se repetiría en 1918 y a otra escala en 1933 cuando los nazis llegaron al poder.

La infiltración pacifista en la socialdemocracia alemana no fue un caso único. V. Serge nos explica el accionar político-sindical del policía Zubátov, quien hacia 1905 trato de apoderarse del movimiento obrero creando sindicatos controlados, a la vez que desarrollaba un efectivo sistema de seguimiento personal de la militancia clandestina[229], por no reincidir en otros infiltrados como el cura Gapón organizador, entre otras provocaciones, de la manifestación pacífica que fue masacrada por la policía zarista en 1905. Lo que nos interesa es comprender el proceso imperceptible y sibilino de «contaminación ideológica» de la izquierda una vez que abandona los principios políticos y éticos, la perspectiva histórica, la coherencia estratégica y el principio de supeditación de la táctica a la estrategia y a los objetivos.

La insistencia bolchevique en que la tolerancia represiva -«democracia burguesa»- tiende indefectiblemente a ser sustituida por la represión conforme se agudiza la lucha de clases, fue trágicamente confirmada por los terribles efectos de su no aplicación práctica y teórica, en la derrota de la revolución alemana de 1918-1919, y muy concretamente en el asesinato de sus dirigentes, en especial de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht. Mientras que Lenin y otros dirigentes bolcheviques decidieron pasar a la clandestinidad en los momentos críticos de la revolución rusa, los espartaquistas alemanes apenas lo hicieron, siendo detenidos y asesinados. S. Haffner explica que Rosa y Karl terminaron sabiendo que estaban siendo vigilados, perseguidos por las fuerzas reaccionarias, criminalizados públicamente con una campaña mediática que pedía a gritos sus asesinatos, pero aún así, ambos dirigentes no tomaron ninguna medida de seguridad, no se escondieron, siguieron haciendo vida pública normal hasta su detención y asesinato. Según S. Haffner:

Estaban demasiado inmersos en su labor política y periodística para perder el tiempo pensando en su seguridad personal; tal vez incluso demasiado confiados, ya que ambos estaban muy acostumbrados a los arrestos y a las cárceles como para temerlos. Precisamente debido a su experiencia, seguramente durante mucho tiempo no llegaron ni a imaginar que esta vez se trataba de su vida; Rosa Luxemburg, de forma conmovedora, preparó para su «arresto» una maletita con pequeños objetos personales de poco valor y sus libros preferidos que ya la habían acompañado a la prisión en otras ocasiones[230].

La forma-partido electoral de masas se sustenta sobre la creencia irracional de la «normalidad democrática» del sistema capitalista a pesar de las ideas censuradas de Engels como hemos explicado, y de las advertencias de teóricos relevantes de finales del siglo XIX como Parvus[231]; fue esta creencia infundada la causa principal de que el nuevo partido revolucionario denominado Liga Espartaquista, escindido de la socialdemocracia en pleno ascenso revolucionario, naciera muy débil, a pesar de los esfuerzos por acelerar la organización realizados desde 1916 y sobre todo 1918: «La estructura del nuevo partido es extremadamente laxa, por no decir inexistente, mucho más próxima a la del partido socialdemócrata independiente, que a la del partido bolchevique»[232]. Nació muy tarde y muy débil, lo que le imposibilitó arraigar en las masas, dirigirlas y estar preparado para la inevitable represión contrarrevolucionaria. Por esas mismas fechas, el partido bolchevique, que había estado varias veces casi al borde de la total desaparición bajo los golpes de la policía zarista, la Ojrana, se había recuperado de nuevo

En base a las lecciones aprendidas en las dos primeras décadas del siglo XX de propia lucha revolucionaria, y también de una lectura crítica de las derrotas anteriores causadas por la represión, los bolcheviques propusieron en 1920 por boca de Lenin diecinueve condiciones necesarias para afiliarse a la Internacional Comunista. De ellas, la tercera fue ni más ni menos que: «En todos los países en los que los comunistas, a consecuencia del estado de sitio o de las leyes de excepción, no puedan realizar su labor legalmente, es imprescindible conjugar el trabajo legal con el clandestino. La lucha de clases en casi todos los países de Europa y América entra en la fase de la guerra civil. En tales condiciones, los comunistas no pueden tener confianza en la legalidad burguesa. Están obligados a crear en todas partes un mecanismo clandestino paralelo que en el momento decisivo pueda ayudar al partido a cumplir con su deber ante la revolución»[233], y en el punto 12 vuelve a insistir en que la prensa comunista debe estar supeditada a la dirección del partido independientemente de que «sea en el momento concreto legal o clandestino»[234].

Los diversos reformismos han atacado las diecinueve condiciones con varios argumentos, siendo el más frecuente el de que este texto estaba pensado para una situación excepcional, singular e irrepetible, y que por tanto ya quedó definitivamente desfasado. Pero el tiempo transcurrido ha confirmado que la lucha de clases, cuando se agudiza más allá de lo tolerado por la burguesía, entra en una fase de guerra civil larvada al principio, que puede ser abortada y frenada en su ascenso, también derrotada, pero que en determinadas condiciones puede seguir adelante. Sobre todo, ha enseñado que la cuestión de la legalidad e ilegalidad, del «mecanismo clandestino paralelo», es trascendental en las luchas nacionales de liberación que se nieguen a ser integradas en el poder opresor como simples luchas autonomistas. Tanto es así que la experiencia vasca confirma la teoría bolchevique.

V. Serge ya ha argumentado que «gracias a la ciencia de la conspiración, los revolucionarios pudieron vivir ilegalmente en las capitales rusas durante meses y años […] La acción ilegal, a la larga, crea hábitos y una mentalidad que se puede considerar como la mejor garantía contra los métodos policíacos»[235]. Hábitos que pueden debilitarse con el tiempo, sobre todo si gracias a la lucha de masas se conquistan libertades democráticas que permiten la lucha legal. Aún en estos casos, un deber del partido revolucionario es el de recordarlos siempre y mantener algunas organizaciones suyas «dormidas» o semiactivas en la lucha alegal o ilegal, según las necesidades. Lo fundamental es no permitir el olvido de los hábitos de lucha ilegal, porque una vez perdidos cuesta mucho volver a crearlos.

Tiene razón M. Jhonstone cuando afirma que «la experiencia clandestina de los bolcheviques, en todo caso, y las correspondientes formas organizativas desarrolladas en aquel período, les dieron una gran ventaja, sobre todo durante la Primera Guerra Mundial, respecto a los partidos socialdemócratas de la Europa occidental y central. El «oportunismo disfrazado» de estos últimos fue la causa de que incluso marxistas «de izquierda» como Kautsky careciesen, desde el punto de vista psicológico y organizativo, de la más mínima preparación para emprender el trabajo clandestino indispensable para una oposición consecuente a la guerra imperialista»[236]. La misma ventaja sobre el reformismo volvió a demostrarse en la lucha antifascista, no tanto en los primeros años aunque también, sino muy en especial a partir de 1941 cuando se generalizaron las luchas de liberación nacional en el corazón de la Europa nazifascista, pero también en otras muchas partes del mundo hasta el día de hoy.

11. Resumen

El estudio leninista en las condiciones vascas actuales del ¿Qué hacer? puede aportarnos claves fundamentales para, como mínimo, seis cuestiones de innegable valor estratégico: una, la ubicación de Euskal Herria en el capitalismo y el sujeto de la independencia socialista; dos, la valía u obsolescencia de la memoria de lucha de nuestro pueblo y el papel de la teoría en la revolución vasca; tres, la dialéctica entre «movimiento» y «organización» y la cuestión del poder; cuatro, las alianzas sociopolíticas y el manido tópico de la hegemonía; cinco, el papel de prensa crítica, la burocratización y la actualidad de la «revolución cultural»; y, seis, el internacionalismo independentista. Las cuantificamos en siete claves pero pueden ser más en la medida en que precisemos los puntos de reflexión, tarea que ahora mismo desborda este escrito.

Una:

Lenin dedicó los primeros años de su vida militante a elucidar la ubicación de Rusia en el capitalismo, el desarrollo de este modo de producción en el imperio zarista, y por tanto la estructura de clases en su interior, más concretamente, de entre todas las clases cual de ellas era la que podía y debía dirigir la revolución. Lenin no actuó así por capricho voluble sino porque comprendió el principio marxista de que es la objetiva realidad social la que determina la conciencia social y sus posibilidades subjetivas. Antes de que él dedicase casi una década de praxis a resolver este primer obstáculo, otros marxistas ya lo habían hecho, y muchos más seguirían haciéndolo posteriormente. La razón es muy simple: hay que conocer la realidad, es decir, la unidad y lucha irreconciliable de las contradicciones internas. El acierto estratégico de Lenin consistió en demostrar que el capitalismo era el modo de producción dominante, que exacerbaba todas sus contradicciones y que la clase obrera, el proletariado, el pueblo trabajador, las masas trabajadoras, por repetir algunas de las expresiones que él usaba, era el sujeto revolucionario.

Si estudiamos los documentos recientes de la izquierda abertzale en su sentido ampliado al introducir a fuerzas reformistas democristianas, socialdemócratas y eurocomunistas, y en su sentido histórico preciso, vemos que se ha licuado casi del todo una visión materialista de nuestra ubicación en el capitalismo, exceptuando textos y opiniones individuales o de grupos y colectivos específicos. Otro tanto debemos decir con respecto a la cuestión central del sujeto colectivo. Siendo verdad que el grueso de la izquierda abertzale histórica admite oficialmente que es el pueblo trabajador el sujeto colectivo, en los hechos cotidianos y especialmente en la prensa cercana al amplio espectro soberanista e independentista domina un ruido polifónico e incoherente en el que, sin embargo, sobresalen conceptos ambiguos y polisémicos, engañosos, como ciudadanía, sociedad civil, pueblos sin Estado, déficit democrático, multipolaridad, izquierda transformadora, y otros muchos, que difuminan la realidad objetiva de la estructura de clases interna y del imperialismo franco-español.

Podemos adelantar cinco grandes razones que explican este retroceso: una, los efectos de la represión global que viene sufriendo la izquierda abertzale histórica especialmente desde la segunda mitad de la década de 1990; dos, el efecto negativo sobre sectores de la izquierda abertzale de la implosión de la URSS; tres, el impacto de las modas post en plena euforia imperialista en un marco ideológico de ofensiva neoliberal y aparente transformación del capitalismo en una economía inteligente, libre de crisis, democrática y tolerante; cuatro, la propia fuerza de alienación y subsunción que tiene el sistema del capital por sí mismo, al margen de los factores antedichos, aunque reforzada por ellos; y, cinco, los debates y discusiones internas en la izquierda abertzale. La sinergia de estas cinco razones explica bastante de las deficiencias del presente y debemos tenerla muy en cuenta para comprender el por qué de los puntos que se exponen ahora.

Dos:

Lenin no insistía por casualidad en las experiencias de lucha de las masas explotadas en Rusia y en otros pueblos como el alemán, etcétera; lo hacía porque, como marxista, comprendía que en esa experiencia late un «contenido de verdad» más o menos aplicable a las condiciones presentes. La historia existe y negarla o desdeñarla es la primera puerta que se cruza en el fácil camino al fracaso. Manipular la historia, expurgarla de los contenidos crudos y duros, para reducirla a una «sopa ecléctica» en la que cada clase social y fuerza política puede encontrar los tropiezos que le interesen, hacerlo así es suicida para el pueblo. Por ejemplo, el artificial debate sobre la llamada «memoria histórica y el papel de las víctimas» es en realidad una lucha político-teórica y ética que forma parte del choque entre el imperialismo y la nación oprimida en donde ese debate artificial se realice.

Lo malo de todo ello es que la memoria de lucha de un pueblo, y en especial su parte de memoria militar, tiende a perderse o debilitarse si la izquierda no la mantiene viva, indiferencia que es aprovechada por la derecha para imponer su versión reaccionaria. Es por esto que la teoría es inseparable de la historia y cultura populares, aunque mantiene su especificidad propia. Cuando Lenin dice que sin teoría revolucionaria no existe práctica revolucionaria está diciendo que sin historia popular activa no existe estrategia hacia la victoria. En este sentido, la izquierda abertzale clásica, sin dejar de luchar por la memoria e historia populares, sí ha rebajado bastante la lucha teórica, ética e histórica en defensa actualizada de la larga experiencia acumulada entre 1960 y 1980;mientras que la izquierda abertzale amplia prácticamente ha roto con ella. Ha surgido así un foso entre la historia teórica y política de los últimos sesenta años y el presente sin teoría en el sentido marxista del término. Y sin teoría no hay futuro.

Tres:

«Movimiento» y «organización» son dos partes complementarias de un proceso de lucha en el que cada una de ellas juega una función específica que requiere siempre de la otra. La relación no varía aunque exista lucha institucional, sino que esta debe estar supeditada a ella. En el ¿Qué hacer? y en la literatura marxista por «movimiento» se entiende una amplia, rica y compleja variedad de formas obreras y populares autoorganizativas con diversos niveles de espontaneísmo, empiria y experiencia teórica, que nacen y luchan contra opresiones concretas y que tienden a coordinarse en la medida en que toman conciencia de la explotación común que sufren. Por «organización» o «partido» se entiende el colectivo más formado, disciplinado y activo que reconoce públicamente -o con los medios adecuados en un contexto represivo e ilegal- sus objetivos, estrategias y tácticas, los comunican y popularizan en los «movimientos», y los adecua y adapta para responder a los cambios manteniendo claros los objetivos. Una de las tareas permanentes de la «organización» dentro del «movimiento» y en el conjunto del pueblo trabajador es la de demostrar pedagógica y concretamente que hay que tomar el poder en su sentido radical, cualitativo, y no solo en su forma externa y transitoria: la cuestión del Estado y de su violencia. Es obvio que la lucha institucional está regida por la relación «movimiento»-«organización» y por la necesidad de hacer pedagogía de la toma del poder.

Cuando esta relación bidireccional se rompe o desaparece para priorizar la lucha institucional, cuando la «organización» deja de cumplir su papel fundamental y casi desaparece como fuerza operativa en la calle limitándose a dar ruedas de prensa, cuando el objetivo de la toma del poder en su sentido cualitativo desaparece prácticamente de la política de izquierda para reducirse a una mera reivindicación carente de todo contenido concreto de poder popular opuesto al burgués dominante, cuando sucede esto entonces se está dejando el presente y el futuro del pueblo en manos de otras fuerzas diferentes a las revolucionarias. Los esfuerzos destinados a recuperar la presencia de una estrategia socialista que guíe la lucha de masas, la llamada lucha ideológica, y la institucional serán tanto más baldíos cuanto más se retrasen en el tiempo.

Cuatro:

La relación entre «partido» y «movimiento» es la base para que la política de alianzas con otros sectores se realice respondiendo a la estrategia que guía los pasos tácticos hacia los objetivos históricos. La lucha por las reformas va unida muy frecuentemente a la política de alianzas con sectores reformistas en pos de conquistas democráticas que reforzarán las luchas en todos los sentidos. La alianza entre la clase obrera y el campesinado era el núcleo de la hegemonía popular en la estrategia bolchevique desde el ¿Qué hacer? en adelante. La teoría leninista de la hegemonía obrera y campesina no tiene nada que ver con la falsificación y amputación de las tesis de Gramsci realizada por el reformismo eurocomunista, y tampoco nada que ver con las tesis del post-marxismo que florecieron en los años de euforia de las modas post. La hegemonía leninista no niega la necesidad de las alianzas, sino que la mantiene pero dentro de una visión a largo plazo en la que lo decisivo es la acumulación de fuerzas revolucionarias cara a la toma y mantenimiento del poder político en su contenido radicalmente opuesto al burgués, diferente en cualidad. Ahora no podemos profundizar en este vital e imprescindible debate que en sí es parte del debate sobre la estrategia socialista, sus métodos organizativos y sus tácticas interrelacionadas.

Las versiones reformistas de la hegemonía rechazan esta estrategia porque no aceptan la posibilidad ni la necesidad de un momento de choque directo de fuerzas entre el pueblo trabajador y la burguesía, entre la nación oprimida y el imperialismo. Las versiones reformistas de la hegemonía retroceden al socialismo utópico de derechas que centraba sus esfuerzos en la concienciación cultural y hacia el gradualismo socialdemócrata que los orientaba hacia la acumulación de fuerzas institucionales y populares pacíficas. El socialismo utópico de izquierdas no planteaba en absoluto el camino de la hegemonía obrera y popular, sino el de la insurrección al margen del pueblo. Frente a la hegemonía reformista y al insurreccionalismo utópico, la hegemonía de Lenin plantea una movilización masiva ascendente hasta la toma del poder por el pueblo, como paso cualitativo a partir del cual, solo a partir del cual, pueden asegurarse las condiciones plenas para realizar la hegemonía social, cultural, política, etcétera, nunca antes de la toma del poder. Solo con el poder estatal puede realizarse la «revolución cultural», aunque partes de ella deben prefigurarse en el capitalismo como todos los avances urgentes en la emancipación de la mujer, en la liberación nacional de clase, etcétera.

Cinco:

Lenin estuvo tan adelantado a su época sobre la cuestión de la lucha teórica, política, cultural, lo que ahora se llama erróneamente «lucha ideológica», que, salvando todas las distancias, puede certificarse su valía actual aunque desconociera «nuestra» tecnología -en manos últimas del capital, hay que decirlo todo. Es cierto que buena parte de su argumentario sobre las relaciones entre la prensa local, descentralizada y minorista, y la prensa centralizada a nivel estatal están basadas en la gran experiencia socialdemócrata y en parte anarquista de la Europa occidental de finales del siglo XIX, pero lo hizo añadiendo ideas de su cosecha propia algunas de las cuales ya hemos citado. Lo básico de ellas aparece el Manifiesto comunista: los comunistas luchamos junto con las demás fuerzas democráticas, pero siempre ponemos el punto central en el problema de la propiedad privada, problema que Lenin apuró en lo teórico hasta demostrar sus conexiones esenciales con el poder de clase de la burguesía.

La llamada «lucha ideológica» debe tener este punto como eje central sobre el que giran todas las demás luchas teóricas, culturales, sociales, etcétera. La práctica de la crítica constructiva como necesidad consustancial e inherente al pensamiento revolucionario está retrocediendo por razones conocidas en sectores de la izquierda abertzale, y está siendo cada vez más perseguida en el sistema de dominación que padecemos. La burocratización de la vida institucional, política, mediática y productiva es una tendencia imparable, del mismo modo que las fuerzas reaccionarias más irracionales como el nacional-catolicismo intentan recuperar áreas de influencia en las que se habían debilitado: sexualidad, familia, religión, cultura, educación, política, prensa, etcétera. La lucha contra la burocratización generalizada es hoy más necesaria que nunca y la prefiguración de una Euskal Herria independiente, euskaldun, antipatriarcal y socialista exige que la «revolución cultural» se inicie ya con la radicalidad necesaria.

Y seis:

Lenin había dejado suficientes muestras de su internacionalismo consecuente antes de escribir el ¿Qué hacer?, y en esta obra la relación entre las luchas en Rusia, los pueblos oprimidos y el contexto internacional vertebra internamente el mensaje entero. Conforme avanzaba su vida y profundizaba en la fase imperialista del capitalismo, su internacionalismo se hizo más radical y a la vez más democrático porque comprendió la complejidad extrema del sentimiento nacional de los pueblos, pero sin olvidar que ellos no son los responsables de su situación sino que lo es el imperialismo capitalista, criterio decisivo sobre todo en el presente. Lenin murió defendiendo el derecho a la independencia de los pueblos trabajadores nacionalmente oprimidos, sabiendo que el gran nacionalismo ruso era consustancial a la burocracia que se estaba apoderando del partido y del Estado, minando la democracia socialista y el poder soviético.

La izquierda abertzale clásica ha sido radicalmente antiimperialista en su internacionalismo solidario. Recientemente pequeños sectores con poder mediático se han alejado de ese internacionalismo para acercarse a tesis tan melifluas e imprecisas en sus análisis que pueden interpretarse incluso como «neutralistas». Tal cosa es literalmente imposible en un capitalismo en el que las contradicciones entre el imperialismo occidental y las muy débiles «potencias emergentes» en modo alguno llegan a eso que equívocamente se define como «multipolaridad», eufemismo que oculta el dominio gigantesco del imperialismo occidental y del capitalismo financiero -fusión del capital bancario con el capital industrial- a nivel planetario. Pese al relativo auge económico de algunas semipotencias la supremacía de la OTAN y de otros aparatos militares integrados en el sistema yanqui es innegable. La desaparición del internacionalismo antiimperialista en sectores de la izquierda abertzale clásica es un signo más del deterioro teórico y estratégico que se está produciendo.

12. Conclusión

Naturalmente, quien no quiera leer el ¿Qué hacer? porque crea que Lenin es un autor ya caduco, que el libro está superado por las transformaciones de la «sociedad moderna», quien opine que el marxismo ha dejado de ser necesario, está en su pleno derecho a perder el tiempo como le de la gana. No leer el ¿Qué hacer? es perder el tiempo porque entonces, por la ignorancia no superada, se repetirán trágicos errores que luego, para superarlos, exigirán a las futuras generaciones hacer enormes esfuerzos y sacrificios. Practicar el marxismo es ahorrar tiempo y energía.

Euskal Herria, 24 de junio de 2014

Notas:

[1] J. L. Acanda González: «Mesa redonda: Lenin», Paradigmas y Utopías, Lenin, México, nº 7, mayo/julio 2003, pp. 160-207.

[2] «Introducción», Documentos Y, Hordago, Donostia, 1981, tomo 7, p. 270.

[3] R. Valdés Galarraga: Diccionario del pensamiento martiano, Ciencias Sociales, La Habana 2012, pp. 494-497.

[4] J. Bruhat: «El socialismo francés de 1815 a 1848», Historia General del Socialismo, Destino, Barcelona 1976, tomo I, pp. 390-398.

[5] V. Rutenburg: Movimientos populares en Italia (siglos XIV-XV), Akal, Madrid 1983, p. 138.

[6] Tucídides: Historia de la guerra del Peloponeso, Akal, Madrid 1989, p. 310.

[7] «Boletín Interno»,Documentos Y, op. cit., tomo 7, pp. 326-329.

[8] Documentos Y, op. cit., tomo 16, pp. 102-104.

[9] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras completas, Progreso, Moscú 1981, tomo 6, p. 132.

[10] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 104.

[11] D. Guerin: «Del club revolucionario al partido único», Partido y revolución, Rodolfo Alonso Editor, Buenos Aires, Argentina 1971, p. 76.

[12] G. Procacci: El partido en la URSS. 1917-1945, Ediciones Bolsillo, Barcelona 1977, pp. 56-57.

[13] G. Achcar: «El liberalismo y el neobabuvismo en las fuentes del marxismo», Marx Ahora, La Habana, Cuba, nº 14, 2002, pp. 49-67.

[14] J. Russ: Los precursores de Marx, Nueva Síntesis, Barcelona 1976, pp. 195-200.

[15] E. Mandel: El lugar del marxismo en la historia, Catarata, Madrid 2005, pp. 87-94.

[16] D. Bensaïd: Marx ha vuelto, Edhasa, Barcelona 2012, p. 99.

[17] C. Pereyra: La idea de partido en Marx, 30 de marzo de 2013 (www.kmarx.wordpress.com).

[18] K. Marx y F. Engels: La ideología alemana, Grijalbo, Barcelona, 1972, p. 45.

[19] K. Marx y F. Engels: La ideología alemana, op. cit., p. 546.

[20] M. Johnstone: « Marx y Engels y el concepto de partido», Teoría marxista del partido político, PyP, nº 7. Córdoba, Argentina 1971, p. 108.

[21] L. Magri: Problemas de la teoría marxista del partido, Anagrama, 1975, p. 21.

[22] M. Johnstone: «Marx y Engels y el concepto de partido», op. cit., pp. 106-107.

[23] E. Balibar: «Marx, Engels y el partido revolucionario», Cuadernos Políticos, ERA, nº 18, octubre-diciembre de 1978, pp. 35-46.

[24] D. Bensaïd, Marx ha vuelto, Edhasa, Barcelona 2012, p. 106.

[25] G. Rametta y M. Merlo: «Poder y crítica de la economía política en Marx», El poder. Para una filosofía de la política moderna, Siglo XXI, México 2007, pp. 305-309.

[26] A. Panebianco: Modelos de partido, Alianza Universal, 1990, pp. 139-169.

[27] A. Prior Olmos: El problema de la libertad en el pensamiento de Marx, Biblioteca Nueva. Universidad de Murcia, 2004, pp. 241-242.

[28] K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, Obras Escogidas, Progreso, Moscú 1978, tomo 1, p. 179.

[29] K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, op. cit., tomo 1, p. 180.

[30] K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, op. cit., tomo 1, p. 186.

[31] K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, op. cit., tomo 1, p. 183.

[32] F. Engels: «El 25 de Junio», Temas militares, Escuela Social, Madrid 1968, p. 53.

[33] F. Engels: «El 25 de Junio», Temas militares, Escuela Social, Madrid 1968, pp. 57-58.

[34] F. Engels «La marcha del movimiento en París», Temas militares, Escuela Social, Madrid 1968, p. 45.

[35] F. Engels: «La marcha del movimiento en París», op. cit., p. 48.

[36] K. Marx: «Carta a Engels» del 18 de mayo de 1859, Correspondencia, Edit. Cartago, Buenos Aires 1973, pp. 107-108.

[37] F. Engels: «Introducción de 1895» a la Lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, Obras Escogidas, tomo I, p. 194.

[38] F. Mehring: Carlos Marx, Grijalbo, Barcelona 1973, p. 218.

[39] K. Marx: «Carta a S. Meyer» del 30 de abril de 1867, Correspondencia, op. cit., p. 184.

[40] F. Engels: «Carta a Benstein del 25-I-1882», Correspondencia, op. cit., p. 341.

[41] F. Engels: «Carta a Bebel, 30-VIII-1883», Correspondencia, op. cit., pp. 339-340.

[42] F. Engels: «Carta a Kautsky del 19 de julio de 1884», Correspondencia, op. cit., p. 343.

[43] F. Engels: «Carta a Benstein del 11 de noviembre de 1884», Correspondencia, op. cit., pp. 346-347.

[44] F. Engels: «Carta a Sorge del 29 de noviembre de 1886», Correspondencia, op. cit., p. 361.

[45] F. Engels: «Carta a Sorge del 29 de noviembre de 1886», Correspondencia, op. cit., p. 361.

[46] F- Engels: «Carta a F. Kelley Wischnewstski del 17 de enero de 1887», Correspondencia, op. cit., p. 364.

[47] F. Engels: «Carta a Turati del 26 de enero de 1894», Correspondencia, op. cit., p. 415.

[48] E. Concheiro: Federico Engels y el Partido, 10 de octubre de 2012 (www.kmarx.wordpress.com).

[49] F. Markovits: Marx en el jardín de Epicuro, Madrágora, 1975, p. 113.

[50] P. Charbonnat: Historia de las filosofías materialistas, Biblioteca Buridan, 2007, p. 116.

[51] P. Charbonnat: Historia de las filosofías materialistas, op. cit., p. 120.

[52] K. Marx: Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, OME Crítica, 1978, tomo 5, p. 59.

[53] D. Sibony: «De la indiferencia en materia de política», Locura y sociedad segregativa, Anagrama, 1976, p. 108.

[54] K. Marx: «Carta a Engels del 18 de mayo de 1859», Correspondencia, op. cit. pp.107-108.

[55] K. Marx: «Carta a Schweitzer del 13 de octubre de 1868», Teoría marxista del partido político, PyP, Córdoba. Argentina, p. 126.

[56] K. Marx: El Capital, op. cit., tomo I, p. XIV.

[57] F. Engels: «Carta a Oppenheim de 24 de marzo de 1891», Marx/Engels Cartas sobre El Capital, Edit. Laia, Barcelona 1974, pp. 282-283.

[58] K. Marx: «Carta a Guillermo Bloss de 10 de noviembre de 1877», Obras Escogidas, op. cit., tomo 3, p. 307.

[59] A. Prior Olmos: El problema de la libertad en el pensamiento de Marx, Biblioteca Nueva, Universidad de Murcia, 2004, p. 203.

[60] R. Engels: «Carta a Bernstein del 28 de niviembre de 1882», Teoría marxista del partido político, PyP, Córdoba, Argentina, p. 129.

[61] F. Engels: «Carta a G. Triers del 18 de diciembre de 1886», Teoría marxista del partido político, PyP, Córdoba, Argentina, p. 136.

[62] M. Mcnair: Las lecciones de Erfurt: La Segunda Internacional ¿se basó en «partidos de toda la clase»?, 13 de octubre de 2013 (www.sinpermiso.info).

[63] E. Mandel: Crítica del eurocomunismo, Fontamara, Barcelona 1978, p. 83.

[64] K. Marx: «“Confesiones” a Antoinette Philips», Marx, su vida, su obra, J. Elleinstein, Argos Vergara, Barcelona 1981, p. 285.

[65] J. Droz: «Los orígenes de la socialdemocracia alemana», Historia General del Socialismo, Destino, Barcelona 1976, tomo 1, p. 481.

[66] M. Galceran: La invención del marxismo, IEPALA, Madrid 1997, p. 246.

[67] M. Galceran: La invención del marxismo, op. cit., p. 247.

[68] J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», Historia General del Socialismo, Destino, Barcelona 1979, tomo 2, p. 27.

[69] J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», op. cit., p. 28.

[70] J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», op. cit., pp. 28-29.

[71] F. Engels: «Carta a J. P. Becker del 22 de mayo de 1883», Correspondencia, op. cit., p. 339.

[72] F. Engels: «Carta a J. P. Becker del 14 de febrero de 1884», Correspondencia, op. cit., p. 341.

[73] F. Engels: «Carta a Bebel del 18 de noviembre de 1884», Correspondencia, op. cit., p. 344.

[74] F. Engels: «Carta a Bebel del 18 de noviembre de 1884», Correspondencia, op. cit., pp. 345-346.

[75] B. Gustafsson: Marxismo y revisionismo, Grijalbo, Barcelona 1975, p. 31.

[76] J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», Historia General del Socialismo, op. cit., tomo 2, p. 48.

[77] B. Gustafsson: Marxismo y revisionismo, Grijalbo, Barcelona 1975, pp. 34-35.

[78] J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», Historia General del Socialismo, op. cit. tomo 2, pp. 40-42.

[79] H-J. Steinberg: «El partido y la formación de la ortodoxia marxista», Historia del marxismo, Bruguera, 1980, tomo 4, (2), p. 108.

[80] M. Galceran: La invención del marxismo, op. cit., p. 399.

[81] C. García Montoro: «El imperio alemán, de 1870-1918», Gran Historia Universal, CIL, Madrid 1986, tomo 22, p. 160.

[82] B. Gustafsson: Marxismo y revisionismo, Crítica, Barcelona 1974, p. 246.

[83] B. Gustafsson: Marxismo y revisionismo, op. cit., p. 342.

[84] M. Galceran: La invención del marxismo, op. cit., p. 249.

[85] J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», Historia General del Socialismo, op. cit., tomo 2, pp. 34-53.

[86] Carta de Marx a Sorge, octubre de 1877, Correspondencia, op. cit., p. 286.

[87] R. Levrero: Nación, metrópoli y colonias en Marx y Engels, Anagrama, 1975, pp. 86-87.

[88] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras Completas, Progreso, Moscú 1981, tomo 6, p. 30.

[89] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras Completas, op. cit., tomo 6, p.187.

[90] V. Strada: «La polémica entre bolcheviques y mencheviques sobre la revolución de 1905», Historia del marxismo, Bruguera, Barcelona 1981, tomo 5, pp. 157-168.

[91] R. Portal: «El socialismo ruso hasta la revolución de 1917», Historia General del Socialismo, Destino, 1979, tomo 2, pp. 426-427.

[92] N. Geras: Masas, partido y revolución, Fontamara, Barcalona 1980, p. 112.

[93] E. Mandel: La teoría leninista de la organización, op. cit., 1974, p. 76 y p. 82.

[94] R. Sáez: «La vigencia del ¿Qué hacer? en nuestra época», Lenin en el siglo XXI, Socialismo o Barbarie, diciembre 2009, p. 325.

[95] F. Vercammen: Lenin y la cuestión del partido, 27 de abril de 2014 (www.sinpermiso.info).

[96] N. Geras: Masas, partido y revolución, Fontamara, Barcelona 1980, p. 117.

[97] P. Broué: «Observaciones sobre la historia del partido bolchevique», Partido y revolución, op. cit., p. 84.

[98] P. Broué: «Observaciones sobre la historia del partido bolchevique», Partido y revolución, op. cit., p. 87.

[99] P. Broué: «Observaciones sobre la historia del partido bolchevique», Partido y revolución, op. cit., pp. 88-89.

[100] P. Broué: «Observaciones sobre la historia del partido bolchevique», Partido y revolución, op. cit.., pp. 89-90.

[101] V. Serge: El año I de la revolución rusa, Siglo XXI, Madrid 1972, pp. 439-490.

[102] V. I. Lenin: Nuevos tiempos. Viejos errores de nuevo tipo, Obras Completas, op. cit.., tomo 44, p. 108.

[103] F. Claudin: «Presentación general», Lenin. Escritos económicos (1893-1899), Siglo XXI, Madrid 1974, tomo 1, p. 39.

[104] F. Claudin: «Presentación general», Lenin. Escritos económicos (1893-1899), op. cit., tomo 1, p. 49.

[105] F. Claudin: «Presentación general», Lenin. Escritos económicos (1893-1899), op. cit., tomo 1, pp. 51-55.

[106] V. I. Lenin: El desarrollo del capitalismo en Rusia, Obras Completas, op. cit., tomo 3, pp. 55-57.

[107] V. I. Lenin: El desarrollo del capitalismo en Rusia, Obras Completas, op. cit., tomo 3, pp. 646-659.

[108] V. I. Lenin: La guerra con China, Obras Completas, op. cit., tomo 4, pp. 397-402.

[109] V. Strada: «El “marxismo legal” en Rusia», Historia de marxismo, Bruguera, Barcelona 1981, p. 69.

[110] V. I. Lenin: A qué herencia renunciamos, Obras Completas, op. cit., tomo 2, pp. 527-575.

[111] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras Completas, op. cit., tomo 6, p. 149.

[112] S. Clarke: «¿Era Lenin marxista? Las raíces populistas del marxismo-leninismo», A 100 años del ¿Qué hacer?, Herramienta, 2003, Buenos Aires, pp. 71-108.

[113] F. Vercammen: Lenin y la cuestión del partido, 27 de abril de 2014 (www.sinpermiso.info).

[114] N. Faulkner: De los neandertales a los neoliberales, Pasado&Presente, Barcelona 2014, p. 283.

[115] J. Salem: Lenin y la revolución, Península, Barcelona 2009, pp. 58-63.

[116] J. Salem: Lenin y la revolución, op. cit., pp. 89-101.

[117] J. Salem: Lenin y la revolución, op. cit., pp. 39-52.

[118] D. Bensaïd, Marx ha vuelto, Edhasa, Barcelona 2012, p. 110.

[119] F. Lizarrague: El partido leninista como instrumento de combate, 12 de diciembre de 2013 (www.ft-ci-org),

[120] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras completas, op. cit., tomo 6, p. 95.

[121] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras completas, op. cit., tomo 6, p. 62.

[122] V. I. Lenin: Observaciones al segundo proyecto de programa de Plejanov, op. cit., tomo 6, p. 242.

[123] V. I. Lenin: Observaciones complementarias al proyecto de programa de la comisión, op. cit., tomo 6, pp. 269-272.

[124] V. I. Lenin: XI Congreso del PC (b) R. , Obras Completas, op. cit., tomo 45, pp. 73-147.

[125] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, Obras Completas, op. cit., tomo 6, p. 112.

[126] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 119.

[127] V. I. Lenin: ¿Qué hacer? op. cit., p. 118.

[128] J. Dal Maso y F. Royo: Pensar Lenin, 6 de agosto de 2013 (www.ips.org.ar).

[129] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 141

[130] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 181.

[131] V. I. Lenin: «Resumen del libro de Aristóteles «Metafísica»», Cuadernos filosóficos, Obras completas, tomo 29, p. 336.

[132] V. I. Lenin: Una gran iniciativa, Obras Completas, op. cit., tomo 39, pp. 21-22.

[133] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., pp. 30-31.

[134] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 56.

[135] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 56.

[136] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., pp. 75-76.

[137] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 30.

[138] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 193.

[139] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 30.

[140] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 66.

[141] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 60.

[142] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., pp. 42-46.

[143] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 160.

[144] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 84.

[145] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 171.

[146] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 32.

[147] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 65.

[148] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 87.

[149] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 91.

[150] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 66.

[151] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 107.

[152] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 116.

[153] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 117.

[154] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 131.

[155] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 158.

[156] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 123.

[157] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., pp. 120-130.

[158] V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, op. cit., p. 78.

[159] V. Strada: «La polémica entre bolcheviques y mencheviques sobre la revolución de 1905», Historia del marxismo, Bruguera, 1979, tomo 5, p. 170.

[160] M. Jhonstone: «Un instrumento político de nuevo tipo: el partido leninista de vanguardia», Historia del marxismo, Bruguera, 1983, tomo 7, (I). pp. 447-456.

[161] E. V. Iliénkov: La dialéctica antigua como forma de pensamiento, Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, Cuba, 2009, p. 19.

[162] C. Bártolo: Lenin, El revolucionario que no sabía demasiado, Catarata, 2012, pp. 40-42.

[163] C. Bártolo: Lenin, El revolucionario que no sabía demasiado, op. cit., p. 66.

[164] R. Dunayevskaya: Filosofía y revolución. De Hegel a Sartre y de Marx a Mao, Siglo XXI, 2009, pp. 105-106.

[165] R. Dunayevskaya: Filosofía y revolución. De Hegel a Sartre y de Marx a Mao, op. cit., p. 111.

[166] R. Dunayevskaya: El poder de la negatividad, Escritos sobre la dialéctica en Hegel y Marx, Biblos, Buenos Aires 2010, p. 241.

[167] F. Jameson: Valencias de la dialéctica, Editora Tierna Cadencia, Buenos Aires 2013, p. 135.

[168] F. Jameson: Valencias de la dialéctica, Editora Tierna Cadencia, Buenos Aires, 2013, pp. 333-334.

[169] F. Jameson: Valencias de la dialéctica, op. cit., p. 342.

[170] A. Prior Olmos: El problema de la libertad en el pensamiento de Marx, Biblioteca Nueva, Universidad de Murcia, 2004, p. 232.

[171] E. Mandel: La teoría leninista de la organización, ERA, 1974, p. 70.

[172] G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), Grijalbo, 1974, p. 13.

[173] G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), op. cit., 1974, pp. 50-51.

[174] G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), op. cit., 1974, p. 35.

[175] G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), op. cit., 39.

[176] G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), op. cit., 42.

[177] M. Johnstone: «Partido», Diccionario de pensamiento marxista, Tecnos, Madrid 1984, p. 576.

[178] M. Johnstone: «Un instrumento político de nuevo tipo: el partido leninista de vanguardia», Historia del marxismo, Bruguera, 1983, tomo 7 (I), p. 426.

[179] E. Mandel: Construir el partido, Schapiro Editor, Argentina 1974, pp. 21-27.

[180] E. Mandel: La teoría leninista de la organización, Era, 1974, pp. 7-8.

[181] L. Magri: Problemas de la teoría marxista del partido revolucionario, Anagrama, 1975, p. 43

[182] L. Magri: Problemas de la teoría marxista del partido revolucionario, Anagrama, 1975, p. 80.

[183] J. P. García Brigos: «El genial discípulo de Marx: guía para la acción y la teoría revolucionaria», Paradigmas y Utopías, Lenin, México nº 7, mayo/julio 2003, p. 239.

[184] A. Sandro: La conciencia desde fuera: Marxismo, Lenin y el proletariado, 7 de enero de 2005 (www.rebelion.org).

[185] J. Sanmartino y P. Socca: Pasado y Presente de la teoría socialista del partido, 23 de octubre de 2005 (www.rebelion.org).

[186] C. Bértolo: Lenin, El revolucionario que no sabía demasiado, op. cit., p. 26.

[187] C. Bértolo: Lenin, El revolucionario que no sabía demasiado, op. cit., p. 63.

[188] V. I. Lenin: Nuevos cambios económicos en la vida campesina, Obras Completas, op. cit., tomo 1, p. 3.

[189] N. Geras: Masas, partido y revolución, Fontamara, Barcelona 1980, p. 119.

[190] V. I. Lenin: Directriz del Buró Poíico del CC del PC(b)R sobre la Inspección Obrera, Obras Completas, op. cit., tomo 40, p. 67.

[191] V. I. Lenin: Directriz del Buró Poíico del CC del PC(b)R sobre la Inspección Obrera, Obras Completas, op. cit., tomo 42, pp. 32-33.

[192] V. I. Lenin: Directriz del Buró Poíico del CC del PC(b)R sobre la Inspección Obrera, Obras Completas, op. cit., tomo 42, p. 35.

[193] V. I. Lenin: Directriz del Buró Poíico del CC del PC(b)R sobre la Inspección Obrera, Obras Completas, op. cit., tomo 42, pp. 37-38.

[194] A. Kolontai: «La oposición obrera», La oposición en la URSS, Shapiro Editor, Buenos Aires 1975, p. 65.

[195] A. Kolontai: «La oposición obrera», La oposición en la URSS, op. cit., pp. 66-67.

[196] V. I. Lenin: Propuestas para verificar y depurar la composición del PC(b)de Rusia, Obras Completas, op. cit., tomo 43, p. 368.

[197] V. I. Lenin: Nuevos tiempos, viejos errores de nuevo tipo, Obras Completas, op. cit., tomo 44, p. 108.

[198] V. I. Lenin: Acerca de la depuración del partido, Obras Completas, op. cit., tomo 44, p. 124.

[199] V. I. Lenin: Acerca de la depuración del partido, Obras Completas, op. cit., tomo 44, p. 125.

[200] V. I. Lenin: Acerca de la depuración del partido, Obras Completas, op. cit., tomo 44, pp. 125-126.

[201] V. I. Lenin: La nueva política económica y las tareas de los comités de instrucción política, Obras Completas, op. cit., tomo 44, pp. 180-181.

[202] V. I. Lenin: La nueva política económica y las tareas de los comités de instrucción política, Obras Completas, op. cit., tomo 44, p. 182.

[203] V. I. Lenin: Sobre las condiciones de admisión de nuevos militantes en el Partido, Obras Completas, op. cit., tomo 45, pp. 17-21.

[204] V. I. Lenin: Más vale poco y bueno, Obras Completas, op. cit., tomo 45, pp. 405-422.

[205] E. Mandel: El poder y el dinero, Siglo XXI, 1994, pp. 159-172.

[206] V. I. Lenin: El significado del materialismo militante, Obras Completas, op. cit., tomo 45, pp. 24-34.

[207] V. I. Lenin: Sobre las cooperativas de consumo y producción, Obras Completas, op. cit., tomo 45, p. 392.

[208] V. I. Lenin: Sobre las cooperativas de consumo y producción, Obras Completas, op. cit., tomo 45, p. 393.

[209] V. Fay: «Del partido como instrumento de lucha por el poder al partido como prefiguración de una sociedad socialista», Teoría marxista del partido político, PyP, nº 38, Córdoba, Argentina 1976, p. 50.

[210] P. Broué: El partido bolchevique, Edit. Ayuso, Madrid 1974, pp. 220-222.

[211] I. Getzler: «Mártov y los mencheviques antes y después de revolución», Historia del marxismo, Bruguera, Barcelona 1981, tomo 7, pp. 239-303.

[212] M. Hernández: El veredicto de la historia, Edit. Sundermann, Brasil 2009, p. 132.

[213] F. Rojas: «¿Por qué “La última lucha de Lenin?”», La última lucha de Lenin, Ciencias Sociales, La Habana 2011, pp. XI-XXII.

[214] V. I. Lenin: Más vale poco pero bueno, Obras Completas, op. cit., tomo 45, pp. 405-422.

[215] V. I. Lenin: Contra la burocracia. Diario de las secretarias de Lenin, PyP, nº 25, Argentina 1971, p. 81.

[216] I. Deutscher: Stalin, Era, México 1969, pp. 142-144.

[217] L. Cánfora: El Testamento de Lenin: Verdad y manipulación, 12 de noviembre de 2013 (www.rebelion.org).

[218] N. Faulkner: De los neandertales a los neoliberales, Pasado&Presente, Barcelona 2014, p. 364.

[219] G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), Grijalbo, 1974, p. 12.

[220] G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), Grijalbo, 1974, p. 14.

[221] G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), op. cit., p. 124.

[222] G. Lukács: Lukács sobre Lenin (1924-1970), op. cit., p. 90.

[223] F. Jameson: Valencias de la dialéctica, Editora Eterna Cadencia, Buenos Aires 2013, p. 340.

[224] F. Jameson: Valencias de la dialéctica, Editora Eterna Cadencia, Buenos Aires 2013, p. 340.

[225] F. Jameson: Valencias de la dialéctica, Editora Eterna Cadencia, Buenos Aires 2013, p. 341.

[226] C. Tupac: Terrorismo y civilización, Boltxe Liburuak, Bilbo 2012, pp. 445-580.

[227] J. Droz: «Los orígenes de la socialdemocracia alemana», Historia General del Socialismo, Destino, op. cit., p. 485.

[228] J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914), Historia General del Socialismo, op. cit., tomo 2, pp. 53-57.

[229] V. Serge: Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión, Boltxe Liburuak, Bilbo 2013, p. 9.

[230] S. Haffner: La revolución alemana de 1918-1919, IneditaEditores, Barcelona 2005, p. 161.

[231] A. Parvus: «Golpe de Estado y huelga política de masas», Debate sobre la Huelga de Masas, PyP, nº 62, Córdoba, Argentina 1975, pp. 7-56.

[232] P. Broué: Revolución en Alemania I, Redondo Editor, Barcelona 1973, p. 260.

[233] V. I. Lenin: Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista, Obras Completas, op. cit., tomo 41. p. 213.

[234] V. I. Lenin: Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista, Obras Completas, op. cit., tomo 41. p. 215.

[235] V. Serge: Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión, Boltxe Liburuak, Bilbo 2013, p. 59.

[236] M. Jhonstone: «Un instrumento político de nuevo tipo: el partido leninista de vanguardia», Historia del marxismo, Bruguera, 1983, tomo 7, (I), p. 435.

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