miércoles, abril 24, 2024
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Pensar el poder

Una concepción más amplia del poder, menos estatista y racionalista pero si más viva y empírica, permitiría un análisis de las estrategias más enfocado a los diversos campos de las resistencias sociales.

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Giovanni A. Libreros

La III Conferencia Ideológica del Partido Comunista invita a reflexionar a la izquierda sobre el devenir social y político. No es un evento cerrado y al margen de las realidades de la lucha popular. Esta iniciativa ocurre ad portas de un posible acontecimiento histórico en la vida nacional: la firma de un acuerdo de paz para poner fin a la guerra que desgarra nuestro país. Es claro que el silenciamiento de los fusiles per se no es garantía de una paz justa y duradera.

Pero sí inaugura un nuevo momento en la vida política e implica condiciones inéditas favorables para plantearse seriamente la construcción del nuevo poder. La problematización de esta cuestión serviría para ampliar nuestra percepción del horizonte revolucionario y podría aportar al avance del proyecto de unidad popular para los cambios democráticos.

El poder político

Marx definió el poder político como “la violencia organizada de una clase para la opresión de otra” (Manifiesto del Partido Comunista, pág. 49). Comprendió que el poder político como sistema de dominación se organiza desde el Estado. Pero éste no se limita a las instituciones, aparatos o instrumentos de dominación. También implica ideas, creencias y valores constitutivos de los modos de pensar, sentir y ver el mundo.

Lenin explicaba que las relaciones sociales en que viven las personas tienen como base las relaciones de producción. Advertía cómo las masas se adaptaban inconscientemente a esas relaciones y cómo implantaban las relaciones sociales materiales sin pasar por la consciencia de los hombres: “al intercambiar productos, los hombres establecen relaciones de producción, incluso sin tener consciencia de que existe en ello una relación social productiva” (Quiénes son los “amigos del pueblo”…, págs. 12, 13).

La formación social capitalista es un organismo vivo “con sus diversos aspectos de la vida cotidiana, con la manifestación social efectiva del antagonismo de clase propio de tales relaciones de producción, con su superestructura política burguesa que protege la dominación de la clase de los capitalistas, con sus ideas burguesas de libertad, igualdad, etc., con sus relaciones familiares burguesas” (pág. 14).

Entonces el poder no brota del Estado sino que mana de las relaciones sociales de producción. Éste nace de abajo y se va reproduciendo en todos los órdenes de la vida social hasta tomar forma en el Estado. El poder, como relación social, es algo que necesita estar produciéndose y ejerciéndose constantemente. No es una cosa ni tampoco un objeto. No es algo que se toma sino que se construye y se constituye en un espacio social concreto. Foucault afirmaba que “el poder no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos individuos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada” (Historia de la sexualidad, pág. 113).

Relaciones de poder

Si para Carl von Clausewitz “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, entonces, ante una eventual firma de paz, el cambio estratégico en la situación llevaría a pensar en invertir esta fórmula y decir tal vez que: “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. La estrategia revolucionaria tendría el reto de descifrar la multiplicidad de relaciones de fuerza en este nuevo cuadro vivo.

Para ello Foucault nos propondría las siguientes consideraciones para un debate sobre el poder:

1) Que el poder se ejerce desde innumerables puntos en un juego de relaciones móviles y no igualitarias;

2) Que las relaciones de poder no están en posición de exterioridad respecto de otros tipos de relaciones, sino que son inmanentes (las relaciones de poder, allí donde actúan, tienen un papel directamente productor);

3) Que el poder viene de abajo, es decir, que las relaciones de fuerza sirven de soporte a una línea de general de fuerza que atraviesa los enfrentamientos locales y los vincula. Las grandes dominaciones son los efectos hegemónicos de estos enfrentamientos en el cuerpo social;

4) Que las relaciones de poder son a la vez intencionales y no subjetivas, es decir, que están atravesadas por un cálculo. “No hay poder que se ejerza sin una serie de miras y objetivos”. Éste radica en las tácticas, mecanismos y dispositivos de poder; y

5) Que donde hay poder hay resistencia por su mismo carácter relacional. Los puntos de resistencia están presentes en todas partes dentro de la red del poder cuya característica es su movilidad y transitoriedad (págs. 114-116).

Foucault concluye que es en la red de las relaciones de poder donde se construye el espeso tejido que atraviesa los aparatos y las instituciones, sin que el poder como tal se llegue a alojar en alguno de ellos. En este sentido las resistencias se formarían simultáneamente en el enjambre de estos puntos surcando las clases, sectores y grupos sociales. La codificación estratégica de estos puntos de la resistencia sería lo que tornaría posible una revolución.

Se trata entonces de comprender los nuevos procedimientos de poder que funcionan ya no solamente como derecho burgués sino por la técnica, la normalización y el control que se ejercen en niveles y formas que rebasan el Estado y sus aparatos hacia una serie de poderes: el de la familia, la medicina, la psiquiatría, las iglesias, la educación y los empresarios.

Correlación de fuerzas

Este análisis hace evidente el nexo indisoluble entre poder político y subjetividad social. Marx entendió que todo ejercicio violento del poder político necesita una organización social.

Para Antonio Gramsci, cada grupo social al nacer de determinadas relaciones de producción, “se crea conjunta y orgánicamente uno o más rangos de intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de la propia función, no solo en el campo económico sino también en el social y en el político” (Los intelectuales y la organización de la cultura, pág. 9). La organización de los sectores más conscientes es lo que permite la formación de los intelectuales orgánicos y los grupos dirigentes.

A estos les corresponde conducir la estrategia de articular la correlación de fuerzas necesaria para asumir la dirección intelectual y moral de la sociedad. De ahí que la lucha por el poder no se circunscribe a la captura de instituciones y aparatos gubernamentales, aunque es preciso advertir la importancia de actuar en el seno de la estructura estatal. Una concepción más amplia del poder, menos estatista y racionalista pero si más viva y empírica, permitiría un análisis de las estrategias más enfocado a los diversos campos de las resistencias sociales.

En este punto nos queda por mencionar brevemente la función del partido político en la producción del poder. Gramsci consideraba que al margen de su composición social, todos los miembros de un partido político deberían ser considerados como intelectuales. Lo importante de un partido político –decía– “es su función directiva y organizativa, es decir, educativa, o sea intelectual” (pág. 20).

El Partido es parte fundamental no solo de la lucha contra las formas de explotación económica y las formas de dominación étnica, social o religiosa. También en la época actual es parte importante en el combate contra toda forma de sujeción y sumisión de los individuos. Las revoluciones sociales y políticas en el siglo XXI tendrán también como epicentro la lucha por una nueva subjetividad.

Trabajos citados

Foucault, M. (1991). Historia de la sexualidad. Tomo 1. Madrid: Siglo XXI.

Gramsci, A. (2000). Los intelectuales y la organización de la cultura. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.

Lenin, V. I. (1975). Quienes son los “amigos del pueblo” y como luchan contra los socialdemocratas. En V. I. Lenin, Obras Escogidas. Moscú: Progreso.

Marx, K. (1996). Manifiesto del Partido Comunista. Bogotá: Panamericana.

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