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Palabra itinerante: Aquel 4 de septiembre

En Chile, en 1970, la Unidad Popular ganó las elecciones iniciando una etapa inédita en la historia de las luchas de los pueblos oprimidos y olvidados de América latina donde lo imposible parecía ahora posible.

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Jaime Cedano Roldán

“Si no nos uníamos en una aspiración electoral común, seríamos abrumados por una derrota espectacular”.

Podríamos quitarle el pasado, decirlo en presente y oír, entonces, la misma advertencia en Madrid o en Bogotá. En Buenos Aires, Athenas o Quito. Era el año de 1969 y quien así advertía disfrutaba de las frías brisas del océano pacífico en su escondite marinero, como gustaba llamar Pablo Neruda a su casa de Isla Negra. La izquierda estaba dividida y cada cual tenía sus propios candidatos para las elecciones de septiembre de 1970. Entonces el ya reconocido poeta aceptó ser candidato presidencial con una condición inusual en este tipo de hechos, que le permitieran renunciar si se lograba una candidatura de unidad. Y esa candidatura llegó y se llamó Unidad Popular y el candidato Salvador Allende. El 4 de septiembre la UP ganó las elecciones iniciando una etapa inédita en la historia de las luchas de los pueblos oprimidos y olvidados de América latina donde lo imposible parecía ahora posible: asaltar el cielo y tomárselo con los votos en un continente de democracias restringidas y donde los gringos controlaban celosamente cada proceso electoral. Un estribillo, el pueblo unido jamás será vencido, se volvió universal. Cantado para los momentos duros de las resistencias y las desesperanzas y también para esas raras ocasiones en que “la alegría llega a las casas de los pobres”. Pero el gobierno de la Unidad Popular fue bombardeado y de nuevo la tristeza se aposentó en las casas de los humildes. Pero entre las ruinas de la Casa de la Moneda quedó resonando para la historia el llamado de Allende a que otros hombres superaran ese momento gris y amargo y sus ojos moribundos vislumbraron la apertura de las grandes alamedas. Cuarenta y cinco años después el continente latinoamericano tiene un rostro diferente. Las multitudes conquistaron gobiernos y los invisibles, los nadie, tuvieron voz y rostro. Pero el peligro asecha. El imperio trabaja por recuperar el patio trasero y la conquista de los gobiernos no fueron definitivos asaltos al cielo. De todas maneras América Latina ha sido para el mundo un ejemplo en la construcción de procesos de unidad, de convergencias y de encuentros desde la diversidad. Unidad contra el imperialismo y las transnacionales, unidad en defensa de la soberanía, la paz, la democracia y los derechos humanos. Unidad en la lucha por la tierra y el territorio. Unidad en las batallas por los derechos e igualdades de género. También en la solidaridad internacionalista. Pero llegan las elecciones, la hora de las listas y entonces la unidad desaparece y prevalecen los protagonismos y las listas similares pero dispersas. Unidades a medias y a pedazos. Incompletas en unos casos, totalmente ausentes en otros. Y el lamento del poeta de La Isla Negra vuelve a ser eso, un lamento.

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