viernes, abril 19, 2024
InicioVisiónCulturalPacho Martínez: “Yo vine a buscar la ciudad dorada”

Pacho Martínez: “Yo vine a buscar la ciudad dorada”

La última conversación con el actor, militante comunista y líder comunal de La Candelaria.

Francisco Pacho Martinez 18
Pacho Martínez en escena.

Alberto Acevedo

Hacia el medio día del viernes 28 de agosto, teníamos una cita con Jorge Ardila en el Teatro La Candelaria. Planeábamos hacer una nota a cuatro manos sobre la vida del entrañable amigo y camarada Francisco ‘Pacho’ Martínez, que sufría algunos quebrantos de salud. La idea fue del maestro Arlés Herrera, que quiere alimentar con notas de ese perfil la página de VOZ sobre ‘vida del partido’.

Cuando nos disponíamos a realizar la tarea, apareció ‘Pacho’ y lo que se tenía previsto como un intercambio de ideas se convirtió en una entrevista. Fue breve, porque buscábamos una nota pequeña. Pero quedó flotando la idea de que esa dimensión humana, del hombre de siempre en el teatro y la vida revolucionaria, había que rescatarla de los recuerdos.

La idea no se concretó. Al día siguiente, hacia las seis de la tarde, una llamada desde La Candelaria nos informaba que ‘Pacho’ había sufrido una trombosis. Del cuadro clínico se sabe que vinieron uno tras otro, varios episodios cerebrovasculares; que el artista perdió el habla, que tanto quería, y finalmente fue inducido al coma, del que nunca se recuperó. Esa conversación fue la última entrevista que concedió a un medio de comunicación.

“Después de ese primer desplazamiento en el pueblo donde nací -yo tendría siete u ocho años-, seguimos siendo pescadores. Yo trabajaba algunos días en tiendas y más tarde en una sala de cine, como hasta los 14. Después viajé a Santa Marta, y a Bogotá llegué cuando tenía unos veinte años.

El comienzo

“Me fui a vivir al barrio La Candelaria, siempre viví en este barrio. Tenía ganas de entrar a la universidad, hacer una carrera, pero no tuve dinero para pagarme la enseñanza. Comencé a estudiar contaduría. En esas, en un saloncito, que quedaba en carrera 6 con calle 24, y que dirigía Alexander Chanchanmanandú, estudié teatro dos años.

“Ahí no nos ganábamos ni un peso, porque siempre nos consideraban estudiantes. Por eso, con Víctor Hugo Morant, que era nuestro profesor, y otros compañeros, nos separamos. Luego vino la Fundación Casa de la Cultura y llegamos allí.

“Ahí conocí a Santiago García, que nos decía: ‘Vengan todos los que quieran y hacemos una obra de teatro’. Se comenzaba a hablar por esa época de la creación colectiva, Y así fue. Montamos Marat Sade, Soldados, y otras obras, en un local que teníamos en la carrera 13, entre calles 20 y 22. Allí alcanzamos a trabajar unos dos años, pagábamos cinco mil pesos mensuales de arriendo pero nos colgamos, no nos alcanzaba el dinero y nos pidieron el local.

Con cien mil pesos hicimos el teatro

“Hablamos con Álvaro Gómez Hurtado. Él nos dijo que nos ayudaba con un concejal que tenía en Bogotá. Efectivamente, nos ofrecieron el local donde actualmente está la Corporación Teatro La Candelaria. Pero teníamos que pagar 300 mil pesos para cubrir gastos de legalización. Eso era una fortuna en esos momentos. Volvimos a hablar con Gómez Hurtado. Y con el concejal de su movimiento, nos consiguieron ese dinero. Dimos 200 mil pesos, y con los cien mil restantes, construimos el teatro.

“El reto que teníamos entonces era llenar esa sala. Patricia Ariza nos hizo varias propuestas. Organizamos un seminario entre trabajadores, estudiantes, actores. La gente quería verse reflejada en escena. En los años 70 decidimos dar el paso hacia la creación colectiva. Nosotros no sabíamos de eso.

“Así apareció Nosotros los Comunes. La escribimos entre todos. La sala se llenaba todos los días. Al cabo de un año y medio habíamos hecho 450 funciones. Después vino La Ciudad Dorada. Para mí era importante, porque yo había venido a Bogotá en busca de la ciudad dorada.

Un silencio enorme

“Nos hicieron una invitación a presentar la obra en París. Cuando terminamos, se produjo un silencio enorme en la sala, desconcertante. Después, un aplauso estremecedor, la gente se puso de pie, llorando. Así vinieron otros montajes: Vida y muerte Severina, Guadalupe años cincuenta, con la que completamos dos mil funciones; más tarde, Maravilla Star. He participado en todas las obras de La Candelaria, si no como actor, sí en la música o el sonido.

“Pero al lado de esta vida artística, me interesa mostrar mi vida política. Del Partido escuché hablar desde mi pueblo, donde había gente de izquierda. Aquí muy joven me vinculé a una célula, con Jaime Caycedo. Creo que he participado en todos los festivales de VOZ, como animador, en la parte artística, vendiendo el periódico en brigadas. Me vinculé al movimiento de la canción protesta, fui uno de los fundadores de la Unión Patriótica, estuve en su primera dirección nacional, presenté a Jaime Pardo Leal en su primer discurso de campaña. Fui tres veces edil por la UP en la localidad de La Candelaria.”

A lo largo de su relato, que mostró todavía más matices de una vida fecunda, Pacho Martínez denotaba una voz cansada. Pero en todo caso llena de satisfacciones, sin amarguras, sin arrepentimientos. Recuerda las épocas de represión bajo los últimos gobiernos del “Frente Nacional”. “Comenzaron a amenazarme, de distintas maneras. Una vez me confrontaron en una calle del barrio los sicarios. Me dijeron: ‘Agradezca que no lo matamos, porque lo queremos mucho’”.

Hasta el cielo lloró

A Francisco Martínez lo vi la última vez en su mortaja, en cámara ardiente en el Teatro La Candelaria. Pero no fui capaz de acompañarlo hasta su tumba. Por eso, podría decir, como el poeta Alfonso Grainño: “Si alguien me preguntara: ¿En dónde está tu tumba?, yo diría: búscala en la risa del niño que se duerme, o en el beso de amor adolescente, o en la espiga madura del verano, o en la arena mojada de la playa. O búscala en las manos. En las manos que forjan el acero, o en las que van segando los trigales; o en las manos que se hunden en los surcos, para sentir el corazón del grano”.

Si se lo hubiésemos preguntado, ‘Pacho’ seguramente hubiera dicho, con las palabras de Marcos Ana, ese otro coloso de la poesía española: “Si mil veces naciera, mil veces volvería a ser comunista”.

Martínez murió un poco después de las seis de la tarde del miércoles 9 de septiembre. A la mañana siguiente, al despertar los primeros albores del día, las redes sociales, los mensajes de texto, el repicar del teléfono, comenzaron a difundir la noticia.

El sol no mostró la cara, sino hasta bien avanzada la tarde. En cambio una nubosidad espesa, tal vez mostraba que hasta el cielo estaba triste. Una lluvia que no paraba, que no era muy fuerte, pero sí incesante, enviaba el mensaje de que la ciudad quería derramar todas las lágrimas posibles, en memoria de un hombre que no debió abandonar su reino en este mundo. Una lluvia que era una congoja larga, que no para de dolernos en el alma.

RELATED ARTICLES

Most Popular

Recent Comments