jueves, abril 25, 2024
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No es un cheque en blanco

La izquierda y los sectores democráticos y sociales no irán al Gobierno. Permanecerán en contradicción con un presidente que no representa sus intereses, no modifica el modelo económico ni replantea los TLC y que se niega a la reforma de las Fuerzas Militares y de Policía.

Foto: Globovisión via photopin cc
Foto: Globovisión via photopin cc

Editorial del Semanario VOZ

Las elecciones de la segunda vuelta presidencial, el pasado domingo 15 de junio, dieron como ganador a Juan Manuel Santos Calderón, candidato-presidente. De nuevo se impuso la reelección, en este caso, no solo por las gabelas gubernamentales, sino porque la gran mayoría de los votantes se pronunció por la paz, por el respaldo a los diálogos con las guerrillas de las FARC-EP y el ELN, negados por el candidato de la extrema derecha uribista, Óscar Iván Zuluaga.

Fueron 15’794.940 los votos válidos, que significan el 47,89% del potencial electoral. Quiere decir que la abstención fue de 52,11%. Disminuyó en comparación con la primera vuelta, aunque mantiene el promedio histórico de los que no participan en las elecciones en Colombia. Refleja la apatía de los ciudadanos hacia los certámenes electorales, de una parte, y la desconfianza en el sufragio universal, de otra, en un país en donde la democracia es precaria y restringida.

Los votos válidos, escrutado el 95,96% de las mesas en todo el territorio nacional, fueron 15’341.883, distribuidos así: Juan Manuel Santos 7’816.986, 50,95%; Óscar Iván Zuluaga 6’905.001, 45%; en blanco 619.396, el 4,03%; nulos 403.405, el 2,55% y no marcados 50,152, 0.31%.

Santos le sacó ventaja a Zuluaga en 911.985 votos, el 5.9%, aunque la mayoría de las encuestas, ocho días antes de la elección, daban como ganador a Óscar Iván Zuluaga con entre 2% y 5% de diferencia. La realidad fue otra. Ganó Santos con el discurso de la paz, de los diálogos con la guerrilla, de tal manera que su victoria ha sido interpretada como un plebiscito a favor de la paz.

Zuluaga, obedeciendo a Uribe, daba por terminados los diálogos de La Habana, porque los condicionaba a la previa desmovilización y entrega de las armas, lo cual equivalía a la ruptura de los mismos y al retorno a la guerra bajo el rigor de la “seguridad democrática” y de la horrible noche uribista de sus dos administraciones anteriores, transcurridas en medio del auge paramilitar y de numerosos escándalos de corrupción. Se impuso en ellos el “todo vale”, incluyendo delitos y “falsos positivos”, como medio para lograr el fin de la insurgencia, todo urdido desde la llamada Casa de Nari donde se cocinaba todo tipo de entuertos.

El voto en blanco no fue tan significativo como lo aseguraban sus promotores. Apenas coronó el 4,03% sin colmar las expectativas creadas por los medios de comunicación. Santos ganó gracias al apoyo de la izquierda y de importantes sectores sociales y sindicales, además de abstencionistas de la primera vuelta que dieron el voto en la segunda en favor de la paz.

No hubo acuerdos políticos ni pactos, mucho menos un programa común. Fue la simple coincidencia en el tema de la paz, de la continuación de los diálogos con las FARC-EP y el ELN. Aunque en el transcurso de la campaña electoral, el presidente-candidato hizo numerosas promesas a los sectores más empobrecidos, a los trabajadores, a los campesinos, a la juventud y a las mujeres.

Ahora Santos debe cumplir. Debe asumir los diálogos con mayor decisión, sin tantas concesiones a los militaristas y debilidades ante la extrema derecha uribista. En el entendido de que la paz es con democracia y justicia social. La mesa de La Habana debe allanar el camino hacia el acuerdo político, al igual que la que pronto comenzará con el ELN. Sin afanes ni presiones, menos con imposiciones unilaterales como la llamada justicia transicional y el referendo, escuchando a las comunidades, a las organizaciones sociales y populares, al fin y al cabo las más afectadas por el conflicto.

Santos no recibió un cheque en blanco. Fue la coincidencia en un punto trascendental, la paz que los colombianos están urgiendo y en consecuencia votaron por ella.

La izquierda y los sectores democráticos y sociales no irán al Gobierno. Permanecerán en el nudo de la contradicción con un presidente que no representa sus intereses, que no modifica el modelo económico ni replantea los TLC lesivos a la soberanía nacional, que se niega a la reforma de las Fuerzas Militares y de Policía, ligadas a los intereses de la guerra como lo demostraron varios de sus miembros que apoyaron con descaro a Zuluaga.

El Frente Amplio por la Paz es independiente del poder, es una alternativa democrática al establecimiento burgués y tradicional, es factor fundamental de la movilización popular y de masas, de las reformas políticas y sociales por un nuevo poder popular y de soberanía nacional. La lucha continúa. La victoria es cierta. Así decía el legendario líder guineano Amílcar Cabral, quien logró al frente de su pueblo la independencia nacional y pudo regir su propio destino sin la férula colonial.

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