miércoles, abril 24, 2024
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Nelson Mandela: “Hice lo que me decía el alma”

‘Sudáfrica ha perdido a su hijo más grande’, dijo el presidente de ese país, Jacob Zuma, al anunciar al mundo el fallecimiento del primer presidente negro sudafricano, en la noche del pasado jueves. Conmovido, el mundo pone su vida como ejemplo de lucha por la libertad y la dignidad

Alberto Acevedo

“La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él considera su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré toda la eternidad. Los verdaderos líderes deben estar dispuestos a sacrificarlo todo por la libertad de su pueblo. Si yo tuviera el tiempo en mis manos, haría lo mismo otra vez. Lo mismo que haría cualquier hombre que se atreva a llamarse a sí mismo un hombre”.

En estos términos, extractados de una entrevista, cuando estaba en pleno ejercicio de su trabajo político, con una increíble agudeza, pero también con una nobleza y sencillez infinitas, Nelson Mandela, el icónico líder sudafricano que acaba de fallecer, se refería al sentido de su vida. La misma que hoy la humanidad progresista, los hombres de buena fe sobre la tierra, enarbolan como bandera y ejemplo de lucha a seguir.

Lo que la humanidad reivindica y reconoce en este líder contra la discriminación racial, que en su país se conoció como el apartheid, es que Mandela se convirtió en el libertador del África negra. Fue un hombre de su tiempo que vivió una tercera parte de su vida en prisión, por la defensa de sus ideales libertarios, por su lucha contra la segregación racial y étnica, que en su país fue la más dura y cruel expresión de discriminación que se haya conocido en el siglo XX.

En este sentido, Mandela no es sólo patrimonio del África. Es un sentimiento de lucha que ha transformado de alguna manera al mundo. Los hombres de esta época no seremos los mismos después de Mandela. Este líder heroico no sólo cambió la historia de su país de una manera que nadie pudo concebir, sino que para el resto de la humanidad dejó un legado de lucha sin cuartel contra un enemigo poderoso, pero también un mensaje de amor, de perdón, de reconciliación para el género humano.

Desde la cárcel, donde estuvo sepultado durante 27 años, en medio de crudelísimas condiciones de vida, infrahumanas, se convirtió en una leyenda, en un símbolo de las fuerzas progresistas del mundo. Fue tanta la presión internacional por obtener su libertad, y en este sentido tan tenaz el esfuerzo de la Unión Soviética por lograrlo, que el entonces presidente de Sudáfrica, Peter Botha, le propuso a Mandela excarcelarlo si renunciaba a la lucha armada.

Este hombre inmenso, que jamás renunció a sus principios, le respondió de inmediato al gobernante: “Los prisioneros no pueden asumir contratos. Sólo pueden negociar los hombres libres”.

No un simple pacifista

A propósito, es justo aclarar que ahora los líderes occidentales se esfuerzan por mostrar a Mandela como un pacifista, seguidor a ultranza de las tesis de Gandhi. No es del todo cierto. Siguiendo al apóstol hindú, Mandela proclamó métodos no violentos de lucha, causa que abrazó desde el comienzo de su vida política hasta el final de sus días.

Pero cuando vio que la vía pacífica para alcanzar las transformaciones sociales se agotaba ante la intolerancia de las clases dominantes, no vaciló en proclamar la lucha armada, y él mismo reclutó durante su juventud a cientos de combatientes, que engrosaron los ejércitos insurgentes. En 1961, los partidos que integran el Congreso Panafricano, con Mandela a la cabeza, llaman a la lucha armada y al alzamiento general a todo el pueblo.

Este aspecto de la vida del patriota sudafricano, lo reivindica acertadamente la Delegación de Paz de las FARC-EP, que el mismo día en que se conoció su fallecimiento declaró: “Los revolucionarios del mundo aprendimos del ejemplo de Madiba. Contrario a lo que hoy pregonan hipócritas aduladores y oportunistas, Mandela nunca fue un simple pacifista. Fue un revolucionario integral, que asumió consecuentemente la resistencia popular armada contra un orden social ilegítimo e injusto. Con la razón de su parte, desafió la tiranía desde la prisión, mostrando el temple acerado de su talante”.

Una bendición

De dimensiones colosales han sido las expresiones de dolor expresadas por el mundo democrático y progresista y por numerosas personalidades del arte, la cultura, la política. Uno de sus compatriotas, el también Premio Nobel de la Paz, el reverendo Desmond Tutu, dijo que “el legado de Madiba no solo es una bendición para los sudafricanos, sino un camino que reclama la continuidad y el desarrollo”.

El secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, lo define como “uno de los gigantes del siglo XXI, por su papel de líder contra el apartheid. La gente del mundo entero fue inspirada por su notable vida y ejemplo”. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas guardó un minuto de silencio en su memoria. Varios gobiernos en el mundo decretaron días de duelo nacional y ondearon sus banderas a media asta para exteriorizar su dolor.

El presidente Evo Morales lo calificó como “un hombre indomable, un gigante”. Expresiones de solidaridad a su familia y su pueblo fueron expresadas también por el presidente Obama, de Estados Unidos; el primer ministro británico David Cameron; por el mandatario colombiano, Juan Manuel Santos y por centenares de gobernantes de los cinco continentes.

Una sociedad libre

Al cierre de esta edición, el gobierno sudafricano preparaba funerales de jefe de estado para Mandela, en tanto que mandatarios de varias naciones, incluyendo los Estados Unidos, Cuba, Venezuela y otros países, anunciaban su presencia en las honras fúnebres.

Muchas son las enseñanzas que los demócratas y revolucionarios del mundo recuerdan de Mandela, y que se yerguen como faro que ilumina su camino de redención social. Con acierto, a este respecto, decía una vez el líder desaparecido: “Ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás”.

“Siempre he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que las personas puedan vivir juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal para el que he vivido. Es un ideal por el que espero vivir, y si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”, sentenció Mandela en 1961. Mientras exista una estructura social de privilegios, a costa del sufrimiento de millones, las palabras de Mandela seguirán siendo una bandera que las nuevas generaciones habrán de empuñar.

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