martes, abril 23, 2024
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Mercados campesinos en Colombia

Peter Rosset

Desde finales de la década de 1940, Colombia ha tenido una larga sucesión de gobiernos que pueden considerarse los más contrarios a los campesinos y campesinas del mundo. Varios cientos de miles de campesinos han sido asesinados, y muchos más se han convertido en desplazados internos, por la acción conjunta del ejército, los escuadrones de la muerte de los paramilitares, los traficantes de droga y el fuego cruzado entre los distintos movimientos guerrilleros y las fuerzas gubernamentales. Tras décadas de propaganda gubernamental anticomunista, para los habitantes de las ciudades la palabra “campesino” equivale prácticamente a “subversivo”, en un clima en el que la muerte extrajudicial de los subversivos es algo “normal”.

Entonces, ¿cómo se explica que las organizaciones campesinas (algunas de ellas miembros de La Vía Campesina y otras, aliadas), conjuntamente con religiosas promotoras de la agricultura ecológica y con investigadores del mundo académico de la ciudad, hayan podido conseguir una política muy propicia para la promoción de mercados campesinos en la capital, Bogotá?

Mercado400

A mediados del 2000, la alcaldía quiso reestructurar la distribución de productos frescos en la capital a través de la creación de una serie de mercados que fueran puntos de transferencia “inter-nodal” entre las compañías del sector del agronegocio rural y las grandes cadenas de supermercados. Parecía que los campesinos y campesinas, que habían surtido tradicionalmente a los mercados mayoristas de Bogotá, iban a verse apartados y a quedarse sin trabajo. Pero la coalición rural-urbana existente planteó una contrapropuesta: el gobierno local debía abrir diez nuevos mercados de campesinos y prestarles apoyo. La alcaldía se resistió, alegando que los campesinos convertirían las bonitas plazas de la ciudad en “barriadas de chabolas”. Pero las tácticas de presión le indujeron a aceptar un mercado de prueba. Para su gran asombro, la participación de los campesinos fue muy ordenada y bien organizada, y los consumidores urbanos, deseosos de productos frescos de calidad, estuvieron encantados. Entre esos buenos resultados y las nuevas elecciones municipales, el gobierno local cambió de postura y aceptó abrir varios mercados. En 2010, unas 2.500 familias campesinas ya obtenían unos ingresos anuales de más de 2 millones de dólares.

Construyendo la soberanía alimentaria

Los aspectos más interesantes tienen que ver con los objetivos, la organización, y otros logros del movimiento campesino. Un objetivo consistía en contar con mercados en vecindarios de todas las clases sociales, y acordar precios que fueran siempre más bajos que los precios de los supermercados, pero que no dejaran de ser rentables para los agricultores, debido a la supresión de los intermediarios. Lo han conseguido. Otro objetivo era acabar con la estigmatización del campesinado, cambiar la percepción que los habitantes de las ciudades tenían del campesinado como gente subversiva que había que eliminar, por la de productores valorados y confiables de alimentos saludables y asequibles. Las encuestas han demostrado que este cambio de imagen está prendiendo. El objetivo era utilizar los mercados para organizar y dar formación política a los campesinos. Así, cuando van a vender a Bogotá, asisten a seminarios sobre el proceso de formulación de políticas públicas. Cuando vuelven a sus pueblos, ellos mismos demandan mercados de agricultores, y se han organizado en asociaciones para repartir los costes de transporte, que en muchos casos han conseguido presionar a los municipios rurales para proporcionar camiones para transportar los productos al mercado.

Finalmente, los mercados han ayudado a promover la transición a la agricultura ecológica. Esto se ha llevado a cabo con mucha astucia. Todos los agricultores ecológicos venden bajo una misma gran carpa verde, con el acuerdo de que sus precios no sean más elevados que los de los agricultores convencionales de los demás puestos. Lógicamente, los consumidores entran primero en la carpa verde, y solo empiezan a comprar en los demás puestos cuando todo lo ecológico se ha vendido. Enseguida, los otros campesinos se empiezan a interesar. Cuando finalmente manifiestan interés por la agroecología y la agricultura ecológica (sin que nadie les haya presionado para ello) se les pone en contacto con religiosas que, a su vez, los ponen en contacto con otros campesinos para que se conviertan en sus mentores en agroecología.

Actualmente, los mercados campesinos de Bogotá están contribuyendo vigorosamente a la soberanía alimentaria, proporcionando a los campesinos y campesinas de cuatro provincias una opción de mercado muy rentable, impartiendo una formación política que está dinamizando la lucha por políticas de soberanía alimentaria en sus municipios de origen, y cambiando la percepción que tiene la sociedad del campesino de modo muy positivo, además de promover la transición a la agroecología de forma atractiva.

En muchos de nuestros países nos sentimos impotentes ante las escasas perspectivas de lograr políticas que promuevan la soberanía alimentaria. Parece que nuestros gobiernos se muestran demasiado hostiles a los agricultores y demasiado proclives a las grandes compañías agrarias y las cadenas de supermercados como Walmart y Carrefour. Ante esta sensación, debemos reflexionar sobre la experiencia de Bogotá. No cabe duda de que si eso es posible precisamente en Colombia, deberíamos ser capaces de hacer algo así en cualquier parte.

Más información sobre los mercados campesinos de Bogotá en http://www.ilsa.org.co

Boletín Nyéléni

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