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Los desarrollos de la república artesana de 1854

El ‘golpe’ de Estado fue para frenar la expansión librecambista y la ruina de los artesanos. La ‘dictadura’ rebajó el sueldo del jefe de Estado; estableció empréstitos forzosos a los grandes capitalistas; creó escuelas y talleres. Ni un solo preso, ni un fusilado, ni un desterrado.

José María Melo, pionero de las luchas obreras
José María Melo, pionero de las luchas obreras

Alfredo Valdivieso

¿Quién era ese José María Obando, presidente de la república derrocado el 17 de abril de 1854 mediante un ‘golpe de Estado’? En su juventud y hasta 1822 fue teniente coronel del ejército realista y se incorporó a las filas del Ejército Libertador sólo tras las victorias de Boyacá y Carabobo, para acudir al combate contra los pastusos. Nombrado por Santander jefe civil y militar de la ciudad de Pasto cometió toda suerte de tropelías contra su población, lo que generó repudio contra las tropas bolivarianas. Se le acusó –aunque no se le probó por la falta de declaración de testigos clave– del asesinato del Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, por lo que sectores populares lo llamaban “el tigre de Berruecos”.

Fue elegido en 1853 como presidente por la fracción liberal draconiana, en oposición a la gólgota, pues los conservadores no presentaron candidato. El apoyo de los artesanos a Obando fue esencial, ya que tras la frustración (el “Desengaño” –frente a López– lo llamaron en un publicitado artículo de la democrática), y por carecer de independencia de clase, optaron por alinderarse con los contrarios de López sin una candidatura propia y autónoma. Desde la presidencia Obando creó el Partido Nacional (luego retomado por Caro y Núñez).

En contra de su gobierno se alzaron en unidad los gólgotas y los godos; semiparalizaron el gobierno e intentaron liquidar los restos del Ejército Libertador, por lo que Obando concedió más prebendas a la burguesía y al naciente imperio norteamericano. Los artesanos, convencidos de que las defecciones de Obando podían paralizarse con su mayor respaldo, le ofrecieron la dictadura el 17 de abril. Ante su negativa pusilánime, lo encarcelaron e impusieron como ‘dictador’ a José María Dionisio Melo, quien no quiso aceptar el título de presidente, sino simplemente de jefe de Estado.

¿Quién era ese Melo?

¿Quién era ese Melo? Campesino chaparraluno de origen pijao, se enroló en el Ejército Libertador en abril de 1819, antes de la Batalla de Boyacá. Participó de varias batallas de suma importancia como Bomboná, Pichincha, Junín y Ayacucho; en el sitio del Callao y en la batalla del Portete de Tarqui, entre otras muchas. Participó de la defensa inclaudicable de Bolívar y de la breve dictadura de Rafael Urdaneta.

Como parte del Convenio de rendición salió deportado con otros militares hacia Venezuela. En este país, en 1835, se alzó en armas con varios militares bolivarianos, entre ellos el edecán de Bolívar, Luis Peru de Lacroix, autor del célebre ‘Diario de Bucaramanga’, para tratar de obtener el restablecimiento de la Gran Colombia y limitar el poder de la oligarquía importadora; pero tras la asunción al poder de José A. Páez fueron separados de sus familias y deportados.

Durante su estancia en Europa, por cinco años, se relacionó con el naciente movimiento obrero y con las ideas del socialismo utópico. A su regreso a Ibagué llegó a ser jefe político del cantón y participó de la creación de la Sociedad Democrática de esa ciudad, que levantó como consignas centrales, además de la impugnación al librecambismo con Inglaterra, Francia y los EEUU, la defensa de los resguardos indígenas y la derogatoria del Tratado Mallarino-Bidlack de libre comercio y navegación con los EEUU de 1846, suscrito por el gobierno de Mosquera, tratado que entregaba a los EEUU, hasta la posibilidad de ocupar Panamá y la navegación “por canales”.

En 1851 después de promulgada la ley de libertad de los esclavos y por el alzamiento militar de liberales y conservadores terratenientes y esclavistas, el gobierno de López lo ‘rehabilita’ y llama. Con la victoria es proclamado comandante del ejército en Cundinamarca. Pero el gobierno, en lugar de impulsar lo que fue una de sus promesas de campaña, la entrega de los ejidos al pueblo, permite su enajenación y el acaparamiento de esas tierras en manos de los latifundistas.

En el Valle del Cauca, los indígenas junto a los artesanos organizan la ‘era del zurriago’ para castigar a los latifundistas que se adueñaron de los ejidos y ocupan de hecho los mismos, lo que permite incluso que en el siglo XX muchos fueran todavía propiedad común y se diera su ocupación con barrios obreros. Los reaccionarios fueron derrotados en todo el país por los artesanos.

Golpe de Estado

Antes del golpe de Estado y ante la inminencia de los intentos de destrucción de los restos del Ejército Libertador, limitándolo a una irrisoria cifra y aboliendo el rango de general, los artesanos comenzaron a desfilar con los fusiles recuperados del Estado desde el 14 de abril. Su lema: “Vivan los artesanos y el ejército, abajo los monopolistas”.

Con la toma del poder por Melo, investido por la muchedumbre reunida, le acompañan en el gabinete varios dirigentes intelectuales socialistas, entre ellos Joaquín Pablo Posada, quien se encarga de divulgar las razones del movimiento desde los periódicos “El Alacrán” y “17 de Abril”; Francisco Antonio Obregón, secretario de gobierno; Ramón Ardila, encargado de la organización de milicias y teniente coronel de las milicias artesanas; y artesanos de tanta talla como Miguel León, Camilo Rodríguez y José Vega, quienes mueren en las batallas de esa guerra; y decenas de esclarecidos dirigentes.

El ‘golpe’ de Estado fue una especie de medida defensiva contra los intentos de alzamiento militar godo y una drástica acción para frenar la expansión librecambista y la ruina de los artesanos y la naciente industria. Buscaba además dar por terminado el Tratado Mallarino-Bidlack que garantizaba la permanencia gringa en el Istmo, cosa que hicieron con largueza hasta separar Panamá de Colombia en 1902. Fue por eso que, desde el mismo comienzo de la revolución artesana-militar y con la asunción al poder por Melo, el ministro norteamericano (embajador) James Green comenzó tratos con la reacción para desde dentro derrocar el gobierno.

Hay pruebas documentales y testimoniales de cómo ese embajador y el de Gran Bretaña, además de conspirar, otorgaron refugio a los enemigos abiertos, guardaron como bancos los capitales saqueados, tramitaron empréstitos a nombre del Estado granadino, entregaron armas (4.500 entre fusiles y rifles) y pertrechpionero de las luchas obrerasos y luego se trasladaron a sitios diferentes de Bogotá; y para ‘celebrar’ el derrocamiento de la ‘dictadura’ ofrecieron un ambigú el 12 de diciembre en Bogotá. Pero además en esos días se presenta el primer episodio de “vigilancia” de nuestras costas por parte de los buques gringos ‘Decatur’ y ‘Massachusetts’.

La dictadura

La ‘dictadura’ asumió como una de sus primeras medidas rebajar el sueldo del jefe de Estado de mil a 600 pesos; establecer unos ‘derrames’ (empréstitos forzosos, que no confiscación y ni siquiera expropiación) a los grandes capitalistas importadores; crear escuelas y talleres; fomentar la industria propia, fortalecer la educación, etc. Ni un solo preso, ni un fusilado, ni un desterrado. Por eso Eduardo Lemaitre la llamó “una dictadura sui generis”.

Desde el comienzo se creó el primer frente nacional de nuestra historia por parte de los godos y las dos fracciones liberales, reclutando a la brava y bajo torturas inenarrables a mesnadas especialmente campesinas; jugaron un papel esencial –¡cómo no!– los curas. Las primeras acciones en Zipaquirá y aledaños significó una fulgurante victoria de los ‘dictatoriales’; pero la indecisión y el ánimo de hacer una transición sin sangre hicieron que no se tomaran las medidas y previsiones, no se llegara a Honda y a Boyacá y el actual Santander para frenar el avance del enemigo, por lo que finalmente unos diez mil hombres invadieron Bogotá, defendida por unos 3.500 hombres, de los cuales más de mil artesanos.

En la batalla del 3 y 4 de diciembre sucumbieron unos 500 artesanos, varios centenares de ‘dictatoriales’, pero varios cientos de atacantes reclutados a la brava perecieron igualmente. La derrota militar de los artesanos y de Melo dio como consecuencia la liquidación definitiva de los restos del Ejército Libertador y la creación de las montoneras militares de los latifundistas que asolaron el país con más de una docena de guerras civiles. Los artesanos, especialmente, fueron deportados a morir a la zona de Chagres, las terribles selvas de Panamá; muchísimos fueron ahorcados en los árboles, fusilados o ahogados en ríos y quebradas. Algunos militares, encabezados por Melo, fueron deportados con rumbo a Nicaragua.

En este país estuvo Melo, que fue recibido con honores y contribuyó con su accionar en la lucha contra el pirata invasor gringo William Walker; lograda la victoria de los patriotas pasó a El Salvador, donde se le confirmó el grado de general y fue director de la escuela militar; por desavenencias con el gobierno salió a Guatemala, como general. En dicha república, por razones ideológicas, en especial relacionadas con la corriente librecambista, partió al sur de México.

Su arribo a México, a la zona de Chiapas, le encontró con la lucha de los patriotas contra los reaccionarios conservadores que apoyaban a los franceses en su intento de imponer a Maximiliano como emperador del país azteca. Por solicitud del gobernador de esa zona, señor Corzo, el presidente de México, Benito Juárez, lo confirmó en el rango de general. Melo organizó una compañía de caballería y se ubicó en la ciudad de Comitán. Allí fue emboscado de madrugada y fusilado sin juicio el 1 de junio de 1860 en la hacienda Juncaná. A su muerte tenía solo un reloj, una cartera y cuatro pesos.

Su ejemplo internacionalista, pionero de las luchas obreras, debería ser exaltado de forma permanente; es el llamado, y a honrar la memoria de Russi, León, Rodríguez y Vega, entre otros de los esclarecidos héroes de la república artesana.

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