jueves, abril 18, 2024
InicioEdición impresaLa historia a contrapelo: Víctimas educadoras

La historia a contrapelo: Víctimas educadoras

La ausencia de deseo de venganza en las narrativas de las víctimas nos enseña que es posible una vida sin odio y resentimiento, que es posible contagiar a otros seres humanos de la posibilidad real de sociedades solidarias y compasivas.

Foto Movice
Foto Movice

Sergio de Zubiría Samper

La filósofa Susan Sontag afirma: “la compasión es una emoción inestable, necesita traducirse en acciones o se marchita”. Destacamos la importancia de la primera sesión de las víctimas frente a la Mesa de La Habana y su intento por superar aquella estratificación entre víctimas de primera y de segunda o entre víctimas según actores armados. Pero aún no hemos visibilizado el hecho que atiende a la advertencia de Sontag: las víctimas se han transformado en víctimas educadoras. Su duelo y sufrimiento se convirtió en acciones formativas para la sociedad colombiana. Basta escuchar con atención la rueda de prensa y las posteriores entrevistas en los medios, para reconocer las dotes pedagógicas y la consistencia personal de nuestras víctimas.

Planes de convivencia democrática y deslegitimación de la violencia han empezado a implementarse en las aulas escolares a partir de las voces de las víctimas, en sociedades como la vasca y la chilena. Las víctimas deben hacer parte del currículo porque en las aulas ha predominado un silencio selectivo que impide el relato de aquellas personas que han sufrido violencias injustas y que tienen un testimonio que es pedagógico.

En este tránsito colombiano a su conversión en víctimas educadoras hemos escuchado en estos días profundas reflexiones y las que vendrán en las múltiples audiencias que nos esperan. Merece la pena evocar algunas acciones educativas de esta inmensa riqueza. En primer lugar, la ausencia de deseo de venganza en las narrativas de las víctimas nos enseña que es posible una vida sin odio y resentimiento, que es posible contagiar a otros seres humanos de la posibilidad real de sociedades solidarias y compasivas. Que la verdadera justicia no puede confundirse con la agresión al culpable o la eliminación del victimario. Son iluminadoras las palabras de Janeth Bautista: “No tenemos ningún sentimiento de venganza, ese es nuestro aporte a la democracia”.

En segundo lugar, la conciencia de que las injusticias vividas nos permiten experimentar cómo cada víctima individual representa a todas las víctimas en aquello que las hace substancialmente víctimas. En la comunidad de sufrimiento no existen jerarquías y el deber de la memoria de las violencias injustas no tiene ránking. La condición de víctima amplía la sensibilidad frente a cualquier violencia injusta ejercida contra cualquier ser humano o especie vital. Lo dice Débora Barros: “El dolor, las lágrimas y el sentimiento que nos embarga a todas las víctimas es uno sólo… sea cual sea el actor”.

Tercero, las narrativas de las víctimas generan una reflexión autónoma y crítica a favor de actuaciones no violentas que transforman la actitud ante los seres humanos con perspectivas diferentes, aprender a vivir juntos en medio de nuestras diferencias.

RELATED ARTICLES

Most Popular

Recent Comments