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La Comuna de París y El Capital

La experiencia de la Comuna de París influyó de manera determinante en los ajustes que Marx hace en el apartado sobre el fetichismo.

Comuna de París.
Comuna de París.

Yebrail Ramírez Chaves

Durante el comienzo de la primavera de 1872 en Londres, Marx escribió unas pocas palabras en agradecimiento a Maurice Lachâtre, un editor francés que por los años de la guerra franco-prusiana colaboró en el periódico Le combat -cuyo director y fundador fue el líder comunero Félix Pyat-, por dirigir la primera edición francesa de El Capital. Estas palabras constituyen el Prefacio de la nueva entrega.

La obra de Marx en su traducción al francés se publica en el primer aniversario de la Comuna de París, aquella gesta heroica del proletariado parisino, que en el marco de su imponente revolución destruyó la Columna Vendôme, erigida en 1808 en el centro de la Plaza Vendôme por orden de Napoleón I, con el fin de conmemorar la victoria, en la Batalla de Austerlitz, del Primer Imperio Francés frente la Tercera Coalición conformada por el Reino Unido, Austria y Rusia principalmente. La Columna fue derribada por vez primera durante la Restauración Borbónica en Francia iniciada en 1814 y que posicionó en el trono a Luis XVIII. Años más tarde, en 1863, Napoleón III ordenó restaurar la Columna en honor a su tío y lo que él representaba, sin sospechar siquiera que los comuneros de París la derribarían, por segunda vez, durante la Comuna, tras considerarla un monumento al despotismo, al chovinismo y al militarismo.

La segunda destrucción de la Columna Vendôme estuvo acompañada de la edificación del primer régimen de democracia obrera en la historia, luego de romper el proletariado con el dominio de clase de la burguesía de París. Lo que supone la edición francesa de la obra cumbre de Marx -además de rendir un homenaje a los obreros masacrados defendiendo la causa de la emancipación- es el primer gran “ajuste de cuentas” de El Capital con la historia. Así como el Manifiesto del Partido Comunista fue puesto a prueba por las revoluciones de febrero y junio de 1848 en Francia y Alemania, y posteriormente por la Comuna, así mismo El Capital tuvo que entenderse con la “primera conquista del cielo por asalto”, ocurrida cerca de cuatro años después de la publicación de su primer tomo en julio de 1867.

La edición francesa y el fetichismo de la mercancía

Pero, ¿cómo la experiencia de la Comuna de París enriqueció El Capital? Marx, en el Epílogo a la edición francesa, redactado en abril de 1875, nos remite al Epílogo de la segunda edición en alemán de El Capital, escrito en enero de 1873. En estos pasajes señala el Moro que ha “modificado en gran parte el apartado final del primer capítulo, que lleva por título ‘El fetichismo de la mercancía’, etc.”. La experiencia de la Comuna de París influyó de manera determinante en los ajustes que Marx hace en el apartado sobre el fetichismo. Para Raya Dunayevskaya -en su trabajo Marxismo y libertad. Desde 1776 hasta nuestros días-, “previo a esta edición [francesa], no estaba muy claro [el problema del fetichismo] para nadie, ni para Marx mismo”.

Dunayevskaya pone de relieve que la significativa modificación (ajuste y aclaración) que Marx hace en el apartado sobre el fetichismo de la mercancía gira en torno a comprender la esencia misma de la representación mística del trabajo cuando reviste la forma mercancía. En otras palabras, la pregunta (y la respuesta en parte se debe a la Comuna) de Marx es la siguiente: “¿De dónde emana, pues, el carácter misterioso del producto del trabajo a partir del momento que adopta la forma mercancía? Sólo puede emanar, evidentemente, de la forma misma”.

Adolfo Sánchez Vázquez, al final de su Filosofía de la praxis, dirá que “la mercancía es la forma que adopta el producto del trabajo concreto, determinado, del obrero en cuanto desaparece su determinabilidad o concreción para convertirse en partícula de un trabajo general, abstracto”. Por ello, la forma mercancía posee una doble objetividad, a saber: 1) La que es producto del trabajo concreto del obrero, de su objetivación, lo que provee los caracteres sensibles y físicos al objeto producido, y 2) la objetividad que se asienta sobre la primera, en la medida que el trabajo concreto se convierte en un momento subordinado del trabajo abstracto; esta segunda objetividad hace del producto del trabajo humano un objeto-mercancía. Luego, si la forma mercancía sólo surge allí donde el trabajo concreto es una “partícula” del trabajo abstracto, lo que se objetiva en este caso es una determinada relación social.

El misterio se produce cuando la determinación de la magnitud del valor por el tiempo de trabajo socialmente necesario se encuentra oculta, mientras los movimientos fenoménicos de las mercancías como sus cualidades cósicas, sensibles, físicas, etc., son, en apariencia, los generadores del valor. Las mercancías resultan tener valor en sí y por sí mismas. Y con esto, la forma mercancía, como relación social que media entre los hombres, se presenta espectralmente, ante los hombres mismos, como una relación entre cosas que existen y valen sin el hombre pero que se imponen sobre él. Marx acude a la mesa danzante y al nebuloso mundo religioso para graficar este hecho.

Siguiendo el argumento de Dunayevskaya, en la primera edición de El Capital “Marx identifica la forma de mercancía como fetiche”, centrándose aún en la forma fantástica que adoptan de las relaciones de producción como intercambio de cosas; “es sólo después del estallido de la Comuna de París que su edición francesa cambia el énfasis de la forma fantástica de esta apariencia a la necesidad de esa forma de apariencia porque es eso, en verdad, lo que las relaciones entre personas son en el momento de la producción”.

En otras palabras, fetichismo es una expresión necesaria del modo capitalista de producción. La condición de existencia del fetichismo es el capitalismo. Y como las relaciones que establecen los seres humanos en estas condiciones históricas no pueden escapar al fetiche, Marx comprende que en la época actual es la forma mercancía -por ser la forma dominante de la producción material y espiritual de la sociedad- la que influye y determina, necesariamente, todas las esferas y manifestaciones de la vida humana amoldándolas a su imagen y semejanza, pues eso son las relaciones sociales de la época. El fetichismo de la mercancía la hace seductora y atrayente, y nuestra subjetividad queda absorta ante ella. El fetichismo es el moderno canto de sirenas.

Revolución socialista y anulación de la forma mercancía

Fueron los obreros revolucionarios de la Comuna quienes liberaron, con la supresión de la propiedad privada sobre los medios de producción, el trabajo de los límites propios de la producción de valores. Sin la mediación de la forma mercancía en las relaciones humanas, se nutre y despliega sin ataduras toda la vitalidad del ser social. Poner el acento en la necesidad de la forma mercancía como fetiche en las actuales condiciones históricas sólo puede derivar en la necesidad histórica de la revolución socialista, si de lo que se trata es de “anular y superar el estado de cosas existentes” para la emancipación humana.

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