miércoles, abril 17, 2024
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Getsemaní, resistencia novembrina

Los habitantes originarios del barrio están sometidos a un proceso conocido como “gentrificación”, silencioso, de un progreso falso que consiste en expulsar a una comunidad invadida por elementos y costumbres extrañas.

Libardo Muñoz

A orillas del Mar Caribe colombiano, en la muy leal Cartagena de Indias se encuentra el único barrio de Colombia que tiene himno propio. En las primeras cartas reales de la corona española Getsemaní aparece mencionado como el “arrabal”, término que abarca lo imaginable en materia de convivencia de generaciones, pasiones y clases sociales que para la época comenzaban a delinearse en el ya pujante puerto.

La palabra “arrabal” no tenía el significado de marginalidad y pobreza que hoy se le imprime a grandes grupos aplastados por el capitalismo. No es casualidad que la insurgencia rebelde del 11 de noviembre de 1811, la del grito de independencia absoluta de la corona, haya salido de la Plaza de la Trinidad, conducida por los hombres más esclarecidos de su tiempo, el cubano Pedro Romero, Ignacio Muñoz, Manuel Rodríguez Torices, el cura Omaña y cientos de valientes que no figuran en el mármol de la historia, pero que, igual, fertilizaron con su sangre los primeros surcos de la República naciente.

“Aquí nació la insurgencia del pueblo cartagenero, para que los chapetones se fueran de nuestro suelo / Linda Cartagena y su barrio de Getsemaní”. Esas primeras estrofas de la canción considerada el himno del barrio de Getsemaní son de uno de sus hijos notables y queridos, Luis Pérez Cedrón, conocido como “Lucho Pérez”, fallecido ya pero escuchado más en estos días del festejo novembrino, cuando el capuchón evoca y ridiculiza al Tribunal del Santo Oficio.

Un gigantesco mural

Barrio de raíces muy bien hundidas en la tierra arcillosa, Getsemaní, aún en nuestros días, parece un gigantesco mural pintado al fresco del temperamento cartagenero. Marginalmente orgulloso, de constitución arisca y guerrera, tiene su recinto amurallado propio, independiente del centro colonial que vemos todos los días. Un viajero avisado puede descubrir que Cartagena está doblemente amurallada. Lo de barrio “extramuro” aplicado a Getsemaní no es un eufemismo. El recinto amurallado pronto comenzó a ser desbordado, insuficiente y la población tuvo que buscar la “isla de Getsemaní”, donde ya se había levantado el Convento de San Francisco.

Carpinteros de ribera, zapateros, músicos, inquilinos ruidosos, siriolibaneses, farmaceutas, costureras, sastres, fundidores, buscavidas fueron el origen de un Getsemaní que se resiste a cambiar de modo de ser, que con toda seguridad ha cambiado muy poco de aquel que dio la voz de combate para exigir de la junta gobernante la firma del Acta de la Independencia que fue obligada a reunirse en aquella mañana soleada y aparentemente rutinaria. “¡Nadie sale con cabeza si no firma!”, amenazó Ignacio Muñoz en el rellano de la escalera del palacio, mientras la multitud rugía afuera y contenía al amenazante Cuartel del Regimiento Fijo unas cuadras más arriba.

Getsemaní se esfuerza por permanecer coherente con su pasado. Los habitantes originarios del barrio están sometidos a un proceso conocido como “gentrificación”, silencioso, de un progreso falso que consiste en expulsar a una comunidad invadida por elementos y costumbres extrañas.

La Fundación Gimaní Cultural todos los años realiza “El Cabildo de Getsemaní”, una mascarada que atraviesa la ciudad encabezada por una corte de Reina, Rey, cabildantes, matachines y tamboreros que evocan los reinos africanos de donde fueron arrancados por el látigo esclavizante.

Barrio del poeta Jorge Artel, Getsemaní fue bautizado así por el Dean Juan Pérez de Materano, en el siglo XVI, donde tuvo una huerta, un símil bíblico, habitada por desplazados por el esclavismo cuando la ciudad estaba ya dividida en castas.

Los defensores contra la alienación y la expulsión de los habitantes de Getsemaní dicen que el barrio es un resumen del hombre caribeño, donde se mantiene el valor de la familia, de la amistad entre vecinos que vieron crecer sus hijos unos con otros, y denuncian que los están sacando con el aumento de la estratificación, el encarecimiento de los servicios públicos privatizados y la exageración de una leyenda delictiva inmerecida. Enormes sumas de dinero originadas en la economía mafiosa, han hecho sucumbir a muchos getsemanicenses hasta salir del barrio y perder los lazos de la fraternidad.

El viejo puerto de galeones está cerca de Getsemaní, “El Arsenal” conserva su nombre y su horizonte de aguas quietas por donde entraron las especias de ultramar. El escritor y periodista cartagenero, Aníbal Esquivia Vásquez, uno de tantos cronistas locales inspirados por el pasado de la Ciudad Heroica, trazó estas líneas en su maravilloso libro “Lienzos locales” para dibujar a Getsemaní, el barrio del alzamiento novembrino: “Mediodía y sol de verano. Varadero y barcos tumbados, estopa y carena. Jarcia Muerta y lonas en triángulo. Dársena embreada, sudor honrado por músculos trabajadores”.

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