martes, abril 23, 2024
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Gabo en el octavo piso de la amistad

Gabo en el octavo piso de la amistad. Está visto que hasta la privacidad más insignificante le es difícil a una persona de genuina celebridad, sea literaria o de cualquier otro género. Y singularmente a Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura para gloria de las letras hispanoamericanas y honor de la Academia sueca

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Ángel Augier
cultura@granma.cu

Gabo en el octavo piso de la amistad. Está visto que hasta la privacidad más insignificante le es difícil a una persona de genuina celebridad, sea literaria o de cualquier otro género. Y singularmente a Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura para gloria de las letras hispanoamericanas y honor de la Academia sueca. Su transitoria presencia en el Poligráfico Granma, noticia por derecho propio, traspasó accidentalmente esa categoría a la simple visita del gran escritor a un viejo amigo -que fue disfrutada mutuamente en su particular naturalidad y privacidad- por la referencia a ella en sendas crónicas de Juventud Rebelde y Granma.

Cuando la cordial amiga Conchita Dumois, viuda del inolvidable director fundador de Prensa Latina, Jorge Ricardo Masetti, me comunicó el interés de Gabo en conocer las señas de mi domicilio, para visitarme, le expresé mi natural complacencia, pero le pedí decirle que me permitiera visitarlo yo a él, porque deseaba ahorrarle la molestia de subir al octavo piso de un edificio de La Habana del Este, cuyo ascensor está en reparación. Respuesta de Gabo: no tengo inconveniente en llegar por las escaleras al octavo piso. Me lo comunicó otro fraternal compañero que también fue redactor de PL, su tocayo Gabriel Molina, activo director de Granma Internacional, que le acompañó en la visita.

Y así llegaron ambos Gabrieles a nuestro apartamento -de mi esposa Mary Cruz y mío- del octavo piso, sonrientes y sin aparente cansancio, y así pude abrazar a un Gabo de sólida contextura física, a plenitud de la salud de cuerpo, mente y espíritu que le es propia, y que se explaya incesante en su ingeniosa charla- y naturalmente en su inconfundible prosa. Evocamos aquellos intensos días de ¿1960, 1961? (previos a la gesta de Playa Girón), cuando La Habana era una plaza en pie de defensa, con los milicianos en las calles con la guardia en alto y los edificios de La Rampa protegidos por las posibles trincheras de sacos de arena.

Fue en aquella Habana en tensión cuando Gabo, miembro de la corresponsalía de PL en Colombia, me fue presentado por Masetti más o menos como «joven pero muy conocido periodista y escritor, que ya ha logrado algunos premios literarios en su país». Como otros corresponsales de la Agencia en Sudamérica, era invitado a conocerla por dentro durante varias semanas. Aunque no estaba obligado, con frecuencia redactaba Gabo algunos cables, y no olvida que el Secretario de Redacción que era yo le hacía correcciones. «Tu lápiz era demoledor, en particular me suprimías los gerundios, que tanto usamos los sudamericanos». Y reímos por la aplicación de ciertas reglas de estilo del periodismo cablegráfico que ya hemos olvidado; y recordamos los restaurantes de la zona de La Rampa que recorríamos en las horas del económico y urgente yantar de entonces.

En el marco de una conversación caracterizada por la confianza, dentro de su natural ambiente privado, de desnuda sinceridad, de intimidad amistosa, ajeno a ulterior trascendencia, el compañero Molina y yo coincidimos en que lo que nos unió a Gabo con entrañable amistad, cuando ignorábamos sus valores intelectuales y no podíamos concebir el futuro alto grado de su significación en la literatura universal, no fue solo su solidaridad con la Revolución cubana.

Fue también su autenticidad personal, su profundo calor humano acompañado de talento y simpatía singulares y sus raíces en el alma popular, en el sentimiento de lo autóctono latinoamericano, tan evidente en su persona. Todo esto habría de expresarse genialmente en su futura obra literaria, para exaltarlo a la fama, sin que esta haya afectado los valores originales de su autenticidad personal, de su modestia y sencillez campechanas. Ni su nativo «mamagallismo», versión costeña colombiana de nuestro «choteo» criollo.

Recordamos a Masetti, que trocó su pluma de gran periodista por el rifle del heroico guerrillero Comandante Segundo, a Nicolás Guillén y a otros compañeros, y a hechos y circunstancias de entonces. En la única alusión a literatura ajena, Gabo se interesó por las novelas de Mary Cruz -Los últimos cuatro días, Colombo de Terrarrubra, Niña Tula, El que llora sangre-. Lógicamente, quien esto escribe no dejó de dedicarle alguno que otro de sus libros. No podía faltar la curiosidad por la obra inmediata de un Premio Nobel.

Con su habitual naturalidad, como si se tratara de obra ajena, mencionó Gabo las ya notorias mil páginas de su próximo primer libro de memorias, que termina en la publicación de su primera novela La Hojarasca. Pero añadió: que le seguirá el segundo libro de memorias, de otras mil páginas, que llegará hasta la sensacional Cien años de soledad. Y algo más: habrá un tercer volumen de memorias, el libro de los Presidentes, sobre los jefes de Estado latinoamericanos de su cercana amistad, comenzando con el general Omar Torrijos.

Molina comentó la reciente noticia sobre la posible confirmación de la sospecha de asesinato del combativo líder panameño, en criminal complot imperialista, y no muerte en normal accidente de aviación. Gabo quedó silencioso, pensativo, y murmuró algo así como que hubo la posibilidad de que él pudiera haber acompañado a Torrijos en ese vuelo fatal.

Le hablé con entusiasmo a mi querido e ilustre visitante sobre la deliciosa lectura del libro sobre el que escribí una reseña en Granma, titulado Los García Márquez, de la escritora colombiana Silvia Galvis: una colección de entrevistas a nueve de los diez hermanos de Gabo, repleto de fabulosos testimonios de primerísima mano sobre la familia en general y en particular del escritor.

A Gabo se le iluminó el semblante, y dijo, sonriente, que es un libro tan revelador y portentoso, que le aportó precioso material para sus memorias. Así, en líneas generales, se desarrolló esta visita personal, privada, cuya privacidad me llenaba de orgullo, pues a nadie hablé de ella, del alto honor y de ese generoso calor del corazón que es una amistad sincera. Pero el periodista no ha podido resistir la tentación divulgadora, no tanto por la insinuación del compañero Pedro de la Hoz. No siempre es morbosa la curiosidad periodística, porque, en definitiva es reflejo de la curiosidad pública, sobre todo cuando se trata de un gran escritor mimado, admirado, por los lectores del mundo, siempre ansiosos de sus pasos y proyectos, privilegiados por la notoriedad… Está visto que no hay privacidad para los inmortales…

Granma

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