miércoles, abril 24, 2024
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Furia campesina en Los Andes

Dionisio Pacheco Acuña
Docente Escuela de Economía UPTC

Curiosamente mientras en días pasados el gobierno nacional y los medios de comunicación exaltaban las bondades del campesinado boyacense representadas en la hazaña deportiva del ciclista Nairo Quintana, hoy en medio del paro nacional agrario el gobierno y la mayoría de los medios de comunicación solo exaltan el supuesto terrorismo de los grupos de campesinos inconformes con las políticas de apertura económica implementadas a lo largo de los últimos 23 años.

Manifestación de campesinos boyacenses, estudiantes, trabajadores y ciudadanos que apoyan el paro nacional agrario, en la Plaza de Bolívar de Tunja, el pasado 24 de agosto. Foto Winston Porras.
Manifestación de campesinos boyacenses, estudiantes, trabajadores y ciudadanos que apoyan el paro nacional agrario, en la Plaza de Bolívar de Tunja, el pasado 24 de agosto. Foto Winston Porras.

Como boyacenses nobles, pacíficos y trabajadores, sorprende que la respuesta ante el justo reclamo de los habitantes del campo y de la ciudad (estudiantes), sea el enorme despliegue de fuerza pública y fuerza mediática en contra del movimiento agrario, los pocos que equilibran la información e incluso alertan sobre la brutalidad policiaca en especial del ESMAD, son las redes sociales y uno que otro medio de comunicación alternativo.

En medio del paro nacional agropecuario, es bueno recordar que a pesar de las políticas de importación masiva de alimentos y de abandono total hacia el campesinado colombiano, asistimos tal vez a la última de las batallas por la subsistencia de las comunidades rurales que según el informe de la ONU (“Colombia rural razones para la esperanza”, 2011) aún se aferran a su parcela y cultura campesinas. Comunidades o grupos ecológicos los denominó en su momento el sociólogo costeño Orlando Fals Borda: “Campesinos de los Andes”, 1955 y “El hombre y la tierra en Boyacá”, 1957. Una profunda radiografía de las comunidades rurales asentadas en el altiplano cundiboyacense y que a pesar del tiempo se mantiene vigente principalmente en lo relacionado con las costumbres y tradiciones campesinas exaltadas majestuosamente por el carrangero mayor Jorge Velosa, una voz ausente en el actual conflicto rural y agrario.

Conflicto rural y agrario, en la medida que las políticas de desarrollo implícitas en el marco general de los últimos planes nacionales de desarrollo solo apuestan por un escenario de agricultura empresarial a gran escala, donde la cultura campesina desparece en virtud de la inversión del gran capital y de la proletarización del trabajo en el campo.

Es decir, de prosperar las intenciones del gobierno, costumbres campesinas como la del convite o mano de obra prestada, el cultivo o la vaca en compañía, el empeño entre compadres y vecinos (alternativa al crédito bancario), el acueducto veredal comunitario, el sacrificio del cerdo o gallinas para San Pedro y navidad, e incluso la tradición de guardar semillas en el zarzo; serán prohibidas en la medida que se impongan las relaciones de producción capitalistas al interior de los territorios campesinos.

En este contexto, no es de extrañar la actitud del gobierno ante la crisis del campesinado pues dentro su agenda política se incluye la estrategia del marchitamiento de las comunidades campesinas, básicamente a partir del discurso de su atraso productivo.

Si bien es cierto que las comunidades campesinas de Los Andes no están a la altura de los grandes emporios empresariales del agro. También es cierto que sus costumbres o prácticas culturales en torno a las actividades agrícolas, pecuarias y mineras son un patrimonio difícil de recrear en otras latitudes, por algo la literatura del desarrollo endógeno exalta la importancia de los productos con denominación de origen o de marca territorial, un asunto que los señores del gobierno solo mencionan en el papel mas no en la práctica. Sería bueno que se tomen el tiempo de leer documentos como los de Fals Borda, los de Absalón Machado o los de Darío Fajardo entre otros, para que al fin entiendan que la cultura campesina no actúa con la misma lógica de la cultura capitalista agroindustrial o minera, y que en vez de buscar su marchitamiento o extinción, procuren potenciar un tejido social al cual todos estamos atados principalmente cuando nos sentamos a la mesa o cuando recibimos buenas noticias de un ciclista de origen campesino.

Finalmente y lo más probable es que así lean dichos documentos no cambiarán las políticas del agro, luego lo mejor es cambiar el gobierno por uno que esté en favor del campesinado colombiano.

El domingo 25 de agosto amanecimos con la noticia de la suspensión de los diálogos entre gobierno y campesinos, un asunto difícil de consensuar en la medida que la discusión central gira en torno al modelo de desarrollo rural colombiano.

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