Seguimos en la brega para que no haya concejales sempiternos, pero sobre todo un sistema político y económico perenne que mantenga en el poder a una estirpe avasalladora y mezquina
Gustavo Emilio Balanta Castilla
Periodista Afrodescendiente
En Cartagena como en el Caribe colombiano el ejercicio político se destiñe al estar determinado por unas empresas muy bien estructuradas, que se fijan metas y trabajan con base en resultados. Esas empresas tienen una maquinaria que rema los 365 días del año. Maquinaria con un personal profesional con desaforada gula, altamente calificado para garantizar los propósitos fijados.
Es una maquinaria perversa, que combina las diferentes formas de politiquería. Desde el más pequeño de los favores, pasando por empleos y contratos, hasta los kits para la compra de los votos. En algunos casos la situación es más aberrante cuando se hace “canje” con el suministro de drogas alucinógenas por el voto de “viciosos”.
Renglón aparte es el secreto a voces del manejo espurio que se da en los organismos rectores del sistema electoral. La frase de que las elecciones se “ganan o pierden en los escrutinios” es vergonzante, sobre todo porque se ha incrustado en el imaginario colectivo y todo el mundo lo sabe, pero no pasa nada. Es un cinismo humillante.
Todo este panorama se completa con un golpe a la autoestima de corrientes políticas con referentes éticos y estéticos bien sembrados que ven frustradas las esperanzas porque “no tienen ni maquinaria, ni la plata” para hacer una campaña digna que garantice unos resultados satisfactorios.
Esta tanática lectura se amplía con la estela de crímenes contra la oposición política y su debilitamiento a sangre, fuego y motosierra.
El columnista Orlando Oliveros Acosta señala que Cartagena es la ciudad de los concejales perpetuos. Aunque compartimos sus apreciaciones, el fondo del asunto es el sistema político y electoral contaminado que requiere de una intervención quirúrgica que extirpe esos males. El agravante para este paciente es que ese cuerpo médico es quien lo tiene así. Y mientras sean ellos nada cambiará.
Colombia exige un paisaje democrático distinto. Una democracia real, como imperativo para la paz y la justicia social. Por ello, las diversas fuerzas políticas del establecimiento se niegan a acometer las reformas de alto calado que reclama la nación. Tienen miedo a perder sus privilegios y compartir los escenarios de poder con otras expresiones del pensamiento y el accionar político.
De ahí, que se entienda la posición guerrerista del Centro Democrático y la actitud ambivalente de los partidos de la Alianza Nacional. Dan la percepción de un enfrentamiento a morir, pero en últimas se unen en intereses comunes para eternizar el modelo.
¿Cuánto es el porcentaje que les corresponde a algunos concejales por concepto de contrataciones? ¿Cuánto es el peaje que deben cancelar inversionistas nacionales e internacionales para traer sus capitales? Esos son los interrogantes que hay que hacer. ¿Cuánto cuesta una curul en los cuerpos colegiados? ¿Cuánto se invierte en una campaña a la alcaldía? ¿Le alcanza a un concejal o a un alcalde la plata para cubrir esas cifras con su salario?
Hay que presionar desde las calles y con propuestas las transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales que pide a gritos el país. El 25 de octubre del 2015 hay una nueva oportunidad para un nuevo mapa de poder local. Hay que generar todo un movimiento de pedagogía política en el pueblo para que asuma su rol de constituyente primario en conciencia. La unidad de las fuerzas democráticas, de izquierda y alternativas, es de urgente obligación.
Seguimos en la brega para que no haya concejales sempiternos, pero sobre todo un sistema político y económico perenne que mantenga en el poder a una estirpe avasalladora y mezquina. Seguimos en la brega por la construcción colectiva de la paz, por una democracia real y justicia social. Nos rebelamos ante la exclusión perpetua.
