martes, abril 23, 2024
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Ernest Hemingway… la Vigía y su rugido

Cuando empezaba a pensar la forma de llevarme un libro, la cabeza enorme de la fiera vigilante, rugiéndome se volteó desde la eternidad.

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Armando Orozco Tovar

A la Periodista cubana Miriam Rodríguez Betancourt, Premio Nacional de Periodismo José Martí.

Gabo siguió las técnicas narrativas del autor del “Viejo y el mar”, ejerciendo gran influencia en los inicios del Nobel colombiano, y mostrándole cómo elaborar “frases verdaderas, sencillas y explicativas, haciendo que la palabra y la estructura comunicaran pensamiento y sentimiento y sentido físico, mostrando las cosas y las gentes como son, sin colorearlas con ideologías…”, como dice Anthony Burgess en la biografía del escritor.

Recuerdo que alguna vez en mi paso por la isla, estuve en Finca Vigía, la casa de Ernest Hemingway en Cuba.

Hoy no sé si estuve una o dos veces en San Francisco de Paula, pero sí que visité una vez su casa en las cercanías de La Habana.

Debí llegar al mediodía aquel año 72.

Era sábado cuando a un vecino le comenté mis deseos de visitar la casa de Hemingway, un autor que siempre admiré. “Si quiere lo llevo”, dijo el viejo. Y salimos hacía el lugar, donde vivió el escritor con su esposa la periodista Mary Welsh.

Llegamos sin afanes a las 11:30 am, yendo de inmediato a La Vigía. El gran portón de la casa estaba cerrado para los visitantes y turistas, por hallarse en remodelación la casona, pero se abrió cuando mi amigo contó que yo era colombiano.

Al entrar hicimos el recorrido en silencio, observando las lápidas de las tumbas de sus animales preferidos, puestas entre la arboleda. Plantas de todo el mundo, que el narrador y poeta gringo, traía de sus correrías. Vi la de su gato F. Puss, alabado en su novela: “París era una fiesta”… Y la de Boise en “Islas en el golfo”.

También la de “Cristiano Loco”, al cual le escribió un poema, que publiqué en mi muro de Facebook, hecho el mismo día en que lo mataron otros gatos.

Algunas de estas tumbas estaban situadas cerca de la piscina donde desnuda se baño Ava Gardner, como Gabo cuenta en el prólogo de la biografía de Norberto Fuentes, que desde La Habana nos envío con bella dedicatoria la periodista Miriam Rodríguez Betancourt, Premio Nacional de Periodismo José Martí.

Busqué en el espejo de la alberca algún rastro mínimo de la diva hollywoodense, pero sólo encontré en el fondo del estanque las hojas marchitas del tiempo, que había pasado sin clemencia, por entre los árboles de La Vigía.

La casa del escritor de Entre los árboles está ubicada sobre un montículo, al lado de una ceiba. Estando ahí, los obreros, que salían a almorzar, nos saludaron cordialmente, dejándome entrar a mí sólo al recinto porque mi guía prefirió quedarse afuera sobre las gradas.

Al interior nunca dejaban pasar a los visitantes, que podían ver su interior desde las ventanas, pero aquel día hicieron conmigo una excepción.

Entré con temor reverencial a la estancia y, una vez en ella, lo primero que divisé colgadas de las paredes fueron las cabezas disecadas de los animales cazados en África.

También su biblioteca con innumerables libros y en la sala un mueble para poner revistas y periódicos, que se hallaba al lado de la poltrona donde el escritor leía y bebía sus buenos licores como el daiquirí.

Había un escritorio con objetos: llaves, balas de guerra, colmillos de felinos, collares y estatuillas africanas, navajas, bayonetas, lupas, brújulas, fotos… Objetos reveladores de su aventurera existencia.

En el comedor vi la famosa cabeza del kudú africano, viendo cómo la mesa estaba puesta sobre una gruesa alfombra persa, y en ella: lámparas, copas, loza fina destinada a sus suculentas comidas con invitados.

Al lado del espejo del baño, en la pared descubrí frases escritas con su característica letra menuda. Eran seguro pensamientos, ocurridos mientras se acomodaba la barba y el bigote.

Pero el momento de más emoción fue llegar hasta su habitación, donde estaba al lado de su gran cama, un mueble alto para su gran estatura, y en él su máquina de escribir marca Royal, puesta sobre un libro.

Colgada sobre ella la cabeza disecada de otro animal y en el suelo para descansar sus enormes pies mientras escribía, la piel de un felino. Salí luego fuera de la casa para subir a la torre de tres pisos, que está al lado de ella.

A la entrada observé sus botas de cazador y varias varas de pescar, y fotos de carteleras de cine, de la película, basada en su novela de la Guerra Civil Española: ¿Por quién doblan las campanas?

Subí y al llegar a la habitación superior, que dicen poco utilizó, había en el centro un escritorio, y sobre el piso otra piel de un león con sus fauces abiertas…

De uno de los estantes de la biblioteca con títulos militares, tomé uno pequeño y empastado en cuero con notas en sus márgenes escritas de su puño y letra. No niego que tuve la tentación de guardármelo… Pero cuando apenas lo pensaba, la cabeza enorme de la fiera vigilante, rugiéndome se volteó desde la eternidad.

The Prisma

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