martes, abril 23, 2024
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Elecciones en Israel: ¡Los guerreristas están de fiesta!

La victoria parlamentaria del partido Likud, del primer ministro Netanyahu, arroja un panorama incierto, de oscuros nubarrones, sobre el futuro del Medio Oriente. No se podría descartar una nueva agresión contra el pueblo palestino

Analistas sostienen que con su comportamiento en las urnas, el pueblo de Israel tiene el gobernante que se merece.
Analistas sostienen que con su comportamiento en las urnas, el pueblo de Israel tiene el gobernante que se merece.

Alberto Acevedo

Para las elecciones parlamentarias del pasado 17 de marzo en Israel, el actual primer ministro, Benjamín Netanyahu, ostentaba la imagen de un gobernante desgastado, incapaz de resolver las serias deficiencias económicas y sociales que golpean a la sociedad israelí, y que en política exterior planteó con gran desenfado su oposición a la existencia de un estado palestino soberano, desafiando la voluntad de las Naciones Unidas y de la comunidad internacional.

Durante la contienda electoral, el partido Likud, del señor Netanyahu, y sus candidatos, debieron soportar una dura campaña mediática, con repercusiones en el exterior. Sin embargo, contabilizada la totalidad de los votos, el Likud y su dirigente se alzaron con la mayoría de la votación, logrando elegir al parlamento 30 de los 120 escaños que integran la corporación, con lo que se erigen como la mayor fracción parlamentaria que, aliada a otros sectores radicales, formará gobierno en las próximas horas, y Netanyahu se asegurará un nuevo mandato, el cuarto de la actual legislatura.

¿Cómo se explica esta situación? De forma habilidosa, Netanyahu apeló a la política del miedo, mostrando al pueblo palestino y a Irán como enemigos de la sociedad israelí. De esta manera, el gobernante evitó el debate sobre los problemas que afectan a la sociedad que gobierna y centró la atención en problemas externos, presentados desde luego a la manera de sus intereses.

Rostro de ‘halcón’

En sus discursos apeló a la irracionalidad de mostrar al sufrido pueblo palestino como opuesto a los intereses y a la seguridad israelí, llegó al extremo de plantear que, de resultar elegido, jamás permitiría la creación de un estado palestino soberano, y en la recta final de la campaña dio un dramático giro hacia posiciones de ultraderecha, mostrando su verdadero rostro de “halcón” de la guerra.

Los primeros en ser atraídos por esta estrategia fueron los colonos beneficiarios de los asentamientos ilegales en territorio palestino. Netanyahu envió así el mensaje de que seguirá su política de asentamiento ilegales, arrebatándoles nuevas franjas de tierra a sus inmediatos vecinos.

No pocos analistas llegaron a plantear que Israel no resistiría un período de gobierno más del actual primer ministro. Ahora reclaman nuevas elecciones, no para escoger primer ministro, sino para escoger otro pueblo para Israel. Aseguran que semejante gobernante solo es producto de la decisión de una nación enferma. Con semejantes resultados, quiere decir que Netanyahu se divorcia del proceso de paz en la región y de la realidad mundial, y no sería extraño que entre sus cálculos estuviera pensando en una nueva agresión a la Franja de Gaza, para sepultar la idea de la coexistencia de dos estados soberanos, provocando de paso la ira de la comunidad internacional.

Amenazas

El triunfo de Netanyahu en las elecciones legislativas del pasado 17 de marzo ejemplifica la dinámica bélica que anima a la política del régimen sionista. De una sociedad que, encerrada en sus muros defensivos, cree que construye un futuro seguro para su pueblo. Que mantiene como escudo protector un arsenal de armas nucleares de última generación, alimentado por la maquinaria de guerra de los Estados Unidos, mientras acusa a Irán porque adelanta un programa nuclear con fines pacíficos.

Las amenazas de agresión sionista en una nueva administración Netanyahu no son solo contra el pueblo palestino, sino contra Irán y contra todo el que se oponga a su idea expansionista y hegemónica de la edificación del Gran Israel.

Seguramente provocará nuevas crisis en el Medio Oriente, y a tiempo que se niega a firmar el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, exigirá a Irán que renuncie a su programa nuclear pacífico. Y su política exterior apuntará a detener la influencia rusa en la zona del Cáucaso y a meter las narices en la crisis humanitaria que afecta a los pueblos de Líbano y Siria. Oscuros nubarrones se asoman en el futuro del Medio Oriente.

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