viernes, abril 19, 2024
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Elección de Trump atiza el debate: El neoliberalismo en declive

Trump no es una alternativa emancipadora. Es el vocero de una corriente oscurantista, su proyecto político es el giro hacia la derecha nacionalista y racista

El modelo neoliberal trajo pobreza e inequidad social para los pueblos de la tierra.
El modelo neoliberal trajo pobreza e inequidad social para los pueblos de la tierra.

Alberto Acevedo

Cuando se produjo la caída del Muro de Berlín, las potencias occidentales, a través de algunos teóricos a su servicio, anunciaron el fin de la historia. Se propusieron convencer a la opinión pública de que nada en el mundo sucedería más allá de la economía de mercado y la democracia liberal. Y de que la globalización neoliberal se encargaría de hacer realidad este postulado.

Sin embargo, el mundo unipolar que se pretendió edificar, bajo la tutela de los Estados Unidos, no trajo desarrollo para las naciones, ni progreso social ni paz. Por el contrario, se multiplicaron los focos de guerra y lo que en realidad se globalizó con mayor efectividad fue la recesión económica.

En el año 2008, los analistas económicos convinieron en reconocer que, a partir de ese momento, la economía mundial entraba en receso. Se impuso la austeridad en Europa, quebró la economía griega, otro tanto sucedió en Portugal, España y otras naciones. La austeridad por su parte generó inestabilidad social y política, lo que a su vez restó legitimidad a los gobiernos.

El remedio resultó peor que el mal. La crisis del modelo neoliberal ha llevado a un estancamiento de las economías. No volvieron las estadísticas a registrar crecimiento alguno.

Degradación política

En este contexto, el mundo ha sido notificado de la elección del señor Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Varios economistas de reconocida seriedad coinciden en señalar que el inesperado triunfo del candidato republicano expresa de cierta manera el declive de la hegemonía del proyecto neoliberal.

Es el anuncio del regreso del proceso neoliberal bajo la impronta del candidato de una derecha oscura, nacionalista, racista, que logró sin embargo movilizar los instintos discriminatorios de una masa de votantes, bajo la trasnochada promesa de rescatar el liderazgo planetario de los Estados Unidos.

Pero también, el triunfo de Trump expresa la degradación política, cultural y espiritual de la principal potencia militar del mundo, incapaz de enarbolar muchos de los principios que dieron origen a esa nación y que cimentaron la idea del sueño americano. Para segmentos de la población de Estados Unidos, cada vez más amplios, ese sueño se ha convertido en una verdadera pesadilla. La Casa Blanca reconoce oficialmente que hoy cerca de 50 millones de norteamericanos viven por debajo de la línea de pobreza y algunos en la indigencia, que en las noches acuden a las ollas comunitarias y a las fogatas para buscarse algún abrigo y sobrevivir. De esa cifra, 14 millones son niños. Para ellos no solo el sueño americano se diluyó. También la ofensiva neoliberal.

Resentidos con el modelo

El traslado de miles de industrias norteamericanas a países dependientes, con bajos salarios, generalizó el desempleo y la precariedad laboral en Estados Unidos, golpeó a antiguos estados industriales de clase obrera blanca y tradición democrática, especialmente del Medio Oeste, que terminaron votando por el candidato republicano.

Igual actitud asumieron los estados conservadores y las zonas agrícolas, víctimas de los estragos del agronegocio, de la minería a cielo abierto y de la extracción de hidrocarburos mediante la desastrosa utilización del fracking. El discurso altanero de Trump caló en estos sectores, resentidos con el modelo económico.

El magnate republicano, por el carácter de algunas de sus declaraciones, parece representar a un sector de la extrema derecha adversa a la globalización neoliberal, que advierte que este modelo conduce a una crisis terminal de la acumulación capitalista. Que Estados Unidos no es ya la única potencia hegemónica en el mundo y lo que que pueden hacer para recuperarse es llegar a acuerdos con China y Rusia, que podrían conducir a un nuevo orden mundial tripolar.

El sueño consumista

Trump ha dicho en sus discursos de campaña, y lo ha reiterado después de las elecciones, que quiere revisar el contenido de los tratados de libre comercio, especialmente el celebrado con México y Canadá, buscando posiciones más ventajosas para la nación americana. Ha dicho igualmente que revisaría la participación de su país en la OTAN, buscando que los socios asuman mayores responsabilidades.

La ruptura con la globalización, enarbolada eventualmente por un Gobierno republicano en la Casa Blanca, pretende recrear el sueño americano industrializado y consumista, más proteccionista y solo para blancos no latinos, de acuerdo al lema de campaña “hacer a América grande de nuevo”.

Esto implica desarrollar una política de apartheid contra negros y latinos, sin derechos políticos y destinados a los trabajos peor remunerados. Se trata de un proyecto político imbuido de misoginia, de nacionalismo anacrónico, racismo y xenofobia, centrada en latinos y musulmanes; que cree que América es todavía el centro del universo y la nación elegida por Dios para gobernar el planeta.

Por eso, con su discurso antineoliberal, Trump no se erige como ángel guardián de la lucha contra la desigualdad social, la inequidad y las injusticias de la economía de mercado. A él no le importa eso. Trump no es una alternativa emancipadora. Es el vocero de una corriente oscurantista, su proyecto político es el giro hacia la derecha nacionalista y racista.

La alternativa es la lucha popular

La alternativa a la crisis no está en el programa económico del sector más conservador del Partido Republicano en la Casa Blanca. Se vislumbra mejor por los lados de las propuestas de los Brics, que diseñan un modelo económico contrahegemónico, de respeto a la soberanía nacional de las naciones y a sus posibilidades de desarrollo, tomando en cuenta los anhelos de los trabajadores.

Podría estar en lo que representaron 15 años de integración regional en América Latina bajo los gobiernos progresistas, si se logran salvar los mecanismos que han llevado adelante esta tarea, como Unasur, Mercosur, el ALBA, Petrocaribe, el Banco del Sur y otros proyectos.

Hay que advertir, sin embargo, que una pretendida propuesta antineoliberal, hasta ahora, se plantea más en el terreno del discurso que en el de la acción. Trump deberá enfrentar poderosos enemigos a esa propuesta, sobre todo en el influyente sector financiero de Wall Street, de la banca internacional, de las burguesías europeas y de nuevos gobiernos en América Latina como los de Argentina y Brasil.

La acción de los pueblos, organizados, y con una dirección coherente, sí es capaz de desafiar a un orden global atravesado por la injusticia, la violencia y la desigualdad.

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