miércoles, abril 24, 2024
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El poder reparador y revolucionario del ejercicio diario

El enemigo número uno de la salud, además de la mala alimentación (comida chatarra la que ofrece McDonald, por ejemplo), es la quietud, la falta del ejercicio permanente. Es mortal.

Foto: IMG_1975 via photopin (license)
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Nelson Lombana Silva

No resulta fácil dimensionar el poder reparador y revolucionario del ejercicio diario en un sistema tan descompuesto como el capitalismo. Un sistema que envejece día a día, se hace más inútil y por supuesto más inhumano.

Los dietistas estudiaron para comprender cómo debe alimentarse el ser humano para vivir con buena salud y más tiempo. Cualquier ciudadano se desprende del dinero que cuesta la consulta y el dietista le dirá qué debe consumir y qué no debe consumir.

El ciudadano sale del despacho con su fórmula y en la calle se encuentra con su realidad, no tiene el dinero para comprar esos alimentos. Soy diabético – por ejemplo – y el diabetólogo me dijo con fina ironía: “Esta es una enfermedad de cachet, debe comer bien, mantener en comunicación con buenas profesionales de la salud y hacer diariamente ejercicio, por lo menos una hora. ¿Te parece malo?”

A pesar de saberlo el pueblo no tiene derecho a una alimentación sana y acorde con su constitución física. Incluso, no tiene la cultura del ejercicio, pues el ocio es estimulado en el capitalismo.

Son pocos en realidad los que hacen una pausa en la constante dinámica de sobrevivir, para reflexionar sobre la complejidad del cuerpo humano, su constitución y su dinámica. El que logra hacerlo descubre maravillado la obra perfecta de la evolución. Las células – la parte más pequeña e invisible a simple vista – se une y forma tejidos, los tejidos órganos, los órganos aparatos y los aparatos el ser humano. Cada órgano, cada aparato cumple una función específica, pero está concatenadamente funcionando. Es decir, no se puede separar uno del otro.

Ese cuerpo humano no tiene descanso. El corazón – por ejemplo – no tiene derecho a sacar vacaciones para descansar, lo mismo el aparato digestivo, urinario, circulatorio, etc. El corazón es ese motorcito que está como un ariete irrigando, bombeando sangre pura por las arterias y la no pura por las venas. El paro del corazón es el paro cardiaco, es la muerte prácticamente.

El deber nuestro es ayudarle al corazón a hacer su tarea, a través del ejercicio diario. El enemigo número uno de la salud, además de la mala alimentación (comida chatarra la que ofrece McDonald, por ejemplo), es la quietud, la falta del ejercicio permanente. Es mortal.

Si todo está en movimiento. ¿Por qué contradecir la naturaleza con nuestra modorra, nuestra quietud? Un revolucionario, un comunista que tiene clara la película de la lucha de clases, debe constantemente estarse preparando con el ejercicio físico e intelectual. Esos que dicen serlo y duermen hasta las diez de la mañana todos los días, son embusteros, están engañando a los demás y engañándose a sí mismo.

Por supuesto que no somos un modelo en hacer ejercicios. No resulta fácil romper las dificultades que se nos presenta a diario de múltiples formas, pero intentamos hacerlo como dice mi hermano Gustavo, por disciplina.

Generalmente los domingos no salimos a hacer ejercicios. Hoy rompimos con esa disciplina. Incluso, no fuimos al mismo polideportivo, fuimos a otro, igualmente llevado por el abandono del Estado. No habíamos dado cinco vueltas a la cancha de fútbol cuando llegó una dama veterana pero bien conservada. Cabellos largos rubios, piel blanca y bien aplomada.

Cruzamos saludos y comenzamos a dialogar como si fuéramos viejos amigos. “Qué bueno hacer ejercicios”, le dije. “Me toca”, me dijo. “Un infarto cardiaco agudo me tuvo más allá que acá. Me salvé de milagro, gracias a Dios, a la ciencia y al amor de mis dos hijas”, agregó.

Haciendo alarde de un exquisito y puro idioma nos contó toda su historia de principio a fin. Pero no contenta con eso nos contó parte de su vida privada. Una mujer separada que fue sometida a operaciones quirúrgica para extraerle su matriz debido a tumores. Que mantiene las mejores relaciones con el ex marido y adora a la esposa de su ex. “¿Por qué ese comportamiento?”, nos animamos a preguntarle. “Por mis hijas”, dice sin vacilación. “Ellas son la razón de mi vida”, agrega. Su rostro se ilumina al decir lo que dijo no dejando ninguna duda. “¿Quiénes son sus hijas?”, preguntamos. “Seres maravillosas, verracas, una estudió medicina en Cuba y hoy es médica en el departamento de Huila, la otra está a punto de terminar la carrera de derecho y tiene solamente 20 añitos”. “Carajo, ¿usted piensa en sus hijas y quién piensa en usted?”, le dijimos como para picarle la lengua. Sonrió. “Hacer por los hijos es hacer por uno mismo. Eso lo tengo claro”, me contestó.

Y como adivinando lo que le quería preguntar me contestó: “Mantengo la mente demasiado ocupada para pensar solo en sexo. Ayer, una amiga me dio unos mercados a $8000,oo dándome a ganar en cada mercado $1000,oo pesos, cogí mi carro y hacia el medio día ya le había vendido 50 mercados. No me estoy quieta. La noche me sorprende siempre cansada. Entonces me acuesto es a dormir”.

Vuelve y sonríe. “¿Cuántos años me pones tú?” “Bueno, 38 40, ¿Me equivoco?” Suelta una carcajada estridente. “Siempre me colocan 35 y máximo, máximo 40, pero en realidad tengo 52 años y me siento orgullosa y lo digo con sinceridad y no con nostalgia”. “¿Y Tú?”, “Cumplidos 54 años”.

Nos contó también que trabaja haciendo recorridos transportando niños, que cada seis meses visita a su hija médica y que mantiene las mejores relaciones con ellas. Ante todo somos amigas”, dice.

De este encuentro nos llamó poderosamente la atención dos cosas: Primero, La importancia del ejercicio físico, sobre todo caminar. “Cuando estaba en la clínica en recuperación me ponían a caminar media hora todos los días. Es más el médico me indicó que tenía que hacer ejercicios todos los días, sobre todo caminar. Segundo, el amor por sus hijas, su compromiso y la “suerte” de hacerlas profesionales. “No es tarea fácil, pero se hace con tenacidad y mucho amor”, nos dijo.

Al terminar el ejercicio incluso, nos ofreció un sorbo de agua y preocupada que tenía que mover unos carros de unas amigas se marchó por el mismo camino que había llegado. Seguí trotando mientras ella se disipaba en la distancia. ¿Nos volveremos a encontrar? Seguramente que no. De todas maneras nos enseñó a entender la importancia del ejercicio físico, a caminar y a luchar por los hijos para hacerlos personas de bien, personas al servicio de su clase social y no al servicio de la clase dominante. ¡Qué desafíos!

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