viernes, marzo 29, 2024
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El maestro Santiago García

Nunca ha esperado que otros traigan las soluciones sino que ellas han nacido de su arrojo y del respaldo que siempre tuvo en sus grupos de trabajo, justamente porque fue un sujeto creador, un sujeto político que siempre trabajó en colectivo.

William Fortich Palencia

Santiago García Pinzón, arquitecto, pintor, director de cine, director de teatro, investigador, semiólogo, astrónomo lego, docente-artista, político de izquierda; irreverente, libertario, vehemente en sus posturas, cordial en el debate, terco en su hacer. El mismo que aún escribe a puño y letra sus obras, sus discursos, sus teorizaciones. Ese ya ciudadano del Mundo, podemos decir que llegó tarde al teatro, pues lo hizo sobre los 27 años, cuando a esa edad muchísimos han comenzado su producción propia. Pero Santiago, hijo de Puente Nacional, criado en Bogotá en una familia tradicional, ya era artista, puesto que la arquitectura y la pintura, ya hacían parte de esa dimensión matemática que le hizo el gran maestro que nos tocó en suerte y sí, tuvimos mucha suerte de vivir en su mismo tiempo y bajo el alar de sus ideas.

Caracteriza a Santiago el haber desarrollado a plenitud su dimensión matemática y desde allí construir esa perspicacia, ese alto nivel de observación, esa capacidad para leer a las otras personas y a los contextos y sobre todo poder hacer Arte, pues de no haberla desarrollado jamás hubiera entendido cómo demonios es que se ahorra espacio o mejor, se hace síntesis en el escenario para producir la imagen justa, que narre con autonomía y coadyuve en ello junto a los otros discursos como el no-verbal y el oral y entre todos generar la poética de la obra, que se mueve entre planos, alturas, profundidades, puntos de fuga, sombras y plenas luces, melodía y armonía; literalidades y alteridades. Justamente por esa capacidad de abstracción, de extrapolación pudo poner en escena a los vanguardistas de los años 50 y 60 del siglo 20 en escenarios de 30 metros cuadrados, y después hacer lo mismo en ese potrero que es el Teatro La Candelaria. He ahí la labor del director que empezaba a marcar diferencia, ajustar el tiempo y el diámetro de tal forma que en una baldosa se pueda representar un estadio de fútbol o en cuatro metros narrar el llanto de una gota de agua.

Buscando lo novedoso

Lo marca para el teatro Seki Sano, aquel director japonés, egresado de la escuela de Constantín Stanislavski, que fuera traído por la dictadura de Rojas para formar los actores de la televisora nacional. Allí se conoce con ese puñado de valientes que decidieron hacer del Arte y en especial del Teatro, su vida. A Santiago lo marca lo novedoso, la búsqueda, eso que llaman la vanguardia, sobre todo la europea, pero no de manera seguidista sino en ese acto liberatorio de zafar al teatro colombiano de lo bucólico, de lo patriarcal, del hedonismo pueblerino que reduce todo a un manual de comportamiento, con sus amaneramientos y afeites, que perviven en ciertos montajes “puritanos”, españolizados, donde la naftalina nos indica la presencia del fascismo. Santiago, nuestro maestro, junto a sus “amigotes” renuncia a todo eso y propone otras salidas desde lo contemporáneo, desde el discurso de aquel aquí y ahora, denunciando al club de amigas del Teatro Colón, que pensaban que era lo mismo vestir un santo que a un actor. A propósito, aquellas mismas que no dejaron entrar al otro García, a García Márquez, al estreno de una obra suya, porque no tenía corbata. Esas mismas damas que se inventan los concursos y que llamaban a todo cuanto no entendían experimental.

El teatro y las demás artes

Además de ello debe enfrentar al nacionalismo convulsivo de comienzos de la década de 1960, que con razón llamaba a hablar de nuestra realidad, pero sin decantar nada, sólo desde la emoción, como por llevar la contraria a los imperialistas que nos avasallaban de todas las formas posibles. Tenían aquellos pregoneros la razón empero “el tener la razón, no es razón suficiente” y como si le faltara combate a su espada, con enorme energía enfrenta la conjugación en el teatro de las demás artes. Los artistas de las otras áreas miraban todo aquello con prevención, pero poco a poco y a cierta suerte que siempre le acompañó, logró forjar círculos de amigos que eran obreros de la escena, en medio de debates conceptuales y teorizaciones muchas veces desenfocadas, pero que de alguna manera contribuyeron a continuar indagando por la esencia de la estética.

Colombia les quedaba corta en cuanto a posibilidades, entonces junto a Jorge Alí Triana, a Rosario Montaña, a Carlos Parruca y otros que la memoria no me dicta, aprovecharon las becas que el gobierno de Checoslovaquia les brindaba. Pero Santiago, hombre de caminado de largo aliento, embebido en su propia maratón que le impidió dormir más de cuatro horas diarias, pues “con 8 horas de sueño, al llegar a los 75 años usted ha desperdiciado 25 años de su vida”, no pudo ser controlado por la bella Praga y terminó en Roma, en la Italia devastada pero orgullosa de narrar sin aspavientos ni culpas su tragedia reciente y allí profundiza su carrera de arquitecto, con énfasis en acústica. Por supuesto, él era artista y desde esa torre veía y construía su mundo y la acústica en esencia es del Arte.

Todo ese cúmulo de cosas vividas, peleadas, algunas que le asombraban en demasía como cuando al haber sido declarado genio de la creatividad, una compañía de publicidad lo sienta en una oficina para que expulsara ideas geniales, así sin más. Hasta que él les dice que no logra nada y entonces lo despiden, lo llevan a tomar la más loca de las ideas, junto al sin par Enrique Buenaventura, el otro grande del teatro colombiano, era obligarse a no hacer nada más que Arte y vivir de ellos, como lo hacen los demás profesionales; no alquilar su fuerza de trabajo sino tener su propio espacio de producción escénica y jugársela por cultivar un público para sus obras. Entonces asocian los grupos y fundan la Corporación Colombiana de Teatro y con ese mismo motivo crean aquellas mujeres y hombres del Nuevo Teatro los festivales nacionales y los congresos de teatro, para discutir, para converger, para discernir cómo se estaba haciendo y cómo podría ser mejor. Llamado a colaborar para salvar la Escuela Nacional de Arte Dramático, asume el reto y la transforma en casi todo; los artistas además de creadores, eran sujetos políticos, obreros de la vida y de la transformación de sus realidades. Salido de allí gesta el Taller Permanente de Investigación Teatral. Quiero decir con este breve recorrido que Santiago García nunca ha esperado que otros traigan las soluciones sino que ellas han nacido de su arrojo y del respaldo que siempre tuvo en sus grupos de trabajo, justamente porque fue un sujeto creador, un sujeto político que siempre trabajó en colectivo, observando al Mundo desde las matemáticas, viajar hacia el infinito, hacia el Apex, donde algún día, todo se estrellará para nacer mejorado.

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